Santificado sea tu nombre
Mateo 6:9 - Lucas 11:2
Santificado sea Tu nombre |
El
Evangelio de Lucas ha sido llamado, correctamente opino, el Evangelio de
Oración. Aquí ofrezco una lista de versículos, en los cuales, Lucas, se refiere
a la oración, demostrando por el número de ellos, su gran interés en el más
alto de los privilegios y las prácticas cristianos: 1:10, 13; 2:37; 3:21; 5:16;
6:12; 9:18, 28-29; 10:2; 11:1-13; 18:1-14; 19:46; 21:36; 22:40-46.
Podemos
entender, entonces, por qué Lucas, de entre todos los escritores de los
Evangelios, no pasó por alto la ocasión en la que uno de los discípulos,
después de oír orar a Jesús, le pidió que les enseñara a todos a hacer lo mismo.
Leonard Ravenhill, entre muchos otros, notó el hecho de que el deseo del
discípulo vino mientras escuchaba orar a Cristo, y su petición siguió
inmediatamente después de que Él terminara. “No
pidió ‘Enséñanos a cantar’ o ‘enséñanos a predicar’, sino ‘enséñanos a orar’”, diría
Len. Había algo tan envidiable en la comunión con el Padre… la intimidad, la
excelencia y pasión… que encendió un fuego en el corazón del discípulo. ¡Él
anhelaba eso!
Podemos
ver, por lo que citó Lucas, que Jesús les enseñó, literalmente, estas palabras
para que las recitaran: “Cuando oréis,
decid…” Sin embargo, Mateo cita
del Sermón del Monte casi las mismas palabras que Jesús citó en el Evangelio de
Lucas, pero empezando de otra manera: “Orad
así”, o sea, “Orad de esta manera”. En este caso, les está
dando un modelo de oración para que ellos pudieran seguirlo, no algo para recitar.
Sin
duda, existe un valor en recitar literal y exactamente esta oración, ya que
nadie puede mejorar las palabras mismas de Jesús. Debemos meditar sobre cada
una de ellas en nuestras mentes y pronunciarlas con entendimiento. Sin embargo,
Jesús también nos dio libertad y amplitud para expresarnos con palabras
propias, pero siendo cuidadosos en guardar nuestros deseos y peticiones dentro
de ciertos límites.
Santificado sea Tu nombre.
Hay
mucho que uno podría decir sobre cada línea de esta oración, pero tras la
salutación, “Padre nuestro que estás en
los cielos”, quiero concentrarme
en la primera petición. Las tres primeras peticiones, que son las prioridades
de la oración, tienen que ver con la gloria de Dios. La oración es la expresión
del corazón y la vida de un cristiano, y se centra sobre la verdad de que somos
seres creados por Dios para Su placer. Existimos para Su gloria y oramos
conforme a este propósito. Antes de llevar nuestras propias necesidades delante
de Él, nuestro único deseo y preocupación deben ser que Su nombre sea
santificado. Necesitamos reconocer que nuestras necesidades sólo podrán ser cumplidas
si están conformes a la santificación de Su nombre.
Presento la definición de la palabra clave, santificado, según el diccionario griego Strongs: Hagiazo significa hacer santo, es decir, purificar
o consagrar; mentalmente, venerar: santificar, ser santo. Es
derivado de hagios que significa una
cosa asombrosa, consagrada, físicamente
puro, moralmente sin reproche o religioso,
consagrado ceremonialmente, el más
santo, un santo.
Por supuesto, Dios es Dios y uno no puede añadirle ni quitarle nada. Él es
perfectamente santo y no puede ser más santo de lo que es. ¿Entonces, por qué
oramos así? Oramos para que Dios nos conceda estar conscientes, no de forma
pasiva, sino activamente concentrados en Su santidad, tanto en nuestros
pensamientos, como en nuestra forma de vivir. Primeramente, oramos tomando en
cuenta nuestras propias vidas, después Su iglesia y, finalmente, al mundo en
general. Estamos orando para que los atributos de Su naturaleza y esencia sean
manifestados en todas estas áreas. Estamos orando para que Él sea exaltado y le
sea dada total devoción porque:
Él solamente es digno.
Esta es la prioridad sobre todas las prioridades, y debemos gozarnos en prestar
total atención a esta petición. Digamos: “Oh Padre, permite que mi existir, mi
vida, mis hechos, mis palabras y mis pensamientos, santifiquen Tu nombre, ahora
y para siempre. Haz que aumente este propósito en mí hasta que me consuma. Aún
en este momento, delante de Ti, permite que todo mi ser esté concentrado en Tu
santidad”.
Toma tiempo para que la Palabra alimente tu corazón y para que tu mente sea
iluminada con los conceptos más elevados posibles sobre Su persona. Ten la
Biblia abierta frente a tus ojos para que puedas festejar sobre algunos pasajes
que el Espíritu ha dado a seres humanos, con el propósito de que ellos puedan
exaltarle, como por ejemplo, Apocalipsis 4:8 y 11: “¡Santo, Santo, Santo, es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, y el
que es, y el que está viniendo!... ¡Digno eres, oh Señor y Dios nuestro, de
recibir la gloria y el honor y el poder,
porque Tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existieron y fueron
creadas!”
¿Podremos derramar nuestros corazones en oración a Dios para santificar Su
nombre sin mencionar Su plan de redención? Por favor lee con atención lo que
Jonathan Edwards escribió: “La santidad
de Dios nunca parece tan grande como cuando Dios ejecutó venganza sobre Su
propio Hijo amado… La justicia de Dios que requiere la condenación del hombre y
parece inconstante con su salvación, ahora requiere la salvación de los que
creen en Cristo, tanto como antes requirió su condenación”.
Como en el libro de Apocalipsis, cuando los que estaban en el cielo miraron
al trono y santificaron el nombre de Aquel que se sentó encima, así nosotros,
nos volvemos con los seres celestiales para ver al León prometido de la tribu
de Judá como el Cordero que fue inmolado: “¡Con
tu sangre redimiste para Dios, de toda tribu y lengua y pueblo y nación; y los
has hecho para nuestro Dios, un reino de sacerdotes, y reinarán sobre la tierra!…
¡Digno es el Cordero que fue inmolado, de tomar el poder, y la riqueza, y la
sabiduría, y la fortaleza, y el honor, y la gloria y la alabanza!… ¡Alabanza, y
honra y gloria y dominio al que está sentado en el trono, y al Cordero, por los
siglos de los siglos!”
Así, pronto alcanzarás los límites de tu mente y de tus expresiones, y necesitarás
otra forma de oración para continuar. Tus palabras terminarán, todas las
capacidades de tu mente rebosarán, y tu corazón quedará en asombro y adoración,
en silencio. Nunca podremos captar Su plenitud, porque adoramos a un Dios
asombroso e infinito, que es nuestro Padre que está en los cielos.
Así habremos llegado al nivel más alto de la experiencia humana. No hay nada
más sublime para nosotros que cuando nuestros corazones son movidos y nos
postramos para adorarle en Espíritu y en verdad. Solamente Él es digno, y dar
nuestros corazones o mentes a cualquier otra persona, cosa o imaginación, es
idolatría. Él es nuestro Creador y le debemos nuestra existencia. Oramos, santificado sea Tu nombre, porque…
Donde Su nombre no es santificado,
todo es un caos.
La vida individual que no le santifica es llevada al caos. La iglesia que
no le santifica se desbarata; pierde su propósito y le es quitado su candelabro.
La sociedad que no le santifica se convierte en una jungla de salvajes paganos,
abandonados a las perversiones de una mente reprobada e insensata, donde cada
uno se ama sólo a si mismo. Solamente existir en tal ambiente es peligroso.
Dios, el Creador de todo lo que existe, es la fuente de vida, el autor de
todo lo que es bueno y el único manantial de decencia o cordura, pero donde no
es santificado Su nombre, no hay de dónde sacar tales tesoros y llevarlos a la
práctica. Cuando oramos para que Su nombre sea santificado, estamos pidiendo la
salvación del individuo de la perdición eterna. Estamos orando para que la
iglesia sea rescatada de la apostasía y para que la sociedad sea preservada de
la autodestrucción. Si el nombre de Dios no es santificado en las vidas y
mentes de los seres humanos, ¡no hay esperanza!
Las noticias diarias testifican de las devastadoras consecuencias de un
mundo que ha rechazado a su Creador y ha adoptado una teoría de evolución. Ha
rechazado Su verdad y ha seguido con ganas las mentiras de un espíritu
anticristo. Ha ridiculizado Su ley moral y ha transformado la sociedad en una
alcantarilla de perversidad. Ha perdido el respeto por la vida humana, y el
aborto ha producido personas más homicidas que en los días del nazismo:
doctores, enfermeras, padres, madres y líderes políticos,
etc…También necesitamos orar, santificado
sea Tu nombre porque…
Es la puerta que nos abre a Su reino
venidero y al desarrollo de Su voluntad.
Las peticiones que siguen después de pedir que Su nombre sea santificado
son: “Venga
tu reino. Hágase tu voluntad, como
en el cielo, también en la tierra”. Su voluntad
no puede avanzar donde Su nombre no es santificado. Toda la obra y todo el
sacrificio involucrados en el servicio cristiano, todo el evangelismo y los
esfuerzos de la iglesia, toda la obra misionera y las causas humanitarias,
salen torcidos cuando y donde Su nombre no es santificado.
Dios se mueve en la dirección de la justicia y la manifestación de Su
gloria. El salmista lo reconoció: “Tiempo
es de actuar, oh Señor, porque han invalidado tu Ley” (Sal.119:126). El
Señor está obrando hacia un reino futuro de justicia sobre la tierra. Su
voluntad en tu vida y en la mía nos llevará en esa dirección. Su propósito
soberano dirigirá a la iglesia hacia la santificación de Su nombre.
Dios, en el cielo, no puede mirar a la tierra y sonreír sobre cualquier
cosa que no sea para Su gloria y no le traiga honor a Él. Puede que agrade a la
gente; puede que arrastre a miles de personas y les alegre, pero si no les
cambia en santos, el esfuerzo habrá sido en vano. Lo que exalta a los hombres,
deshonra a Dios. Si los asuntos de la iglesia se deciden en reuniones de
negocios en lugar de en reuniones de oración, puedes estar seguro de que sus
planes descansarán sobre una impiadosa sabiduría humana. En este caso, Su reino
no puede avanzar, ni puede llevarse a cabo Su voluntad. La dirección que tomarán
nuestras vidas y la iglesia cristiana dependerán de una oración sincera y
franca que clama,: ¡Santificado sea Tu nombre!
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