Una alegoría... quinta parte
LLENAD LA
TIERRA – AMAD AL INDIVIDUO
…El paisaje
mejoraba mientras caminábamos y charlábamos; la vegetación volvía a aparecer y
oíamos el torrente de un Río. Pronto llegamos a su ribera. Ahora era fácil ver
el sendero, aunque en realidad nos dimos cuenta que nunca lo habíamos
abandonado, aún cuando habíamos sido dirigidos en distintas direcciones por el
desierto. No fue menos real que la carretera que toman las aves al emigrar al
sur cuando se acerca el tiempo frío, o al dirigirse al norte, cuando el clima
es ideal para anidar. Ellas son guiadas por una mano invisible y nunca se
pierden. Si reconocemos el propósito del Rey y no nos apoyamos en nuestra
propia prudencia, aún cuando no lo veamos, Él enderezará nuestra vereda hacia
nuestro destino.
Por primera vez, el
Río nos llevó a las afueras de una ciudad gigante. Se llamaba “Tinieblas”. Estuvimos
mirándola desde una colina, y observamos grandes muchedumbres de gente llenando
las calles y aceras. Esa mañana leímos juntos acerca de la comisión que el Rey había
dado, y nos acordamos de la cuota que teníamos que pagar. Nuestros corazones se
unieron con el del Rey. Su nombre y atributos tenían que ser proclamados entre
todos los pueblos que han sido engañados por Su enemigo. Es imperativo que
tengan la oportunidad de escapar de su gobierno cruel.
Entramos en el
barrio más cercano, y en la plaza pública que creímos más conveniente, llamada “Plaza
de la Ignorancia ”,
declaramos que todo hombre tiene que arrepentirse de sus caminos malvados y
someterse al verdadero Rey. Vimos que cada uno estaba encadenado, y que las
cadenas conducían a distintos lugares. Unas guiaban hasta los callejones donde
circulaban prostitutas, travestís y traficantes de drogas. Otras conducían a
las oficinas y centros de negocios. Algunas incluso entraban en las iglesias.
Parecía que muchos de los que tenían las cadenas más largas, ni se daban cuenta
que estaban encadenados; otros tenían cadenas muy cortas y luchaban con ellas.
No eran pocos los que, mientras hablábamos, se acercaban todo lo que sus cadenas
les permitían. Nos preguntaron cómo podían ser libres y establecer contacto con
el Rey.
Decidimos tomar el
tiempo necesario con la intención de ayudarles. Estuvimos muchos días allí y
vimos muchas cadenas romperse. La gente agradecida se volvía al Rey para darle
las gracias y servirle. Fue nada menos que milagroso. En ese barrio el mensaje
del Rey dejó una profunda impresión, y muchos estaban muy agradecidos también
con nosotros. Nos ofrecieron habitaciones muy cómodas y buenos alimentos. Tengo
que confesar que empezamos a deleitarnos demasiado.
Afortunadamente
nuestro sueño fue interrumpido por una muchedumbre de ciudadanos airados,
dirigidos por los gobernantes de la ciudad, que entraron bruscamente en la casa
donde estábamos hospedados y nos echaron fuera. Nos esparcimos en todas
direcciones, pero nos siguieron hasta que estuvimos fuera de los límites de la
ciudad.
En mi tienda esa
noche, después del alboroto, estuve pensando en los barrios de la ciudad y en
las miles de personas no alcanzadas con las Buenas Nuevas. Mientras estaba
perdido en mis pensamientos, de repente la tienda fue sacudida. Oí un golpe y
un gemido. Rápidamente salí y vi que, en
las tinieblas, un joven de quizá 14 años había chocado con su bicicleta contra
una de las estacas de la tienda, sufriendo una terrible caída. Le invité
adentro e intenté curar sus heridas usando un botiquín.
Dijo que él
repartía periódicos a cientos de clientes
y que se le había hecho tarde para
alcanzar a los que vivían justo a las afueras. Le hablé del Rey mientras
desinfectaba sus heridas y le vendaba. Demostró un interés extraordinario, como
si siempre hubiese esperado escuchar tales cosas, y cuando se fue, prometió
volver. Cumplió y cada día me visitaba durante horas. Después de algunas
semanas me dijo que estaba envolviendo la literatura del Rey con los
periódicos, y que tenía oportunidad de hablar con mucha gente. Había ganado
otros colegas para el Rey y ellos estaban haciendo lo mismo en varios barrios
de la ciudad…
Era una historia
verdadera, y tenía que ver con una pareja que hacía muchos años quiso llevar el
mensaje del Rey al Continente Oscuro. Ellos querían alcanzar a gente que aún no
había escuchado Sus noticias. Entonces caminaron junto al Río y éste les guió a
una aldea. Como el jefe de ésta sabía que el
dragón se enfadaría si permitía entrar a los mensajeros del Rey, el marido
decidió construir una choza de lodo a un kilómetro, en la ladera de arriba de
la aldea.
Esperaron mucho
tiempo, y su único contacto con la gente nativa fue un niño que venía dos veces
a la semana para venderles comestibles. La señora le habló del Rey, y un día le
ayudó a relacionarse con Él. Este acontecimiento fue lo único que les animó
durante todo el tiempo que estuvieron allí.
Muchos meses después, la señora se
quedó embarazada y contrajo una fiebre. Después de 17 días de nacer la
criatura, aquella mujer tan debilitada, murió. La niña sobrevivió. El marido se
lleno de amargura y rencor en contra del Rey, no sólo por la muerte de su
mujer, sino porque el supremo sacrificio de ella y la entrega de los dos, no
habían dado ningún fruto. En ese tiempo abandonó el Continente Oscuro y se
convirtió en un borracho. La pequeña niña fue criada por otra pareja, también
mensajeros del Rey, y se convirtió en
una firme seguidora Suya.
Cuando se hizo mayor, y ya casada,
leyó un artículo que llegó a sus manos sobre
el Continente donde ella había nacido. Tenía que ver con la muerte de una
embajadora del Rey. Mostraba una foto de un sepulcro, adornado únicamente con
una sencilla cruz blanca de madera. Trataba de una mujer que había muerto días
después de dar a luz, y de un niño que había recibido al Rey en su vida por
medio de ella. Cuando este niño creció y se hizo un hombre, persuadió al jefe
de la aldea para que le permitiera construir una escuela, y así poder enseñar a
los niños de aquel lugar. Se dedicó a hablarles acerca del Rey, y ellos llegaron
a ser Sus seguidores también. Estos ganaron a sus padres, quienes a su vez ganaron
a muchas otras personas de la aldea para Él. A fin de cuentas, el profesor fue
muy utilizado por el Rey, convirtiéndose en uno de Sus grandes líderes en el
Continente Oscuro.
La hija de los embajadores, después
de haber leído aquel artículo, fue a buscar a su padre biológico y lo encontró
en un estado de embriaguez. Le contó la historia, demostrándole que el esfuerzo
de ambos y la muerte de su madre no habían
sido en vano, sino que había llevado mucho fruto. Antes de morir, el padre
volvió arrepentido al Rey, y en los últimos días de su vida le amó más que
nunca.
Otra persona de las que estaba alrededor
de la fogata, sacó un artículo con otra historia verídica que quiso compartir.
Trataba de un hombre en otro continente que, al estar tan agradecido por la
maravillosa transformación ocurrida en su vida, había prometido a Su Majestad
que intentaría compartir cada día Su mensaje con algunas personas. Lo hizo
durante cuarenta años. Cuando era un anciano, sólo podía ir a una calle cerca
de su pobre piso a repartir folletos a las personas que circulaban por ella,
pero nunca vio resultados.
Al final, cuando ya estaba
demasiado débil como para salir, un hombre que viajaba por todo el mundo fue a
visitarle a su piso. Le dijo que había encontrado por todo el planeta personas
que se habían convertido al Rey, después de haber recibido un folleto suyo en
la calle, y que a través de sus vidas y obras, miles de personas más pudieron
tener un encuentro personal con Su Majestad.
En estos dos casos vimos que individuos, sin
un gran plan o programa, sin tecnología o equipaje, y sin una gran organización
apoyándoles, pudieron funcionar. Sencillamente compartían las Buenas Nuevas, y
el Río las hizo llegar a las multitudes de la tierra…
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