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Lowell Brueckner

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Padre de misericordias; Dios de toda consolación

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Uno no habla por gusto de la ira de Dios y las consecuencias del pecado, sino por la necesidad de enseñar “todo el consejo de Dios”. Existe una falta grandísima en nuestros días de predicar sobre tales asuntos. Muchos pastores y líderes hacen daño a sus oyentes y a los propósitos de Dios, por evitar estos temas. No avisar a la gente que está dentro, de que su casa se está encendiando, es una crueldad más allá de la que podamos describir, pero esto es exactamente lo que hacen los maestros que no quieren estorbar las consciencias de los que duermen espiritualmente. Si hay personas que creen que soy un viejo amargado, permíteme sencillamente aclarar que no es así, y que el mensaje que sigue es un ejemplo de una de las verdades bíblicas que más me gusta hablar.

 “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación.”   2 Corintios 1:3

La primera motivación para leer las Escrituras es para ver en la Biblia la revelación de Dios y Su Hijo, Jesucristo. Cuando mi amigo, el navajo Herman Williams, fue convertido,  lloró por tener una Biblia y no poder leerla. Nunca había estudiado en una escuela. Anheló tanto saber más de Él que vino a su vida y le dio paz. Nuestro texto nos dice que es la naturaleza de Dios ser misericordioso y consolar.

Antes de meternos en el tema, tenemos que reconocer la necesidad de tener una convicción de nuestro pecado, entendiendo que somos grandes pecadores. De hecho, somos criminales que han cometido crímenes contra Dios.  En este momento sería provechoso meditar sobre las consecuencias del pecado en el alma de David, como lo expresó en el Salmo 38: “Ni hay paz en mis huesos, a causa de mi pecado. Porque mis iniquidades se han agravado sobre mi cabeza; como carga pesada se han agravado sobre mí. Hieden y supuran mis llagas, a causa de mi locura. Estoy encorvado, estoy humillado en gran manera, ando enlutado todo el día.... Gimo a causa de la conmoción de mi corazón... Mi corazón está acongojado, me ha dejado mi vigor...”

John Newton, el traficante de esclavos que después halló a Cristo y fue un ministro del evangelio, escribió el gran himno, Sublime Gracia. Él dijo que vivía con 10,000 fantasmas que le despertaban de noche y le robaban de su sueño. Fueron las memorias que le restaban de los muchos africanos que fueron maltratados y murieron en su barco. Si no hemos llegado a esta convicción de pecado, no vamos a poder apreciar el texto y el mensaje que sigue.

Sin embargo, cuando una persona ha llegado a la conclusión de que es un pecador miserable, solamente le queda buenas noticias por delante. John Newton también dijo, “Soy un gran pecador, pero tengo un gran Salvador.” Dijo Tozer que cualquier cosa que hemos hecho o pecado que hemos cometido es pequeño en comparación a la obra que Dios ha hecho para remediar nuestro problema por medio de Jesucristo en la cruz. Dijo Martín Lutero que una gota de sangre que cayó de las venas del Hijo de Dios es suficiente para lavar todos los pecados del mundo, y miles de otros mundos. Sin embargo, Él derramó litros de sangre y vació sus venas para darnos una salvación abundante.

Dios es presto en perdonar. No le dificulta. El salmista escribió, “Jehová, hasta los cielos llega tu misericordia, y tu fidelidad alcanza hasta las nubes” (36:5). Lo que quiere decir es que no hay límites hasta donde llega Su misericordia, y no hay medida terrenal para poder describirla. No hay pecados más allá de Su capacidad de perdonar.

La misericordia de Dios fue manifestado al hombre y la mujer que trajeron el pecado al mundo y “hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió” (Gen. 3:21). A pesar del desastre que este pecado ha causado por todos los siglos entre toda la humanidad, Dios ha provisto una gracia que sobreabunda después del pecado. “Donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia.” Es claro que Dios es un enemigo feroz de todo género de pecado, pero como ya ha entrado el pecado al mundo y a la naturaleza del hombre, Él tiene la manera de obrar, para que la persona que haya caído pueda alcanzar más en Él, que si nunca hubiera pecado.

“Un creedor tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de ellos le amará más?... mas aquel a quien se le perdona poco (o nada) poco ama” (Luc. 7:41-47). Tenemos más ahora que lo que Adán tenía en el Jardín de Edén. Adán, antes de pecar, no sabía amar como esa mujer pecadora, de quien estaba hablando Jesús en Lucas, cuyos pecados fueron perdonados. Es un amor que los ángeles no conocen. Toma el desastre que la persona ha causado, el fracaso que Él mismo aborrece, lo rompe, lo aplasta y vuelve a moldearlo hasta formar algo más hermosa que jamás hubiera sido posible, si no fuera por esa derrota.

Después del gran fracaso, cuando los hijos de Israel creyeron a los espías incrédulos, y esa generación no pudo entrar en la tierra prometida, Dios no abandonó a los que tendrían que morir en el desierto. Pues aún fueron incluidos María, Aaron, y Moisés en ese número que no pudieron cruzar al Jordán. Sin embargo, Balaam, contratado por el rey Balac para maldecirles, no pudo hacer más que proclamarles un pueblo bendecido: “¿Por qué maldeciré yo al que Dios no maldijo?... He aquí un pueblo que habitará confiado, y no será contado entre las naciones… Muera yo la muerte de los rectos, y mi postrimería sea como la suya… No ha notado iniquidad en Jacob…” (Núm. 23:8,9,10,21).

Dios puede tomar lo peor y hacerlo lo mejor. Cuando Sansón rompió el pacto que tenía con Dios, sus ojos fueron sacados, fue atado con cadenas y tenía que moler en el molino. Pero también inmediatamente empezó a crecer su cabello. A pesar de lo que perdió, Dios le dio algo para que pudo recuperarse. Puso vida en las raíces de su pelo, y donde hay vida, hay potencial para recuperar. Aunque sufrió consecuencias por su pecado, fue utilizado para algo más importante que había logrado en toda su vida. Cumplió con el propósito de su vida e igual que Pablo, pudo decir, “He peleado la batalla, he terminado mi carrera”. Es solamente la obra maravillosa de Dios que puede hacer tales cosas.

Por ver cualquier señal de arrepentimiento, Dios es presto en perdonar. Vemos que malo era Acab. Hizo lo malo ante los ojos de Jehová, más que todos los que reinaban antes de él. Como si fuera poco guiar a todo el pueblo de Israel hacia el pecado, tuvo que importar más desde afuera del país. Tomó por mujer a Jezabel, hija del rey de los sidonios, y fue y sirvió a Baal, y lo adoró (1 R. 16:30-31). Después de todo lo que había hecho, aún la situación cuando Nabot fue matado para conseguir a su viña, un hecho que la Biblia llama abominable, y oyó la maldición pronunciado por el profeta Elías, “Rasgó sus vestidos y puso cilicio sobre su carne, ayunó.. y anduvo humillado. Entonces vino palabra de Jehová a Elías tisbita, diciendo, ¿No has visto cómo Acab se ha humillado delante de mí? Pues por cuanto se ha humillado delante de mí, no traeré el mal en sus días” (1 Reyes 21:27-29).

En 2 Reyes 13 dice que el rey Joacaz de Israel hizo lo malo ante los ojos de Jehová y que el furor de Dios se encendió contra Israel. Pero en versículo 4 dice que “Joacaz oró en presencia de Jehová, y Jehová lo oyo. (Y dio Jehová salvador a Israel, y salieron del poder de los sirios.)” (4 y 5).

Isaías 7 habla de otro rey malo de Judá, Acaz (fíjate en el testimonio que la historia da sobre este rey en 2 R. 16:2-3). Mira como en todo el capítulo 7, Dios intenta animarle no creer al enemigo que le asustó, sino que confíe en Él. Dice que los diseños del enemigo no iban a realizarse, sino que Dios haría a Su pueblo triunfar al final. Quiere que Acaz le pida una señal, para ayudarle creer y después aún Dios mismo le dio la promesa de un Mesías venidero. 

Quizás la demostración más grande de Su misericordia fue en el caso de Manasés. Su padre, Ezequías fue el rey más bueno de todos, que hizo más reformas en Judá que cualquier rey antes de él. Pero este hijo destruyó todo lo bueno que su padre había hecho, “mas luego que fue puesto en angustias, oró a Jehová su Dios, humillado grandemente en la presencia del Dios de sus padres. Y habiendo orado a él, fue atendido; pues Dios oyó su oración y lo restauró a Jerusalén, a su reino. Entonces reconoció Manases que Jehová era Dios” (2 Crón. 33:12-13). Parece que sirvió a Dios el resto de sus días.

Aún en el juicio, Dios se acuerda de ser misericordioso. Cuando no hubo remedio e Israel tenía que ir a la cautividad, Dios les prometió misericordia durante este tiempo y les prometió un futuro de bien estar: “Multiplicaos ahí, y no os disminuyáis. Y procurad la paz de la ciudad a la cual os hice transportar, y rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz… Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis” (Jer. 29:6,7,11). Allí el rey de Israel halló favor sobre todos los reyes vencidos por Nabucodonosor: “Evilmerodac rey de Babilonia, en el año primero de su reinado, alzó la cabeza de Joaquín rey Judá y lo sacó de la cárcel. Y habló con él amigablemente, e hizo poner su trono sobre los tronos de los reyes que estaban con él en Babilonia. Le hizo mudar también los vestidos de prisionero, y comía pan en la mesa del rey siempre todos los días de su vida. Y continuamente se le daba una ración de parte del rey de Babilonia, cada día durante todos los días de su vida, hasta el día de su muerte” (Jer. 52:31-34).   

En el Nuevo Testamento, si uno entiende lo que Jesús esperaba de Sus discípulos, sería difícil encontrar un fracaso peor que lo de Pedro. Jesús había enseñado que si alguien le negara ante los hombres, Él le negaría ante su Padre en el cielo, y es exactamente lo que hizo Pedro. Imagina como Pedro sintió cuando cantó el gallo y Jesús le miró, después de negar al Señor repetidas veces. “El Señor miró a Pedro.. y Pedro saliendo fuera, lloró amargamente” (Luc. 22:61, 62).

Pedro nunca pudo ser igual, servir igual, o amar igual como antes, ni tener la misma relación con Jesús como antes. En esos momentos, probablemente anheló volver  a gozarlo de nuevo, pero no podía ser. La entrega antigua de Pedro recibió un golpe de muerte, pero fue una preparación por lo que recibiría en el día de Pentecostés. Pedro recibió perdón y consuelo, pero más aún, el Señor fue fiel en llevar a Pedro a un lugar mucho más alto delante de Dios.

Sabemos que tenemos que llegar a una muerte a nosotros mismos, para que Cristo viva en nosotros. La pregunta es ¿Cómo podemos experimentar a esta muerte? ¿Es un hecho de nosotros mismos… una auto-crucifixión? ¿O utilizará Dios de algo que nos acontece en la vida, para transformarlo en un instrumento que nos “mata”? Sí, puede ser algo semejante a lo que pasó con Pedro. Cuando esto pasa, uno jamás puede vivir y funcionar en el nivel donde andaba antes. Puede buscar la antigua forma de alabar, orar y servir, pero no la hallará.

Uno tiene que tener cuidado en ese momento, que no se rinda y tire la toalla, diciendo, “¿Por qué seguir intentando ser cristiano? He fracasado y no hallo el antiguo ánimo que tenía. Quizás no hay esperanzas para mí.” No, Dios está lejos de rechazar y abandonarle. Permíteme explicar lo que le está pasando: Una muerte ha sucedido y ahora tiene que seguir adelante, orando, estudiando la Biblia, sirviendo y funcionando, hasta que Jesús le levante… como levantó el muchacho que cayó muerto, al salir el demonio (Marcos 9:26-27). Jesús le tuvo que tomar de la mano y levantarle, ya libre del poder que le había dominado.

El Espíritu de Dios se encargará de poco a poco enseñarle cosas que no ha conocido antes, que son más buenas y más importantes. En gran parte, será una obra secreta y la persona misma no estará consciente de lo que le está aconteciendo. Pero Dios sí sabe perfectamente y estará personalmente involucrado en una renovación interior. Esta persona llegará a un lugar más alto espiritualmente y a una condición más fuerte en la fe que jamás había conocido.




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