Entradas Recientes
Lowell Brueckner

Ingrese su dirección de correo electrónico:


Entregado por FeedBurner

Dios es fiel

Etiquetas:

Entre las razones porque A. W. Tozer es uno de los autores que más prefiero leer es porque lleva una doctrina muy equilibrada. No es híper-calvinista, ni ultra-arminiano. No llega a conclusiones por seguir una lógica, sino se deja llevar fielmente por el texto bíblico. En otras palabras, no toma una creencia favorita, siguiéndola hacia una segunda conclusión, diciendo, “Bueno, si el primer texto dice así, lógicamente el segundo está ensenando lo siguiente…” Tozer entiende bien que la Biblia es el producto de pensamientos divinos, muy encima de los que el hombre pueda igualar ni imaginar, y por eso acepta la Escritura como está. Este capítulo de su libro “El Conocimiento del Dios Santo” es un buen ejemplo de su teología.                                                                                                           L. Brueckner

A. W. Tozer
Dios es fiel


Es bueno darte gracias y cantar alabanzas a tu nombre, oh Altísimo; mostrar por la mañana tu misericordia, y tu fidelidad cada noche. Así como tu Hijo, mientras estuvo en la tierra, te fue leal a ti, su Padre celestial, así ahora en el cielo nos es fiel a nosotros, sus hermanos terrenales, y sabiendo esto, seguimos adelante llenos de seguridad y esperanza por todos los años y los siglos que falten porvenir. Amén.

Tal como hiciera destacar anteriormente, los atributos de Dios no son rasgos aislados de su personalidad, sino facetas de su ser unitario. No son "cosas en ellas mismas", sino más bien pensamientos con los que pensamos en Dios, aspectos de un todo perfecto, nombres dados a cuanto sabemos que es cierto con respecto al Ser divino.

Para tener una comprensión correcta de los atributos, es necesario que los veamos todos en unidad. Podemos pensar sobre ellos separadamente, pero ellos en sí, no pueden ser separados. "Es imposible que todos los atributos asignados a Dios difieran entre sí en la realidad, por razón de la simplicidad perfecta de Dios, aunque nosotros usemos de diferentes formas, palabras diversas sobre Dios", dice Nicolás de Cusa. "Por consiguiente, aunque le atribuyamos a Dios el ver, oír, gustar, oler, tocar, sentir, razonar, tener intelecto y demás, según los significados diversos de estas palabras, lo cierto es que en Él la vista no difiere del oído, ni del gusto, o el olfato, o el tacto, o el sentimiento, o la comprensión. Y así, se afirma que toda la teología está fundada sobre un círculo, porque no se afirma de otro, ninguno de sus atributos."


Al estudiar cualquiera de los atributos, la unidad esencial de todos ellos se hace evidente muy pronto. Por ejemplo, vemos que si Dios es autoexistente, también deberá ser autosuficiente, y si tiene poder, por ser infinito, deberá tener todo el poder. Si posee conocimiento, su infinitud nos asegura que posee todo el conocimiento. De. Igual manera, su inmutabilidad presupone su fidelidad. Si él no cambia, se sigue de aquí que no puede dejar de ser fiel, puesto que eso le exigiría un cambio. Todo fallo dentro de la personalidad divina sería un argumento a favor de su imperfección, y al ser Dios perfecto, no podría tener lugar. Asi, los atributos se explican unos a otros, y demuestran que no son más que destellos que disfruta nuestra mente de ese Ser divino absolutamente perfecto.

Todos los actos de Dios están en perfecto acuerdo con todos sus atributos. Ningún atributo contradice a otro, sino que todos armonizan entre sí y se unen en el infinito abismo del Ser divino. Todo cuando Dios hace está de acuerdo con todo cuanto Dios es, y ser y hacer son la misma cosa en él. La imagen familiar de un Dios frecuentemente dividido entre su justicia y su misericordia es totalmente falsa con respecto a la realidad. Pensar que Dios se inclina primero hacia uno de sus atributos, y después hacia otro, es imaginarse a un Dios inseguro de sí mismo, frustrado y emocionalmente inestable, lo cual, por supuesto, equivale a decir que aquél en el que estamos pensando no es el Dios verdadero en absoluto, sino un débil reflejo mental de él, malamente fuera de foco. 

Dios, por ser quien es, no puede dejar de ser lo que es, y siendo lo que es, no puede actuar en desacuerdo con su propia personalidad. Él es fiel e inmutable al mismo tiempo, de manera que todas sus palabras y todos sus actos tienen que ser fieles, y deben seguir siéndolo. Los hombres se vuelven infieles, movidos por sus apetitos, por el temor, por la debilidad, por la falta de interés, o por alguna fuerte influencia procedente del exterior. Es obvio que ninguna de esas fuerzas puede afectar a Dios en modo alguno. Él es su propia razón para todo cuanto es y hace. No se le puede obligar desde fuera, sino que siempre habla y actúa desde dentro de sí mismo, por su propia voluntad soberana, como le place.

Creo que se podría demostrar que casi todas las herejías que han afligido a la Iglesia a lo largo de los años han surgido de una  creencia de cosas inciertas sobre Dios, o de un exceso de énfasis sobre ciertas cosas verdaderas que ha llegado a oscurecer otras cosas igualmente verdaderas. Engrandecer cualquier atributo, al mismo tiempo que se excluye otro, equivale a caminar derechamente hacia uno de los tenebrosos pantanos de la teología; y sin embargo, estamos constantemente tentados a hacer precisamente esto.

Por ejemplo, la Biblia enseña que Dios es amor; hay quienes han interpretado esto de una manera tal que niegan que él sea justo, cosa que también enseña la Biblia. Otros llevan tan lejos la doctrina bíblica de la bondad de Dios que la hacen contradecirse con su santidad. O bien, hacen que su compasión anule su veracidad. Hay otros que comprenden la soberanía de Dios de una manera tal que destruye, o al menos disminuye grandemente su bondad y su amor.

Sólo podremos tener un concepto correcto de la verdad si nos atrevemos a creer todo cuanto Dios ha dicho acerca de sí mismo. Es una grave responsabilidad la que el hombre toma sobre sí cuando se pone a corregirla autorrevelación de Dios, de tal forma que saca de ella aquellos rasgos que a él, en su ignorancia, le parecen objetables. Con toda seguridad, deberá caer una ceguera parcial sobre todo aquél lo suficientemente presuntuoso como para atentar algo así. Y es algo totalmente innecesario. No tendremos por qué temer cuando dejemos que la verdad permanezca tal y como está escrita. No hay conflicto alguno entre los atributos divinos. El ser de Dios es unitario. Él no puede dividirse a sí mismo, y actuar en un momento dado impulsado por uno de sus atributos, mientras los demás permanecen inactivos. Todo lo que Dios es deberá concordar con todo lo que Dios hace. Su justicia deberá estar presente en su misericordia, y su amor en su juicio. Lo mismo afirmamos con respecto a todos los atributos divinos.

La fidelidad de Dios es un dato esencial de la sana teología, pero para el creyente se convierte en mucho más que eso: pasa a través del proceso del entendimiento para seguir adelante y convertirse en alimento nutritivo para el alma. Las Escrituras no sólo se limitan a enseñar la verdad; también indican sus usos para la humanidad. Los escritores inspirados eran hombres con pasiones como las nuestras que habitaban en medio de la vida. Lo que ellos aprendieron acerca de Dios se convirtió para ellos en una espada, un escudo, un martillo; se convirtió en la motivación de su vida, su buena esperanza, y su confiada expectación. A partir de los datos objetivos de la teología, su corazón hizo quién sabe cuántos miles de deducciones gozosas y aplicaciones personales. El libro de los Salmos resuena con una alegre acción de gracias por la fidelidad de Dios. El Nuevo Testamento recoge el tema y celebra la lealtad de Dios Padre y de su Hijo Jesucristo, quien ante Poncio Pilato dio testimonio e hizo una buena confesión; y en el Apocalipsis, vemos a Cristo montando en un caballo blanco, galopando hacia su victoria final, y los nombres que lleva son los de Fiel y Verdadero.

 Los himnos cristianos celebran también los atributos de Dios, y entre ellos, la fidelidad divina. En nuestra mejor himnodia, los atributos se convierten en la fuente de la que corren ríos de gozosas melodías. Algunos himnarios antiguos podremos encontrar aún en los cuales los himnos no tienen nombre; una línea en cursiva encima de cada uno indica su tema, y el corazón que adora no puede menos que regocijarse en lo que encuentra: "Celebración de las gloriosas perfecciones de Dios", "Sabiduría, majestad y bondad", "Omnisciencia", "Omnipotencia e inmutabilidad", "Gloria, misericordia y gracia". Estos sólo son unos pocos ejemplos tomados de un himnario publicado en 1849, pero todo el que conozca bien la himnodia cristiana sabe que la corriente de cánticos sagrados brotó hace mucho tiempo, en los primeros años de existencia de la Iglesia. Desde el principio, la creencia en la perfección de Dios produjo una dulce seguridad en los creyentes, y enseñó a las edades a cantar.

Sobre la fidelidad de Dios descansa toda nuestra esperanza de bendición futura. Sólo porque Él es fiel no quebrantará sus pactos y honrará sus promesas. Sólo teniendo una seguridad completa de que Él es fiel podremos vivir en paz y mirar con tranquila firmeza a la vida futura.

Cada corazón puede hacer su propia aplicación de esta verdad, y sacar de ella las conclusiones que la propia verdad sugiera, y sus propias necesidades hagan notar. El tentado, el ansioso, el temeroso, el desalentado, puede encontrar una nueva esperanza, y buena alegría, en el conocimiento de que nuestro Padre celestial es fiel. Él siempre será fiel a la palabra que ha empeñado. Los hijos del pacto, en medio de las duras presiones de la vida, pueden estar seguros de que Él nunca quitará de ellos su amorosa misericordia, ni permitirá que falle su fidelidad.

Feliz el hombre cuyas esperanzas descansan en el Dios de Israel: Él hizo el cielo, y la tierra, y los mares, con todo cuanto contienen; su verdad permanece segura para siempre; Él salva al oprimido, alimenta al pobre, y nadie hallará vanas sus promesas.

Isaac Watts


0 comentarios:

Publicar un comentario