El Dios que prevalece
El
libro del profeta Daniel
“… ¡quienes
cerraron bocas de leones, apagaron la violencia del fuego!”
Hebreos. 11:33, 34
Capítulo 3:13-30 El
Dios que prevalece
13. Entonces Nabucodonosor, enojado y
furioso, dio orden de traer a Sadrac, Mesac y Abed-nego; estos hombres, pues,
fueron conducidos ante el rey.
14. Habló
Nabucodonosor y les dijo: ¿Es verdad Sadrac, Mesac y Abed-nego que no servís a
mis dioses ni adoráis la estatua de oro que he levantado?
15. ¿Estáis
dispuestos ahora, para que cuando oigáis el sonido del cuerno, la flauta, la
lira, el arpa, el salterio, la gaita y toda clase de música, os postréis y
adoréis la estatua que he hecho? Porque si no la adoráis,
inmediatamente seréis echados en un horno de fuego ardiente; ¿y qué dios será
el que os libre de mis manos?
16. Sadrac, Mesac y Abed-nego
respondieron y dijeron al rey Nabucodonosor: No necesitamos darte una respuesta
acerca de este asunto.
17. Ciertamente nuestro Dios a quien
servimos puede librarnos del horno de fuego ardiente; y de tu mano, oh rey, nos
librará.
18. Pero si no lo hace, has de
saber, oh rey, que no serviremos a tus dioses ni adoraremos la estatua de oro
que has levantado.
19. Entonces Nabucodonosor se llenó de furor, y demudó su semblante contra Sadrac, Mesac y
Abed-nego. Respondió ordenando que se calentara el horno siete veces más de lo
que se acostumbraba calentar.
20. Y mandó que algunos valientes guerreros de su ejército ataran a
Sadrac, Mesac y Abed-nego, y los echaran en el horno de fuego ardiente.
21. Entonces estos hombres fueron atados
y arrojados con sus mantos, sus túnicas,
sus gorros y sus otras ropas en el horno de fuego ardiente.
22. Como la orden del rey era apremiante
y el horno había sido calentado
excesivamente, la llama del fuego mató a los que habían alzado a Sadrac, Mesac
y Abed-nego.
23. Pero estos tres hombres, Sadrac,
Mesac y Abed-nego cayeron, atados, en medio del horno de fuego ardiente.
Nabucodonosor
había construido un costoso e impactante ídolo y, desde su alta posición, él
espera una consagración inmediata y total de la población. No es solamente una
invención creativa, imaginada en su mente; su construcción fue inspirada por
una experiencia religiosa que le estremeció hasta lo más profundo de su ser. Era
una cosa muy seria para él.
El
fanatismo religioso a menudo va acompañado de una ira intolerante contra aquellos
que no tienen las mismas convicciones. Supongo que es común que los déspotas posean
un carácter malhumorado y, como podemos observar aquí y en el capítulo 2,
Nabucodonosor no era una excepción. Me parece anormal que tal dictador, como no
había igual en su día, recibiera tales desafíos humillantes de parte de sus
súbditos. Sus propios consejeros, caldeos espirituales, le acusaron de hacer demandas
injustas: “Ningún rey o gobernante jamás
ha pedido cosa semejante a ningún mago, encantador o caldeo” (2:10) Ahora,
tres esclavos judíos han actuado firmemente contra sus demandas.
Es algo
sorprendente que él diera a Sadrac, Mesac y Abed-nego una audiencia. Quizás le
recordaba como compañeros de su fiel siervo, Daniel. Les da la oportunidad de defenderse
y, después de que ellos admiten su culpabilidad, les ofrece una segunda
oportunidad. Les recuerda la pena de muerte. Es evidente su arrogancia al
desafiar la capacidad de prevalecer contra su sentencia a cualquier poder
divino.
Los
hombres se exaltan e intentan dejar a su Creador fuera de sus asuntos. Pienso
del intercambio de palabras de Jesús con Pilato en su Pretorio. Pilato dijo: “¿No sabes que tengo autoridad para
soltarte, y que tengo autoridad para crucificarte?” Jesús respondió: “Ninguna autoridad tendrías sobre mí si no
se te hubiera dado de arriba” (Jn.19:10,11). Jesús llamó al templo ‘la casa
de Su Padre’, pero los saduceos y fariseos reclamaban su autoridad sobre él.
Ellos pidieron a Jesús que les aclarase de donde venía Su autoridad. Finalmente,
Él se lo entregó a ellos y, 37 años después, quedó totalmente destruido.
Si lo
sabe o no, el emperador ha sido puesto en su trono por el mismo Dios al que ahora
está desafiando. Sin embargo, el Señor tiene preparada para el futuro una
manera segura de humillarle. Jehová de Israel ya se ha manifestado a él y, Él mismo,
cumplirá Su plan a la perfección al tratar con este poderoso rey.
Por
supuesto, ahora tenemos que meditar en la sor-prendente respuesta de los tres
hebreos. Han dado al Señor el lugar apropiado en sus vidas y, aunque están en
la presencia de un monarca bastante enfadado, ellos responden: “No necesitamos darte una respuesta acerca
de este asunto”. Ellos querían decir que no tenían con qué defenderse, pero
también le estaban aclarando que no vacilarían en cuanto a su entrega a Dios.
Inten-cionalmente fueron culpab-les de desobedecer el man-dato del rey y rechazaron
su segunda oportunidad.
Delante
de la sentencia que el mismo rey acaba de reafirmar, le aseguran que su Dios,
en verdad, es capaz de salvarles, contradiciendo la declaración de
Nabucodonosor de que ningún dios les podría librar de su mano. Ellos conocen a
un Dios a quien el emperador apenas está reconociendo. Ellos creen que Él
vendrá en su defensa. Sin embargo, hay una cláusula en su fe que da lugar a la
soberanía del Señor. Esa no puede ser cuestionada ni cambiada. Su Dios
solamente hará lo que está de acuerdo con Sus propósitos. Cada uno de sus
siervos tiene que reconocer este hecho; el dios que siempre cumple con los
deseos del creyente no es el Dios de la Biblia.
Los
tres hombres asumen completamente su posición de entrega y, si no es la
voluntad de Dios ser librados del fuego, entonces estarán dispuestos a ser
quemados. De una sola cosa están seguros y es que no van a inclinarse delante
de ningún dios falso. Ya que tenemos tal ejemplo de entrega delante de nosotros,
no hay manera de justificar cualquier indecisión de parte nuestra.
Hoy en
día vemos demasiado ingenio humano delante de amenazas mucho menos peligrosas.
En lugar de poner las consecuencias en las manos de Dios, algunos ‘cristianos’ encuentran
la manera de manipular sus circunstancias y razones para poder conformarse con
ellas. Ofrezco lo siguiente: “Bien, Dios conoce que en mi corazón no soy
idolatra, y ciertamente entenderá mi posición, si al cabo me inclino delante de
la imagen. Al fin y al cabo, no es mi postura física lo que vale, sino lo que
hay en mi corazón.” ¿Ves lo que intento decir? Hoy en día la gente razona que
no hay por qué arrodillarse o postrarse delante del Omnipotente, pero
fácilmente hallará una excusa para postrarse delante de un ídolo, si es
amenazada.
La
consideración que el rey había mostrado hacia Sadrac, Mesac y Abed-nego había
llegado a su límite. Yo no sé qué tipo de ira puede superar a estar “enojado
y furioso”, como en el versículo 13, pero en el versículo 19 dice que Nabucodonosor
se “llenó
de furor, y demudó su semblante”. Cuanto mayor era su furia mayor era el calor
del horno; ordenó elevar su temperatura siete veces más de lo acostumbrado. Entonces,
llamó a sus soldados más fuertes para que les atasen y arrojasen en el horno
con toda la ropa puesta, e incluso sus gorros. Dada la urgencia de la orden, los
soldados no tuvieron tiempo para planear cómo aproximarse al horno con
seguridad y, debido al inmenso calor del horno, se quemaron en el mismo acto de
lanzar a los tres hebreos adentro. Normalmente, la última frase de esta
historia sería: “Entonces estos
hombres fueron atados y arrojados con sus mantos, sus túnicas, sus gorros y sus otras ropas en el horno de fuego ardiente”.
24. Entonces el rey Nabucodonosor se
espantó, y levantándose apresuradamente preguntó
a sus altos oficiales: ¿No eran tres los hombres que echamos atados en medio
del fuego? Ellos respondieron y dijeron al rey: Ciertamente, oh rey.
25. El rey respondió y dijo: ¡Mirad! Veo a cuatro hombres sueltos que se
pasean en medio del fuego sin sufrir daño alguno, y el aspecto del cuarto es
semejante al de un hijo de los dioses.
26. Entonces Nabucodonosor se acercó a la puerta del horno de fuego ardiente y dijo: Sadrac,
Mesac y Abed-nego, siervos del Dios Altísimo, salid y venid acá. Entonces
Sadrac, Mesac y Abed-nego salieron de en medio del fuego.
27. Y los sátrapas, los prefectos, los gobernadores y los altos
oficiales del rey se reunieron para ver a estos hombres, cómo el fuego no había
tenido efecto alguno sobre sus cuerpos, ni el cabello de sus cabezas se había
chamuscado, ni sus mantos habían sufrido daño alguno, ni aun olor del fuego había quedado en ellos.
28. Habló
Nabucodonosor y dijo: Bendito sea el Dios de Sadrac, Mesac y Abed-nego que ha
enviado a su ángel y ha librado a sus siervos que, confiando en El,
desobedecieron la orden del rey y entregaron sus cuerpos antes de servir y
adorar a ningún otro dios excepto a su Dios.
29. Por tanto, proclamo un decreto de que todo pueblo,
nación o lengua que diga blasfemia contra el Dios
de Sadrac, Mesac y Abed-nego sea descuartizado y sus casas reducidas a
escombros, ya que no hay otro dios que pueda librar de esta manera.
30. Entonces el rey hizo prosperar a
Sadrac, Mesac y Abed-nego en la provincia de Babilonia.
La
diferencia entre las “historias” de Dios y las que podrían escribir autores
humanos, es que “ninguna cosa es
imposible para Dios” (Lc.1:37). Los seres humanos están
limitados, mientras que Dios, simplemente, no lo es. Esta característica
Suya es evidente por toda la Biblia. La
historia que Dios nos cuenta no termina en la boca de un horno ardiente que aniquila
a los soldados fuertes que arrojan a Sus siervos en él. Hebreos 11:34 testifica
acerca de los que “por la fe… apagaron la
violencia del fuego”. Y
¿qué es la fe, si no una entrega completa, total dependencia de Dios y
confianza en Su persona?
Más
allá de cualquier milagro que pueda acontecer aquí, la obra más importante toma
lugar en el corazón humano. Dios es especialista en llenar de asombro a los más
majestuosos. En un instante, puede cambiar la ira de un monarca en un asombro
extremo. Charles Finney escribió sobre reuniones en las cuales hombres, fuertes
de carácter, volvieron de la ira al temor, y del temor a la paz y el gozo, en
un periodo de una a dos horas. El privilegio más grande en el mundo es poder
observar a Dios obrando en las vidas humanas.
El rey reúne
inmediatamente a sus consejeros por lo que acaba de acontecer. Está
cuestionando su propia orden y también lo que sus ojos están viendo. “¿No
eran tres los hombres que echamos atados? … ¡Veo a cuatro hombres sueltos que
se pasean!” Cuando
Jesús obraba, la gente también se asombraba y cuestionaba: “El hombre que va llevando su lecho, ¿no es él que se acostaba
paralizado junto a Betesda? ¿Es éste el hombre que nació ciego? El que se
sienta con Jesús en la mesa, ¿es éste el mismo Lázaro que estuvo cuatro días en
la tumba?” Cuando las mujeres fueron al sepulcro y vieron la piedra
removida sin hallar ningún cuerpo adentro, se preguntaron: “¿No es ésta la tumba, donde vimos a José y Nicodemo poner Su cadáver?”
Los ángeles les preguntaron: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No
está aquí, sino que ha resucitado. Acordaos cómo os habló” (Lc.24:5-6).
“El
aspecto del cuarto es semejante al de un hijo de los dioses”. ¡Nabucodonosor! ¡El cuarto es el unigénito Hijo del Dios
viviente, quien tú ves! ¡Es el gran Libertador, el Salvador fuerte que ha hecho
esta obra perfecta! Los tres hombres salieron del horno ardiente y todos los
nobles de Babilonia vieron cómo el fuego no había dañado sus cuerpos, ni se
habían chamuscado sus cabellos, ni sus mantos habían sufrido desperfecto
alguno, y ni siquiera olían a humo.
Unos amigos míos, nativos americanos, Craig
y LaDonna Smith, grabaron una canción que pregunta sobre el cuarto Hombre.
Solamente tres salieron del fuego… ¿dónde estaba el Cuarto? La respuesta está
en el título de la canción: “Todavía está
en el fuego”. Está allí para cualquiera de Sus seguidores amados y leales
que, en el futuro, entrarán en circunstancias semejantes a las de los tres
hebreos u otra situación imposible.
Por
orden del rey, ellos, humildemente, salieron del horno. Su intransigente obediencia
a Dios no anuló su obediencia a un hombre que Dios había puesto sobre el trono.
“No hay
autoridad sino de Dios, y las que existen, por Dios son constituidas”, afirmó Pablo
(Ro.13:1). Estos tres hombres habían sido enviados por Dios a Babilonia para
testificar a un rey que sólo sabía adorar a los ídolos. Todo su gobierno está
mirando fijamente a la verdad, por primera vez. Este reino, que ha dominado al
mundo, está contemplando más que solamente palabras o buenas obras; lo que está
pasando es un hecho sobrenatural de un Dios todopoderoso, obrando a favor y por
medio de Sus siervos para Su gloria. Además, Daniel está escribiéndoles en arameo,
su propio lenguaje.
Nabucodonosor
alabó a estos tres hombres, mencionando su disposición a honrar a su Dios sobre
el altar de sus propias vidas, al mismo tiempo que le desobedecían a él. Alabó
y bendijo a su Dios, que respondió con compasión a su confianza y lealtad,
enviando a Su Ángel para rescatarles de una muerte horrible. Proclamó una
maldición sobre cualquiera que se opusiera a su Dios en el futuro. Espero que
recordara su propia oposición y tuviera cuidado de no caer bajo su propia
condenación. Él se responsabilizó de sentenciar a cualquier pueblo que desafiara
a un Dios, “que puede librar de esta manera”. Después, promueve a Sadrac, Mesac y Abed-nego a una
posición más alta.
Hay
cristianos demasiado rápidos en acreditar a una persona con la salvación. Puede
que sea suficiente para ellos ver a Nabucodonosor prostrado y confesando: “En verdad que vuestro Dios es Dios de
dioses, Señor de reyes y revelador de misterios, ya que tú has podido revelar
este misterio” (2:46-47). Incluso, estarían más convencidos todavía si le
oyeran declarar: “Bendito sea el Dios de Sadrac, Mesac y Abed-nego que ha
enviado a su ángel y ha librado a sus siervos que, confiando en El,
desobedecieron la orden del rey y entregaron sus cuerpos antes de servir y
adorar a ningún otro dios excepto a su Dios… ya
que no hay otro dios que pueda librar de esta manera”. Posiblemente
podrían explicar y justificar la continuación de su idolatría como la de un
nuevo creyente que todavía anda según la carne.
Sin
embargo, la verdadera conversión requiere arrepentimiento, y el arrepentimiento
requiere humildad, algo que todavía no hemos visto en este hombre. La humanidad
está totalmente depravada y degenerada, no puede ablandar su duro corazón, y no
puede, por sí misma, entender y tomar un paso hacia Dios. Esta verdad es
evidente, especialmente, cuando un hombre está en una posición tan alta, como
la de un emperador que gobierna el mundo. Dios tendrá que quebrantarle y esto
requerirá un proceso drástico durante un periodo de siete años.
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