Buscando el Espíritu del Reino, capítulo cinco
CAPÍTULO 5
EL ESPÍRITU DE VERDAD
EL AUTOR DE LAS ESCRITURAS
Tomado de este libro |
Cuando el escritor de la epístola a los Hebreos cita alguna porción de las escrituras, no se la atribuye a un profeta ni al salmista u otro personaje humano, sino al Espíritu Santo directamente. Por ejemplo, refiriéndose al Salmo 95:7-8 dice: “Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones” (He. 3:7-8).
En Hebreos 9:8, nos da a entender que es el Espíritu Santo quien está enseñando acerca del Lugar Santísimo, mencionando que solamente el sumo sacerdote podía entrar allí, y solamente una vez al año: “Dando el Espíritu Santo a entender con esto que aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo”.
Ahora, por tercera vez, en Hebreos 10:15-17 cita Jeremías 31:33, atribuyéndole directamente al Espíritu Santo lo que había sido escrito en el Antiguo Testamento: “Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo; porque después de haber dicho: Este es el pacto que haré con ellos después de aquellos días, dice, el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré, añade: Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones”. Obviamente, el Espíritu Santo sigue enseñándonos del Antiguo Testamento. “Las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Ro. 15:4). Los acontecimientos del Antiguo Testamento también son medios usados por el Espíritu Santo para enseñarnos: “Estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos” (1 Co. 10:11).
No es difícil comprobar que el Antiguo Testamento fue más bien escrito para las generaciones bajo el Nuevo Testamento que para las del Antiguo. Por ejemplo, Abraham sólo tuvo a su alcance la historia de la creación, del diluvio y otros detalles, escritos ahora en once capítulos del libro de Génesis. David nunca leyó los libros de los profetas mayores ni menores. Isaías nunca leyó acerca del retorno de los hijos de Israel a su tierra y de la reedificación de los muros y el templo en Jerusalén. El Antiguo Testamento completo lo tenemos a nuestra disposición desde sólo 400 años antes de Cristo. Muchas de las profecías y simbolismo dados en las Escrituras antiguas sólo tuvieron verdadero significado cuando vino Jesús.
La Biblia es una obra única y segura, sin error alguno, dada por Dios desde Su trono en el cielo. “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Ti. 2:16). Dios no quiso darnos su palabra verbalmente, ya que de esa manera los hombres hubieran podido errar al intentar transmitirla de una persona a otra. Por eso fue grabada en letra, con el fin de que fuera preservada fielmente para siempre. Nada de esto se originó en el corazón del hombre, quien ha sido solamente un canal por medio del cual ha fluido esta palabra.
Dios la ha guardado sumamente pura para que nada extraño, de parte de hombres o demonios, entrara en ella, y nos advierte que nada debe ser añadido ni quitado: “No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella, para que guardéis los mandamientos de Jehová vuestro Dios que yo os ordene” (Dt. 4:2; 12:32). En la sabiduría de Dios, nos advierte Agur: “Toda palabra de Dios es limpia... No añadas a sus palabras, para que no te reprenda” (Pr. 30:5-6). Al llegar al final de la revelación divina, para concluir así Su libro tan único y especial, Dios hace una fuerte advertencia: “Yo testifico a todo aquel que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguno añadiere a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro. Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad y de las cosas que están escritas en este libro” (Ap. 22:18-19).
Sin embargo, algunos hombres perversos lo han hecho, exaltando sus propias palabras al mismo nivel que la Biblia, engañando así a millones de seguidores. El Libro del Mormón, escrito por Joseph Smith, el fundador de La Iglesia de los Santos de los Últimos Días, es un buen ejemplo de esto. También, muchos otros, con el propósito de alcanzar sus propios fines, se han atrevido a interpretar la Biblia a su manera. Pero el Espíritu Santo, que conoce de antemano estos intentos, nos advierte por medio de Pedro: “Entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 P. 1:20-21).
Pablo puso también mucha atención en esto, para que la enseñanza cristiana en la siguiente generación no fuese puesta en manos de maestros inexpertos: “Es necesario que el obispo (el que vigila sobre la iglesia) sea... apto para enseñar... no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo” (1 Ti. 3:2,6). Timoteo, a quien Pablo escribió, era joven, pero había tenido mucho contacto con las escrituras desde pequeño, ya que su abuela y madre eran cristianas. Así que: “Desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús” (2 Ti. 3:15). Además, Pablo le instruye para que no descuide su ministerio, sino que permanezca fiel en la enseñanza y aproveche de lo que Dios ha provisto: “Ocúpate en la lectura” (1 Ti. 4:13).
NUESTRO MAESTRO
En el estudio hecho sobre la epístola a los gálatas, más que nada, nos dedicamos a ver los obstáculos que pueden estorbarnos, ya que nuestra intención es andar en el Espíritu, y estuvimos viendo enemigos con los que podemos encontrarnos en este camino. Ahora, empezando en serio una búsqueda hacia la persona y la obra del Espíritu Santo, primeramente enfatizaremos un atributo primordial –la verdad. Por lo tanto, este tercer tomo de Buscad el Reino de Dios está vitalmente conectado con el segundo. Es imposible buscar la verdad del Reino sin estar guiado por el Espíritu del Reino. El que inspiró a algunos hombres para escribir la Palabra, tiene que inspirar nuestros corazones para que podamos entenderla y saber lo que Él tenía en mente cuando nos la dio en el principio.
He observado muchas veces que cuando un maestro enseña sobre el Espíritu Santo va directamente al libro de los Hechos. En este libro, como en ningún otro de la Biblia, se demuestran las obras del Espíritu, por lo que el oyente quedará perfectamente informado de los magníficos hechos que Él puede hacer. Sin embargo, si sólo se queda con esta parte no va a ser instruido en los fundamentos sobre los que estas obras del Espíritu tienen que ser edificados. En gran parte, no sabrá el porqué, es decir, el propósito tras los hechos.
En la noche de la Pascua, cuando fue entregado a los judíos para ser juzgado, Jesús dio a Sus discípulos una enseñanza amplia sobre el Espíritu; tema que abarca los capítulos del 14 al 16, ambos incluidos, del Evangelio de Juan. En esta enseñanza le llama el Espíritu de Verdad: “Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir (14:16-17)... Cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí (15:26)... Cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad...” (16:13).
El Espíritu Santo es un Maestro y Su materia es la verdad. Su libro de texto es la Biblia, de la cual Él es el autor. “Tu palabra es la verdad” (Jn. 17:17). Hemos comentado anteriormente que cuando una persona se preocupa de la verdad, esta verdad es la que le conduce a Cristo. Por esta razón, muchas veces, como primer paso, el Espíritu impulsa a la persona a leer la Biblia, antes de que se convenza del evangelio o sepa cómo recibir a Cristo en su vida. Jesús dijo a los judíos que por escudriñar las Escrituras ellos podrían ser conducidos a Su persona para recibir la vida eterna: “Ellas son las que dan testimonio de mí; y no queréis venir a mí para que tengáis vida” (Jn. 5:39-40).
El Espíritu de Dios obra a favor de y por medio de la verdad plena. No hace nada que sea dudoso o engañoso, y podemos estar seguros de que cualquier otro método o manera que exagere o mienta en lo más mínimo, no procede de Él. Ya que estamos buscando cómo funcionar en el Reino de Dios y cómo andar en el Espíritu, debemos saber que una de las características primordiales de un ambiente lleno del Espíritu del Reino es que sea un ambiente de honestidad absoluta.
Es imposible funcionar y aprender las verdades del Reino sin el Espíritu, por eso Cristo garantizó a Sus discípulos que no iba a dejarles solos en el mundo. “Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de la verdad... No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros” (Jn. 14:16-18). Ya que son miembros de la familia de Dios les asegura que, como hijos Suyos, no serán abandonados por Él en el mundo, sino que una Persona de la deidad misma iba a estar con ellos y en ellos. Un cristiano nunca puede funcionar de forma independiente, sino que todo lo que Dios le mande hablar y hacer, tendrá que hacerlo siempre con su mano puesta en la del Espíritu Santo. Cuando Jesús dijo que estaría con nosotros para siempre, esto incluye también el siglo XXI. Al orar por aquellos discípulos, oró también por nosotros: “No ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos” (Jn. 17:20).
El Espíritu Santo sigue la obra de discipular a los seguidores de Jesús, y ningún hombre sin Su presencia y dirección podrá discipular a otros efectivamente. “El Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas” (Jn. 14:26). Él matricula en Su escuela a cada discípulo individualmente. Charles Spurgeon comparó el discipulado con un jardín que el Señor mismo atiende, y dijo que es sembrado con entendimiento. La semilla es la palabra de Dios, y sin esta semilla no puede haber esperanza de llevar fruto nunca. También añadió que el jardín es regado con amor y que la mala hierba se quita con la disciplina del Señor. El amor y la disciplina son inseparables. Como hemos dicho, la Biblia es la base del entendimiento, pero el Espíritu de Dios también nos enseña por medio de experiencias en la vida, muchas de ellas muy difíciles y duras.
“No tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en él” (1 Jn. 2:27). Existen hombres que con muy buenas intenciones, pero muy mal entendidos, interrumpen a menudo las clases, ofreciendo una ayuda carnal y haciendo así salir al estudiante de la misma aula donde el Espíritu le había metido. La consecuencia es que en vez de cooperar con Dios al final se encuentra oponiéndose a Su voluntad. Incluso existe una tendencia a crear tipos de invernaderos, ambientes artificiales, para proteger a las personas de los elementos que son necesarios para fortalecerse y hacerse resistente contra las tentaciones y artimañas del enemigo. Aparentemente crecen rápido, pero en verdad son débiles y cualquier viento las tumba. Jesús oró al Padre: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal” (Jn. 17:15). El Espíritu Santo no solamente guarda a los suyos, sino que utiliza las tormentas de este mundo para enseñarles y disciplinarles.
En Juan 15:26, Jesús dijo que “el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio de mí”. El Espíritu Santo no tiene algo raro o nuevo que enseñar. Muchas veces he oído enseñanzas fanáticas sobre la persona y la obra del Espíritu Santo, pero temo que hablan más de experiencias que basados en la palabra. Presentan al Espíritu Santo como un personaje extremista que hace cosas muy extrañas. John Wesley declaró: “Toda nueva enseñanza es falsa enseñanza”. Sí señor, muy bien dicho y muy cierto. El Padre puso el fundamento en el libro de Génesis, enseñándonos ahí Sus principios, Sus propósitos y Su plan, y continuó desarrollándolo por todo el Antiguo Testamento. El Espíritu de Dios edifica sobre este fundamento. Él procede del Padre y no le contradice en lo más mínimo, más bien, todo lo que hace está de acuerdo con el plan del Padre. Su enseñanza procede del Antiguo Testamento y luego da testimonio del Hijo de Dios. Su enseñanza confirma la enseñanza de Jesús en los Evangelios. Él señala con Su dedo hacia Jesús, nos revela quien es y nos impulsa a fijar los ojos en Él. No tiene nada nuevo que enseñarnos. Todo lo que nos descubre, ya les ha sido descubierto a los santos de toda la historia de la iglesia.
Jesús lo confirma en el siguiente capítulo, versículo 13: “Cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir”. El Espíritu de verdad nos conduce a la revelación completa de todo lo que Dios quiere enseñarnos. Acuérdate, Él es el autor de las Escrituras y el único capaz de poder darnos entendimiento de todo lo que nos enseña, pero no añadirá nada por Su propia cuenta. Quisiera enfatizarlo –Él no incluirá algo nuevo aparte de lo que ya fue escrito. No esperes algo distinto de lo que ya ha sido puesto en nuestras manos. Él aclarará e interpretará cuando sea necesario, y de muchas formas nos guiará a la eterna verdad. La verdad es algo muy antiguo, pero nada anticuado.
Además Su enseñanza incluirá las profecías. Muchos tienen miedo de la palabra profética, que es una gran parte de la Escritura. Jesús vino dando cumplimiento a más o menos trescientos distintos detalles que habían sido profetizados en el Antiguo Testamento. Simeón, influenciado por el Espíritu, y Ana, la profetisa, con otros más, esperaban Su venida, habiendo sido avisados por las profecías. El Espíritu de Dios les hizo saber las cosas que habían de venir. También guiará a la iglesia, por medio de las profecías escritas, a los acontecimientos que habrán de venir en nuestros días. La persona llena del Espíritu será muy consciente de los días en que vive. No estaréis en tinieblas, “para que aquel día os sorprenda como ladrón. Porque todos vosotros sois hijos de luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas. Por tanto, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios” (1 Ts. 5:4-5). Debemos estar muy despiertos a los acontecimientos, escudriñando la Biblia, para que el Espíritu nos prepare para lo que ha de venir. Jesús ha prometido que Él nos hará saber todas estas cosas.
Pero sobre todo, por medio del Espíritu Santo y sólo por Él, podremos vivir una vida que glorifique a Cristo: “Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber” (Jn. 16:14). Es el Espíritu Santo el que rompe esta naturaleza egoísta que se manifiesta en cada ser humano que no ha nacido de nuevo. La persona inconversa no sabe lo que es existir totalmente para otro, y no puede entender a los que demuestran tal actitud. La naturaleza caída siempre nos impulsa a buscar nuestro propio bienestar. Cuando oigo a un predicador enseñando a sus oyentes acerca de conseguir lo más que puedan de las riquezas y bienes mundanos, y de buscar a Dios por los beneficios que puedan obtener, yo sé que no está tratando con la nueva criatura, sino solamente alimentando al viejo Adán. El Espíritu Santo nos enseña a no ser egoístas, sino a vivir para Aquel que nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros. El cristiano, lleno del Espíritu, con una pasión inimaginable para el hombre egoísta, entrega su vida para glorificar a Cristo. El amor de Dios es derramado en su corazón por el Espíritu que procede del Padre, que toma las cosas del Hijo y se las hace saber.
Antes que ninguna otra cosa, en el Reino de Dios, tenemos que estar unidos a Su Espíritu, ya que para poder funcionar en él tenemos que saber andar en la verdad. Él es nuestro Maestro. Tenemos que estar muy metidos en la Biblia y confiar en su Autor para enseñarnos las cosas que no podemos entender a través de nuestras facultades naturales. George Müller, quien cuidó a dos mil niños huérfanos, leyó de rodillas la Biblia cuarenta y cuatro veces completas. Igual que él, debemos tener el hábito de orar con la Biblia enfrente y abierta. Jesús enfatizó, al enseñarnos que el Espíritu Santo iba a venir a nosotros para no dejarnos huérfanos y expuestos a todos los engaños del enemigo, que Él es el Espíritu de Verdad, el Autor y Maestro de la Escritura, y el único capaz de darnos entendimiento sobre Su palabra.
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