El lenguaje espléndido de la cruz, parte 2
El día 8 de este mes hice algunos comentarios sobre un mensaje predicado por Phil Johnson sobre la ira de Dios. No es una enseñanza común en nuestros días y esa falta en la enseñanza está causando un gran desequilibrio en la iglesia evangélica. Cité a Marcos Vidal que escribió que una “expresión de enfado, enojo o castigo para el ser humano de parte de Dios… es contraria al mensaje del evangelio… Presentar ante la humanidad a un Dios airado no tiene nada que ver con la Gran Comisión.” Entre otras cosas, Marcos Vidal debe estudiar el énfasis dado a la ira de Dios por los más grandes predicadores en la historia de la iglesia.
Repito lo que comenté sobre conocer a personas cercanas a nosotros que no quieren que este tema sea proclamado desde nuestros círculos hacía un mundo incrédulo. No quieren que adquiramos la fama de ser gente que enfatiza este atributo necesario y bueno de Dios. Dijo Francis Chan, “Dejemos de pedir disculpas por lo que es nuestro Dios y empezar a pedirle perdón a Él por haber negado de predicar Su ira.
Por ignorar la ira de Dios, no podemos apreciar lo que es la propiciación. Un amigo dio un estudio hace tiempo en Elche y gente me habló después de que jamás había escuchado un mensaje sobre la propiciación. Mi hijo habló sobre el mismo tema en una iglesia de varios cientos de miembros y al terminar muchas personas le dijeron que nunca habían escuchado alguien hablar sobre ese tema, incluso un veterano de 70 años que había estado activo toda su vida en la iglesia.
CAPÍTULO 6
EL LENGUAJE ESPLÉNDIDO DE LA CRUZ
PARTE II
RECONCILIACIÓN
“Todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación” (2Co.5:18). Creo que ningún otro versículo de la Escritura serviría mejor que éste para hablar, tanto de la obra reconciliadora de Dios hacia nosotros, como de nuestra obra o ministerio de llevar a los hombres a una reconciliación con Dios.
A la hora de estudiar una palabra bíblica, siempre es bueno acudir primero a un diccionario para ver el uso general y común de la palabra, y después a un diccionario bíblico para ver, lo que yo llamaría, su sentido evangélico. Aunque en un principio buscamos el significado secular, es mejor hacerlo en un diccionario griego, porque puede que haya alguna diferencia entre el término original y la traducción española. Cuando ya tenemos su significado, entonces debemos ser fieles y cuidadosos para no cambiarlo. Además, puede haber dos o tres palabras griegas para una en español. Por ejemplo, la palabra amor puede ser ágape o phileo en griego, por eso tenemos que ver qué palabra griega es utilizada en el texto que estamos estudiando, para poder comprender bien su significado. Suponiendo que la palabra sea un verbo (una palabra de acción, como es la palabra reconciliar en español) debemos ver también su forma nominal (una palabra que nombra algo, como es reconciliación en español) y viceversa, es decir, si una palabra es utilizada en forma nominal, debemos observar el verbo al que corresponde.
Sin embargo, sabemos que el evangelio es espiritual y por eso, en el Reino de Dios, estos términos tienen un significado más allá de lo que podemos entender naturalmente. Quiero decir, aunque la traducción sea la correcta, la palabra tiene mucho más valor e importancia cuando el Espíritu Santo la usa para definir cosas espirituales. En esto necesitamos mucha ayuda de parte de Dios para poder extraer, no solamente el significado de la palabra, sino las riquezas que son expresadas por medio de ella, la obra que Dios hace, y el estado al que nos ha llevado. Por ejemplo, según el estudio presente, la obra que Dios ha hecho es la de reconciliarnos, y entonces nosotros estamos en el estado de reconciliación con Él. No es un asunto de poca importancia.
En el texto arriba indicado, la palabra griega utilizada es katallasso. Es una palabra que tiene que ver con relaciones. Presume que una relación ha sido dañada o destruida y por eso, alguna acción efectiva es necesaria para restaurarla. Algo tiene que pasar para que una relación hostil se convierta en una relación amistosa.
Diallasso es otra palabra griega que significa reconciliar, pero esta palabra nunca es usada en referencia a nuestra relación con Dios. La razón es porque esta palabra quiere decir: una concesión mutua después de hostilidades mutuas. Da a entender que por las dos partes tiene que haber un cambio de actitud, presumiendo que los dos son mutuamente culpables por el daño. Pero en el caso de Dios y el hombre, no puede ser así. Somos nosotros los que tenemos que cambiar; Dios nunca cambia. Nunca tiene la culpa y no es Él quien tiene que hacer concesiones. Ahora es importante que entendamos que lo que tiene que pasar, no es un cambio por parte del hombre, sino para el hombre. Como siempre, el hombre es incapaz de iniciar una acción para acercarse a Dios. Si pensamos que sí, estamos engañados y sabemos muy poco o nada de la altura, la profundidad y la fuerza del muro de pecado que nos separa de Él. Warren Wiersbe dice: “‘La religión’ es el esfuerzo débil del hombre para reconciliarse con Dios, esfuerzo que tiene que fracasar. La persona que nos reconcilia con Dios es Jesucristo, y el lugar de la reconciliación es frente a Su cruz”. Y Adam Clarke afirma: “Solamente por la gracia y por el Espíritu de Cristo puede ser cambiada esa naturaleza orgullosa, feroz y diabólica del hombre, y así ser reconciliado con Dios”.
Es necesario que haya un representante ante un Dios santo, un mediador que pueda tomar nuestra mano y ponerla en la Suya. Necesitamos a alguien que pueda tratar con la culpabilidad del hombre y la causa que ha producido su separación de Dios, ya que éste se encuentra mucho más allá de lo que se puede medir en kilómetros, millas e incluso años luz. Su alejamiento es infinito y potencialmente eterno, y su causa es irreparable por parte del hombre. Su enemistad es insondablemente profunda, y llega hasta lo más recóndito de su naturaleza, que es rebelde y traicionera en contra de su creador.
“Oscura fue la mancha que no podemos esconder,
¿Qué puede ser eficaz para lavar y quitarla?”
Sobre el tema de la reconciliación, Albert Barnes ha dicho cosas especialmente buenas: “El hombre estaba alejado de Dios. No le amaba. Su gobierno y Sus leyes le apesadumbraban. No quiso ser restringido en su voluntad. Buscaba su propio placer. Era orgulloso, vano y autosuficiente. No le gustaba el carácter de Dios, ni Sus derechos ni planes. Y de igual manera, a Dios no le gustaba el orgullo, la sensualidad, la rebelión y la arrogancia del hombre. Estaba disgustado porque Su ley había sido profanada y el hombre había rechazado Su reino. Ahora la reconciliación sólo podría tener lugar cuando estas causas de alejamiento fuesen quitadas, y cuando Dios y el hombre pudieran estar en harmonía; cuando el hombre abandonase su amor por el pecado, fuera perdonado, y entonces, Dios pudiera tratarle constantemente como un amigo. La palabra griega usada aquí (καταλλάσσω katallasso) en el Nuevo Testamento significa cambiar la actitud de una persona hacia la otra, es decir, reconciliarle con alguien. Da a entender la idea de producir un cambio para que la persona alejada pueda ser reconciliada. Por supuesto, todo el cambio que toma lugar tiene que ser de parte del hombre, porque Dios no cambiará. El propósito del plan de la reconciliación es efectuar un cambio tan drástico en el hombre, que éste pueda ser reconciliado con Dios, y estar de acuerdo con Él. Claro que hubo obstáculos para la reconciliación de parte de Dios, pero no fue porque Él no estuviese dispuesto a reconciliarse, o porque no quisiera tratar a Su criatura como a un amigo, sino por causa del pecado del hombre, ya que Dios es justo. Tal es Su perfección que no puede tratar al bueno como al malo; y por eso, antes de que puedan entrar en una relación de amistad es necesario que, de una manera apropiada, Él siga honrando fielmente Su ley, manifestando siempre Su odio contra el pecado. Además tiene que asegurar que la naturaleza del ofensor se convierta para que en el futuro sea obediente”.
“Todo esto fue propuesto por Dios para asegurar la reconciliación hecha por el Redentor que, sin comprometer Su santidad, ejercite la bondad de Su naturaleza y perdone al ofensor. ¡Pero Dios no ha cambiado! El plan de la reconciliación no ha modificado Su carácter. No le ha hecho un ser diferente. Muchas veces se equivocan sobre este tema y la gente presupone que Dios, originalmente, era severo, implacable y falto de misericordia, y que ahora está afable y pronto en perdonar mediante la obra de reconciliación. Pero no es así. Ningún cambio se ha producido en Dios; ninguno fue necesario, y ninguno pudo ser ni será hecho. Él siempre ha sido afable, misericordioso y bueno; y la dádiva de un Salvador y el plan de reconciliación sólo expresan Su disposición a perdonar desde el principio”.
Todo el plan fue iniciado por un Dios de amor, que no quiere que Sus criaturas perezcan en la oscuridad eterna. Envió a Su Hijo para cubrir la distancia de separación, cuando “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn.1:14). Él y sólo Él llevó a cabo la obra de reconciliación en su plenitud, derrumbando el muro de pecado entre el hombre y Dios. Tomó la naturaleza rebelde del hombre y la clavó en Su cruz, implantando en su lugar una nueva naturaleza, formada según la Suya, que posee toda la hermosura de los atributos celestiales. Tomó esas manos, una vez manchadas de pecado, y las aseguró en las manos santas de Su Padre. ¡Ahora sí!, el hombre pudo gozarse en su Creador, deleitarse en Su presencia, y disfrutar de Su señorío. Fue reconciliado con Dios.
El amor de Cristo le obliga a no vivir más para sí, sino a involucrarse con los propósitos de Dios en la tierra. Le es dado el ministerio de la reconciliación para un mundo tan perdido como lo estaba él mismo. No puede aceptar esa situación de oscuridad y alejamiento de Dios, y por ello se ocupa en el trabajo de proclamar el arrepentimiento y la remisión de pecados en todas las naciones. No puede acostumbrarse al ruido de los pasos de pies que deambulan sin Cristo, yéndose en el camino hacía la condenación…
“Sin una esperanza o rayo de luz,
Con un futuro tan oscuro como una noche interminable,
Pasan a su perdición, pasan a su perdición”.
Tenemos un altar reconciliador que nos lleva a la comunión con Dios…
PROPICIACIÓN
El término griego para propiciación se usa en tres formas en el Nuevo Testamento: hilaskomai, hilasmos, e hilasteerion. En la última sección hemos estudiado lo que Cristo hizo por nosotros para que pudiéramos ser reconciliados con Dios. Quedó claro que la reconciliación no tenía que venir de Su parte, así que Cristo hizo el cambio en nosotros para llevarnos a Dios. Sin embargo, la propiciación tiene que ver con algo hecho para Dios, para que ahora pueda tratar con nosotros por Su misericordia.
Los griegos usaron el verbo, hilaskomai, que significa “apaciguar a los dioses para que fuesen propicios (misericordiosos)”, y en todo el paganismo está presente esta mentalidad. El pagano teme a los dioses y no pone límites en el intento de disipar su ira. Desgraciadamente, nunca lo logra, y por eso vive esclavizado bajo el temor.
En el Lugar Santísimo, dentro del tabernáculo hebreo, y después en su templo, estaba el Arca del Pacto. Las dos tablas, sobre las cuales Dios escribió los Diez Mandamientos, estaban dentro de ella. No hubo israelita que, de una u otra forma, no hubiese quebrantado alguno de estos mandamientos y, por lo tanto, ofendido a su Dios santo. La tapa del arca, que tenía sobre sí dos querubines, fue llamada el propiciatorio (hilasteerion). Fuera del tabernáculo o templo, un animal tenía que ser sacrificado con una muerte sangrienta y violenta. Su sangre era llevada al Lugar Santísimo, y el sumo sacerdote rociaba el propiciatorio con ella siete veces. Las transgresiones del pueblo, literalmente, fueron cubiertas por el propiciatorio rociado de sangre, y de esta manera Dios podía ser propicio a los israelitas.
El publicano, que oró en el templo al mismo tiempo que un fariseo, no quiso mirar hacia el cielo, sino que golpeándose el pecho con sus puños, exclamó: “¡Dios, sé propicio a mí, pecador! (literalmente dijo, el pecador)” (Lc.18:13). Probablemente oyó al fariseo afirmar que no era un pecador como él, y por eso oró de esta manera: “Dios, te lo confieso… ¡Soy aquel pecador de quien habla el fariseo! ¡Por favor, Dios, no estés airado conmigo! ¡Necesito que me trates con misericordia, si no, no hay esperanza para mí!” Dios ha hallado la manera de justificar a tal clase de pecador angustiado y arrepentido.
En el primer capítulo, vimos algunos ejemplos del Antiguo Testamento, donde varias personas llevaron a cabo algún acto propiciatorio para aplacar a un Dios airado. Ahora veremos un caso más en el que el pueblo se quejó porque el juicio de Dios había caído sobre Coré y 250 líderes en Israel (Nm.16:41-49). La ira de Dios se encendió y dio aviso a Moisés y a Aarón: “Apartaos de en medio de esta congregación, y los consumiré en un momento”. Ellos cayeron sobre sus rostros y Moisés exclamó: “Toma el incensario, y pon en él fuego del altar, y sobre él pon incienso, y ve pronto a la congregación, y haz expiación por ellos, porque el furor ha salido de la presencia de Jehová; la mortandad ha comenzado”. Sigue la historia diciendo que “(Aarón) se puso entre los muertos y los vivos; y cesó la mortandad. Y los que murieron en aquella mortandad fueron 14.700”.
1 Juan 2:2 declara que Jesucristo “es la propiciación por nuestros pecados”. Esto significa que Cristo es la víctima que expía. Él mismo ha tratado con el pecado, quitando su culpabilidad y remitiéndolo de tal manera, que ha aplacado la ira de Dios. Ahora puede tratar con misericordia al pecador que cree.
Pablo explica más ampliamente en Romanos 3:25, la razón por la que Cristo se hizo propiciación: “A quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia…”. Por la muerte de Cristo en la cruz, Dios demostró públicamente Su justicia, manifestando a toda la humanidad que Él no tolera el pecado, sino que lo castiga violentamente hasta la muerte. Cristo pagó caro, como la víctima de expiación. La ira de un Dios ofendido fue derramada sobre Su Hijo. En este versículo vemos claramente que Dios, no solamente quiso, sino que además llevó a cabo la muerte de Jesús. Por medio de ella Dios fue propiciado, y Su santo y justo carácter fue confirmado. Pedro lo dice en Hechos 2:23: “A éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis…”, y en 3:18 añade: “Pero Dios ha cumplido así lo que había antes anunciado por boca de todos sus profetas, que su Cristo había de padecer”.
Uno de los profetas que anunció los sufrimientos de Cristo fue Isaías, quien dejó claro que Dios mismo es quien causó su muerte como sacrificio por el pecado: “Mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros… Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento” (Is.53:6,10).
¿Cómo puede ser que Dios quiso o, como dice otra versión, le complació castigar a Su Hijo? En primer lugar, a Él le complace toda Su obra, porque cada parte es necesaria para cumplir con un diseño maravilloso, y Cristo es partícipe de esa misma complacencia: “El cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (He.12:2). En segundo lugar, Dios está continuamente disgustado y molesto por el pecado. Una cristiana me dijo que, al llegar a cierto lugar donde tocaban música muy mundana, se encontró con otros creyentes que no parecían estar incómodos en ese ambiente. Cuando les cuestionó, respondieron: “Ah, pues ya estamos acostumbrados”. Dios nunca se acostumbra al pecado y no puede apaciguarse hasta que lo haya aniquilado. En tercer lugar, Él se complace por el fruto que vendrá como resultado. Los moravos, que se entregaban a la Gran Comisión de Cristo, yendo a los lugares más desagradables de la tierra, tenían este grito de guerra: ¡Que el Cordero inmolado reciba el galardón de Sus sufrimientos! ¡Ellos quisieron complacer a Dios, sin importar el costo!
Lee estas palabras de John Wesley sobre Romanos 3:25: “ ‘A quien Dios puso…’ ante ángeles y hombres. ‘Una propiciación…’ para aplacar la ira de un Dios ofendido. Pero si es como algunos dicen, que Dios nunca estaba ofendido, entonces no hubiese sido necesaria esta propiciación. Y si es así, entonces en vano murió Cristo. ‘Manifestar su justicia…’ no sólo para demostrar Su benignidad, sino también Su justicia; aún esta justicia vengativa que demanda esencialmente según su propio carácter y oficio principal, castigar el pecado”.
Albert Barnes: “El significado apropiado de la palabra (propiciación) es el de aplacar la ira, haciéndose propicio o favorable. La idea es que, como existe enojo o ira, o se ha hecho algo para ofender, es necesario aplacar esa ira o apaciguarla”.
Concluimos esta sección con 1 Juan 4:10: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”. Por medio del sacrificio propiciatorio de Cristo, el que cree en Él es, por el mismo juicio de Dios sobre Su Hijo, liberado de la ira que tan justamente merece, entrando así en el pacto de la gracia. Ahora podemos ver que Dios no solamente demuestra Su justicia por la cruz, sino también Su maravilloso e incomparable amor. Un amor apasionado que es de la más alta calidad. Nada en la tierra se asemeja a él, y por eso el mundo no lo reconoce y lo malinterpreta.
Quiero también que leas una observación muy importante de Warren Wiersbe (poniendo yo un poco de énfasis): “El amor cristiano es un amor especial. 1 Juan 4:10 se puede traducir así: ‘En esto se ve el amor VERDADERO.’ Existe un amor FALSO, y Dios tiene que rechazar ese tipo de amor. El amor que es la misma esencia de Dios tiene que ser espiritual y santo, porque ‘Dios es espíritu’ y ‘Dios es luz’. Este amor verdadero ‘ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado (Ro.5:5). Tenemos que entender DE ESTA MANERA el versículo 8 en 1 Juan 4, que dice: “El que no ama, no ha conocido a Dios”. Entonces ¿qué pasa con la gente no cristiana que ama a su familia y hasta se sacrifica por el bienestar de ella? Aunque no cabe duda de que muchos de ellos tienen un entendimiento intelectual de Dios, no quiere decir que le conocen. ¿Entonces qué les falta? Les falta una experiencia personal con Dios. Podemos parafrasear 1 Juan 4:8 así: ‘La persona que no tiene este tipo de amor divino nunca ha entrado en un conocimiento personal y experimental de Dios.’ Lo que sabe está en su cabeza, pero nunca ha llegado a su corazón… La verdadera teología (el estudio de Dios) no es un curso seco y no práctico de doctrina… ¡es una experiencia emocionante día a día que nos hace ser como Cristo!”
No creo que estemos dejando el tema de la propiciación, al tratar el asunto de un amor que solamente se encuentra en Dios, como acabamos de ver en 1 Juan 4:10. Porque cuando se aplaca la ira de Dios, por medio de la propiciación, es entonces cuando entramos en ese amor. Es muy importante lo que acabamos de leer de Wiersbe, por eso tenemos que pararnos y contemplarlo un poco más. El amor de Dios no es, en ninguna manera, como el amor corrupto del hombre, y por eso el hombre no puede alcanzar a comprenderlo. El amor de Dios se distingue porque siempre hace lo que es mejor, y por eso, cuando Él demuestra Su amor, no da a las personas lo que ellas quieren. Aunque la Escritura sí comprueba que a menudo Dios da al hombre lo que él quiere para castigarle. Por supuesto, Su amor no es humanista y no siempre alivia al ser humano de su pobreza, enfermedad e incomodidad. Le conduce a vivir sólo para la gloria de Dios, sin importar cual sea su condición. Según Pablo, “será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte” (Fil.1:20).
En el paganismo existen dos dioses en la mente de mucha gente. Uno es un dios bueno, que sólo hace cosas agradables y bonitas. El otro, que trae calamidades, es un dios malo. Entre los cristianos, no son pocos los que también tienen este concepto, pero Dios mismo dice acerca de Su persona: “Yo Jehová, y ninguno más que yo, que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad. Yo Jehová soy el que hago todo esto” (Is.45:6-7).
José aprendió a conocer el amor de Dios en sus años de esclavitud y prisión. Pudo ver claramente que Dios estaba involucrado en todo lo que le pasó, y lo hizo para fortalecer su relación con Él y llevarle a la madurez espiritual. Después, fue el amor de Dios obrando en él lo que llevó a sus hermanos al arrepentimiento. Después de hablarles bruscamente se apartó de ellos para estar a solas, y lloró. A fin de cuentas pudo decir: “Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo” (Gn.50:20). Trece años de sufrimiento en la vida de José dieron resultados maravillosos.
La persona que entiende lo que es el amor de Dios según 1 Juan 4:10, también entiende la necesidad de un sacrificio propiciatorio. Entiende por qué razón el Padre tuvo que enviar y castigar a Su Hijo por amor a nosotros, y entiende que el amor de Dios hará lo que es necesario en la vida para dirigirla “por las sendas de justicia por amor de su nombre” (Sal.23:3). Tenemos un altar de bronce (símbolo de juicio) que aplaca la ira y lleva a cabo el justo juicio de Dios…
JUSTIFICACIÓN
Quizás el versículo más importante de la última sección fue Romanos 3:25, y ahora que nuestro tema es la justificación, veremos el versículo anterior: “Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús”. En el versículo 25, como ya hemos visto, Pabló habló de la manifestación pública de la justicia de Dios en la cruz, y volvió a repetirlo en el versículo 26. En el mismo versículo vemos también el propósito que Dios tuvo en mente al desear la muerte sacrificial de Su Hijo, demostrando que Él es justo, y justificando al ofensor: “Con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús”.
La palabra griega para justificación es dikaiosis y su definición es muy sencilla: absolver… que quiere decir ser declarado no culpable. La forma del verbo relacionado es dikaioo –hacer justo o inocente. Imagina a una persona acusada delante del tribunal de justicia. Ha llegado el momento crítico de enfrentarse con la verdad. Está siendo juzgada y la evidencia ha sido puesta en su contra. Se pone en pie para escuchar la decisión de la corte, pensando que en los siguientes segundos va a ser privado de su libertad. Entonces se pronuncian estas dos maravillosas palabras: ¡No culpable!, y sale de la sala de justicia como un hombre libre.
Nunca ha habido en el mundo un drama como el de cada pecador que es acusado delante del trono de justicia de Dios, ya que no se trata simplemente de pagar una multa o unos cuantos años de prisión. Está siendo acusado de la más alta traición contra el Gobernador del universo y de la muerte de Su Hijo, puesto que de no haber sido por sus crímenes (pecados), el Hijo de Dios no hubiera tenido que ir a la cruz. La pena es un castigo eterno bajo los tormentos de un infierno que no tiene salida. Su perdición es segura, ya que no hay duda de su culpabilidad. La sentencia segura hace su pobre alma temblar.
Lo asombroso de su caso, es que el mismo Dios al que él ha ofendido, ha designado un plan por el cual puede ser puesto en libertad. Ésta es la gran obra de la justificación que estamos contemplando ahora, por la cual Dios sigue siendo perfectamente justo a pesar de que el pecador pueda quedar absuelto. Jamás la raza humana ha enfrentado un problema como éste, y jamás ha sido propuesta una solución tan espléndida como ésta. En ella está involucrada la encarnación del eterno Hijo, quien puso término a su vida terrenal en una cruenta cruz fuera de los muros de Jerusalén. Tras pocas horas de un tormento atroz, pudo lograr lo imposible, y tres días después, se levantó para sellar nuestra justificación, que se había consumado en la cruz.
La propiciación fue completa. La justicia de Dios siguió siendo segura, y debido a que Su ira fue aplacada, Él puede mostrar Su misericordia. La muerte de Jesús en la cruz fue un hecho de justificación, un dikaioma (en griego significa una ordenanza, una declaración, una expresión concreta de la justicia), declarando no culpable a la persona que crea en esta obra. Esto es oficial y legal. Dios está enteramente satisfecho y el que deposita su fe en la obra de la cruz, por supuesto, también puede estarlo. Puede reposar con Dios en esta obra. El publicano que clamó: “Dios sé propicio a mí, el pecador”, fue a su casa justificado por esta obra. Fue gratuitamente justificado por un don de gracia. El remordimiento genuino por su pecado fue muy evidente y clamó a Dios de corazón; no podía hacer más. El ladrón en la cruz experimentó lo mismo.
Es muy importante que entendamos la palabra usada para “justicia” en Romanos 3. El nominativo griego es dikaiosune y no se refiere a un atributo de Dios, sino al plan de Dios para declarar justo al hombre, cuya declaración no compromete Su carácter justo. La palabra quiere decir justificación.
Una vez más, busco el apoyo de Albert Barnes en este intento de poner delante de ti un asunto tan sumamente importante. Quiero estar seguro de que captas esta gran verdad: “Él aseguró el honor apropiado para Su carácter, como uno que ama Su propia ley, uno que aborrece el pecado y que es un Dios justo. Ha demostrado que, si los pecadores no aprovechan de la oferta de perdón por medio de Jesucristo, tienen que experimentar en sus propias almas para siempre los dolores que este sustituto sufrió en la cruz por el pueblo. Así que ningún principio de la justicia fue abandonado; ninguna amenaza ha sido modificada; ninguna demanda de Su ley ha sido comprometida; el universo no ha sido defraudado de la justicia por haber dejado escapar al culpable. Él es, en toda esta gran transacción, un justo Gobernador moral, tan justo a Su ley, a Sí mismo, a Su Hijo, al universo, cuando perdona como cuando envía al pecador incorregible al infierno. Una compensación total, un equivalente ha sido provisto para el pecador a través de los sufrimientos del Salvador, y el pecador puede ser perdonado”.
“Esto es lo que hace que el evangelio sea único y maravilloso. Cuando perdona y trata a los que merecen lo peor como si fueran inocentes, puede retener Su carácter puro y santo. Al otorgarles su amistad y la entrada en el cielo, no quiere decir que aprueba su conducta y carácter del pasado, ya que demostró claramente cuanto odiaba sus pecados al dar a Su Hijo a una muerte tan vergonzosa por ellos. No demuestra menos respeto por Su ley cuando perdona que cuando castiga. Éste es el detalle grande, glorioso y especial del plan de salvación en el evangelio”.
Intentaré hacer aquí un pequeño resumen de la enseñanza de Pablo en esta porción tan sumamente importante de la Escritura ungida. El plan de la justificación de Dios ha sido públicamente demostrado por medio del evangelio. Viene por la fe en Cristo Jesús y se aplica a todos los que creen, los que confían en Su persona y los que basan su convicción de fe firmemente sobre Su obra. Éstos reciben su justificación sin ningún mérito o dignidad de su parte, sino como una dádiva de la gracia de Dios. Es posible por medio de la obra redentora (el precio pagado para librar del pecado y sus malísimas consecuencias) de Cristo Jesús, quien tomó sobre sí mismo la culpabilidad y el castigo que pertenecían al hombre. De esta forma aplacó la ira de Dios y al mismo tiempo satisfizo Su justicia. Esta manera de justificar todavía sigue en marcha. Dios sigue siendo perfectamente justo al mismo tiempo que declara no culpable al pecador culpable, pero arrepentido. ¡Es declarado no culpable porque ha puesto su confianza en Cristo! Tenemos un altar que justifica, llevando a un buen fin el juicio del pecador.
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