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Lowell Brueckner

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Asuntos que no pueden esperar hasta mañana, segunda parte

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He estado dando programas para la radio sobre las profecías de los últimos tiempos y he quedado más impresionado que nunca del poder del pecado sobre el hombre y la dureza de su corazón. Después de horribles plagas de las siete copas de la ira de Dios, dice: "Blasfemaron contra el Dios del cielo... y no se arrepintieron de sus obras". Después del reino milenio de Cristo, los hombres son otra vez engañado por el diablo, y se juntan contra Dios. Verdaderamente es el milagro sobre todos los milagros cuando una persona se inclina delante del Cordero de Dios. Y este es el segundo ultimátum: 

El Segundo artículo sobre “el ultimátum de Dios”,
que no espera hasta “mañana”:
¡He aquí el Cordero de Dios!

Como dice el Espíritu Santo: Si oyereis hoy su voz,
no endurezcáis vuestros corazones” . Hebreos 3:7

En esta lección, primeramente, intentaremos entender algo de la importancia del problema del pecado. El pecado lleva muchos disfraces. Una de sus mascaras preferidas es la del comportamiento natural:  “El problema está en tus genes, no puedes hacer nada diferente. A fin de cuentas, eres un ser humano”, dice. Al pecado le encanta esconderse tras la cultura: “Tú eres de tal país, y toda la gente de allí lo hace. Lo han practicado por siglos”. Esto no es más que el engaño del pecado; endurecerá el corazón, para que la verdad de Dios no penetre. Solamente por medio del arrepentimiento… por dar la espalda al pecado… puede la gente ser salva.

¡Que quede claramente entendido! Dios no tolera el pecado y, de hecho, no sólo no lo quiere, sino que no puede permitirlo. A Sus ojos, el pecado es algo repugnante; para Su nariz, es una peste inaguantable; y para Sus oídos, un ruido insoportable. Él tiene que librarse de él, y por eso ha creado el infierno. Antes de comprometer Su santidad condenará a los hombres. El pecado tendrá que ser echado de Su presencia, y el pecador que esté ligado a él, tendrá que acompañarlo. Este es el caso de multitudes que mueren en sus pecados.

Juan el Bautista hizo una campaña contra el pecado, predicando a los hombres que tenían que arrepentirse. Ellos habían estado expuestos a su ministerio durante seis meses, en el lado oriente del río Jordán. Puedo imaginar a una muchedumbre alrededor suyo; muchos rostros sombríos, y muchas cabezas inclinándose con  un profundo pesar… saben que son esclavos del pecado y que no pueden librarse.

Una palabra de esperanza
Pero, de repente, Juan mira más allá de la multitud, hacia una figura que se aproxima por la orilla del Jordán. Apunta con el dedo, levanta su voz y exclama: “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” (Jn.1:29) ¡Qué mensaje al pecador arrepentido! Es la palabra de esperanza… el evangelio de Jesucristo.

Juan es un teólogo maravilloso. Conoce bien las Escrituras del Antiguo Testamento y sabe cuan innumerable cantidad de corderos tuvieron que ser sacrificados por el pecado. Millones de litros de sangre fueron derramados para demostrar la inmensidad del problema del pecado. Lo inocente y puro fue sacrificado para ilustrar la crueldad del pecado y la necesidad de un substituto sin pecado. Desde el comienzo del tiempo, sólo el derramamiento de sangre fue aceptado por Dios. Él demanda la erradicación del pecado por la muerte del pecador. La ofrenda vegetal de Caín fue rechazada. Dios no necesita nuestros bienes o posesiones. Él quiere un sacrificio para el pecado.

El pecador ponía su mano sobre el cordero, y el animal moría por él. Pero ahora, éste es Él Cordero, el Único que efectivamente quita el pecado. Dios lo tenía en Sus pensamientos desde el principio. ¡He aquí el Cordero de Dios! El Hijo de Dios vino a la tierra en carne para ser el Cordero sacrificial. Él llevó tu castigo y pecados, y cuando Él murió, murió también el pecado. Es la manera en que Dios trata con ello, y está totalmente satisfecho con el sacrificio que Su Hijo hizo por ti. ¡He aquí tu salvación! Dios te aceptará sobre la base de tu confianza en Su obra.

Nosotros crucificamos a Cristo
Nadie quito la vida a Cristo. Él mandó a Pedro que metiese la espada en su lugar. No hacía falta ningún defensor humano, ya que si lo hubiese necesitado, hubiese convocado a millares de ángeles del cielo para librarle. Ni el odio de los judíos ni su sumo sacerdote mataron a Jesús. El gobierno romano, el gobernador sobre Judea, Pilato y el centurión encargado de la crucifixión, no tenían autoridad para ejecutarle. Tú y yo llevamos la culpa de Su muerte, porque si no fuera por nuestro pecado, jamás habría ido al Gólgota.

¡El amor fue el clavo que le mantuvo apegado a la cruz! Nos amó, y por eso se ofreció como el substituto para pagar la sentencia contra nuestros pecados. Este amor, que asegura que todo aquel que cree en Él no perece, más tiene vida eterna, no se puede comparar a ninguna otra cosa en el mundo.

Estamos mirando la segunda parte de “el ultimátum de Dios”, y Él está abriéndolo delante nuestros ojos en este momento. La palabra de Dios resuena por los pasillos del tiempo. ¿Hay algo que te mueve a mirar hacia lo que Cristo ha hecho por ti? Es la voz del Espíritu Santo hablando a tu corazón y diciéndote: “¡He aquí el Cordero que quita tu pecado!” Toma el tiempo necesario para que la realidad te penetre. Debes responder ahora… en este mismo momento. La fe en el Cordero de Dios no espera hasta mañana. Tardar solamente endurece el corazón. ■
 






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