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Lowell Brueckner

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La herencia neotestamentaria

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(Estudio expositivo del libro de Hebreos)

Capítulo 12  (parte 2)

 12.  Por lo cual, levantad las manos caídas y las rodillas paralizadas;

13.  y haced sendas derechas para vuestros pies, para que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado.

14.  Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor.

15.  Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que, brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados;

16.  no sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura.

17.  Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas.

  

Dios prefiere sanar y no remover

 Las palabras, por lo cual, conectan el versículo 12 con el versículo 1, “Corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante. Por lo cual…” Es muy obvio que el Espíritu Santo utiliza a miembros del cuerpo físico para ilustrar la condición de la iglesia… la iglesia hebrea, primeramente, pero también  cualquier iglesia que se encuentre en la misma situación que ella. Has de saber que sigue hablando del maratón que estamos corriendo.

 En el primer versículo, tenemos otra cita del Antiguo Testamento, Isaías 35:3, sobre el que hace años comenté: El escritor de Hebreos nos hace saber que estas promesas naturales pueden aplicarse a la condición espiritual de la iglesia del primer siglo. Al aplicarse de esta manera en el libro de Hebreos, nos deja saber que puede ser un principio para todos los tiempos de la iglesia. La disciplina puede caer pesadamente sobre el espíritu del hombre, pero al final, la intención de Dios es producir sanidad. El ministerio de Isaías no puede ser separado de su carácter. Su nombre es Isaías, ‘Dios es salvación’, y por eso su mensaje habla al corazón ansioso: “Esforzaos, no temáis; he aquí que vuestro Dios viene con retribución, con pago; Dios mismo vendrá, y os salvará” (v.4). Vendrá en la persona de Jesucristo y “los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos se abrirán. Entonces el cojo saltará como un ciervo, y cantará la lengua del mudo” (vs.5-6).”


 Para poder correr bien, los codos tienen que doblarse para que los brazos y manos estén en la posición correcta, las rodillas tienen que estar fuertes y los pies no pueden tambalearse. Es la voluntad de Dios que mientras el cuerpo persevera hacia obtener el premio, cualquier miembro que dificulte el progreso de todo el cuerpo, sea sanado y no removido. Es la buena voluntad del Señor que no se pierda ningún miembro (v:13).

 Seguid la paz, manda el escritor. Una buena pregunta para el día de hoy, después de haber celebrado el 500 aniversario de la Reforma, es si puede haber paz entre calvinistas y arminianos. Yo tengo un pequeño artículo que contiene algunas preguntas hechas al arminiano, John Wesley, por un calvinista, Charles Simeon, entre las que se encuentra la siguiente: “Señor, ¿te consideras una criatura depravada, tan depravada que jamás hubieras pensado en volver a Dios si Él no hubiera puesto el deseo en tu corazón?” A la pregunta Wesley respondió: “Sí, así me considero”. Después de proponer otras preguntas importantes, y concluir que él y Wesley estaban de acuerdo, dijo: “En lugar de discutir términos y frases que pudieran ser un terreno de contención entre nosotros, nos uniremos cariñosamente en las cosas que estamos de acuerdo”. Simeon siguió la paz con Wesley, sabiendo que Wesley estaba muy dispuesto a seguirla también con él.

 Además de seguir la paz, el cristiano debe seguir una santidad práctica, aunque ambas no alcancen la perfección en esta tierra. ¿Cuál es entonces la santidad que se tiene que poseer para poder ver al Señor? Es la santidad inherente en el nuevo corazón… una actitud perfecta de corazón que se recibe al nacer de nuevo (v:14). Juan dice: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Jn.3:2-3).

 Sobre el versículo 15, John Wesley comenta: “Habla de caer en la corrupción, tanto doctrinal como en la vida práctica, lo cual es una raíz de amargura que corrompe a muchos”. Estamos acostumbrados a pensar en la amargura como una actitud de resentimiento, pero según un principio del Antiguo Testamento, no es exactamente así. Por ejemplo, el versículo citado es Deuteronomio 29:18: “No sea que haya entre vosotros varón o mujer, o familia o tribu, cuyo corazón se aparte hoy de Jehová nuestro Dios, para ir a servir a los dioses de esas naciones; no sea que haya en medio de vosotros raíz que produzca hiel y ajenjo”. Moisés define la idolatría como una raíz venenosa.

 No alcanzar la gracia de Dios significa funcionar según el poder y entendimiento humanos, dirigiéndose hacia lo que es temporal e inmediato por falta de apreciar lo que es eterno. Cuando nos habla de Esaú en el Antiguo Testamento, no nos habla de una fornicación literal, sino de tener un corazón con las características de un fornicario (v:16). Un fornicario, literalmente, es aquel que no espera a casarse para experimentar el placer sexual. Esaú se entregó a comer un potaje y, para obtenerlo, vendió los derechos de su primogenitura, los cuales hubiera gozado en el futuro (Gé.25:29-34). Más tarde, aunque quiso la bendición de su padre, no pudo conseguirla.   

 Isaac, por su parte, al enfrentarse con la verdad, dice el relato, que se “estremeció grandemente”. La reacción de Esaú fue la siguiente: “Cuando Esaú oyó las palabras de su padre, clamó con una muy grande y muy amarga exclamación” (Gé.27:32-34). Lo que buscó con lágrimas fue la bendición y no el arrepentimiento (v:17). No hubo oportunidad para el arrepentimiento una vez pronunciada la bendición de Isaac sobre Jacob. La doctrina que algunos maestros intentan presentar en tiempos modernos es un cristianismo de aquí y ahora, pero esta manera de pensar no es compatible con Colosenses 3:1: “Buscad las cosas de arriba”, que son cosas espirituales y eternas. Cambiar las cosas eternas por las temporales acarreará un día un terrible remordimiento, más que el que sufrieron Isaac y Esaú.

 

18.  Porque no os habéis acercado al monte que se podía palpar, y que ardía en fuego, a la oscuridad, a las tinieblas y a la tempestad,

19.  al sonido de la trompeta, y a la voz que hablaba, la cual los que la oyeron rogaron que no se les hablase más,

20.  porque no podían soportar lo que se ordenaba: Si aun una bestia tocare el monte, será apedreada, o pasada con dardo;

21.  y tan terrible era lo que se veía, que Moisés dijo: Estoy espantado y temblando;

22.  sino que os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles,

23.  a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos,

24.  a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel.

 

El monte Sinaí y el monte Sion

 El monte descrito es Sinaí, un monte que se podía palpar. Unos versículos más adelante vemos que, no solo no fue sabio tocarlo, sino fatal… debemos entender que lo que aquí se presenta es una escena que involucra los cinco sentidos. En verdad, todo el libro de Hebreos compara lo que es intocable con lo tocable… por ejemplo, un sacerdocio físico, un tabernáculo visible y, ahora, un monte físico, con lo que es invisible, espiritual y eterno. En el monte Sinaí el pueblo experimentó, físicamente, el fuego, la oscuridad y la tempestad. Al escuchar el sonido de la trompeta y la voz que hablaba (v:19), le fue ordenado no tocar el monte, y si un animal lo tocaba, era apedreado o atravesado por un dardo. 

 El pueblo se sentía abrumado por todo lo que experimentaba, hasta el punto de rogar a Moisés que Dios no les hablara más a ellos, sino que lo hiciera a través de él (v:20). Lo que representaba toda la escena era la temible ley de Dios… los Diez Mandamientos. Era imposible cumplir con lo que descendía del Sinaí, lo cual trajo un temor y temblor extremos (v:21). Hasta el día de hoy, sucede lo mismo con el pecador, a quien se le conduce a la cruz para que pueda participar del evangelio y de lo que es eterno e inconmovible.

 El monte Sinaí es el lugar de origen de la ley divina, pero el Monte Sion, en la Jerusalén de arriba, es la patria del cristiano: “Mas la Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros, es libre”, dice el apóstol Pablo en Gálatas 4:26. Es la ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial. Esta es la ciudad que Abraham vio con los ojos de su corazón, enseñando a Isaac y a Jacob a ser peregrinos y extranjeros sobre esta tierra.

 En el siguiente capítulo, el Espíritu Santo declarará: “No tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir” (He.13:14). Lleva las siguientes palabras de Pablo a tu corazón y conduce tu vida de acuerdo a esta verdad: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Fil.3:20). Aunque este lugar no afecta a ninguno de los cinco sentidos (no lo podemos ver, oír o tocar), la fe lo hace más real al corazón de lo que los sentidos físicos puedan discernir. Es una vergüenza para el cristiano echar raíces en el suelo terrenal, durante los pocos años que pasa en este mundo. 

Vamos a ver de cerca la herencia cristiana. Los comentaristas insisten en que es un ambiente feliz y festivo. La ciudad celestial de Dios es el hogar de una compañía innumerable de ángeles. No creo que los millares, mencionados aquí, ni los que Juan vio en Apocalipsis 5:11, puedan ser contados matemáticamente: “Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los seres vivientes, y de los ancianos; y el número era miríadas de miríadas, y millares de millares” (LBLA).

Están alrededor del trono de Dios y también rodean a los santos: “El ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, y los defiende” (Sal.34:7). Al estar Eliseo y su siervo rodeados por el ejército enemigo, Dios abrió los ojos del siervo para que viera lo invisible: “He aquí que el monte estaba lleno de gente de a caballo, y de carros de fuego alrededor de Eliseo” (2 R.6:17). ¡Créeme que hay suficientes para cualquier situación en que los santos se encuentren! (v:22).

 Nos hemos acercado a la asamblea general e iglesia de los primogénitos (LBLA). Veamos la definición según el diccionario Strong para la asamblea general: Una reunión masiva, es decir, compañerismo universal. Un sinónimo para asamblea es iglesia, según Strong, otra vez: Llamar fuera, es decir, reunión popular, especialmente una congregación religiosa… comunidad cristiana de miembros en la tierra o santos en el cielo, o ambos – congregación, iglesia. No hallo aquí ninguna denominación o nombre por el cual un cristiano pueda ser nombrado. Hemos sido llamados del mundo para pertenecer a este compañerismo universal y comunidad de miembros en la tierra. No hay subdivisiones ni subtítulos, algo que pertenece a los hombres y no forma parte de las intenciones de Dios.

 Los primogénitos tienen que ver con un principio adoptado del Antiguo Testamento, cuando Israel fue llamado fuera de Egipto. Todos los primogénitos de Egipto murieron. Solamente las casas, cuyos dinteles estaban rociados con la sangre de un cordero sacrificado, no podían ser penetradas por el ángel de la muerte. Por eso, el primogénito de cada familia israelita fue salvado y, como resultado de tal salvación, Dios dijo que los primogénitos le pertenecían enteramente a Él. Moisés contó todos los primogénitos de Israel (Nú.3:40,42). Cada miembro de la iglesia ha sido llamado fuera del mundo para ser enteramente consagrado a Dios, y sus certificados de nacimiento están registrados en el cielo. Santiago 1:18 dice: “Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas”.

 Nos hemos acercado a Dios, el Juez justo de todos, el que hace una gran diferencia entre los justos y los injustos. Abraham sabía acerca de Su justo juicio y dijo: “El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?” (Gé.18:25). En Salmos 1, el justo será como un árbol plantado junto a las aguas, y los malos como el tamo arrebatado por el viento. En el mismo momento en el que un ser humano muere, el Juez justo pronuncia la sentencia y le designa su destino; o el paraíso o las llamas del infierno, como hemos aprendido en el capítulo 9:27: “De la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio”.

 Hemos aprendido, según Strong, la definición de la iglesia, constituida por miembros, tanto de la tierra como del cielo. El cuerpo de creyentes no es solamente universal, sino que en él también están incluidos los santos de todas las edades. El versículo 23 los describe como los espíritus de los justos hechos perfectos, los cuales son un mismo cuerpo junto a los santos que están en la tierra. Estos pertenecen, particularmente, a la iglesia triunfante, que ya ha entrado en la gloria del cielo. Aunque conocemos a algunos que ya se han adelantado a la presencia de Dios, debemos estudiar la historia de la iglesia para saber más acerca de otros, los cuales han preparado el camino para nosotros.

 Estamos en el Nuevo Pacto con Jesús como Mediador, que está a la diestra del Padre, intercediendo como el Sumo Sacerdote. La idea de rociar sangre viene, por supuesto, del Antiguo Testamento. La sangre de los animales sacrificados fue rociada sobre todo lo que tenía que ver con el pueblo de Dios y su servicio. Bajo el Nuevo Testamento, cada creyente es rociado con la sangre del Cordero, y el hecho es significante. Es un recuerdo continuo del sacrificio de Cristo. Nada puede tocar al santo rociado con la sangre de Cristo. Por Su  sangre, el Padre nos acepta y tenemos acceso a Su presencia. Es la señal de que no estamos allí solos, sino que estamos en Cristo, “el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención” (1 Co.1:30).

 La sangre de Abel clamó a Dios desde la tierra para hacer venganza, y sonó con tal fuerza en los oídos de Dios, que no pudo ignorarla. “La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra”, dijo a Caín (Gé.4:10). La sangre de Cristo clama por el perdón: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc.23:34). Clama por la redención, la reconciliación, la propiciación y la justificación, y no puede ser ignorada (v:24).

 

25.  Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde los cielos.

26.  La voz del cual conmovió entonces la tierra, pero ahora ha prometido, diciendo: Aún una vez, y conmoveré no solamente la tierra, sino también el cielo.

27.  Y esta frase: Aún una vez, indica la remoción de las cosas movibles, como cosas hechas, para que queden las inconmovibles.

28.  Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia;

29.  porque nuestro Dios es fuego consumidor.

 

Una remoción final

 El Nuevo Pacto que hemos estudiado, no sólo habla de una salvación grandiosa y cosas mejores que las del Antiguo Pacto, sino también de consecuencias más severas para los que rehúsan escuchar. El Antiguo Pacto apareció visiblemente, como hemos aprendido, pero el Nuevo Pacto viene a nosotros desde el cielo y habla de las cosas invisibles, espirituales y eternas (v:25).

 El monte Sinaí se estremecía cuando la presencia de Dios bajaba y Él hablaba: “Todo el monte Sinaí humeaba, porque Jehová había descendido sobre él en fuego; y el humo subía como el humo de un horno, y todo el monte se estremecía en gran manera” (Éx.19:18).  La profecía que tenemos delante ahora (v:26), viene a nosotros desde más de un lugar en el Antiguo Testamento. Está en Isaías 13:13, Joel 3:16 y Hageo 2:6-7.

 El escritor los cita aquí, hablando de una terrible remoción del cielo y la tierra. El mismo evangelio, al obedecerlo, trae salvación eterna, pero al rehusarlo, trae maldición eterna, y nada de lo que pasó desde el monte Sinaí es comparable (v:26). Es superior a todos los tipos y sombras del Antiguo Testamento. Apocalipsis 6:15-16 lo describe: “Los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero”.

 El inspirado escritor enfatiza, aún una vez, lo que indica una destrucción total, de modo que otra no será necesaria. Será una vez y para siempre… completa devastación. Su propósito será remover todo lo que sea movible. Como antes de la fundación de la tierra, las cosas espirituales, las que crearon las cosas materiales, prevalecerán. Creo que esta obra de juicio ya ha empezado y el estremecimiento no tardará mucho en acontecer.

 Esto atemoriza a los gobiernos de esta tierra, pero trae consuelo a los que han edificado sobre el fundamento firme de Dios y Su Mesías. Este fundamento no es movible (v:27). Mantengamos la gracia (BTX), porque es la gracia la que nos hace apreciar la maravilla de todo a lo que nos hemos acercado. Sólo por la gracia de Dios podemos ver lo que es invisible y observar las realidades futuras. Solamente por la gracia podemos ofrecer a Dios un servicio aceptable, porque tal capacidad no la hallaremos en lo que es humano o sintético. La gracia de Dios provee la motivación de temor y reverencia. La enseñanza del Espíritu Santo es esencial para poder entender estos dos atributos. La comprensión humana traerá una aversión y un rechazo, pero por la obra experta del Espíritu, traerá salud, y proveerá un ambiente agradable para servir mejor a Dios (v:28). 

Cuando Elías desafió al pueblo sobre el monte Carmelo, propuso que el Dios que respondiera con fuego debía ser reconocido como el Dios verdadero. El pueblo entendió que era una prueba legítima y así fue (1 R.18:21-24). Muchas veces Dios se ha manifestado a través del fuego. El fuego cayó sobre el altar de David en la era de Ornán. Se apareció a Moisés en una zarza que ardía y el fuego cayó del cielo dos veces sobre los sacrificios… una vez fue delante del tabernáculo en el desierto y otra vez frente al templo de Salomón. Dios dio el mandamiento de que el fuego del cielo nunca debía ser apagado, sino mantenido día y noche sobre el altar de bronce. 

 

 Juan el Bautista proclamó que Cristo bautizaría en el Espíritu Santo y fuego (Mt.3:11). En el día de Pentecostés, apareció en llamas de fuego. Nada resiste al fuego; consume todo lo que toca. El fuego celestial transformó y dio poder a los discípulos. En Méjico, donde vivíamos, la gente incendiaba el campo una vez al año. No hacían falta pesticidas en esa región; todos los insectos eran exterminados por el fuego. El efecto era intenso sobre el territorio. Al sobrevolar el terreno, debías ascender a más de 11.000 pies de altura para poder mantener la visibilidad. Un día, Jesús volverá “en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo” (2 Tes.1:8). Los cielos y la tierra que existen ahora serán destruidos un día por llamas de fuego (2 P.3:10). Fíjate en este atributo del Señor: Nuestro Dios es fuego consumidor.

 

 


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