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El Cristo resucitado

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(Lucas 24)

           David Brueckner

C
uando conocemos el final de una historia, perdemos mucha de la emoción y el suspense que experimentaron aquellos que la protagonizaron. Lo mismo pasa con el relato de la resurrección. Tenemos que intentar “ponernos en los zapatos” de las personas que pasaron los tres días más horribles de su vida. Algunos habían sacrificado sus negocios y carreras para seguir a este Hombre, cuyo cuerpo, ahora muerto, se encontraba postrado en un sepulcro. Todo lo que esperaban desapareció cuando Jesús fue crucificado.

Al despertar, el domingo por la mañana, no tenían ni idea de que éste sería el día más glorioso de la historia del universo. Mientras que desarrollaban los eventos, ellos ascendieron de las profundidades de la desesperación a las alturas del gozo. En verdad fue “el día del Señor”.

Jesús está aquí

“Los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó” (Mal.3:16). El mismo Domingo de la Resurrección, dos estaban caminando en el camino a Emaús y, “mientras hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo se acercó, y caminaba con ellos”. Como la conversación tenía que ver con Jesús, Él mismo entró en ella. Ellos volvieron a Jerusalén y, al contar a los demás lo que había sucedido, “Jesús se puso en medio de ellos”. Les prometió que, no solamente en reuniones organizadas, sino donde hubiera dos o tres congregados en Su nombre, allí estaría Él…Porque vive, la promesa es más que una enseñanza bíblica… ¡es una realidad del tiempo presente!
Ese día Jesús les habló de Sí mismo y de la obra que había cumplido. No había más de que valiese la pena hablar. Dios solamente se agrada de Sí mismo y solamente se satisface con Su propia obra. “Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican”, y si el hombre se mete, entonces la arruina, porque en él no hay nada bueno. Al terminar cada día de la creación, Dios vio que lo que había hecho era bueno.

Dios Padre solamente está complacido por Su Hijo. Pablo dijo: “Agradó a Dios… revelar a su Hijo en mí” Dios solamente se complace en una persona mortal, cuando la vida de Cristo nace en él y el poder de Su resurrección se manifiesta por medio suyo. Por eso Jesús enseñó a Nicodemo: “Tendrás que renacer”.

Un cadáver desaparecido

Las mujeres que fueron a la tumba no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. ¡Qué tragedia para la raza humana si lo hubieran hallado! La esperanza de todos los cristianos en todos lugares es la tumba vacía.

Las otras religiones tienen un objeto de adoración tangible; la tumba de un profeta muerto, un monumento histórico o un diente de Buda. Miles acudieron a ver el cuerpo muerto de Santa Teresa en su desfile por Irlanda, pero Dios no puede hacer nada con una religión muerta; hiede, y es incapaz de hacer vivir a los hombres que están muertos en el pecado. Los primeros cristianos fueron acusados de ateístas sólo por no adorar un objeto visible. El cristianismo es la única religión que se gloría en una tumba vacía y un trono ocupado por el mismo que derrotó al gigantesco enemigo de la muerte. “Yo soy… el que vivo y estuve muerto; más he aquí que vivo por los siglos de los siglos…” (Ap.1:18).

Cuando una persona muere, el doctor escribe las causas en el certificado de defunción, pero la causa fundamental es el pecado. Como resultado de la caída de Adán el mundo entero está sumergido en la muerte. La muerte está directamente relacionada con el pecado. Cada cementerio es un recuerdo del terrible caos provocado por el pecado. Nadie está exento de sus garras poderosas “porque todos han pecado…” (Ro.6:23).


Pero hay otra muerte que experimenta la gente, incluso mientras respira y su corazón todavía late. Cuando no hay comunicación con Dios y no se reconoce Su presencia, entonces uno está muerto espiritualmente (fíjate en Ef.2:1). Muchos de los que existen físicamente permanecen en total ignorancia en cuanto al mundo de vida espiritual, donde Dios está más cerca que su piel. Ellos solamente están conscientes de lo que es visible y tangible.

La tumba vacía significa vida

El único remedio para la muerte espiritual de la raza humana es la tumba vacía, que significa vida y victoria. Cuando el hombre se ve a sí mismo en esta condición, como un ser postrado inerte e incapacitado y pregunta: “¿Quién removerá la piedra de mi tumba? ¿Quién me librará de esta muerte?”  Jesús responde: “Yo soy la resurrección y la vida”. Un día, un joven vino a mí, muy tarde en la noche, y me preguntó: “¿Puede Dios aún perdonarme? He hecho cosas muy malas”. Él sabía que no podía hacer nada para salvarse, y este reconocimiento le convirtió en un excelente candidato para el poder de la resurrección.

Cristo dio Su vida voluntariamente y pagó un alto precio, aunque Él mismo no debía nada. Entregó una vida sobre la cual el infierno no tenía derecho, la tomó de nuevo al tercer día y dijo: “Ahora la comparto con la gente”. Herodes no pudo matarle; el diablo no pudo engañarle; la muerte no pudo destruirle; y la tumba no pudo retenerle. ¡Él vive hoy!

Muchos acuden a una religión muerta para obtener respuestas. Tienen una “mentalidad crucifijo” y adoran a un hombre muerto sobre una cruz. Sin embargo, no es así en muchos lugares de España y en dieciséis países más, donde miles de ex-toxicómanos han encontrado al Cristo resucitado. Para ellos, Jesús es tan verdadero como lo fue para los discípulos en Su día… Ellos han compuesto la siguiente canción:
“No está, no está, no está
no está clavado en esa cruz
Porque Él resucitó y vive hoy.
No os empeñéis en verle muerto porque Él vive,
Un día Él Su vida por tu vida dio;
Pero si hoy tú vas a Él podrás sentir Su gran amor,
Porque Él resucitó y vive hoy”.

“¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?”, preguntaron los ángeles. ¡Qué ridículo es buscar vida en un cementerio! A menudo nos acercamos a nuestra cámara de oración haciendo un rito religioso. Nos comportamos como si estuviéramos en un cementerio, hablando a una lápida, y no entramos con confianza al trono del Conquistador de la muerte. No esperamos una cita, mucho menos una respuesta. Abrimos la palabra de Dios de la misma manera, escaneando Sus palabras como si fueran cáscaras, sin alimentarnos de los granos de la verdad. ¡Qué vergüenza! ¡Vamos a leer la Biblia como si fuera la primera vez y vamos a orar como si fuera la última oportunidad!
Tengo que contarlo a alguien
 
  Un encuentro genuino con el Cristo resucitado te convertirá inmediatamente en un misionero. Les dijeron a las mujeres frente la tumba: “Id a contar que Jesús vive”. Los dos que encontraron a Jesús en el camino a Emaús corrieron a Jerusalén para decírselo a los demás. Cuando Jesús salió de la tumba, mandó a Sus discípulos ir a contar las noticias por todo el mundo. A Felipe se le mandó levantarse e ir a encontrar al etíope en el desierto. A Ananías se le ordenó levantarse e ir a Saulo de Tarso. Pedro fue mandado para levantarse e ir con los mensajeros de Cornelio. Ahora nos toca a nosotros levantarnos e ir con el mensaje de un Señor resucitado a los 12.000 grupos de gente todavía no alcanzada en el mundo.

En una canción, Don Francisco cuenta la historia de cómo Jesús rescató a la hija de Jairo de la muerte. En la canción, como en la Biblia, Jesús le dice a Jairo que no se lo diga a nadie, pero él no puede contener las buenas nuevas y clama repetidamente: “¡Tengo que contar a alguien lo que Jesús hizo por mí!” ¿Qué hubieras hecho tú? ¿También te habrías molestado en ir a decir a otros lo que había pasado? ¿Hubieras dirigido cada conversación en esta dirección? Ahora que has experimentado el mismo poder resucitador en tu ser, y que el Cristo resucitado vive en ti… ¿puedes guardar silencio?                     


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