corta de vista
1. Amados, esta es ya la segunda carta que os escribo, en las cuales, como recordatorio, despierto en vosotros vuestro sincero entendimiento (LBLA),
2. para que tengáis memoria de las palabras que antes han sido dichas por los santos profetas, y del mandamiento del Señor y Salvador dado por vuestros apóstoles;
3. sabiendo primero esto, que en los postreros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias,
4.
y diciendo: ¿Dónde está la promesa de
su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las
cosas permanecen así como desde el principio de la creación.
5.
Éstos ignoran
voluntariamente, que en el tiempo antiguo fueron hechos por la palabra de Dios
los cielos, y también la tierra, que proviene del agua y por el agua
subsiste,
6.
por lo cual el mundo de entonces pereció anegado en agua;
7.
pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el
fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos.
8.
Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un
día.
9.
El Señor no retarda su
promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con
nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al
arrepentimiento.
Me parece muy apropiado que Pedro termine
su contribución final al canon de la Escritura, con el tema la eternidad. Esto
está de acuerdo con el plan del Señor, que reservó los últimos dos capítulos de
la Biblia para hablar sobre los nuevos cielos y la nueva tierra. La palabra
inspirada, la Biblia, nos habla acerca de este planeta y del universo que lo
rodea, desde su creación hasta su destrucción. Después de relatar la historia
humana, hasta el tiempo en que Dios juzgará al déspota final y a todos Sus
enemigos, nos habla de la eternidad.
En este capítulo, Pedro también enseñará acerca
de la destrucción final de este universo antes de la creación del nuevo, en el que
reinará la justicia. Empieza en el primer versículo hablando de la memoria,
la cual, declara él, ha sido su propósito en las dos cartas, enfatizándolo especialmente
en la segunda. Alude a la memoria del lector para poder despertar su
“sincero entendimiento”. Warren Wiersbe dice que “es posible
tener un entendimiento puro y sincero, pero tener falta de memoria”.
El apóstol no está dirigiéndose al
entendimiento natural ni humano, que es impuro e insincero, y no es capaz de
contemplar las cosas de Dios. Esta es una carta para el entendimiento interior,
que ha sido creado nuevamente y es capaz de entender sublimes pensamientos
celestiales, siendo instruido por las Escrituras. Tiene que ser despertado,
porque en la vida cotidiana estamos constantemente pendientes de las
necesidades físicas, y a veces es fácil olvidarse del mundo espiritual (v.1).
Debe ser obvio para cada cristiano
verdadero que, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, son la Palabra de
Dios. El apóstol lo dice claramente en el versículo 2, enseñando a sus lectores
que recuerden las palabras de los profetas tanto como las de los apóstoles. ¿Será
esto posible si no se tiene el hábito de leer toda la Biblia, de principio a
fin? Personalmente conozco a algunos que desaniman a leer y a enseñar el
Antiguo Testamento, y también he oído que hay muchos líderes en la iglesia, en
esta generación, que dan este mal consejo. Este es un error muy serio.
Por eso, Pedro hizo bien en recordar a sus
lectores, por la inspiración del Espíritu Santo, que necesitan estudiar todo el
canon de la Escritura. He aprendido después de casi setenta años de estudio
bíblico, que el Antiguo Testamento no llega a su cumplimento sin la realidad del
Nuevo, y el Nuevo Testamento no puede ser bien entendido sin una comprensión y
referencias al Antiguo Testamento. Tenemos que aprender la unidad de la Palabra
de Dios en su totalidad; tenemos que aferrarnos a la verdad de la palabra
profética en el Antiguo Testamento, a la enseñanza de la Palabra hecha carne en
los Evangelios, y a la doctrina apostólica que sigue. Negar cualquier segmento
es arruinar todo el plan de Dios. Ya que Pedro enfatiza los últimos tiempos,
apuntaré al hecho de que es imposible entender el libro de Apocalipsis sin la
enseñanza del profeta Daniel, por ejemplo (v.2).
El capítulo anterior estaba específicamente
dirigido al descubrimiento de los falsos maestros, quienes asegura el apóstol
que entrarán en la iglesia. Dejó claro que son impulsados por la naturaleza
caída y aquí, otra vez, en el versículo 3, se refiere a este hecho. Entre ellos
estarán los que se burlan de la enseñanza profética. Tristemente, he escuchado a
personas de mucha influencia hacerlo en sus predicaciones. También, en algunos
medios de comunicación, muchos cristianos expresan casi exactamente lo que
Pedro escribió en el versículo 4. Permíteme parafrasearlo: “Por toda la
historia, siempre ha existido gente que piensa que estamos en los últimos
tiempos. Siempre encuentran maneras de interpretar los eventos que ocurren en
sus días con las señales de la Biblia. Pero ¡aquí estamos ahora, todavía
morando en este planeta!”. Es fácil discernir el sarcasmo de su desdén por
la palabra profética. Como Pedro declara, se burlan, literalmente, de los que
descubren las doctrinas bíblicas acerca de los últimos tiempos.
No quieren reconocer que, muy al principio
de la historia mundial, Dios mandó un diluvio sobre todo el mundo, con la
intención de avisar a las futuras generaciones del furor de Su ira. Pedro
demuestra cómo ellos manifiestan un lapso de memoria, intencionalmente. Cada
vez que vemos el arcoíris en las nubes debemos recordar que fue creado cuando
el mundo fue inundado con agua.
Desde los días de Noé, el Señor puso el
statu quo boca abajo, destruyendo totalmente la cultura que existía desde
el principio del tiempo hasta el día en el que cerró la puerta del arca. La ley
de la meteorología cambió drásticamente, no solamente porque se abrieron “las
cataratas de los cielos”, sino que también “fueron rotas todas
las fuentes del grande abismo” (Gé.7:11). Cayó de sorpresa sobre gente que
ni siquiera sabía lo que era la lluvia. Como un pequeño recordatorio del
cataclismo que ocurrió en los días de Noé, tenemos lo recientemente ocurrido en
Valencia. Acabo de volver de Alicante, donde escuché directamente el testimonio
de personas que fueron a ayudar tras la increíble inundación. Casi al mismo
tiempo hubo dos huracanes en Carolina Norte y Florida, EEUU, que causaron
tremendos daños debido a las inundaciones que les siguieron (vs. 5-6).
El versículo 7 nos habla de cómo
interpretar lo que los burladores señalan en el versículo 4, como argumento de
la estabilidad del clima en nuestro tiempo, al decir: “Todas las cosas
permanecen así…” Nosotros tenemos que verlo desde el punto de vista
celestial: “Los cielos y la tierra… están reservados por la misma
palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres
impíos”. Es
solamente por Su misericordia que Dios, al aparecer el arcoíris, nos recuerda
Su promesa de que nos preservará y detendrá la destrucción ardiente de este
planeta.
El versículo 8
alumbra nuestros ojos, explicando por qué han transcurrido miles de años desde
el diluvio. Da luz al hecho de que han pasado dos mil años desde que Cristo
ascendió al cielo y no ha regresado todavía. En la cronología de Dios, estos
años son como dos días. Pedro descubre el principio divino “que para
con el Señor un día es
como mil años”. Un
viejo proverbio dice que “las ruedas de la justicia tornan lentas, pero
seguras”. No se debe a una tardanza de parte del Señor, sino a que los
humanos son demasiados cortos de visión como para poder juzgarlo.
Lo que para el hombre es un gran espacio de
tiempo, se debe a la gran paciencia de Dios manifestada en su misericordia. Es
relativa a la paciente perseverancia, que es un atributo de Cristo dado a los
creyentes, y que se manifiesta en verdaderos cristianos, que perseveran
pacientemente entre la mucha tribulación que les ocurre en el mundo. Antes nos hemos
referido a la participación de Juan “en la paciencia de Jesucristo”
(Ap.1:9). Este atributo divino de la paciente misericordia del versículo
9, ha detenido la mano de Dios hasta ahora, y por eso el vino de la ira
de Dios no “ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira” (Ap.14:10).
Un ladrón en la noche
10.
Pero el día del Señor vendrá como
ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los
elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay
serán quemadas.
11.
Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera
de vivir,
12.
esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos,
encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se
fundirán!
13.
Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la
justicia.
Muchos han pensado que el planeta será
destruido por una guerra nuclear, pero no será así. Según una interesante observación
hecha por Warren Wiersbe, la destrucción vendrá por una manifestación de la
energía atómica de Dios: “Muchos estudiantes de la Biblia creen que Pedro
describe aquí la acción de la energía atómica liberada por Dios. La palabra
griega que se traduce como ‘gran estruendo’ significa ‘con un sonido chispeante
o de un zumbido’ (las personas que han observado una explosión atómica dicen
que produce un sonido semejante). Por ejemplo, la expresión que Pedro utiliza
en este pasaje, fue usada comúnmente para describir el zumbido de las alas de
un ave o el siseo de una serpiente. El adverbio griego es ‘rhoizos’, y la única
palabra que hallo traducida en español es “zumbido”. Imagino que el sonido será
como una especie de zumbido que se amplifica anormalmente como un gran
estruendo. No soy capaz de imaginar cómo será.
Hasta que esto suceda, la Biblia declara
que Jesucristo sostendrá intacto el universo. “Quien sustenta todas las
cosas por la palabra de su poder” (Heb.1:3), “y Él es antes de todas las
cosas, y en Él todas las cosas permanecen (se adhieren o se mantienen juntas)”
(Col.1:17, LBLA). Permíteme que cite otra observación de Wiersbe: “Un guía
llevó a un grupo de personas a un laboratorio atómico y les explicó que las partículas
eléctricas (electrones), moviéndose rápidamente, componen toda la materia que
existe. Los turistas estudiaron modelos de moléculas, y se asombraron al
aprender que todas las cosas materiales consisten mayormente de espacio.
Durante un tiempo para preguntas, un visitante preguntó: ‘Si es así como
funciona toda la materia, ¿qué es lo que la mantiene unida?’ Para esta
cuestión, el guía no tuvo respuesta. Sin embargo, el cristiano sí la tiene: ¡Es
por Jesucristo! Porque Él existe antes de todas las cosas, Él mantiene todo junto”.
La mano poderosa del Señor mantiene todas las cosas en su estado; es un
misterio que los científicos no pueden entender (v.10).
Creo que fue al famoso ateo, Richard
Dawkins, que niega intensamente la existencia de Dios, a quien oí decir que el
universo sí es eterno. Ciertamente, Dawkins debe estar incluido entre los
burladores que Pedro describe en el versículo 4 que dicen: “Desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen,
así como desde el principio”. Está claro que el
principio de Dawkins es el de la evolución no el de la creación. Pero Dios ha
revelado a cada creyente y estudiante de Su palabra, desde milenios atrás, que
el universo terminará en un cataclismo cósmico. Ellos saben que vendrá, pero para
los demás habitantes de la tierra vendrá como ladrón en la noche, sin ninguna
advertencia. El conocimiento de la existencia temporal de este mundo es una
fuerza motivadora para el cristiano, que dirige su conducta a agradar a Dios
más y más, según la naturaleza divina de Cristo en su interior (v.11).
Observa que los creyentes, quienes se
rinden al señorío de Cristo, son instrumentos para cumplir Sus propósitos, y
por eso están “esperando y apresurando la venida del día de Dios”.
Los cristianos deben estar diligentemente involucrados en los eventos que apresuran
la venida del día de Dios, como Noé, construyendo el arca para que
viniera el diluvio. Hebreos 11:7 nos informa que Noé, en el temor de Dios y en
obediencia, no solamente trajo la salvación a su familia, sino también condenó
al mundo. Estaba personalmente involucrado en llevar a cabo el plan de Dios.
El día del Señor habla de eventos en los que el Señor se entremeterá en los asuntos de los
hombres, los eventos que los burladores niegan. Cuando Dios mande juicio,
interrumpiendo las rutinas del mundo, toda boca se cerrará. El diluvio, al cual
Pedro se ha referido, ciertamente fue una manifestación del día del Señor, que
no solo desafiaba la rebelión del hombre, sino que también le destruyó a él y todas
sus obras, con la excepción de ocho almas.
Los últimos tres años y medio, la Gran
Tribulación, serán la siguiente demostración de Su juicio soberano, cuando las
copas de Su ira serán derramadas. Repugnantes llagas, agua convertida en sangre
y un sol ardiente que abrasará la piel, acosarán la humanidad. Una intensa oscuridad
descenderá sobre el reino del Anticristo, y espíritus inmundos serán soltados,
incitando a los ejércitos a la guerra para participar en una batalla final.
Este periodo terminará con un terremoto, que será más severo que cualquier otro
temblor que haya habido en la historia del mundo.
Mil años después tendrá lugar la final y
total destrucción del universo, según Pedro la describe. Ya hemos citado a
Warren Wiersbe, quien creyó que esto sería una descomposición atómica de todos
los elementos. Otra vez, el Señor interrumpirá los asuntos de la raza humana, quitando
lo que ha detenido la destrucción, es decir, Su propia mano; los vastos cielos
arderán con fuego y los más de cien elementos atómicos se disolverán. El
universo terminará en un incendio inimaginable (v.12).
El creyente alumbrado mira más allá de la
edad presente, entendiendo que es perversa a los ojos de Dios, y por eso él no
construye sobre sus fundamentos. Está conformado a la eternidad, “nuevos
cielos y nueva tierra”, que tomarán el lugar del presente universo. Como
tiene hambre y sed de justicia, él espera el ambiente que rodeará perfectamente
a todas las cosas hechas nuevas (v.13).
La actitud inconforme del cristiano
a este mundo
14.
Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas,
procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz.
15.
Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro amado hermano
Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito,
16.
casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas
difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como
también las otras Escrituras, para su propia perdición.
17.
Así que vosotros, oh
amados, sabiéndolo de antemano, guardaos, no sea que arrastrados por el error
de los inicuos, caigáis de vuestra firmeza.
18. Antes bien, creced en la
gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la
eternidad. Amén.
El cristiano no solamente cree que estas
cosas son verdaderas, sino que también las anhela. Está “en espera” de
ellas, siempre encontrando el mundo presente como algo repugnante. Como Lot, él
también es “abrumado por la nefanda conducta de los malvados”. Como él “afligía
cada día su alma justa, viendo y oyendo los hechos inicuos de ellos” (2 P.
2:7-8), él se siente igual. El cristiano tiene pensamientos sanos, pero
tiene que vivir en un mundo que es un auténtico manicomio; es un ser libre, pero
tiene que existir entre criminales esclavizados al pecado. Se ha reconciliado
con Dios y su mayor meta es vivir en perfecta paz con Él. Por eso, todo
aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es
puro” (1 Jn. 3:3). El deseo perfecto de su corazón es “ser hallado por
él sin mancha e irreprensible, en paz” (v.14).
Añadido a lo que el apóstol reveló en el versículo
9, la paciencia misericordiosa de Dios espera el arrepentimiento de las
personas y da esperanza, demostrando que Él quiere salvar. Con este pensamiento,
Pedro vuelve a una doctrina que es semejante a una de Pablo en sus epístolas.
Su referencia a “nuestro amado hermano Pablo” es especialmente
emocionante, porque muestra que él ha aceptado la reprensión de un apóstol más novato
que él, para su propio bienestar (Gál.2:2). Los primeros discípulos amaron la
verdad y la aceptaron, aplicándola a sus vidas, aun cuando esta chocaba con su
propio orgullo.
Pedro, el simple pescador, reconoció que
Pablo, aunque estaba altamente preparado, no confiaba en su sabiduría o
intelecto personal, sino que recibió su sabiduría cristiana del Señor. El
comentario de Jamieson-Faucett-Brown comenta que Pedro reconocía en Pablo una “sabiduría
sobrenatural e inspirada, ‘dada’ a él, y no adquirida en las escuelas humanas
de aprendizaje”. Albert Barnes añade: “La sabiduría que tenía venía de
un origen más alto que el de los humanos. Pedro, describiéndolo así, asegurará
más respeto por la opinión de Pablo que si hubiera dicho que era su propia
sabiduría. Establecerá en aquellos a quienes escribe el principio verdadero que
enseña que toda sabiduría viene de lo alto. Aplicándolo a nosotros mismos, a nuestros
amigos, a nuestros maestros, y a todos los hombres, es apropiado recordar el
hecho de que toda verdadera sabiduría viene del ‘Padre de las luces’
(Stg.1:17)”. Esta es una enseñanza crucial, especialmente aplicable a
nuestro tiempo, cuando la sabiduría del hombre y las demás capacidades humanas,
gobiernan en muchas iglesias (v.15).
Pedro admite, humildemente, que su carta no
contiene nada original, sino lo mismo que Pablo escribe sobre la paciencia de
Cristo y la salvación. Refiriéndose a que, entre las palabras de Pablo hay “algunas
difíciles de entender”, otra vez enfatiza la sabiduría divina que el
intelecto humano no puede captar. Por su orgullo intelectual, hay gente que se
considera superior a las multitudes, y se ofenden por la sabiduría del cielo.
Son completamente incapaces de entender los caminos de Dios, “indoctos” sobre
la enseñanza del Espíritu Santo e “inconstantes” espiritualmente.
Intentan rebajar la verdad celestial a niveles humanos, a lo que ellos pueden
entender, y por eso la “tuercen… para su propia perdición”. Creo
que este es el caso de todas las sectas falsas (v.16).
El apóstol busca la manera de separar el estado
de los falsos del estado de los verdaderos y amados creyentes, quienes han sido
correctamente instruidos. Tiene que preocuparse de que no caigan víctimas de
cualquier herramienta que pudiera dar un golpe serio a su posición segura en
Cristo. Pero tiene que advertir del peligro que existe de que el cristiano sea
enlazado y desviado a errores doctrinales y pecaminosos (v.17).
Manda a los creyentes: “Creced en la gracia
y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”. El
enemigo traerá dudas y cuestiones a su mente con el propósito de detener su
crecimiento, como por ejemplo, introduciendo la pasividad para que el cristiano
se relaje en cierto nivel de su cristianismo. También puede suceder que caiga en
un estado de deficiencia espiritual en la cual la gracia haya sido frustrada y
su relación con Jesucristo haya sufrido.
En primer lugar, las reservas en cuanto al
señorío de Jesucristo sobre la vida personal causarán dudas sobre Su obra
salvadora. Tenemos que asegurarnos, con diligencia, que vivimos constantemente
y con pasión para Su gloria. Estando todavía aquí en la tierra, tenemos que
entrar en la luz de la eternidad y, habiendo entrado, continuar caminando en
ella para siempre. Daremos gloria al Señor Jesucristo ahora y siempre.
Una vez que Pedro aplica su “amén”, confirmando
rotundamente la verdad absoluta, no hay más para escribir a estos cristianos.
También es un privilegio para cada uno de nosotros poder decir ‘amén’ a esta
epístola y a toda la Escritura, y habiéndolo dicho desde el corazón, no hay nada
más que decir (v.18).
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