Formando un hogar para la gloria de Dios, segunda parte
El amor de Dios en el hogar
Raquel: “Siempre recuerdo que mis padres tomaban tiempo para nosotros”.
“Mis padres fueron muy fieles y
disciplinados en la manera en la que nos criaron. No nos metimos mucho en líos
y problemas porque sabíamos que si desobedecíamos las normas habría
consecuencias”.
Dan, Shelley, Anna, Ruth |
Daniel: “Estáis
envejeciendo y pensé que sería mejor escribir y haceros saber lo agradecido que
estoy por los dos. Os amo mucho”.
“Después de una reunión en nuestra
casa, cuando estábamos en la cama, me acuerdo que los dos vinieron a orar por
cada uno de nosotros de cama en cama… en medio de la noche. Gracias por orar
por nosotros y por continuar haciéndolo”.
“Cuando estuve en el 5º curso, papá
me preguntó qué cosas me gustaban de la escuela, dejándome saber que me
ayudaría a seguir lo que me interesara”.
“Una vez papá se sentó conmigo y me
preguntó si yo pensaba que él era demasiado estricto con nosotros. Me acuerdo
de decirle que no. No lo creo. Yo merecía todo el castigo que recibí. Cuando
regresabas de algún viaje preguntabas a mamá como nos habíamos portado cuando
no estabas. Si no nos habíamos portado bien, sabíamos que íbamos a recibir lo
merecido… mamá ya nos lo había dicho. Íbamos al baño. Nos preguntabas lo que
habíamos hecho mal, nos pegabas y después orabas con nosotros. No me acuerdo de
que nos pegaras alguna vez estando enfadado. La tortura era que nos mandabas a
una habitación y teníamos que esperar antes de recibir la disciplina”.
“Me acuerdo de gente decir lo bien
que nos portábamos los ocho, a veces incluso nos lo decían en McDonald. A
menudo oíamos eso. La tía Joanne nos dijo una vez cuando visitábamos a los
abuelos Peterson: “Tu padre sólo os habla una vez y vosotros obedecéis”.
Parecía estar impresionada por la manera en que fuimos criados. Gracias por
todo lo que habéis hecho y por invertir tanto en nuestras vidas”.
…………………..
“El que detiene el castigo, a su
hijo aborrece; Mas el que lo ama, desde temprano lo corrige.” Proverbios 13:24
El amor
de Dios es único. En el mundo existen ciertos
atributos y emociones naturales que son evidentes entre los miembros de una
familia, entre amigos, entre novios, entre el matrimonio, etc… pero no sé si es
correcto llamarlo “amor” o no. Existe diferente intensidad y fuerza en estos
atributos y emociones, dependiendo de la cercanía o relación que existe entre
las personas. En la gran mayoría de los casos, el sentimiento más fuerte y del
que más se habla es el que existe entre una madre y su hijo.
Muchos
hijos, a veces con carácter duro, hombres criminales y violentos, recuerdan el
amor de su madre con lágrimas. Sin embargo, el amor de una madre por su hijo
sigue siendo un amor natural, que existe a pesar de la religión o falta de ella
que la madre pueda tener. Todas las relaciones de amor humano, sin excepción,
pueden fallar. El salmista afirmó: “Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con
todo, el Señor me recogerá” (27:10). El ser abandonado por los padres no es una
hipótesis, sino una realidad cada vez más actual y creciente.
El amor
de Dios es único, repito, y también incomparable. El apóstol Pablo escribió un
himno al amor de Dios en 1 Corintios 13. Como no existe nada que sea comparable
al amor de Dios, es imposible hallar una manera de poder definirlo de forma
absoluta. Por eso, nos vemos obligados a añadir siempre la palabra infinito a cualquier descripción que
hagamos. El amor de Dios es infinitamente intenso, apasionado, benigno y fiel.
Podemos
estar seguros de una cosa, y es que el amor de Dios siempre hace lo que es lo
mejor en todos los casos. Dios es cien por cien fiel con Sus hijos en aplicar
lo que sea perfectamente necesario a sus vidas, para que su condición
espiritual crezca y mejore. La verdad es que esta obra es sumamente difícil. El
proceso de santificación, en todos sus aspectos, para que un ser humano alcance
la victoria sobre la carnalidad y llegue a ser verdaderamente humilde, compasivo,
y a poseer otros muchos atributos de la piedad, requiere sabiduría divina y la
aplicación de disciplina que, a menudo, tiene que ser muy severa. Jesús dijo a
la iglesia de Laodicea: “Yo reprendo y castigo a todos los que amo” (Ap.3:19).
Vamos a
ver el caso de José, el hijo preferido de Jacob. Dios tenía planes de suma
importancia para José y, como su padre no estaba cumpliendo bien sus
responsabilidades parentales, Dios tuvo que intervenir… ya conocemos la
historia. A la edad de 17 años fue vendido por sus hermanos como esclavo y
llevado a Egipto. La Biblia nos deja muy claro que tras todo estaban la mano y
la voluntad de Dios. Cuando sus hermanos llegaron a Egipto y fueron tratados
duramente, ellos reconocieron su culpabilidad y crueldad, y hablaron de la profunda
angustia de José, al rogarles que no le vendieran a los ismaelitas. Pero, ni sus
hermanos tuvieron compasión, ni Dios mismo respondió al escuchar su clamor. Los
13 años de esclavitud y prisión fueron necesarios para moldear al muchacho
consentido con el fin de convertirle en un sabio y compasivo gobernador.
Sobre
todas las cosas, lo que Dios estaba cultivando en el corazón de José, era Su
amor, el único amor con el que finalmente pudo ganar y salvar a su familia.
Cristo intercedió a su Padre para que el amor divino que el Padre y el Hijo
habían compartido desde antes de la fundación del mundo… eternamente… estuviera
en Sus discípulos (Jn.17:26,15:9). Nuestro amor no es suficiente para llevar a
cabo los propósitos divinos, por eso Dios quiere que reflejemos Su amor (1
Jn.2:15, 4:10, 12, 19, 5:3).
El padre
cristiano tiene que entender claramente la doctrina del amor de Dios en
nosotros para poder criar bien a sus hijos. En ninguna manera lo puede hacer
con el amor parental humano, porque éste es un obstáculo para que el hijo
experimente lo que es mejor para él. El padre que no disciplina impulsado por
el amor de Dios, según el texto que encabeza este artículo, en forma práctica,
aborrece a su hijo. Podrá justificarse diciendo que la razón por la que no
aplica la disciplina necesaria, es porque le ama demasiado, pero este es un
engaño y la verdad bíblica nos dice lo contrario.
La
disciplina amorosa es la demostración más importante del amor de Dios, pero por
supuesto, hay muchas más. Ya hemos mencionado algunas, y Raquel y Daniel
también han escrito de lo que recuerdan de su niñez y juventud. Hablan del
interés y del tiempo que les dedicábamos. Hablan de la oración por ellos, algo
que sigue hasta la fecha. Seguramente pudiéramos escribir sobre muchas otras
maneras de amar. Pero lo que es muy malinterpretado en el día de hoy, no es
solamente la disciplina parental, sino el amor de Dios… algo de suma importancia
que, si uno no lo entiende bien, producirá un efecto desastroso en la iglesia,
en la doctrina y en la práctica.
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