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La gracia es para los indignos

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“La gracia de nuestro Señor sobreabundó con la fe y el amor que hay en Jesucristo. Fiel es la palabra, y digna de ser aceptada por todos: Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Pero para esto alcancé misericordia: para que Jesucristo mostrara toda su longanimidad primero en mí, como ejemplo de los que habrían de creer en Él para vida eterna. Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible y único Dios, sean honor y gloria por los siglos de los siglos, amén”.
1 Tim.1:14-17

Desde el día de Pentecostés y por los últimos 1981 años, el evangelio va publicando y enseñando la gracia de Dios. Pero no fue el principio de Su gracia, porque la gracia existe desde que Dios existe; sea en la eternidad. La gracia es eterna, como Dios es eterno. Por eso, al empezar a estudiar la Biblia hallamos la gracia. Cuando el pecado, la violencia, la corrupción, la perversidad del mundo abundaban y, continuamente y de todas formas, la mentalidad del hombre persistió en la maldad y no hubo más remedio, Dios determinó borrar el hombre de la faz de la tierra. La tierra estaba bajo maldición y destrucción, cuando Noé halló gracia ante los ojos de Dios. 

Aun en un diccionario secular verás que la gracia tiene que ver, en su primer significado, con Dios. Hallo en el mío esta definición: “1a) Una asistencia divina no merecida dada al hombre para su regeneración o santificación. b) un estado de santificación disfrutado por la gracia divina. c) una virtud que viene de Dios. Antes que cualquier otro significado, al definir gracia el hombre tiene que tomar en cuenta a Dios.


Los cristianos siempre y correctamente han definido la gracia como el favor inmerecido. Sí, la gracia es favor, o como dice el diccionario, una asistencia divina no merecida. Hay una diferencia entre la gracia y la misericordia en que Dios, a pesar de nuestros pecados, ama y perdona porque es misericordioso, pero la gracia hace algo para nuestro bien… es un favor. Por eso muchas veces al empezar una carta, los apóstoles dieron la salutación, “Gracia y paz a vosotros”.  

Es sorprendente al considerar la claridad y la edad de la enseñanza cristiana sobre la gracia de Dios, que la humanidad no ha captado lo que quiere decir y por lo regular no ha aprovechado de Su gracia. El primer problema y razón es que el hombre no quiere reconocer que la necesita… el hombre se cree bueno, y así merecedor. Esta no solamente es un error, sino un engaño y un resultado de la soberbia en el corazón humano. Esta mentalidad es grave y condenadora, porque evita que el hombre sea receptor de la gracia. En su propio significado la gracia es favor no merecida. El lector puede juzgar por si mismo si la enseñanza dada a la sociedad hoy en día no es que el hombre es bueno. Y porque es así, concluye que toda maldad en el mundo viene porque Dios es malo. La verdad es totalmente al opuesto. Dios es bueno y toda la maldad y sufrimiento viene porque el hombre es inertemente malo.

En los casos en que el hombre reconoce que es un pecador, observamos dos conclusiones: 1) Se considera bueno, pero es vencido de vez en cuando por algunas influencias exteriores, que puedan incluir familiares, amigos o el ambiente en que vive. 2) Hasta cierto grado se considera malo, pero con la capacidad de mejorarse por buenas obras y así impresionar a Dios con estos intentos de bondad para que le mire con favor. Entonces siempre piensa que el favor de Dios viene porque él lo merece. Esta no puede ser gracia por la misma definición de la palabra. La gracia es asistencia divina no merecida.

Una de las cosas más difíciles para el hombre aceptar es que necesita la gracia de Dios. Él prefiere pensar y creer que puede agradar a Dios, para que Dios le trate buenamente y, más que todo, que pueda ganar la vida eternal e irse al cielo. Es un sueño que el hombre nunca realiza. No lo ha logrado ni una sola vez.

Afortunadamente hay un atributo en la naturaleza de Dios que se llama gracia. De esto está enseñando Jesús cuando habla en el famoso Sermón del Monte: “Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos.” (Mt.5:44-45). Jesús nos está diciendo que esto es lo que hace Dios. Él hace bien a los malos y con esto manifiesta Su atributo llamado la gracia. Es su favor hacia la persona que no la merece.

Amigo, créeme, nosotros necesitamos la gracia de Dios. La dificultad que tenemos con esta verdad es cuestión de nuestro orgullo. Luchamos para hacernos aceptables delante de Dios, sencillamente porque quisiéramos creer que somos capaces de hacerlo. Creemos que hay una semilla de posibilidad en nosotros que pueda alcanzar brotarse y hacer el bien. Requiere una humillación algo espectacular admitir que no es así, que no somos buenos, ni podemos lograr ser buenos. Esto es lo que es confesar que somos pecadores. Va más allá de admitir que hemos pecado, porque si solamente llegamos a ese punto, pudiéramos hacer una resolución de mejorarnos y no estar pecando en el futuro. No, confesar que somos pecadores quiere decir que no hay posibilidad de mejorarnos, no importa que resueltos seamos. Nos es imposible dejar de pecar porque somos pecadores, con una naturaleza que, intenta como sea,  no puede ser buena. El orgullo que mantenemos delante de esta verdad, es la última prueba de que somos así. El orgullo no nos deja admitir que somos malos y este orgullo es lo que condena a todos los condenados. Para esta persona no hay gracia, igual que no hay médico para los sanos. La persona honesta es la persona humillada delante de Dios que admite, “Soy pecador… soy malo, sin poder remediar mi estado delante de Dios.”

Las buenas nuevas para tal persona es que Dios es el Dios de la gracia. Gracia quiere decir favor inmerecido, de tal modo que este favor solamente es extendido a los que no lo merecen. En la misma definición de la palabra está el secreto. El que cree que lo merece, no recibirá este favor. A menos que la persona se enfrenta con la verdad honestamente, para verse como un pecador sin poder remediar su situación, la gracia de Dios no se extiende a tal persona.

Para ilustrar este principio, podemos compararlo, como lo hizo Jesús, con una persona enferma. Al ver ciertos síntomas en su cuerpo, él acude a un médico. El médico hace análisis y después un diagnosis, comprobando que esta persona está enfermo y tiene que confiar en el médico para recibir el tratamiento. Para la persona que no acepta la diagnosis no hay esperanza.

Dios dice que somos pecadores irremediables, somos malos desde nuestros genes, y la única forma de tratar buenamente con nosotros es por medio de la gracia. Jesús no murió por gente merecedora de Su salvación. Desde el principio del evangelio hasta ahora, Dios no ha salvado a ningún justo. Vino al mundo para salvar a los pecadores. Vemos como el religioso Saulo vino a reconocer su condición delante de Dios en el texto. Él se considera el primero, o sea el peor, y era así porque su orgullo le hizo pensar que era digno de la salvación, siendo muy atento de hacer buenas obras. Ese actitud le mantenía más lejos de Dios que los más vil pecadores. “De cierto os digo, que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios,” dijo Jesús en Mateo 21:31. Por eso llegó Pablo a la conclusión que era el primero, el peor, el más lejos de la salvación. Dios le tuvo misericordia a él, para que fuese un ejemplo de que Dios es poderoso para hacer que, aún a tales religiosos, reconozcan su necesidad.

Jesús solamente murió por sus enemigos. El apóstol Pablo lo describe muy claramente en Romanos 5:6, 8, 10: “Porque Cristo, cuando aún éramos débiles (sin fuerzas), a su tiempo murió por los impíos… Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros… Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho mas, estando reconciliados, seremos salvos por su vida.”  Hay que creer esta palabra de verdad, la palabra ungida e inspirada por el Espíritu de Verdad. Entonces hay que aceptar su diagnosis y acudir al único Médico que puede sanar a los que son irremediablemente enfermos… a Jesús. Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible y único Dios, sean honor y gloria por los siglos de los siglos, amén.”



1 comentarios:
Unknown dijo...
16 de diciembre de 2014, 4:41  

Hola, muy bien lo dicho.
aqui teneis un ejemplo de la gracia del Señor en persona, sublime gracia del Señor que a un infeliz salvo :)
a el sea la gloria por siempre amen!
Agustin de hipona enseñaba sobre los milagros de Jesús decia los milagros pequeños fueron la resurreción de lazaro, la multiplicación de los panes, devolverle la vista a los ciego...y dentro de los milagros más grande sino el más grande SOY YO, que era un perdido y el me halló :) saludos desde Argentina Sr. Lowell usted es de bendición para mi vida que el Señor lo bendiga en gran manera. Amen

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