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Lowell Brueckner

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¡Que profundo el amor de Dios!

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Mientras trataba de animar a los padres para que enseñen a sus hijos cosas correctas, compartí el hecho de que, por haber sido criado en la iglesia, tengo cientos de himnos en mi cabeza, de los que a veces, incluso, recuerdo todas las estrofas. Cuando era niño no me eran útiles, pero ahora estas palabras me vienen diariamente y soy bendecido por sus riquezas.

Ayer por la mañana fue un poco diferente. Sólo una línea y la música de una canción contemporánea me venía a la cabeza: “¡Qué profundo es el amor de Dios!”… Como no conocía la canción, me levanté de la cama, fui a internet y encontré estas palabras:

¡Que profundo es el amor de Dios!

Profundo es el amor de Dios, tan vasto e infinito;
Que dio a su Hijo amado por amor a los perdidos.
Qué gran dolor causó a mi Dios, ver padecer a Cristo;
Herido en una cruz murió por quienes han creído.

Allí, en esa cruz está, Él carga con mis culpas;
Vergüenza siento al escuchar mi voz entre las burlas.
Mi pecado lo llevó a ser crucificado;
Mas vida su muerte me dio, Yo sé que ha terminado.

De nada yo presumiré, pues muerte yo merezco;
Mas en la cruz me gloriaré, la cruz de Jesucristo.
¿Por qué me da de su favor? No puedo contestarlo;
Mas esto sé de corazón, Jesús me ha rescatado.


Observaciones personales sobre recibir enseñanzas


Si me permites unas observaciones personales… me gustaría que te fuesen de ayuda, e incluso, alumbradores en tu propia vida. El Señor me mostró hace mucho tiempo que las lecciones que Él me enseñaba no eran solamente para mí, sino para compartirlas con otros. Por eso, a través de los años, mientras he ido aprendiendo he ido enseñando. Los estudios académicos y temas designados suelen salir secos e insípidos. 

Una de las verdades que he notado en mi caso, y que probablemente es la verdad en el caso de otras muchas personas, es que las enseñanzas de hoy están edificadas sobre las de ayer; contienen algunos elementos de las mismas verdades que he aprendido anteriormente. Y algunas de las verdades que he aprendido anteriormente proceden de otras aprendidas en un pasado aún más lejano. Por eso, cuando uno comparte, repite cosas que aprendió ayer, de las cuales emergen verdades frescas. Quiero hacer énfasis y aclarar, que las cosas que nos llegan ahora no son verdades nuevas, porque éstas no existen… la verdad ha sido establecida en la eternidad, por eso, el que descubre la verdad, descubre las sendas antiguas. Este es un principio espiritual que no cambia, sin embargo, lo que intento decir en este párrafo, es que muchas veces no somos impresionados con verdades nuevas, ni siquiera nuevas para nosotros; las conocimos antes, y son clarificadas y aumentadas mientras las recibimos en el alma. 

No puedo saber la hora ni la fecha exacta de cuándo algún tema entra en mi mente y corazón. Viene sin que esté consciente de su llegada pero, de repente, noto que está. Mientras estudiaba el libro de Zacarías, a finales del pasado año, empecé a darme cuenta de que el Señor estaba abriendo la puerta a un tema… el mismo tema que ahora está ocupando mi vida y ministerio. Y esto mismo continúa en los estudios que estoy dando sobre sentir lo que Dios siente y estar obsesionados con Él. Después, un pensamiento y mensaje corto de Martyn Lloyd-Jones, sobre la presencia y conocimiento personal de Dios, agregó leña al fuego. En un estudio que colgué en el blog hace poco, sobre las falsas doctrinas de los mormones, pude ver la falta de una relación e instrucción personal con el Espíritu Santo, que tiene como resultado su ceguera y error. 

Bueno, ya he empezado a revelar el tema de este artículo. Lloyd-Jones dijo que nuestra condición espiritual no se demuestra por nuestra actividad, sino por nuestra relación con Cristo. Por supuesto, no vamos a estar inactivos y estaremos trabajando, pero esto, ni mide la espiritualidad ni es nuestra meta. Nuestro propósito es conocerle con una cercanía y profundidad que siempre debe ir incrementándose. Una declaración del apóstol Juan me está impactando de forma persistente. Mi versión King James en inglés, la Reina-Valera y otras versiones, quizás no nos den una impresión tan clara de su significado, pero aquí la presento:

El amor hasta el extremo

“Sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin.”
                                                                                                                      Juan 13:1

En el margen de la versión New American Standard se encuentra la siguiente anotación sobre “hasta el fin”- lo máximo o eternamente. Sobre esto mismo, en la English Standard, John MacArthur añade, ‘a la perfección’. Especialmente me gusta La Biblia Textual española: ¡Les amó hasta el extremo! Aquí tenemos algo sobre qué meditar. Al traducir “hasta el fin”, no se está refiriendo al tiempo de la relación de amor que Jesús tenía con Sus discípulos, empezando con el principio de su ministerio y hasta el tiempo justo antes de ser arrestado. Al contrario, describe cuan extenso es Su amor… es de una extensión o medida infinitas. Hasta el fin habla de Su amor sin límites hacia Sus discípulos. ¡Les amó hasta el extremo, hasta lo máximo, a la perfección, eternamente!  

Esto fue, y siempre tiene que ser, el amor de Cristo por los Suyos. Su amor es inmutable y por eso, en días presentes, ¡Su amor hacia nosotros sigue siendo hasta el extremo, hasta lo máximo, a la perfección y eternamente! Es el mismo amor que Dios expresó a Israel por medio de Jeremías (31:3-4): “Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia. Otra vez te edificaré, y quedarás edificada, ¡Oh virgen de Israel!” Cerca del fin de la historia del Antiguo Testamento, Dios dice a Israel que les ha amado desde un principio con un amor eterno; cuando ellos se alejaban, Él les traía de nuevo; tras ser derrotados y destruidos, Él les volvía a edificar. Finalmente, les garantizó su restauración… quedarás edificada. La razón de esto es porque les amó con un amor eterno.

El amor hacia un pueblo infiel

Ayer por la mañana, en mis devociones diarias, leí el Salmo 78, cuyo título es Fidelidad de Dios hacia su pueblo infiel. Estoy intentando demostrar cómo el Señor invade nuestra vida cotidiana con Su buena enseñanza. Primeramente, antes de levantarme de la cama, fue la línea de una canción, … ¡Qué profundo es el amor de Dios!, y poco después leí este Salmo.


A. W. Tozer criticaba fuertemente las flaquezas de la iglesia y nos reprendió por nuestra indiferencia y debilidad espiritual. Ahora, permíteme presentar a este hombre duro, pero con un corazón blando, al abrir su alma para demostrar la inmutable longanimidad de la compasión de Dios: 

Ninguna debilidad insospechada de nuestra personalidad puede salir a la luz para hacer que Dios se aparte de nosotros, puesto que Él nos conocía por completo antes que nosotros lo conociésemos a Él, y nos llamó a sí mismo con pleno conocimiento de todo lo que existía en contra nuestra. "Porque los montes se moverán, y los collados temblarán, pero no se apartará de ti mi misericordia, ni el pacto de mi paz se quebrantará, dijo Jehová, el que tiene misericordia de ti."

Nuestro Padre celestial conoce lo que somos, y recuerda que fuimos tomados del polvo. Él conocía nuestra perfidia innata y se dedicó a salvarnos (Isaías 48:8-l1). Su Hijo unigénito, cuando caminaba entre nosotros, sintió nuestros dolores en toda su angustiosa intensidad. Su conocimiento de nuestras aflicciones y adversidades es más que teórico; es personal, cálido y compasivo. Cualquiera que sea nuestra situación, Dios sabe las cosas y tiene un interés en nosotros que nadie más tiene.

Observa de nuevo a los discípulos. Ellos tenían buenas intenciones, pero parecía que no podían actuar bien. Criticaban lo que deberían haber elogiado, temían cuando deberían haber confiado, fallaron, dudaron y, en la hora de crisis, le negaron. Yo no puedo entender a la gente que dice que, si tuviera una nueva oportunidad de revivir su vida, no cambiaría nada. No quiero dar la impresión de que yo haya sido descuidado o ligero en mi caminar, porque no es así. Pero hombre, tengo remordimientos y, si pudiera, cambiaría algunas cosas. No estoy nada contento con los errores que he cometido, al contrario, los lamento. A veces, aunque no ha sido mi intención, he lastimado a algunas personas. Por eso, sólo puedo volverme a Dios en oración pidiendo misericordia. 

Dije al traductor y publicador de la biografía de Tozer, en rumano, que la parte de su historia que más me gusta es cuando, por estar jugando con su hijo a las damas, se le pasó la hora de predicar en una reunión grande para jóvenes. ¡Con eso puedo empatizar! Hago mi confesión aquí para demostrar el hecho de que si hay alguien que aprecia con todo el corazón la maravillosa promesa del amor eterno de Cristo hasta el extremo, hasta lo máximo, a la perfección, soy yo, el que escribe estos párrafos.

A pesar de todas mis faltas, existen evidencias diarias de Su cuidado, bendición y dirección. En nuestra familia y ministerio, desde un principio, hemos vivido muchísimo de Su gracia. Todo es de gracia, aún las cosas que he hecho bien, porque éstas han acontecido por Su intervención en mi vida. Yo asumo la culpa por lo que ha ido mal; Él recibe la gloria por lo que ha ido bien.

También es el amor del Padre

Felipe dijo a Jesús: “Señor, muéstranos el Padre, y nos basta”. Jesús le contestó: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14:8-9). Jesús vino a manifestar al mundo el amor eterno y celestial del Padre. El amor perfecto y extremo de Cristo para Sus discípulos también era el amor del Padre. Jesús les hizo saber muy claramente que no sólo Él les amaba, sino también el Padre: “Todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará… Pues el Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis amado, y habéis creído que yo salí de Dios” (Jn.16:23,27). Este amor extremo, perfecto y eterno del Padre, también es expresado por el apóstol Juan en su primera carta, en el primer versículo del capítulo tres (Biblia Textual): “¡Mirad qué clase de amor! El Padre nos ha concedido que seamos llamados hijos de Dios, y lo somos; por esto no nos conoce el mundo, porque tampoco lo conoció a Él”.

El Padre es uno con el Hijo en Su amor para cada verdadero creyente. Una de las inspiraciones más sublimes del Espíritu Santo a través de Pablo fue cuando escribió acerca del amor de Dios en Romanos 5:5-10: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado, porque cuando aún éramos débiles, a su tiempo Cristo murió por los impíos. Ciertamente, con dificultad morirá alguno por un justo, aunque tal vez alguien se atreva a morir por el bueno, pero Dios demuestra su mismo amor hacia nosotros en que, siendo nosotros aún pecadores Cristo murió por nosotros. Por tanto, mucho más ahora, habiendo sido declarados justos por su sangre, seremos salvos de la ira por medio de Él. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, habiendo sido reconciliados, seremos salvos por su vida”. Léelo cuidadosamente y bébelo con tu alma, porque nadie podrá decirte algo mejor que esto. La cruz fue la manifestación más grande del amor extremo, perfecto y eterno de Dios.
……………………….

Próximamente:

“¡Cuán intensamente he deseado comer esta pascua con vosotros antes que padezca! Porque os digo que no la comeré más, hasta que se cumpla en el reino de Dios”. 
                                                                                                          Lucas 22:15-16

Y

“¡He aquí Yo estoy a la puerta dando aldabonazos! Si alguno oye mi voz y abre la puerta,
entraré a él y cenaré con él, y él conmigo”.                               Apocalipsis 3:20


(Para quien le interese, presento las palabras de la canción “Profundo el amor de Dios” literalmente traducidas del inglés al español)

¡Qué profundo el amor del Padre por nosotros, qué vasto inmensurable!
Que Él diera a Su Hijo unigénito, para cambiar a un miserable en Su tesoro.
¡Qué grande el dolor por sufrir una pérdida aguda! El Padre quita Sus ojos;
Mientras las heridas que arruinan al Elegido, traen muchos hijos a la gloria.

He aquí el Hombre en la cruz, mis pecados sobre Sus hombros;
Avergonzado oigo mi voz burlona, clamando entre los mofadores;
Fue mi pecado que le mantuvo allí, hasta que fue terminado;
Su respiro moribundo me ha dado vida, yo sé que ‘consumado es’.

No me gloriaré de nada, ningún don, ni poder, ni sabiduría;
Sino me gloriaré en Jesucristo, Su muerte y resurrección.
¿Por qué tomaré parte en Su herencia? No puedo dar la respuesta;
Pero una cosa sé de todo el corazón, que Sus heridas han pagado mi rescate.



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