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Lowell Brueckner

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Una alegoría... primera parte

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En el libro, “Dios hizo el campo”, escribí una alegoría para encabezar cada tema de los que intenté desarrollar. El sueño con el que empecé el libro es uno que tuve hace muchos años. La interpretación se encuentra entrelazada con el sueño.

Lo que tengo colgado aquí es el sueño y la alegoría que corresponde con los primeros dos capítulos. Pienso de seguir con unos ocho episodios más, hasta terminar con toda la alegoría. Espero que os guste.  

YO SOÑÉ...

…Una noche, hace muchos años, soñé que estaba en un largo salón, angosto y nada adornado. Estaba repleto de gente, una gran asamblea, la congregación de los primogénitos, que habían sido llamados fuera del mundo y apartados para el Rey. La razón por la que no estaba adornado era porque la gente que lo edificó hace mucho tiempo, no buscaba las exquisiteces de la vida en el mundo, sino lo que era práctico y útil para adelantar los negocios del Rey. Era angosto porque la verdad, en la cual yo había entrado, no permite amplias opiniones o un estilo de vida liberal. 

Estaba sentado cerca de la pared trasera del edificio, cuando me fijé en un reloj que había allí colgado. El tiempo designado para la reunión había pasado; estábamos retrasados para cumplir el plan del Rey. Justo entonces, empezó a notarse un poco de movimiento cerca de la puerta trasera, la cual se abrió y varios hombres entraron por ella. Aunque sólo pude reconocer a uno de ellos, un anciano mandatario, entendí que estos hombres eran los embajadores de los asuntos del Rey en todo el mundo. El caballero anciano había pasado la mayoría de su vida en el Continente Oscuro. Llevaba una silla plegable, ya que era extranjero y peregrino en esta tierra y, por supuesto, no podía asentarse en cualquier situación permanente.

Caminó hacia el frente, hasta menos de la mitad del pasillo, abrió su silla y, sentándose en ella, empezó a hablarnos a los que estábamos en los últimos asientos. Entonces entendí que en las primeras filas, la congregación incluía los espíritus de los justos hechos perfectos. Ellos no tenían que poner atención al discurso que nosotros, los imperfectos, íbamos a recibir, porque ellos estaban atendiendo cosas más altas. 

La mayoría de los que debían estar escuchando no estaba prestando mucha atención, especialmente un grupo que estaba tras los últimos asientos, de pie, deambulando y hablando unos con otros. Pensé que posiblemente se trataba de aquellos, acerca de los cuales había leído que no sufrirían la sana doctrina y apartarían el oído de la verdad. El anciano pronto se puso en pie, y dirigiéndose hacia la plataforma, al frente, pidió que una cinta de video  fuese rebobinada.

La película tenía que ver con la comisión que el Rey, antes de irse a un país lejano, nos había confiado a todos. En la primera escena que apareció sobre una pantalla en la pared delantera, se podía ver a un grupo de gente vestida con togas blancas, al estilo tradicional de los nativos del Continente Oscuro. Uno de ellos se puso en pie, vino al frente, y dirigiéndose a la cámara pronunció cinco palabras: “Este es un pueblo santo”. Sí, el Rey había enviado a Sus representantes por todo el mundo con un mensaje de buenas nuevas que, si la gente lo creía, viviría para siempre. Sin embargo, los mensajeros debían asegurarse que los creyentes llegaran a ser verdaderos seguidores del Rey; separados de todo lo que no le agrada y haciendo todo lo que Él había mandado, para que fuesen dignos de Su nombre. Esta fue la intención original.

Después, una segunda escena ilustraba el mensaje central y la parte más importante de la presentación. Había una casa con un recinto largo y angosto (semejante a las dimensiones del salón en el cual nos encontrábamos), rodeado de muros. Aunque era un hogar, también servía como base de operaciones para los negocios del Rey. Los muros la protegían de robos, contaminación, y de todo lo que pudiera destruirla. Dentro, sólo debía existir lo que agradaba a Su Majestad. A lo largo del recinto fluía una corriente de agua que desaparecía debajo del portón del patio, saliendo hacia el mundo. Oí describir la corriente, enfatizando que era “pura y limpia”; de cierto, nada podría describirla mejor. El agua era como el cristal, tan clara que, si no se estuviera moviendo, sería invisible. Para no ensuciarse, no fluía sobre la tierra, sino sobre un canal que parecía de porcelana.   

El embajador continuó hablando acerca de la necesidad de tener un lugar como este, con esta corriente, para que el mensaje de las buenas nuevas, que tenía que ser llevado a toda la gente del mundo, fuese correctamente presentado. No parecía ser un río grande, pero, según yo entendía, tenía un gran poder escondido en sí mismo. 

El orador mencionó otras actividades actuales. Llegó a hablar de algo que, según mi impresión, no quería decir; pero para ser un reportero fiel, tenía que dar la historia completa. Tenía que ver con la obra que se realizaba en una “caseta de sudor” nativa. Por mi trasfondo como hijo de un representante de Su Majestad entre la gente nativa de nuestro continente, yo sabía que una “caseta de sudor” era un lugar dedicado a servir al rey enemigo, llamado el dragón. Su pueblo esperaba librarse de las enfermedades cuando el sudor saliera por los poros de sus cuerpos. Sin embargo, los que pretendían servir a nuestro Rey, decían que esta actividad la estaban haciendo para honrarle a Él.  “Debemos hablar más de estas cosas hoy en día”, dijo el anciano. Estaba claro que él, siendo un hombre de gran experiencia, no estaba a favor de estas cosas. Aparentemente, otros elementos e influencias habían entrado para mezclar el servicio al Rey con el servicio prestado a un rey extraño y malvado.

El embajador, volviendo al tema del patio y la corriente, enfatizó: “¡Esta es la necesidad! Si tuviéramos esta corriente, este desastre no hubiera acontecido”. Describió una masacre terrible, en la cual mataron a muchos de los que estaban al servicio del Rey. De hecho, sólo un representante pudo escapar. La razón por la que pudo hacerlo, fue porque se puso una máscara horriblemente fea. Al verla, la multitud asesina de nativos supersticiosos le dejaron vivir.

Estos representantes no sabían moverse en la corriente pura. Confiaron en sus propias tácticas y fuerzas, por lo que la gigantesca multitud enemiga pudo desafiarles y atacarles. En realidad, ellos habían sido los que habían cruzado al territorio enemigo, poniéndose por ello en peligro. Si hubieran sabido seguir la corriente, aquella  malvada muchedumbre no la hubiese podido atravesar. 

La escena cambió otra vez, y ahora varios de nosotros nos encontrábamos dentro de la casa que estaba en el recinto. Dentro había una mujer sentada, llorando convulsivamente. Había perdido a todos sus compañeros y a su familia en la masacre. Las familias, especialmente, habían sido víctimas de la transigencia, por haber usado la propiedad del enemigo. La mujer era la persona que había logrado escapar confiando en la máscara del dragón para conseguir auxilio. Ella describía la masacre como si la estuviera viviendo de nuevo, levantando la voz terriblemente emocionada. De alguna manera, en mi sueño, yo esperaba que reprendiera con autoridad, en el nombre del Rey, al poder enemigo que había invadido y destruido su vida. Pero en lugar de esto, sencillamente clamó en lenguaje nativo: “¡Quítate, quítate!”

Estaba quebrantada por su pérdida. Después, agachó la cabeza, y con su voz, en un tono más bajo ahora, empezó a decir: “Si solamente…..”, y volvió a llorar. Yo sabía que se estaba refiriendo a que lo que le hacía falta era la corriente pura. Reconoció tarde su falta de vivir en aquellas aguas, y el haber huido de la situación de una manera cuestionable no le servía de consuelo. Revivió esta situación, imagino, el resto de su vida. Es espantoso caer en las manos de un Rey bueno, pero celoso por Su pueblo, al  cual juzgará por haber transgredido Su gloria y poder.

Finalmente, el misionero veterano se bajó de la plataforma, pero la reunión continuó. Yo estaba con un amigo en el vestíbulo del salón. Los dos estábamos desesperados. El Rey, quien había patrocinado la película, estaba demandando una cuota. Yo me había dado cuenta, claramente, que esa gente indiferente y despreocupada que estaba conmigo en el salón, jamás recaudaría los fondos, y ni siquiera lo intentaría. Nosotros dos tampoco teníamos con qué pagarla, ni sabíamos de un lugar en la tierra donde poder conseguirla. La cuota era necesaria para que las buenas nuevas del Rey fuesen entregadas a los pueblos en toda la tierra, por medio de la corriente pura. (Creo que nuestra desesperación tendría que convertirse en una petición firmada por parte de toda la gente seria del Rey que pudiéramos encontrar. Así pediríamos unánimes el auxilio a una ciudad de arriba, hermosa y rica, que es la fuente de la corriente). Mi amigo dijo: “¡De alguna manera tenemos que pagar la cuota!”, y me desperté.



Capítulo 1

DIOS HIZO EL CAMPO

Han pasado ya algunos años desde la reunión en aquel salón. He oído que el anciano embajador en el Continente Oscuro ha muerto. También murió mi buen amigo, el que compartía conmigo la misma exigencia y pasión de pagar la cuota demandada por el Rey. Una persona que estaba con él, cuando ya no podía levantarse de la cama, le preguntó: “Si pudieras hacer una cosa más, ¿qué harías?” Mi amigo contestó: “El único anhelo que me resta es poder cruzar al sur de la frontera, y subir a una montaña una vez más, llevando las buenas nuevas del Rey a algunas personas que no las han escuchado”.

Han desaparecido los fieles de entre los hijos de los hombres. La cuota no ha sido pagada todavía, por lo que un día decidí dejar todo atrás para ver si podía encontrar a algunas personas que estuviesen pensando seriamente en cumplir con la comisión de Su Majestad. Debería ser gente que supiese el valor de la corriente pura, movida por el Espíritu del Rey. Podríamos tomarnos de las manos y caminar juntos, siguiendo la Corriente, dando nuestras vidas para satisfacer los anhelos del corazón del Rey. Tendría que buscarles.

Pensaba que sería más fácil hallarles si anduviese por el campo, fuera de la ciudad. En la ciudad muchos profesaban amar al Rey, sin embargo, en la práctica, tenían otras motivaciones y actividades que, con prioridad, demandaban su atención. Vivían una vida artificial en ese mundo de grandes edificios, asfalto y cables eléctricos. Parecían estar muy enamorados de las diversiones que se les ofrecían en cada esquina, y todos corrían en esa carrera hacia el dinero y un trabajo esclavizante, intentando alcanzar metas muy corrientes.

El Rey intentaba vivir entre la gente de la ciudad, pero ellos en realidad no querían. Él siempre pasaba las noches fuera; a veces en un monte, bajo las estrellas, y otras veces en hogares de la gente del campo. Fue juzgado, vituperado y azotado dentro de la ciudad. Luego fue empujado fuera y,  sobre una pequeña colina, fue ejecutado; Sus pies y manos fueron clavados a una cruz romana.

Cuando intentaba dar Su mensaje a la gente de la ciudad, observé que no tenían tiempo para escuchar o se burlaban de ello. Algunos se enfadaban, e incluso, hubo tiempos en los que mi vida corrió peligro. Además, los que pretendían ser del pueblo del Rey, no quisieron escuchar nada referente a Su cuota, ya que tenían otros muchos gastos.

Entonces me puse a caminar por una vereda llamada el “Camino de Fe”, que está en el campo. Me parecía que mi Rey estaría contento con la hermosura natural que observaba. A Él le encantaba el canto de los pájaros, los brillantes colores verdes y azules de la naturaleza, y la suave brisa del aire fresco. Seguramente aquí no pasaría mucho tiempo antes de que pudiera encontrar a otras personas que amasen el mismo ambiente que el Rey amaba, y  quisieran agradarle…



Capítulo 2

UN LUGAR LLAMADO “EL CIELO”


…Todo el pueblo del Rey tiene su ciudadanía en un lugar llamado la Nueva Jerusalén, y aunque sus características físicas son semejantes a las de los ciudadanos de este mundo, su constitución interior es totalmente diferente. Durante siglos, ciertos genes llamados “factores adámicos”, han sido cultivados en gente que tiene su origen en la tierra, y estos genes son dominantes. También estos factores se encuentran en los ciudadanos de la Nueva Jerusalén, pero en su caso, no son dominantes, ya que ellos tienen otras características que no poseen los ciudadanos terrestres. Una de ellas es una fuente de agua espiritual que brota para vida eterna.

Me adentré en un bosque, y poniendo toda mi atención en las maravillas creadas que me rodeaban, empecé a ser consciente de esa fuente interior que lavaba toda mi ansiedad y congoja, hasta que la paz llenaba mi ser y mi alma empezaba a adorar. Sin embargo, mientras caminaba, me preocupaba saber si estaba cerca o no de la Corriente del Rey. A la vez que iba pensando en esto, vi un hueco entre dos árboles, y muy cerca, a mano derecha, una Corriente que fluía paralela a la vereda.

Fui a la ribera y me senté encima de una gran roca. Muy alto, en el cielo, observé un halcón que daba vueltas, y me hizo pensar cómo el hombre intenta imitar su don innato de volar. Calculaba los gastos generados en construir un avión, en el tiempo invertido en aprender a pilotarlo, y en los reglamentos sin fin para controlar el tráfico aéreo. Pero el ave que sobrevolaba encima de mí, no necesitaba entrenamiento ninguno, sino que se alzaba en las corrientes de aire, sin tener que abrir un libro para estudiar la meteorología. Tampoco tenía que informar a ninguna torre de control. Planeaba con una libertad perfecta, por puro placer, sin mover ni una pluma.

A mis pies tenía una pequeña planta que, por casualidad, toqué con el lado de mi zapato. Esto provocó una reacción instantánea en ella, y se cerró. Si en vez de mi zapato, hubiera sido un insecto lo que la hubiera provocado, hubiese quedado atrapado y devorado. En el interior de esta pequeña vegetación viviente, existían todas las características y señales que el hombre ha intentado imitar con madera y metal para construir una trampa. Los medios de la creación son superiores a la tecnología del hombre. Las maravillas a mi alrededor no tenían fin, y uno podría gastar toda la vida estudiándolas. Por cierto, algunos sí dedican su vida a hacerlo.

Relajado por la Corriente, saqué de mi mochila el Manual del Rey, que siempre tenía conmigo, y lo abrí. Leer sus palabras a la vez que uno escucha el murmullo de la Corriente, puede provocar una experiencia fuera de este mundo. Durante un rato leí acerca de los patriarcas; tres generaciones que vivían en tiendas, porque buscaban una ciudad eterna, no hecha con manos. Entonces pasé las páginas hasta casi el final del libro y seguí leyéndolo. De repente, el libro tomó forma de una puerta abierta, y  una voz me decía: “Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de éstas”.

Entonces vi lo que todo el pueblo del Rey tiene que ver para no olvidarse de donde viene su ciudadanía, y para no enredarse en los negocios de la vida. Vi una ciudad que resultaba imposible de creer; su construcción era totalmente diferente e incomparablemente superior a cualquier cosa que el hombre haya podido hacer sobre este planeta. Estaba llena de vida y poseía una hermosura indescriptible. La visión creó una impresión en mi alma que nunca será removida, y de ahí, bajó a mi corazón…


















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