Apocalipsis 4
1. Después de esto mire, y vi una puerta abierta en el
cielo; y la primera voz que yo había oído, como sonido de trompeta que hablaba
conmigo, decía: Sube acá y te mostraré las cosas que deben suceder después de
éstas.
2. Al instante
estaba yo en el Espíritu, y vi un trono colocado en el cielo, y a uno sentado
en el trono.
3. Y el que estaba sentado era de aspecto semejante a una
piedra de jaspe y sardio, y alrededor del trono había un arco iris, de aspecto
semejante a la esmeralda.
El trono del Creador
una esmeralda |
Jesús mandó a Juan que escribiera en un libro los mensajes que dio a cada una de las siete iglesias de Asia. Estos mensajes fueron leídos por ellas y guardados. El libro de Apocalipsis se convirtió en la última parte del canon del Nuevo Testamento y ha estado a disposición de la iglesia durante todos estos siglos, por todas partes del mundo. Ahora, tenemos el privilegio de participar de su mensaje; la palabra eterna nos ha hablado también a nosotros. Ya hemos estudiado y llegado al fin de esos mensajes, descritos como, “las cosas que son”, y ahora, podemos seguir adelante. Lo que tenemos en este capítulo sigue siendo para las siete iglesias y también para nosotros.
El relato cambia
dramáticamente cuando, ¡una puerta se abre en el cielo! ¡Esto es asombroso! Nunca
antes, en toda la Escritura, hemos tenido la oportunidad de ver escenas
celestiales. Hemos escuchado acerca del cielo desde el principio de la Biblia a
través de hombres inspirados por el Espíritu Santo para escribir muchos
mensajes provenientes del cielo. En las antiguas Escrituras, hemos leído acerca
de cosas que son sombras y símbolos de las realidades celestiales. Hemos
estudiado los planes celestiales en la historia de los judíos, empezando con el
llamamiento de Abraham. En los libros de Salmos y Proverbios, especialmente,
hemos gozado de literatura y poesía inspirada del cielo. En el Nuevo Testamento,
el Rey del cielo mismo, bajó a la tierra, y con un cuerpo y lengua humanos,
habló directamente a oídos terrenales lo que es celestial. Los apóstoles que,
personalmente, caminaban con el Rey del cielo, nos han enseñado, por medio de
cartas, de Sus principios y doctrinas. Sin embargo, ahora, ya en el último
libro de la Biblia, ¡podemos entrar con Juan por una puerta abierta, para ver
directamente las escenas celestiales!
Cuando Moisés hizo
el tabernáculo, Dios se encargó de todos sus detalles y le mandó hacerlo “según el diseño que te ha sido mostrado en
el monte” (Éx.25:40). El escritor de Hebreos dijo que era “una representación del verdadero” (He.9:24)
tabernáculo, pero ahora, una puerta se abre directamente al cielo mismo y Juan
entra. Como Jesús le indicó, Juan tenía que escribir en un libro lo que estaba
viendo y oyendo, para que toda la iglesia, por el Espíritu Santo, pueda ver el
interior del cielo. Cada cristiano ha nacido con la ciudadanía de la Nueva
Jerusalén del cielo (Gál.4:26) y, juntamente con la iglesia, tiene que
manifestar la realidad del cielo a la gente del mundo. Por eso, Dios permite
que tengamos esta visión de nuestra patria.
El Verbo de Dios
llama a Juan desde dentro de la puerta y le dice: “Sube acá”. El Hijo de
Dios es quien descubrirá la parte final del plan, habiendo sido designado por
la Deidad, desde antes de la fundación del mundo, para revelarlo a Su iglesia.
Nos dice: “Te mostraré las cosas que
deben suceder después de éstas”. Todo
lo que Juan ve de aquí en adelante serán eventos futuros (v.1).
Solamente existe una
manera en la que Juan puede ver las escenas del mundo celestial y solamente existe
una manera en la que nosotros podemos disfrutar de ellas. Juan estaba en el
Espíritu Santo y nosotros también tenemos que estarlo. El Espíritu de Dios es
el auxilio divino, el único que puede llenar el hueco infinito entre las cosas
materiales y las cosas celestiales, y traspasarnos desde este mundo pasajero
hasta el ámbito eterno. Aprende la doctrina de Pablo en 1 Corintios 2:9-10: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han
entrado al corazón del hombre, son las cosas que Dios ha preparado para los que
le aman. Pero Dios nos las reveló por medio del Espíritu”. Recordemos otra vez lo que Jesús dijo
sobre el Maestro divino: “Os hará saber
lo que habrá de venir” (Jn.16:13). ¡Oramos, oh Padre, rogando que permitas
que Tu Espíritu venga sobre nosotros mientras indagamos humildemente en Tu reino!
Hace varios años,
nuestro hijo, David, enseñó acerca de los sonidos del cielo. Dijo: “Al leer el libro de Apocalipsis, noté que
el cielo no está en silencio, de ninguna manera. No es un sitio monástico,
donde todos están flotando tranquilamente sobre nubes blancas y esponjosas.
Aunque el cielo emite sonidos bastante fuertes, sin embargo, escucharlos desde
este planeta no es tan fácil, sino que uno tiene que dedicar tiempo y esfuerzo
para poder escucharlos”.
“Para poder hacer un huerto en invierno tiene que ser en
un invernadero. Se necesita proveer un ambiente semejante al que es nativo para
las plantas –suelo, humedad y luz – para que la semilla pueda germinar, crecer
y dar fruto. De la misma manera, para poder oír del cielo, su ambiente tiene
que ser cultivado en el corazón. Tiene que ser un lugar donde el Espíritu Santo
se sienta en casa y no sea entristecido. El ambiente de afuera tiene que ser
bloqueado”.
“¿Por qué Juan pudo discernir claramente las voces y
sonidos de un mundo ajeno? La clave de su capacidad para recibir todo el libro
de Apocalipsis se encuentra en el texto: ‘Estaba
yo en el Espíritu en el día del Señor’.
No era una casualidad que Juan estuviera en el sitio correcto en el tiempo
correcto, sino que el lenguaje griego sugiere: ‘Yo vine a estar en el
Espíritu’. Es decir, él entró con su voluntad en una condición en la cual podía
escuchar del cielo. En una isla remota, dejando fuera el ruido de este mundo
presente, dirigió sus oídos y mirada hacía al cielo.”
La primera cosa que
Juan ve en el interior del cielo es un trono, “y uno sentado en el trono” (v.2). La palabra trono se encuentra doce veces en este capítulo y es el trono del
Creador. Precisamente, ahora es cuando tenemos que postrarnos ante el trono y
ante Aquel que gobierna el universo. No progresaremos más en este libro, ni
recibiremos ningún beneficio de Dios, si primeramente no reconocemos al Rey de reyes
y Señor de señores. Rendirnos ante el trono es un paso básico en nuestras
vidas, mediante lo cual, desde un principio, nos apropiamos de nuestra
salvación: “Si confiesas con tu boca a Jesús por Señor… serás salvo… porque: Todo aquel
que invoque el nombre del Señor será
salvo” (Ro.10:9,13). El Reino de Dios es una
teocracia, gobernado en amor y justicia por un Soberano absoluto y, para ser
ciudadano del mismo, cada uno tiene que sujetarse al Rey, desde el comienzo de
su vida espiritual. Uno no es salvado, como muchos suelen decir, por “aceptar a
Cristo como su Salvador”, sino como estamos diciendo aquí, por postrarse
delante del trono del Rey.
No hay nada sombrío
en la presencia de Dios. El mundo religioso está completamente equivocado,
tratando de ilustrar la santidad con colores apagados y sonidos graves. El
cielo vibra con impetuosas alabanzas, y colores brillantes y llenos de
vitalidad; su hermosura es deslumbrante e insuperable. En este capítulo podemos
verlo y escucharlo. Juan tiene que darnos una descripción lo más próxima como
sea posible al lenguaje humano. Dios bien sabe que es indescriptible e
imposible de captar por medios humanos, y por eso Juan tiene que comunicar, en
este libro más que en cualquier otro, de corazón a corazón, acerca del que se
sienta en el trono. No usa características humanas, sino que lo ilustra con
piedras preciosas. Su fulgor se asemeja a “piedra
de jaspe y sardio”, brillante y de un rojo intenso.
4. Y alrededor del trono había veinticuatro tronos; y
sentados en los tronos, veinticuatro ancianos vestidos de ropas blancas, con
coronas de oro en la cabeza.
5. Del trono salían relámpagos, voces y truenos; y
delante del trono había siete lámparas de fuego ardiendo, que son los siete
Espíritus de Dios.
6. Delante del trono había como un mar transparente
semejante al cristal; y en medio del trono y alrededor del trono, cuatro seres
vivientes llenos de ojos por delante y por detrás.
7. El primer ser viviente era semejante a un león; el
segundo ser era semejante a un becerro; el tercer ser tenía el rostro como el
de un hombre, y el cuarto ser era semejante a un águila volando.
8. Y los cuatro seres vivientes, cada uno de ellos con
seis alas, estaban llenos de ojos alrededor y por dentro, y día y noche no
cesaban de decir: Santo, Santo, Santo es el Señor Dios, el Todopoderoso, el que
era, el que es y el que ha de venir.
9. Y cada vez que los seres vivientes dan gloria, honor y
acción de gracias al que está sentado en el trono, al que vive por los siglos
de los siglos,
10. los veinticuatro ancianos se postran delante del que
está sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y
echan sus coronas delante del trono, diciendo:
11. Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la
gloria y el honor y el poder, porque tú creaste todas las cosas, y por tu
voluntad existen y fueron creadas.
Adoración al Creador
Vuelvo a mencionar
el hecho cuando Jesús llamó a Juan al cielo. Dijo que le mostraría “las cosas que deben suceder después de
éstas”, por eso estamos contemplando una escena futura. Veinticuatro
ancianos están sentados, rodeando el trono. Generalmente, los teólogos están de
acuerdo en que son humanos, porque no hay ningún lugar en la Biblia en el que
se nos hable acerca de una posición de ancianos entre los ángeles. Isaías vio
la escena del milenio, que muchas veces en sus profecías, como en este caso,
abarca aún más allá del milenio, hasta la eternidad: “Entonces la luna se abochornará y el sol se avergonzará porque el
Señor de los ejércitos reinará en el monte Sion y en Jerusalén, y delante de sus ancianos estará su
gloria” (Is.24:23).
La Biblia tiene que
ser su propio intérprete, si no, correremos el peligro de sacar conjeturas
descontroladas. También aparecen aquí cuatro seres vivientes que, por el libro
de Ezequiel, sabemos que son querubines o, posiblemente, serafines, como en
Isaías, capítulo 6. En el próximo capítulo, el ejército angelical se refiere a
ángeles y, por eso, la única
conclusión a la que podemos llegar, es que los ancianos son seres humanos. Ahora,
la pregunta es, ¿a quiénes representan?
Muchos estudiantes
de este libro nos explican que son representantes del cuerpo de creyentes que
han sido arrebatados al cielo. Pero si se tratara de 24 tronos simbólicos de
toda la iglesia o 24 representantes literales de ella, para cualquiera de estas
dos interpretaciones, nos encontramos con el problema de tener que explicar el
significado del número 24. Fuera del libro de Apocalipsis, no hay nada en todo
el Nuevo Testamento que lo explique.
Algunos nos
señalarán hacia las 24 divisiones del sacerdocio, establecidas por David y que
continuaban, al menos, hasta el tiempo de Zacarías, padre de Juan Bautista. Zacarías
estaba en el grupo de Abías, la octava orden. Estos nos sugieren que la iglesia
es el reino de sacerdotes (1:6) que describió Pedro en su primera carta: “Vosotros, como piedras vivas, sed
edificados como casa espiritual para un sacerdocio santo, para ofrecer
sacrificios espirituales… vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio…” (1
P.2:5,9). Ciertamente, esta es una interpretación y explicación razonable. Sin
embargo, la pregunta es la misma: ¿Cómo dividiremos la iglesia de todas las
edades en todo el mundo en 24 divisiones? Otra vez, no tenemos ninguna palabra en
la Escritura sobre la que basar esta idea.
No puedo pronunciar
una palabra final sobre este pasaje, pero permíteme ofrecer una alternativa,
que considero básica y más literal. Supongamos que, estos 24 ancianos, son
representantes de la suma total del pueblo de Dios, empezando con los 12 patriarcas
originales de Israel, de quienes reciben el nombre las doce tribus de Israel.
Además, supongamos que los doce restantes son los apóstoles del Cordero, los
testigos presenciales de la vida terrenal de Cristo y los maestros originales
de Su doctrina (Hch.2:42): “En la
regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, os
sentaréis también sobre doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel” (Mt.19:28).
Ellos están vestidos de ropas blancas, lavadas en la sangre del Cordero, y
están coronados con coronas de oro. El oro es el más valioso de todos los
metales e indica aquello que es ordenado por Dios.
El versículo 5
ilustra perfectamente lo que nuestro hijo, David, quiso decir: “Noté que el cielo no está en silencio, de
ninguna manera. No es un sitio monástico, donde todos están flotando
tranquilamente sobre nubes blancas y esponjosas”. Al contrario, hay
destellos de relámpagos y truenos; son sonidos que hacen eco y retumban. A los
sonidos, añade la apariencia resplandeciente del que está sobre el trono, el
arco iris y las siete lámparas del Espíritu de Dios delante del trono. Recuerda
que esta escena es de otro mundo; es celestial y sobrenatural, y por eso, está
más allá de nuestra capacidad de imaginar. Juan tenía que estar en el Espíritu
para poder captarla; sin embargo, el pasaje no sugiere nada que prohíba a
cualquier hijo de Dios aproximarse para poder participar de ello, si es que
está bajo la influencia del Espíritu Santo.
Una idea de como fue el mar de Salomón |
Los comentaristas ven aquí,
lo que simboliza el mar del templo y el lavatorio delante del tabernáculo…
ellos representaban lo que es celestial. Salomón designó un magnífico mar de
metal fundido de, más o menos, 5.3 metros de diámetro, sentado sobre las espaldas
de doce bueyes de bronce (1 R.7:23,25). Del mar, extraían el agua para lavar a
los sacerdotes que entraban al templo. Nadie podía entrar en los lugares santos
sin lavarse. Puedo imaginar que el mar delante del trono es inmenso y no tiene
ninguna de las propiedades del mar terrenal, incluidas sus turbulentas olas y vacilantes
mareas. El mar cristalino es absolutamente tranquilo. Un estado cristalizado
representa algo perfecto, eterno e inmudable; además, solamente mencionaré su inconcebible
hermosura, sin intentar decir más.
Así es que, todos los que se aproximan al trono, han sido perfectamente lavados y eternamente limpios. Este mar es la perfecta realidad de lo que simboliza el agua en la Biblia, como “el lavamiento del agua con la palabra” (Ef.5:26). El bautismo en agua es otro símbolo que representa el lavamiento celestial, y el bautismo en el Espíritu Santo nos sumerge en la persona del Espíritu quién, en la escena celestial, se manifiesta como fuego y agua. “Sí, arrojarás a las profundidades del mar todos nuestros pecados” (Miq.7:19). Este mar no tiene memoria de los pecados ni posibilidad de recordarlos jamás.
Así es que, todos los que se aproximan al trono, han sido perfectamente lavados y eternamente limpios. Este mar es la perfecta realidad de lo que simboliza el agua en la Biblia, como “el lavamiento del agua con la palabra” (Ef.5:26). El bautismo en agua es otro símbolo que representa el lavamiento celestial, y el bautismo en el Espíritu Santo nos sumerge en la persona del Espíritu quién, en la escena celestial, se manifiesta como fuego y agua. “Sí, arrojarás a las profundidades del mar todos nuestros pecados” (Miq.7:19). Este mar no tiene memoria de los pecados ni posibilidad de recordarlos jamás.
Los más cercanos al
trono son seres celestiales del más alto nivel, los querubines, llamados por
todo el Apocalipsis los seres vivientes. Ellos
tienen ojos por delante y por detrás, y tienen el privilegio de mirar fijamente
al Señor entronado. No tenían suficientes ojos como para poder captar Su
persona, y los que le alababan no tenían suficientes palabras ni lenguaje. El
gran compositor de himnos, Charles Wesley, anhelaba y clamaba “¡por tener mil lenguas para cantar las
alabanzas de nuestro gran Redentor!” Lo que es menos que divino es
infinitamente incapaz de tener los recursos adecuados, con los cuales servir o
adorar, aunque sean querubines.
Los seres vivientes
son descritos con más detalles desde el versículo 7 hasta el 9. Son como una
guardia real, que rodea el trono y lo transporta donde el Espíritu les conduce.
Cada uno tiene sus características diferentes; el primero es como un león, el
segundo como un becerro, el tercero como un hombre, y el cuarto como un águila volando.
Desde la primera vez que empecé a estudiar estos seres, vi cómo se identificaban
con los cuatro Evangelios. Mateo presenta a Cristo como el Rey de Israel (el
león); Marcos como el Siervo (el becerro); Lucas como el Hijo del Hombre (el
hombre); y Juan como el Hijo de Dios (el águila volando).
Dos querubines
estaban sobre el Propiciatorio del Arca del Pacto; a quienes el escritor de
Hebreos llamó “los querubines de gloria”
(He.9:5). El profeta, Ezequiel, los ve en varias escenas diferentes y nos
da más detalles acerca de ellos, empezando en el capítulo 1. Notarás algunas
diferencias, como siempre ocurre cuando hay diferentes testigos, pero las
semejanzas indican que son los mismos. Ezequiel estaba, entre los exiliados en
Babilonia, junto al río Quebar y, como Juan, él estaba en el Espíritu (Ez.1:3,
2:2, 3:14, etc.). Como en Apocalipsis, son llamados seres vivientes, y como los querubines que estaban sentados sobre
el Propiciatorio, las alas de uno y otro se tocaban.
Las ruedas me
llaman la atención… “Como si una rueda
estuviera dentro de la otra rueda, cuando andaban, se movían en las cuatro
direcciones, sin volverse cuando andaban” (Ez.1:16-17). La forma de las
ruedas las permitía ir derechas en cualquier dirección. De esta manera, corrían
instantáneamente, sumamente rápidas, por el Espíritu (Ez.1:20). Ezequiel nota
que los ojos están precisamente en las ruedas, y él comenta que “sus aros eran altos e imponentes” (Ez.1:8).
El trono, en el libro de Ezequiel, está encima de ellos.
No escribiré acerca
de todos los detalles que menciona el profeta, pero tú puedes hacer tu propio
estudio. Te diré los lugares donde Ezequiel les vio, y los textos, excepto el
primer capítulo, ya mencionado: Transportado a Quebar (Ez.3:12-15); en una
llanura (3:23); en el templo de Jerusalén (8:4); en el umbral del templo (9:3);
moviéndose del lado derecho del templo al umbral, y del umbral a la puerta
oriental (cap. 10); en el centro de la ciudad, en el monte al lado oriental de
Jerusalén, y en Caldea (11:21-24); y al final, entrando en el templo del
milenio desde el oriente (43:2-5).
Los seres vivientes
proclaman que el Creador es el Señor Dios Todopoderoso, inmutable y santo. Los
serafines estaban en la presencia de Su gloria cuando el Señor lanzaba el
ministerio a Isaías, y daban voces, diciendo: “Santo, Santo, Santo” (Is.6:2). Juan dijo que los seres vivientes, “día y noche no cesaban de decir: Santo,
Santo, Santo”. En el cielo, sobre todos Sus atributos, Dios es honrado por
Su santidad y allí, nunca será comprometida. Isaías lo escuchó, y fue influenciado
por ello durante todo su ministerio. A menudo, habló del Señor como del Santo de Israel. Al empezar la visión
celestial, Juan ve al Creador en Su santidad, y ahora, por medio de él,
nosotros también podemos verle (v.8). Para los predicadores y maestros de la
palabra, un concepto fuerte de Su santidad es absolutamente esencial, para
poder presentar fielmente el evangelio y alimentar al rebaño de Dios.
A las 93 años de edad y después de unos 45 años de cristianos, ´Tio Juan´y su esposa siguen alabando al Señor. A Juan le difi- culta andar ahora, pero puede levantar sus manos en alabanza. |
El principal asunto
del cielo es una alabanza y adoración sin cesar, y los 24 ancianos se unen con
los seres vivientes en darle gloria, honor y acción de gracias al que es digno
(v.9). Sólo porque Él es digno, los ancianos quitan las coronas de sus cabezas
y las ponen delante del trono (v.10). Ningún ser, terrenal o celestial, se
cansará jamás de esta actividad, porque es inherente a su naturaleza y es la
razón por la que existen. ¿Qué puede ser mejor que deleitarse en la presencia
del que hizo todo lo que es hermoso y sabio? ¿Qué ser o cosa creada puede tener
prioridad ante Su majestuosa persona?
El corazón del
apóstol Pablo rebosó en palabras al escribir a Timoteo: “Al Rey eterno, inmortal, invisible, único Dios, a Él sea honor y
gloria por los siglos de los siglos. Amén” (1 T.1:17). Pablo contempló la
grandeza del plan de Dios de extender la salvación a las naciones no judías,
para provocar a los judíos a celos, y así hacerles volverse a Él. Descubrió el
corazón del Creador, mostrando que podría tener misericordia para con todos,
judíos y no judíos, y al final salvar a toda la nación de judíos. Una vez más,
la copa del alma de Pablo rebosa y exclama: “¡Oh, profundidad de las riquezas y de la sabiduría y del conocimiento
de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos! (Ro.11:33)
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