Apocalipsis 8
Capítulo 8
1. Cuando el Cordero abrió el séptimo sello, hubo
silencio en el cielo como por media hora.
2. Y vi a los siete ángeles que están de pie delante de
Dios, y se les dieron siete trompetas.
3. Otro ángel vino y se paró ante el altar con un
incensario de oro, y se le dio mucho incienso para que lo añadiera a las
oraciones de todos los santos sobre el altar de oro que estaba delante del
trono.
4. Y de la mano del ángel subió ante Dios el humo del
incienso con las oraciones de los santos.
5. Y el ángel tomó el incensario, lo llenó con el fuego
del altar y lo arrojó a la tierra, y hubo truenos, ruidos, relámpagos y un
terremoto.
6. Entonces los siete ángeles que tenían las siete
trompetas se prepararon para tocarlas.
El poder de la oración en el cielo
En el capítulo 5,
versículo 8, cada uno de los 24 ancianos tenía una copa de oro llena de
incienso, la cual, según el texto, representa las oraciones de los santos. El
salmista clamó al Señor: “Sea puesta mi
oración delante de ti como incienso, el alzar de mis manos como la ofrenda de
la tarde” (Sal.141:2). Notaremos que el creyente común es considerado un
santo, porque la clave tras el privilegio de la oración en el lugar santísimo
en el cielo es la santidad perfecta de Cristo, atribuida a todos los
cristianos. Nunca podríamos aproximarnos al trono de Dios para orar, por los
méritos de nuestra propia santidad. Vemos cómo, la adoración en el Antiguo
Testamento, es decir, el incienso y la ofrenda de la tarde, simbolizan la
realidad celestial expresada por el salmista.
Los 24
representantes del pueblo de Dios en la tierra presentan sus oraciones ante el
trono y, de esta manera, la Revelación de Juan nos enseña la importancia de la
oración. Es la actividad más importante de
la iglesia. Jesús dijo: “Mi casa será
llamada casa de oración para todas las naciones” (Mc.11:17). Las oraciones
seguirán viviendo y estando eficaces en el cielo, después que morimos.
En la pausa
existente entre abrir los sellos y el sonido de las trompetas, el Espíritu
Santo nos da más entendimiento sobre esta arma tan maravillosa, que es la
oración (v.3). Aunque nuestras voces parezcan muy débiles, nuestra elocuencia
muy limitada y, aunque a veces, a nuestras oraciones les falte fervor, hasta el
punto que ni siquiera parezcan llegar al techo, sin embargo, en el sueño de
Jacob, él vio a una escalera que llegó hasta el cielo y a los ángeles
ascendiendo y descendiendo por ella. Jesús dijo a Natanael que Él era la
escalera; el que conecta la tierra con el cielo.
La dirección tomada
primeramente por los ángeles es la de ascender
(Gé.28:12; Jn.1:51). Los ángeles toman nuestras palabras, débiles y torpes,
y las llevan a la presencia de Dios por los méritos de Jesucristo. El altar de
incienso en el tabernáculo y el templo simbolizan las oraciones de los santos,
como acabamos de ver. En nuestro texto, vemos a un ángel con un incensario de
oro delante del altar verdadero en el cielo – en el santuario que el Señor
erigió y no el hombre (He.8:2). Dios, según Su naturaleza, da generosamente el incienso para ser ofrecido sobre el altar de oro
con las oraciones de los santos. Delante del trono de Dios, que es el Lugar
Santísimo, y de la mano del ángel, ascienden las oraciones a Dios, mezcladas
con el incienso, (v.4).
Incluso en los
eventos culminantes de la Semana 70 de Daniel, hay un principio espiritual que sigue
intacto. Lo que ha sido la verdad por toda la historia de la iglesia continúa
siendo la verdad: Cuando Dios quiere comenzar una obra significante,
primeramente Él manda a Su pueblo a la oración. Los instrumentos utilizados
para la obra son de oro puro, simbolizando así la incalculable calidad de la
comunicación entre el cielo y la tierra. ¿Podemos apreciar su valor? Si es que
sí, ¿cual debe ser nuestra reacción y determinación de participar en ella?
Estamos observando
la escena en el cielo, que se lleva a cabo después de abrir el séptimo sello.
En un capítulo anterior, intenté describir el silencio producido en el cielo,
que en verdad es un silencio muy
expresivo, que ilustra el ambiente expectante entre las
multitudes en el cielo (v.1). Después, vemos siete ángeles que reciben siete
trompetas. Están de pie, totalmente atentos, esperando la orden para hacerlas
sonar (v.2). Acabamos de observar el proceso que involucra la oración que los santos
han ofrecido a Dios durante los siglos, rogándole que se moviera con justicia y
poder, para reparar el fracaso cometido por los hombres en la tierra.
Ahora, ha llegado el
tiempo para que estas oraciones sean contestadas. El mismo ángel, involucrado
en ofrecer las oraciones a Dios, ahora recibe autoridad para administrar la
respuesta. Dios ha ordenado que Sus ángeles
asciendan al cielo con las oraciones y después desciendan con las respuestas (Gé.24:40; Nú.20:16; Dn.9:23;
Lc.1:13; Hch.10:3,4; 12:5,7). La oración cumple poderosamente su parte y
ocurren truenos, ruidos, relámpagos y un terremoto en la tierra (v.5). Ahora
sonarán las siete trompetas (v.6).
7. El primero tocó
la trompeta, y vino granizo y fuego mezclados con sangre, y fueron arrojados a
la tierra; y se quemó la tercera parte de la tierra, se quemó la tercera parte
de los árboles y se quemó toda la hierba verde.
8. El segundo
ángel tocó la trompeta, y algo como una gran montaña ardiendo en llamas fue
arrojado al mar, y la tercera parte del mar se convirtió en sangre.
9. Y murió la
tercera parte de los seres que estaban en el mar y que tenían vida; y la
tercera parte de los barcos fue destruida.
10. El tercer ángel tocó la trompeta, y cayó del cielo
una gran estrella, ardiendo como una antorcha, y cayó sobre la tercera parte de
los ríos y sobre los manantiales de las aguas.
11. Y el nombre de la estrella es Ajenjo; y la tercera
parte de las aguas se convirtió en ajenjo, y muchos hombres murieron por causa
de las aguas, porque se habían vuelto amargas.
12. El cuarto ángel tocó la trompeta, y fue herida la
tercera parte del sol, la tercera parte de la luna y la tercera parte de las
estrellas, para que la tercera parte de ellos se oscureciera y el día no
resplandeciera en su tercera parte, y asimismo la noche.
13. Entonces miré, y oí volar a un águila en medio del
cielo, que decía a gran voz; ¡Ay, ay, ay, de los que habitan en la tierra, a
causa de los toques de trompeta que faltan, que los otros tres ángeles están
para tocar!
Las primeras cuatro trompetas
Existe una
semejanza entre los siete sellos y las siete trompetas. Los dos fueron
divididos en dos grupos. Todos los seres vivientes estaban involucrados en los
primeros cuatro sellos, pero en el segundo grupo de tres, no son mencionados.
De igual manera, los juicios de las siete trompetas están divididos en dos
grupos: uno de cuatro y uno de tres. Vamos a señalar también la diferencia
entre los sellos y las trompetas: Los sellos afectaron a la cuarta parte de la
tierra, pero las trompetas producirán varios eventos destructivos que afectarán
a la tercera parte de la creación.
Mientras que los
hechos y pecados de la humanidad causaron principalmente los juicios de los
sellos, es evidente que los juicios traídos por las trompetas producirán una destrucción
más siniestra y letal. Especialmente, en el segundo grupo se manifestarán qué
fuerzas espirituales están involucradas. Los ángeles anuncian estos desastres y
el sonido de las trompetas será utilizado, como en toda la escritura, para
avisar.
Recuerda que este
libro es una revelación, es decir, un descubrimiento, y no algo que pretenda
esconder secretos. Como en toda la Escritura, debemos seguir viendo estos
eventos de la forma más literal posible. En la descripción, sin embargo, a
veces se usa la terminología “algo como” o “algo semejante”, ya que está
describiendo cosas anormales. Empezando con el ángel ante el altar, y en el
caso de las cuatro trompetas, en este capítulo, los juicios son arrojados a la tierra (mientras que los
jinetes de los sellos salieron a la
tierra). Juan ve todo con ojos naturales, iluminados por el Espíritu Santo, e
intenta describírnoslo tan claramente como es posible en el lenguaje humano. Por
ejemplo, si espíritus malignos están involucrados, le son revelados a Juan,
pero a nosotros, que no estamos tan familiarizados con esa esfera, nos es
difícil de imaginar, aunque eso no significa que son menos verdaderos.
La primera trompeta (v.7). El sonar de la primera trompeta, envía dos
fuerzas destructivas; el granizo y el fuego. Ya conocemos el daño causado por
una tormenta de granizo a una propiedad y a los cultivos, especialmente si cae
justo antes de la cosecha. También sabemos que un incendio incontrolado es
capaz de destruir miles y miles hectáreas de vegetación, e incluso a menudo, zonas
residenciales, llegándose a tomar la vida de sus habitantes. En el texto, el
granizo y el fuego se mezclan con sangre, demostrando así una obra sobrenatural
que no podemos entender. El hecho de que se extienden, aplastando y quemando la
tercera parte de la tierra en el planeta, indica algo más que una fuerza
normal. De todos modos, existe un límite soberano que impide la destrucción
total.
La segunda trompeta (vs.8-9). La
descripción aquí es “algo como”. Puedo imaginar a Juan luchando, quizás sobre
un periodo de tiempo, intentando expresar lo que vio. Él no sabe exactamente qué
es, y nosotros mucho menos, así es que tenemos que estar satisfechos sabiendo que
es “algo como” una gran montaña ardiendo en llamas, justo como Juan lo
describe.
Pienso en el hecho de que el desarrollo de los desastres
de las trompetas es el resultado de las oraciones de los santos. Semejante a
esta montaña arrojada al mar, recuerdo las palabras de Jesús: “Si tenéis fe y no dudáis… que aun si decís
a este monte: ‘Quítate y ‘échate al mar’, así sucederá” (Mt.21:21). Warren
Wiersbe comenta: “Si te gusta o no, las
oraciones del pueblo de Dios están involucradas con los juicios que Él envía…
El propósito de la oración no es para que el hombre consiga que su voluntad sea
hecha en el cielo, sino para que la voluntad de Dios sea hecha en la tierra –
aún si ello incluye el juicio. La verdadera oración es una cosa muy seria,
¡mejor no alejemos el altar lejos del trono! Tres cuartas partes del
planeta son mar, y esta catástrofe afecta a la tercera parte de la vida marina.
Causa un maremoto que destruye una tercera parte de los barcos. Muere la
tercera parte de cada criatura del mar; peces, mamíferos, e incluso, la vida
más sencilla. La tercera parte del agua salada es contaminada con su sangre.
La tercera trompeta (vs.10-11). Una
gran estrella cae ardiendo desde el cielo. Este juicio está dirigido al agua
dulce, mientras que el anterior cayó sobre los mares de agua salada. Otra vez
afecta a una tercera parte de los ríos y sus fuentes. Considera el río Amazonas,
el Rio de la Plata, el Mississippi, el Rin, por nombrar sólo a unos cuantos,
contaminados con un amargo veneno.
El ajenjo es una planta que, sobre todas sus propiedades,
se conoce por su amargura. Su nombre científico es Artemisia, cuyo nombre proviene de la diosa Artemisa o Diana. Es una
planta medicinal, utilizada en dosis muy limitadas, porque es muy tóxica y daña
especialmente al cerebro y causa convulsiones. Moisés avisó a Israel: “No
sea que haya entre vosotros una raíz que produzca fruto venenoso y ajenjo” (Dt.29:18).
Jeremías les profetizó: “Les daré de
comer ajenjo y les daré de beber agua envenenada” (Jer.23:15).
Bíblicamente, las aguas amargas, significa que son tóxicas (Éx.15:23; Nú.5:18)
y mucha gente muere a causa de aguas envenenadas con el Ajenjo.
Encuentro muy interesante el hecho de que esta estrella
ardiente tiene nombre propio, Ajenjo,
indicando que tiene personalidad. Jesús describe a los líderes de las iglesias
de Asia Menor como estrellas y, tanto positiva como negativamente, las
estrellas simbolizan altas posiciones, no solamente entre los hombres, sino
también entre los espíritus malignos. En el capítulo 9, versículo 1, también
hay una estrella “con personalidad” que suelta una plaga de demonios sobre la
tierra.
La cuarta trompeta (v.12). Esta última trompeta, que pertenece a la primera
serie de cuatro, reduce la luz de los cuerpos celestiales. No es difícil deducir
que las manifestaciones sobrenaturales de humo y fuego en los tres fenómenos
anteriores, contaminan la atmósfera; el fuego mezclado con sangre (v.7), la
gran montaña ardiendo en llamas (v.8), y la gran estrella, ardiendo como una
antorcha (v.10). Joel profetizó de esos
tiempos: “Haré prodigios en el cielo y
en la tierra: sangre, fuego y columnas de humo. El sol se convertirá en
tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día del Señor, grande y
terrible” (Joel 2:30-31).
La versión Reina Valera 1960 traduce “mensajero”, en el
versículo 13, como ángel, pero casi
todas las demás versiones lo traducen como águila,
debido a que es la palabra griega que se encuentra en casi todos los
manuscritos antiguos del Nuevo Testamento. Si suponemos que el ángel es el ser
viviente que es semejante a un águila, mencionado en los capítulos del 4 al 6,
justificaríamos las dos maneras de traducirlo. Sería uno de los cuatro que no
cesan de decir día y noche: “Santo,
santo, santo”. Sin embargo,
ahora clama a gran voz: “¡Ay, ay, ay!”
Más importante que el mensajero es su mensaje; una sola
palabra, gritada tres veces desde el alto cielo, desde donde caen estos
juicios. Él clama específicamente en
medio del cielo, donde su presencia y voz llama la atención de todos.
Porque el Señor es tres veces santo, Él manda Sus últimos juicios de las
trompetas como tres desastres todavía más severos, castigando así el pecado y la
rebelión del mundo. Un “ay” es
pronunciado por cada uno de los sonidos de las trompetas que pronto caerán
sobre los habitantes de la tierra.
Otra vez cito a Warren Wiersbe: “Es como el mensajero clamando: ‘Si pensáis que lo que ha pasado fue
terrible, ¡sólo esperad, porque viene algo peor!’ La frase ‘los que habitan en
la tierra’ se encuentra doce veces en Apocalipsis. Significa mucho más que ‘la
gente que viven sobre la tierra’… más específicamente, se refiere a una clase
de personas: Los que viven para la tierra y las cosas sobre la tierra. Son
totalmente diferentes a la gente que tiene su ciudadanía en el cielo
(Fil.3:18-21).” En el periodo final de la historia del mundo, el pueblo de
Dios puede estar extremamente feliz por tener ciudadanía celestial.
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