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Lowell Brueckner

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Dos puntos de vista opuestos

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Viñas modernas en Israel
“¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío? ¿O tienes tú envidia (es tu ojo malo), porque yo soy bueno?” Mateo 20:15



Quisiera pedirte que leas los versículos del 1 al 16 de Mateo 20, para refrescar la memoria acerca de esta parábola, que trataré de relatar.



La parábola del Señor tenía que ver con el dueño de una viña, que salió muy de mañana buscando obreros. Inmediatamente, halló a algunos y acordó con ellos el sueldo normal, un denario por un día de trabajo. Supongo que harían falta más obreros, porque halló a otros desocupados a las nueve de la mañana y, sin hablar de un sueldo fijo, dijo que les daría lo que fuera correcto. Hizo lo mismo al mediodía, de nuevo a las tres y, finalmente, a las cinco.




La jornada de trabajo terminó a las seis, y el jefe ordenó a su mayordomo que llamara a los trabajadores para recibir su salario, aunque primero quiso pagar a los últimos en llegar a trabajar. Después, parece que siguió en orden; a los que habían trabajado tres horas, después a los que habían trabajado seis, después, nueve, y, al final, a los que habían trabajado la jornada completa, desde las seis de la madrugada. Los primeros fueron los últimos y los últimos los primeros. Esto es todo lo que sabemos sobre este día de trabajo y las personas involucradas, y no vamos a especular más.



Los que fueron a trabajar primero, observaban mientras pagaba a los últimos un denario completo, dando por hecho que, seguramente, ellos recibirían más. Sin embargo, no fue así. Cuando llegó su turno, desilusionados, vieron que también recibían un denario. Entonces, se atrevieron a expresar su queja al dueño, diciéndole que les había tratado injustamente. Pusieron en la balanza la obra de una hora contra sus doce horas de labor durante un día caluroso. Por favor, fíjate en su argumento: “Los has hecho iguales a nosotros”.



El jefe contestó, dirigiéndose a uno de ellos, individualmente, y le preguntó acerca de su reacción (creo que es para que el oyente o el lector, de igual manera, se enfrente con el asunto personalmente). En primer lugar, le recordó que había recibido exactamente el sueldo acordado en el contrato. Después, le reveló algo de su propio carácter, es decir, del carácter del patrón. La primera cosa es que él tenía todo el derecho de hacer lo que quisiera con su propio dinero y, segundo, quiso ser especialmente benigno con el último grupo. Para nosotros, lo más importante a ganar con cualquier porción de la Escritura, es adquirir un concepto más alto de Dios. En esta parábola, Él es soberano… Él hace lo que quiere con lo que es Suyo, y también aprendemos que, al hacerlo, Él actúa bondadosamente. Cada uno tiene que considerar la pregunta: “¿Es tu ojo malo?” En otras palabras, ¿te produce tu punto de vista envidia o resentimiento?



Entre los muchos diferentes puntos de vista que hay entre la vasta multitud que asiste a las iglesias cristianas (de nombre, por lo menos), existen dos, que son los más básicos. Podríamos definirlo como la mentalidad religiosa contra la del evangelio; e incluso, podríamos decir que es el concepto legalista contra el de la gracia. Uno de ellos resultará en la condenación eterna, mientras que el otro salvará. Uno es maligno y orgulloso, y el otro es agradecido y humilde.



Un trasfondo semejante en la historia de David



Quiero llamar tu atención a una situación que provocó la misma reacción que vemos en los primeros obreros de la parábola. Tiene que ver con la vida de David y sus 600 hombres, poco antes de que David fuera hecho rey, en 1 Samuel 30.



Para ver el trasfondo iremos primero a 1 Samuel 27. El rey de su propia nación, tan amada por David, le está persiguiendo y quisiera verle muerto. David se ha estado escondiendo en el territorio de su propia tribu, Judá, quienes le han traicionado dos o tres veces. Él decide que será más seguro habitar entre los filisteos, los enemigos principales de Israel: “Dijo luego David en su corazón: Al fin seré muerto algún día por la mano se Saúl; nada, por tanto, me será mejor que fugarme a la tierra de los filisteos”.



Fue entonces a una ciudad principal de los filisteos llamada, Gat, a su príncipe, Aquis. No fue difícil para Aquis creer que David estuviese totalmente amargado por el trato recibido por parte de sus propios paisanos. Permaneció con Aquis 16 meses, y el rey Saúl ya no le persiguió más. Además, tenía al filisteo totalmente engañado, pero esta mentira causó a David otros problemas bastante complicados. 



David tenía con él a 600 hombres, rudos y ásperos, a los que tenía que mantener activos. Por eso, él y su tropa salieron para destruir totalmente varios pueblos de los enemigos de Israel: los gesuritas, los gezritas y los amalecitas, sin dejar con vida a ninguna persona; ni hombres ni mujeres. Lo hizo así para que nadie reportase a Aquis lo sucedido, ya que le había hecho creer que había atacado pueblos judíos. Quiso hacer crecer la confianza que Aquis tenía en él.



Por sus hechos, no es difícil hallar algunos defectos críticos en el carácter de David durante este tiempo. Sabiéndolos, podríamos juzgar como contradictoria la definición bíblica de David como “un hombre conforme al corazón de Dios” (1 S.13:14). Hace muchos años, encontré una anotación en la Biblia Amplificada que me satisfizo:



“¿Cómo podría ser David ‘un hombre conforme al corazón de Dios’ mintiendo y engañando así? Dios aborrece la mentira (Pr.12:22), y los que practican la falsedad y el engaño serán excluidos del Cielo (Ap.22:15). La verdad es que David había pasado un largo periodo de persecución y circunstancias amenazadoras, y había caído en un estado de desconfianza en Dios mismo. Dios había jurado hacerle rey, librarle de sus enemigos y darle una casa segura; pero se encuentra en pánico, concluyendo que Dios le había abandonado y que, si iba a seguir entre los vivos, tendría que tomar la situación en sus propias manos. Deshonraba mucho a Dios haciéndolo. Sin embargo, Dios estaba al lado de su hijo herido, esperando el momento en el que reconociera su total insuficiencia y volviera a rendirse a los brazos todopoderosos del que había estado vigilándole siempre”.



Aquis dio la ciudad de Siclag a David y a sus hombres, para que vivieran allí. Ahora, acompaña a Aquis al norte, donde tomará posición entre las filas de los soldados filisteos en una batalla masiva contra Israel, en la que cada uno de sus príncipes se involucraría. El texto bíblico se encuentra en 1 Samuel 29:1-2: “Los filisteos juntaron todas sus fuerzas en Afec, e Israel acampó junto a la fuente que está en Jezreel. Y cuando los príncipes de los filisteos pasaban revista a sus compañías de a ciento y de a mil hombres, David y sus hombres iban en la retaguardia con Aquis”. ¡En que líos se había metido David!



Sin embargo, David continuó su farsa delante de Aquis y, si no es porque Dios intervino para salvarle, hubiese sido considerado, justamente, como un traidor contra Israel. Su salvación vino por medio de una protesta de todos los príncipes de los filisteos, que demandaron que Aquis expulsara a David de la batalla y le enviara a su casa. Así, con remordimiento, Aquis pasó la decisión a David que, temprano, de madrugada, emprendió el largo camino de vuelta a Siclag.



Pasamos al capítulo 30, donde aprendemos que tuvieron que viajar durante tres días, una distancia de unos 150 kilómetros. En Siclag, David, se encontró ante un desastre que le llevó a la circunstancia más desesperanzadora de toda su vida. Los amalecitas habían atacado Siclag, llevándose cautivos a todas sus esposas e hijos. Los invasores saquearon el pueblo, tomaron todo lo que tenía valor y lo incendiaron. “Entonces David y la gente que con él estaba alzaron su voz y lloraron, hasta que les faltaron las fuerzas para llorar” (v:4).



Su aventura con los filisteos le llevó a una situación más peligrosa que nunca. Además de tener en contra a su rey y a su tribu, ahora sus propios hombres amenazan con una rebelión. “Y David se angustió mucho, porque el pueblo hablaba de apedrearlo, pues todo el pueblo estaba en amargura de alma, cada uno por sus hijos y por sus hijas” (v:6). El panorama no podía ser peor, y David no puede más. Entonces, deduzco que algo pasa en el corazón de David en esta crisis, que le hace entregarse, no solamente a la protección de su Dios, sino también a Su señorío. 



Sabemos que, en el pasado, su querido amigo, Jonatán, le animó más de una vez. Veamos una de estas ocasiones en 23:16: “Se levantó Jonatán hijo de Saúl y vino a David a Hores, y fortaleció su mano en Dios”.  Pero ahora, Jonatán está lejos, peleando contra los filisteos en la batalla que le costará la vida… quizás ya esté muerto. En un trago amargo, sin un ser humano en quien confiar, David hizo lo que le caracteriza como un verdadero hombre de Dios; lo que hacen todos los verdaderos cristianos que se encuentran en semejantes situaciones: “David se fortaleció en Jehová su Dios” (1 S. 30:6). ¿Reflexionaría en este momento sobre el oso y el león que atacaban su manada? ¿Estaría pensando en Goliat o la liberación reciente que Dios le había dado, tras enredarse en el ejército de los filisteos?



Pero ahora, David da un paso más. A pesar de la presión extrema de sus hombres, por el secuestro de sus esposas y niños, y la urgencia de su propia alma, David busca a Abiatar, el sacerdote, y su efod. Él toma el tiempo necesario para consultar con Dios antes de seguir a los amalecitas (v:7). El Señor le respondió y le aseguró la recuperación completa de todo lo que había perdido. Ha llegado el tiempo de preguntarnos (o al menos, yo me pregunto) … ¿Habrá alguna situación en nuestras vidas que sea tan urgente como para no tener tiempo de orar y buscar a Dios?



Después de la dura jornada de tres días de vuelta a Siclag, David y sus hombres tienen que ir contra los amalecitas. Al llegar al torrente de Besor, 200 de sus hombres no tuvieron fuerzas ni siquiera para cruzarlo; se desplomaron allí mismo y no pudieron seguir. Los otros 400, exhaustos y debilitados, continuaron hasta hallar al enemigo, que festejaba embriagado. David les destruyó “y no les faltó cosa alguna, chica ni grande, así de hijos como de hijas, del robo, y de todas las cosas que les habían tomado; todo lo recuperó David” (v:19). Además, se llevó todas las pertenencias de los amalecitas; una tremenda cantidad de animales y posesiones.



David establece el principio de la gracia



Después de ver todo este trasfondo, llegamos al principio espiritual, que es paralelo al enseñado en la parábola de Jesús. David fue a Besor a encontrar a los 200 hombres que, extremadamente exhaustos, se habían tenido que quedar allí sin poder ir a la batalla. Estos, salieron a encontrar a David y él “les saludó con paz” (v:21). Acuérdate de los obreros que dijeron al dueño, “hemos soportado la carga y el calor del día”. Estaban ofendidos por el pago de un denario dado a los que fueron a trabajar a la undécima hora, y se quejaron contra el dueño, porque “los has hecho iguales a nosotros”. Así, con esta misma actitud, vemos a algunos en el ejército de David. También eran hombres con un “ojo malo”, envidiosos hasta el punto que la Biblia dice que son “malos y perversos”. Ellos dijeron: “Porque no fueron con nosotros, no les daremos del botín que hemos quitado” (v:22).



David, por su parte, tras reconocer todos sus propios fallos, sabía que no merecía haber podido recuperar a sus mujeres e hijos. Fíjate bien en las palabras que dirige a los 400: “No hagáis eso, hermanos míos, de lo que nos ha dado Jehová, quien nos ha guardado, y ha entregado en nuestra mano a los merodeadores que vinieron contra nosotros…” (v:23). Soberanamente y con benignidad, Dios les había entregado lo que tampoco ellos merecían. El principio es el siguiente: Cada ser humano es un pecador caído que solamente merece la muerte y el infierno. Si Dios hubiera dado lo justo a David y a sus hombres, lo hubieran perdido todo. El Señor les trató con gracia, les dio fuerza para pelear y ganar la batalla. No fue por su propia fuerza, rigor o habilidad; todo fue obra de la gracia de Dios. Así, entonces, David compartió su gracia con los 200 hombres, dándoles del botín a partes iguales.  



David manifiesta un corazón de gracia y un entendimiento del evangelio. Él sabía que Dios es quien da la victoria, y que la gloria le pertenece sólo a Él, y él actuó de acuerdo a su entendimiento. En Eclesiastés 9:11 leemos: “Me volví y vi debajo del sol, que ni es de los ligeros la carrera, ni la guerra de los fuertes”. En ese mismo día, David estableció el principio espiritual: “Conforme a la parte del que desciende a la batalla, así ha de ser la parte del que queda con el bagaje; les tocará parte igual. Desde aquel día en adelante fue esto por ley y ordenanza en Israel, hasta hoy” (vs:24-25). ¡David introdujo la ley de la gracia en Israel y se convirtió en una ley en su gobierno! 



David se había vuelto totalmente a Dios. Había sido deshonesto, infiel y desconfiado de Dios, pero Dios jamás le abandonó, y él lo reconoce. Sin embargo, el otro punto de vista; el religioso, el legalista…, pertenece a los que tienen un “ojo malo”, a los malos y perversos. Piensan que pueden influir en el Omnisciente, demostrándole que son mejores que otros y que han obrado lo suficiente como para ganar Su favor. Piensan que merecen más. Se exaltan a sí mismos y empequeñecen la soberanía y la gracia de Dios.  ¿No es ésta la misma actitud que no dejó al hijo mayor participar en la fiesta de celebración que el padre hizo por la vuelta de su hermano pródigo? Jesús contó esa parábola para responder a la murmuración de los fariseos y escribas, en Lucas 15:2-3; 11-32.



Estuve viendo un debate, televisado nacionalmente, entre varios “ministros”, todos liberales, menos uno. Estaban discutiendo sobre la justicia. El único cristiano conservador, el único que de verdad entendía el evangelio, dijo: “¡Ay señores, no queremos la justicia!” Los demás se mostraron asustados, incluso el protagonista, pero él tenía razón. No queremos la justicia; lo que nos hace falta es la misericordia de Dios. Esta es la actitud evangélica, la mentalidad de la gracia. La otra mentalidad alza el alma en su orgullo, según Habacuc 2:4: “He aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece”; mientras que la gracia nos humilla.  



El apóstol Pablo enseña el principio de la gracia por todas sus epístolas. ¿Permitiremos que resuma todo lo que hemos aprendido de la parábola de Jesús y la historia de la vida de David? “Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contado por justicia” (Ro.4:4-5). Vamos a cambiar un poco el versículo para aplicarlo a la batalla: “Pero al que batalla, no se le cuenta la victoria como gracia, sino como lo merecido; mas al que no entra en la batalla, sino que confía en aquel que da por gracia a los que no son dignos, su confianza les es contada por justicia".



Sé honesto… ¿Te molesta esta verdad? ¿Con qué grupo te identificas? ¿A cual perteneces? ¿Cuestionas el derecho de Dios de hacer lo que quiere con lo que es Suyo? Un grupo es malo; el otro es bueno. Uno es legalista; el otro entiende y acepta la gracia. Un grupo es religioso; el otro se ha rendido al evangelio. Un grupo está entre los llamados, pero los otros son los elegidos (Mt.20:16).





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