Charles Finney autobiografía 4
Al leer la autobiografía de Finney observarás que, en muchas ocasiones, se
refiere a un “Espíritu de oración”. Cuando alguien le preguntó sobre los
métodos usados en sus avivamientos, respondió: “Nuestro método es la oración”. Por
eso, quiero dedicar la primera parte de este artículo para ilustrar el poder de
la oración. Anteriormente apunté a esta verdad. No recuerdo a quien oí decir
que cuando Dios quiere hacer una obra especial, primeramente mueve a Su pueblo
a orar. La oración misma es la obra inicial del Espíritu de Dios, y personas
que lo han vivido dicen que cientos, y hasta miles de personas, se dedicaron a
la oración en un área geográfica, sin haber tenido contacto los unos con los otros;
la llamada a orar fue sobrenatural.
El Espíritu de oración
Durante esos
primeros días de mi experiencia cristiana, el Señor me enseñó muchas verdades
importantes con respecto al Espíritu de oración. No mucho después de mi
conversión, una señora con quien me había hospedado estaba gravemente enferma.
La señora en cuestión no era cristiana, pero su esposo era profesor de
religión. El esposo era, por cierto, hermano del licenciado Wright. Una tarde
este hombre vino a nuestra oficina y me dijo: "Mi esposa no pasará de esta
noche". Esta frase fue como una flecha en mi corazón. Sentí en lo más
hondo de mi corazón algo parecido a un calambre que vino sobre mí en forma de
una carga que me aplastaba y como un espasmo interno, cuya naturaleza no puedo
explicar, pero que trajo consigo un intenso deseo de orar por aquella mujer.
Cuando estaba de camino a Rochester, a medida que pasábamos por una villa a
unas treinta millas al este de nuestro destino, un hermano ministro a quien
conocía, al verme a bordo de un bote en el canal, se subió de un brinco para
conversar brevemente conmigo, con la intención de navegar por un corto tramo y
luego saltar a tierra nuevamente. Sin embargo, al interesarse tanto en la
conversación y al conocer hacia dónde me dirigía, decidió venir conmigo a
Rochester.
Casi de inmediato vino sobre él una gran convicción y la obra caló hondo en
el hermano. Hacía pocos días que habíamos llegado a Rochester, pero el ministro
ya estaba bajo tal convicción que no podía evitar llorar en voz alta al andar
por la calle. El Señor le dio a este hombre un poderoso Espíritu de oración, y
su corazón fue quebrantado. Siendo que él y yo orábamos mucho juntos, me
impactó su fe con respecto a lo que Dios iba a hacer en el lugar. Recuerdo que
este ministro decía: "Señor, no sé cómo será, pero me parece entender que
vas a hacer una obra grande en esta ciudad". El Espíritu de oración se
derramó poderosamente, tanto que algunas personas se apartaban de las reuniones
públicas para orar, al no poder contener sus sentimientos durante la
predicación.
En este punto me es necesario traer el nombre de un hombre, a quien deberé
mencionar con frecuencia más adelante: el señor Abel Clary. Este era el hijo de
un hombre excelente y anciano de la iglesia en la que me convertí. Abel Clary
se convirtió en el mismo avivamiento que yo. Había sido licenciado para
predicar, pero su Espíritu de oración era tal, que su carga por las almas no le
dejaba predicar mucho, la mayor parte de su tiempo y de su fuerza las entregaba
a la oración. El peso en su alma era frecuentemente tan grande que no podía
mantenerse en pie, y le hacía retorcerse y gemir en agonía de una forma
impresionante. Yo le conocía muy bien y sabía de ese maravilloso Espíritu de
oración que reposaba sobre su persona.
Supe por primera vez que se encontraba en Rochester por un caballero que
vivía como a una milla al este de la ciudad. Este caballero me visitó un día y
me preguntó si conocía a un señor Abel Clary, que era ministro. Le respondí que
le conocía muy bien y luego me dijo: "Pues bien, él está en mi casa y se
ha quedado allí por un tiempo". He olvidado cuánto tiempo me dijo, pero
había estado allí casi desde mi llegada a Rochester. El caballero continuó
diciendo: "No sé qué pensar acerca de él". Le dije que no le había
visto en ninguna de nuestras reuniones. "No"—respondió el hombre—"Sucede
que él no puede ir a las reuniones. Ora casi todo el tiempo, día y noche, y lo
hace en tal agonía mental que no sé qué pensar. A veces casi no puede
sostenerse en sus rodillas, sino que queda postrado en el suelo gimiendo y
orando de la forma más sorprendente". Le pregunté qué decía y el caballero
me respondió: "Él no dice mucho. Dice que no puede ir a las reuniones porque
todo su tiempo lo dedica a orar". Le dije a aquel hermano: "Yo lo
entiendo, por favor quédese tranquilo. Todo saldrá bien, de seguro el hermano
Clary prevalecerá".
Para aquel entonces supe de un considerable número de hombres que estaban
en la misma situación. Un diácono de apellido Pond, de Camden, en el condado de
Oneida; otro diácono de apellido Truman, en Rodman, en el condado Jefferson; un
diácono Baker, de Adams, en ese mismo condado; y con ellos este señor Clary a
quien me he referido y muchos otros hombres. También un gran número de mujeres
participaban de ese mismo Espíritu y pasaban gran parte de su tiempo en
oración. El hermano, o como le solíamos llamar, el Padre Nash, un ministro que
llegó a muchos de mis campos de labores para ayudarme, era otro de esos hombres
con tan poderoso Espíritu de oración que prevalece. Este señor Clary permaneció
en Rochester tanto como yo, y no se marchó hasta mi partida. Que yo sepa nunca
apareció en público, sino que se entregó por completo a la oración.
Dones sobrenaturales y señales del Espíritu
No mucho
después de mi conversión, una señora con quien me había hospedado estaba
gravemente enferma. Obtuve la seguridad en mi mente de que aquella dama no
moriría, y de que además no moriría en sus pecados. Volví a la oficina. Mi
mente estaba perfectamente tranquila, y pronto me retiré a descansar. Temprano
en la mañana el esposo de la mujer vino a la oficina. Le pregunté cómo estaba
su esposa; él, sonriendo, respondió: "Está viva y todo parece indicar que
está mejor esta mañana". Yo le dije: "Hermano Wright, ella no morirá
de esta enfermedad, descanse usted en ese hecho. Además, ella jamás morirá en
sus pecados". No sé cómo podía estar tan seguro de eso, simplemente, de
alguna manera lo tenía claro y no dudaba de que ella se recuperaría. Le dije
eso también. Ella se recuperó y pronto adquirió la esperanza en Cristo.
Tomé mi texto de Hebreos: "Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro". Mi intención era animar a la fe, en nosotros y en ella, y en nosotros para con ella. Cuando empecé a predicar la mujer hizo grandes esfuerzos para salir, mas las señoras la resistieron con amabilidad y finalmente se quedó quieta, pero con la cabeza bajada y aparentemente determinada a no prestar atención a mis palabras. Sin embargo, a medida que continuaba con la predicación, empezó a levantar la cabeza gradualmente y a mirarme al rostro con intenso fervor.
Mientras continuaba urgiendo a la gente a que tuvieran confianza en su fe, para avanzar y comprometerse con confianza absoluta en Dios, por medio del sacrificio expiatorio de nuestro gran Sumo Sacerdote, súbitamente la mujer sorprendió a la congregación lanzando un alarido. Luego, prácticamente se lanzó de su asiento, y se mantuvo con la cabeza agachada. Podía ver cómo se estremecía. Las señoras que estaban en la banca con ella la tenían levemente agarrada al tiempo que la observaban con un interés manifiesto de oración y compasión. A medida que continuaba mi sermón ella empezó nuevamente a mirar y pronto se sentó derecha y dejó ver un rostro maravillosamente transformado, evidenciando un gozo triunfante y paz. Había un halo en su cara que rara vez he visto en un rostro humano. Su gozo era tal que casi no podía contenerlo y cuando terminó la reunión le hizo saber a todo el mundo que ahora era libre. Glorificó a Dios y se regocijó con magnífico triunfo. Casi dos años después de haberla conocido la encontré nuevamente aún llena de gozo y de victoria.
Otro caso de recuperación de locura fue el de una señora en el pueblo que había caído en desesperación y en demencia. No estuve presente cuando fue restaurada, pero se me dijo que fue una sanidad casi o del todo instantánea, por medio del bautismo del Espíritu Santo. Algunos acusan a los avivamientos de producir locura. La realidad es que los hombres están naturalmente locos, hablando de los asuntos espirituales, y los avivamientos más bien los vuelven a la sanidad mental. Durante este avivamiento escuchamos de una fuerte oposición al mismo en Gouverneur, un pueblo que me parece que está a unas doce millas de distancia, al norte. Escuchamos que los impíos amenazaban con venir a atacarnos en masa y acabar con nuestras reuniones.
Debí de mencionar que mientras estaba en Brownville Dios me reveló de pronto y de la forma más inesperada que iba a derramar su Espíritu en Gouverneur, y que debía de ir a ese lugar a predicar. No sabía absolutamente nada del pueblo, excepto de su manifiesta oposición al avivamiento sucedido en Antwerp en el año anterior. Jamás podré explicar cómo o por qué el Espíritu de Dios me dio esta revelación. Mas supe entonces, y ahora no tengo duda alguna, de que esta fue una revelación directa de Dios para mí. Que yo supiera, no había pensado en el lugar por meses; pero mientras oraba sobre si debía ir a predicar a Gouverneur, me fue mostrado, tan claro como la luz, que Dios iba a derramar su Espíritu allí.
Nos reunimos para
una reunión de oración en una iglesia a las cinco en punto. La iglesia estaba
llena. Casi al cierre del encuentro el hermano Nash se puso de pie y se dirigió
a un grupo de jóvenes que se habían levantado en oposición para resistir el
avivamiento. Me parece que todos ellos estaban allí, sentados juntos, resistiendo
al Espíritu de Dios. Lo que sucedía era demasiado solemne como para que
pudieran hacer burla de lo que escuchaban y veían, pero aún así, su terquedad y
la rigidez de sus rostros, era evidente para todos. El hermano Nash se dirigió
a ellos muy cálidamente, pero les señaló la culpa y el peligro tan grande del
curso que estaban tomando. Para el final de sus palabras su discurso se hizo
más ferviente y les dijo: "¡Ahora, escúchenme bien, jóvenes, Dios romperá
sus filas en menos de una semana, ya sea al convertirlos o al enviar a algunos
de ustedes al infierno; y esto es tan cierto como que el Señor es mi
Dios!" Cuando dijo esto estaba de pie frente a una banca y dejó caer la
mano sobre ella, como para que les quedara claro. Luego se sentó enseguida,
agachó la cabeza y gimió con dolor. La casa de reunión estaba tan quieta que
parecía que estuviese llena de muertos. La mayoría de la gente tenía la cabeza
bajada. Pude ver que los jóvenes se veían intranquilos.
Pasé a visitar al
señor Harris y lo encontré pálido y agitado. Me dijo: "Señor Finney, creo
que mi esposa va a morir. Su mente está en tal estado de agitación que no puede
descansar ni de día ni de noche y se ha entregado por completo a la oración. Ha
estado toda la mañana en su habitación clamando y luchando en oración y temo
que llegue a consumir todas sus fuerzas". Cuando la mujer escuchó mi voz
en la sala salió de su habitación y vi en su rostro el más celestial y sublime
de los brillos. Su rostro resplandecía con una esperanza y gozo que solo podía
provenir del cielo. Ella exclamó: "Hermano Finney, ¡el Señor nos ha
visitado! ¡Su obra se extenderá en toda esta región! Una nube de misericordia
se ha posado sobre nosotros y veremos una obra que jamás hemos visto
antes".
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