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Lowell Brueckner

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Un día como mil años

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Burladores de los últimos tiempos (v. 3)

 2 Pedro 3 


            La humanidad es impiadosamente 
                            corta de vista

1. Amados, esta es ya la segunda carta que os escribo, en las cuales, como recordatorio, despierto en vosotros vuestro sincero entendimiento (LBLA),

2. para que tengáis memoria de las palabras que antes han sido dichas por los santos profetas, y del mandamiento del Señor y Salvador dado por vuestros apóstoles;

3. sabiendo primero esto, que en los postreros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias,

4.      y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación. 

5.      Éstos ignoran voluntariamente, que en el tiempo antiguo fueron hechos por la palabra de Dios los cielos, y también la tierra, que proviene del agua y por el agua subsiste, 

6.      por lo cual el mundo de entonces pereció anegado en agua; 

7.      pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos. 

8.      Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. 

9.      El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.  

Me parece muy apropiado que Pedro termine su contribución final al canon de la Escritura, con el tema la eternidad. Esto está de acuerdo con el plan del Señor, que reservó los últimos dos capítulos de la Biblia para hablar sobre los nuevos cielos y la nueva tierra. La palabra inspirada, la Biblia, nos habla acerca de este planeta y del universo que lo rodea, desde su creación hasta su destrucción. Después de relatar la historia humana, hasta el tiempo en que Dios juzgará al déspota final y a todos Sus enemigos, nos habla de la eternidad.

 En este capítulo, Pedro también enseñará acerca de la destrucción final de este universo antes de la creación del nuevo, en el que reinará la justicia. Empieza en el primer versículo hablando de la memoria, la cual, declara él, ha sido su propósito en las dos cartas, enfatizándolo especialmente en la segunda. Alude a la memoria del lector para poder despertar su “sincero entendimiento”. Warren Wiersbe dice que “es posible tener un entendimiento puro y sincero, pero tener falta de memoria”.

 El apóstol no está dirigiéndose al entendimiento natural ni humano, que es impuro e insincero, y no es capaz de contemplar las cosas de Dios. Esta es una carta para el entendimiento interior, que ha sido creado nuevamente y es capaz de entender sublimes pensamientos celestiales, siendo instruido por las Escrituras. Tiene que ser despertado, porque en la vida cotidiana estamos constantemente pendientes de las necesidades físicas, y a veces es fácil olvidarse del mundo espiritual (v.1).  

 Debe ser obvio para cada cristiano verdadero que, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, son la Palabra de Dios. El apóstol lo dice claramente en el versículo 2, enseñando a sus lectores que recuerden las palabras de los profetas tanto como las de los apóstoles. ¿Será esto posible si no se tiene el hábito de leer toda la Biblia, de principio a fin? Personalmente conozco a algunos que desaniman a leer y a enseñar el Antiguo Testamento, y también he oído que hay muchos líderes en la iglesia, en esta generación, que dan este mal consejo. Este es un error muy serio.

 Por eso, Pedro hizo bien en recordar a sus lectores, por la inspiración del Espíritu Santo, que necesitan estudiar todo el canon de la Escritura. He aprendido después de casi setenta años de estudio bíblico, que el Antiguo Testamento no llega a su cumplimento sin la realidad del Nuevo, y el Nuevo Testamento no puede ser bien entendido sin una comprensión y referencias al Antiguo Testamento. Tenemos que aprender la unidad de la Palabra de Dios en su totalidad; tenemos que aferrarnos a la verdad de la palabra profética en el Antiguo Testamento, a la enseñanza de la Palabra hecha carne en los Evangelios, y a la doctrina apostólica que sigue. Negar cualquier segmento es arruinar todo el plan de Dios. Ya que Pedro enfatiza los últimos tiempos, apuntaré al hecho de que es imposible entender el libro de Apocalipsis sin la enseñanza del profeta Daniel, por ejemplo (v.2).

 El capítulo anterior estaba específicamente dirigido al descubrimiento de los falsos maestros, quienes asegura el apóstol que entrarán en la iglesia. Dejó claro que son impulsados por la naturaleza caída y aquí, otra vez, en el versículo 3, se refiere a este hecho. Entre ellos estarán los que se burlan de la enseñanza profética. Tristemente, he escuchado a personas de mucha influencia hacerlo en sus predicaciones. También, en algunos medios de comunicación, muchos cristianos expresan casi exactamente lo que Pedro escribió en el versículo 4. Permíteme parafrasearlo: “Por toda la historia, siempre ha existido gente que piensa que estamos en los últimos tiempos. Siempre encuentran maneras de interpretar los eventos que ocurren en sus días con las señales de la Biblia. Pero ¡aquí estamos ahora, todavía morando en este planeta!”. Es fácil discernir el sarcasmo de su desdén por la palabra profética. Como Pedro declara, se burlan, literalmente, de los que descubren las doctrinas bíblicas acerca de los últimos tiempos.

 No quieren reconocer que, muy al principio de la historia mundial, Dios mandó un diluvio sobre todo el mundo, con la intención de avisar a las futuras generaciones del furor de Su ira. Pedro demuestra cómo ellos manifiestan un lapso de memoria, intencionalmente. Cada vez que vemos el arcoíris en las nubes debemos recordar que fue creado cuando el mundo fue inundado con agua.

 Desde los días de Noé, el Señor puso el statu quo boca abajo, destruyendo totalmente la cultura que existía desde el principio del tiempo hasta el día en el que cerró la puerta del arca. La ley de la meteorología cambió drásticamente, no solamente porque se abrieron “las cataratas de los cielos”, sino que también “fueron rotas todas las fuentes del grande abismo” (Gé.7:11). Cayó de sorpresa sobre gente que ni siquiera sabía lo que era la lluvia. Como un pequeño recordatorio del cataclismo que ocurrió en los días de Noé, tenemos lo recientemente ocurrido en Valencia. Acabo de volver de Alicante, donde escuché directamente el testimonio de personas que fueron a ayudar tras la increíble inundación. Casi al mismo tiempo hubo dos huracanes en Carolina Norte y Florida, EEUU, que causaron tremendos daños debido a las inundaciones que les siguieron (vs. 5-6).

 El versículo 7 nos habla de cómo interpretar lo que los burladores señalan en el versículo 4, como argumento de la estabilidad del clima en nuestro tiempo, al decir: “Todas las cosas permanecen así…” Nosotros tenemos que verlo desde el punto de vista celestial: “Los cielos y la tierra… están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos”. Es solamente por Su misericordia que Dios, al aparecer el arcoíris, nos recuerda Su promesa de que nos preservará y detendrá la destrucción ardiente de este planeta.

 El versículo 8 alumbra nuestros ojos, explicando por qué han transcurrido miles de años desde el diluvio. Da luz al hecho de que han pasado dos mil años desde que Cristo ascendió al cielo y no ha regresado todavía. En la cronología de Dios, estos años son como dos días. Pedro descubre el principio divino “que para con el Señor un día es como mil años”. Un viejo proverbio dice que “las ruedas de la justicia tornan lentas, pero seguras”. No se debe a una tardanza de parte del Señor, sino a que los humanos son demasiados cortos de visión como para poder juzgarlo.

 Lo que para el hombre es un gran espacio de tiempo, se debe a la gran paciencia de Dios manifestada en su misericordia. Es relativa a la paciente perseverancia, que es un atributo de Cristo dado a los creyentes, y que se manifiesta en verdaderos cristianos, que perseveran pacientemente entre la mucha tribulación que les ocurre en el mundo. Antes nos hemos referido a la participación de Juan “en la paciencia de Jesucristo” (Ap.1:9). Este atributo divino de la paciente misericordia del versículo 9, ha detenido la mano de Dios hasta ahora, y por eso el vino de la ira de Dios no “ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira(Ap.14:10).

 

Un ladrón en la noche

 10.  Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas. 

11.  Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, 

12.  esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán! 

13.  Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia.  

Muchos han pensado que el planeta será destruido por una guerra nuclear, pero no será así. Según una interesante observación hecha por Warren Wiersbe, la destrucción vendrá por una manifestación de la energía atómica de Dios: “Muchos estudiantes de la Biblia creen que Pedro describe aquí la acción de la energía atómica liberada por Dios. La palabra griega que se traduce como ‘gran estruendo’ significa ‘con un sonido chispeante o de un zumbido’ (las personas que han observado una explosión atómica dicen que produce un sonido semejante). Por ejemplo, la expresión que Pedro utiliza en este pasaje, fue usada comúnmente para describir el zumbido de las alas de un ave o el siseo de una serpiente. El adverbio griego es ‘rhoizos’, y la única palabra que hallo traducida en español es “zumbido”. Imagino que el sonido será como una especie de zumbido que se amplifica anormalmente como un gran estruendo. No soy capaz de imaginar cómo será. 

 Hasta que esto suceda, la Biblia declara que Jesucristo sostendrá intacto el universo. “Quien sustenta todas las cosas por la palabra de su poder” (Heb.1:3), “y Él es antes de todas las cosas, y en Él todas las cosas permanecen (se adhieren o se mantienen juntas) (Col.1:17, LBLA). Permíteme que cite otra observación de Wiersbe: “Un guía llevó a un grupo de personas a un laboratorio atómico y les explicó que las partículas eléctricas (electrones), moviéndose rápidamente, componen toda la materia que existe. Los turistas estudiaron modelos de moléculas, y se asombraron al aprender que todas las cosas materiales consisten mayormente de espacio. Durante un tiempo para preguntas, un visitante preguntó: ‘Si es así como funciona toda la materia, ¿qué es lo que la mantiene unida?’ Para esta cuestión, el guía no tuvo respuesta. Sin embargo, el cristiano sí la tiene: ¡Es por Jesucristo! Porque Él existe antes de todas las cosas, Él mantiene todo junto”. La mano poderosa del Señor mantiene todas las cosas en su estado; es un misterio que los científicos no pueden entender (v.10).   

 Creo que fue al famoso ateo, Richard Dawkins, que niega intensamente la existencia de Dios, a quien oí decir que el universo sí es eterno. Ciertamente, Dawkins debe estar incluido entre los burladores que Pedro describe en el versículo 4 que dicen: “Desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen, así como desde el principio”. Está claro que el principio de Dawkins es el de la evolución no el de la creación. Pero Dios ha revelado a cada creyente y estudiante de Su palabra, desde milenios atrás, que el universo terminará en un cataclismo cósmico. Ellos saben que vendrá, pero para los demás habitantes de la tierra vendrá como ladrón en la noche, sin ninguna advertencia. El conocimiento de la existencia temporal de este mundo es una fuerza motivadora para el cristiano, que dirige su conducta a agradar a Dios más y más, según la naturaleza divina de Cristo en su interior (v.11).

 Observa que los creyentes, quienes se rinden al señorío de Cristo, son instrumentos para cumplir Sus propósitos, y por eso están “esperando y apresurando la venida del día de Dios”. Los cristianos deben estar diligentemente involucrados en los eventos que apresuran la venida del día de Dios, como Noé, construyendo el arca para que viniera el diluvio. Hebreos 11:7 nos informa que Noé, en el temor de Dios y en obediencia, no solamente trajo la salvación a su familia, sino también condenó al mundo. Estaba personalmente involucrado en llevar a cabo el plan de Dios.

 El día del Señor habla de eventos en los que el Señor se entremeterá en los asuntos de los hombres, los eventos que los burladores niegan. Cuando Dios mande juicio, interrumpiendo las rutinas del mundo, toda boca se cerrará. El diluvio, al cual Pedro se ha referido, ciertamente fue una manifestación del día del Señor, que no solo desafiaba la rebelión del hombre, sino que también le destruyó a él y todas sus obras, con la excepción de ocho almas.

 Los últimos tres años y medio, la Gran Tribulación, serán la siguiente demostración de Su juicio soberano, cuando las copas de Su ira serán derramadas. Repugnantes llagas, agua convertida en sangre y un sol ardiente que abrasará la piel, acosarán la humanidad. Una intensa oscuridad descenderá sobre el reino del Anticristo, y espíritus inmundos serán soltados, incitando a los ejércitos a la guerra para participar en una batalla final. Este periodo terminará con un terremoto, que será más severo que cualquier otro temblor que haya habido en la historia del mundo.  

 Mil años después tendrá lugar la final y total destrucción del universo, según Pedro la describe. Ya hemos citado a Warren Wiersbe, quien creyó que esto sería una descomposición atómica de todos los elementos. Otra vez, el Señor interrumpirá los asuntos de la raza humana, quitando lo que ha detenido la destrucción, es decir, Su propia mano; los vastos cielos arderán con fuego y los más de cien elementos atómicos se disolverán. El universo terminará en un incendio inimaginable (v.12). 


 
El creyente alumbrado mira más allá de la edad presente, entendiendo que es perversa a los ojos de Dios, y por eso él no construye sobre sus fundamentos. Está conformado a la eternidad, “nuevos cielos y nueva tierra”, que tomarán el lugar del presente universo. Como tiene hambre y sed de justicia, él espera el ambiente que rodeará perfectamente a todas las cosas hechas nuevas (v.13).

 

La actitud inconforme del cristiano a este mundo 

14.  Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz. 

15.  Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, 

16.  casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición. 

17.  Así que vosotros, oh amados, sabiéndolo de antemano, guardaos, no sea que arrastrados por el error de los inicuos, caigáis de vuestra firmeza. 

18.  Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén.  

El cristiano no solamente cree que estas cosas son verdaderas, sino que también las anhela. Está “en espera” de ellas, siempre encontrando el mundo presente como algo repugnante. Como Lot, él también es “abrumado por la nefanda conducta de los malvados”. Como él “afligía cada día su alma justa, viendo y oyendo los hechos inicuos de ellos” (2 P. 2:7-8), él se siente igual. El cristiano tiene pensamientos sanos, pero tiene que vivir en un mundo que es un auténtico manicomio; es un ser libre, pero tiene que existir entre criminales esclavizados al pecado. Se ha reconciliado con Dios y su mayor meta es vivir en perfecta paz con Él. Por eso, todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Jn. 3:3). El deseo perfecto de su corazón es “ser hallado por él sin mancha e irreprensible, en paz” (v.14).

 Añadido a lo que el apóstol reveló en el versículo 9, la paciencia misericordiosa de Dios espera el arrepentimiento de las personas y da esperanza, demostrando que Él quiere salvar. Con este pensamiento, Pedro vuelve a una doctrina que es semejante a una de Pablo en sus epístolas. Su referencia a “nuestro amado hermano Pablo” es especialmente emocionante, porque muestra que él ha aceptado la reprensión de un apóstol más novato que él, para su propio bienestar (Gál.2:2). Los primeros discípulos amaron la verdad y la aceptaron, aplicándola a sus vidas, aun cuando esta chocaba con su propio orgullo.

 Pedro, el simple pescador, reconoció que Pablo, aunque estaba altamente preparado, no confiaba en su sabiduría o intelecto personal, sino que recibió su sabiduría cristiana del Señor. El comentario de Jamieson-Faucett-Brown comenta que Pedro reconocía en Pablo una “sabiduría sobrenatural e inspirada, ‘dada’ a él, y no adquirida en las escuelas humanas de aprendizaje”. Albert Barnes añade: “La sabiduría que tenía venía de un origen más alto que el de los humanos. Pedro, describiéndolo así, asegurará más respeto por la opinión de Pablo que si hubiera dicho que era su propia sabiduría. Establecerá en aquellos a quienes escribe el principio verdadero que enseña que toda sabiduría viene de lo alto. Aplicándolo a nosotros mismos, a nuestros amigos, a nuestros maestros, y a todos los hombres, es apropiado recordar el hecho de que toda verdadera sabiduría viene del ‘Padre de las luces’ (Stg.1:17)”. Esta es una enseñanza crucial, especialmente aplicable a nuestro tiempo, cuando la sabiduría del hombre y las demás capacidades humanas, gobiernan en muchas iglesias (v.15).

 Pedro admite, humildemente, que su carta no contiene nada original, sino lo mismo que Pablo escribe sobre la paciencia de Cristo y la salvación. Refiriéndose a que, entre las palabras de Pablo hay “algunas difíciles de entender”, otra vez enfatiza la sabiduría divina que el intelecto humano no puede captar. Por su orgullo intelectual, hay gente que se considera superior a las multitudes, y se ofenden por la sabiduría del cielo. Son completamente incapaces de entender los caminos de Dios, “indoctos” sobre la enseñanza del Espíritu Santo e “inconstantes” espiritualmente. Intentan rebajar la verdad celestial a niveles humanos, a lo que ellos pueden entender, y por eso la “tuercen… para su propia perdición”. Creo que este es el caso de todas las sectas falsas (v.16).

 El apóstol busca la manera de separar el estado de los falsos del estado de los verdaderos y amados creyentes, quienes han sido correctamente instruidos. Tiene que preocuparse de que no caigan víctimas de cualquier herramienta que pudiera dar un golpe serio a su posición segura en Cristo. Pero tiene que advertir del peligro que existe de que el cristiano sea enlazado y desviado a errores doctrinales y pecaminosos (v.17).

 Manda a los creyentes: “Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”. El enemigo traerá dudas y cuestiones a su mente con el propósito de detener su crecimiento, como por ejemplo, introduciendo la pasividad para que el cristiano se relaje en cierto nivel de su cristianismo. También puede suceder que caiga en un estado de deficiencia espiritual en la cual la gracia haya sido frustrada y su relación con Jesucristo haya sufrido.

 En primer lugar, las reservas en cuanto al señorío de Jesucristo sobre la vida personal causarán dudas sobre Su obra salvadora. Tenemos que asegurarnos, con diligencia, que vivimos constantemente y con pasión para Su gloria. Estando todavía aquí en la tierra, tenemos que entrar en la luz de la eternidad y, habiendo entrado, continuar caminando en ella para siempre. Daremos gloria al Señor Jesucristo ahora y siempre.

 Una vez que Pedro aplica su “amén”, confirmando rotundamente la verdad absoluta, no hay más para escribir a estos cristianos. También es un privilegio para cada uno de nosotros poder decir ‘amén’ a esta epístola y a toda la Escritura, y habiéndolo dicho desde el corazón, no hay nada más que decir (v.18).


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