El paralítico de Capernaum
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Shelley y Daniel |
El paralítico de Capernaum (Marcos 2:1-12)
Daniel Brueckner durante los primeros días de Covid
“Entró Jesús otra vez en Capernaum después de algunos días; y se oyó que estaba en casa. E inmediatamente se juntaron muchos, de manera que ya no cabían ni aun a la puerta; y les predicaba la palabra”.
Jesús se había mudado de Nazaret a Capernaum; al poco tiempo circuló la
noticia de que estaba en la casa. Mucha gente se reunió y, en el relato de
Lucas, capítulo 5, versículo 17, cuenta que los escribas llegaron de cada aldea
de Galilea, Judea y Jerusalén. La multitud que llegó era tan grande que no
había lugar para llegar a la puerta.
Luz en la oscuridad
Estoy contento de que Jesús fuera al lugar más oscuro porque demuestra entonces que no hay un lugar demasiado oscuro al que Él no iría. La Biblia dice que Dios es luz y Jesús dijo: “Yo soy la luz del mundo”. Dondequiera que se movía, Él producía un efecto sobre las tinieblas que le rodeaban. La gente vio una gran luz, algo que jamás habían visto, y sus ojos empezaron a abrirse.
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Iglesia cristiana de Swanton |
En una porción del Evangelio de Lucas, el pueblo le dijo: “¿Qué piensas de Pilato que mató a gente en Galilea, sacrificando su sangre, junto con sus ofrendas?” Supongo que estaban acusando a Pilato fuertemente por lo que hizo, pero Jesús ni le mencionó en su respuesta, sólo dijo: “¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos?” Entonces dijo: “Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”. Puso la responsabilidad de arrepentirse sobre Sus oyentes. No había manera de poder afectar a los muertos a manos de Pilato, pero sí pudo influenciar a Sus oyentes ese día.
Después, Jesús
cuenta Su propia historia sobre Jerusalén. Dijo: “Aquellos
dieciocho sobre los cuales cayó
la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los
hombres que habitan en Jerusalén?... antes si
no os arrepentís, todos
pereceréis igualmente”.
Su mensaje siempre fue “arrepentíos, arrepentíos, arrepentíos”.
Pienso que él escuchó el mensaje de Jesús acerca del arrepentimiento. Quisiera saber sus pensamientos, pero imagino que meditaba sobre sus propios pecados y la necesidad de arrepentirse de ellos, como todos. Pienso que pesaban sobre él y que estaba bajo convicción de pecado. Después, os diré porqué lo pienso.
Estoy seguro de que tenía un deseo en su corazón de ver a Jesús, pero no se
podía acercar a menos que alguien le ayudara; alguien a quien le importara, que
amara a su prójimo como a sí mismo. Mientras otros pasaban rápidamente sin ni
siquiera pensar en su bienestar, hacía falta alguien que quisiera extenderle la
mano. Poseía un alma y fue amado por Dios. Cuatro hombres tuvieron el anhelo de
verle sanado; se juntaron, levantaron al hombre y decidieron: “Vamos a llevarte
a Jesús”. Sabían que era la única esperanza. Me pregunto si tendría una esposa
resignada a su triste estado que ahora diría: “¡Ay, tened cuidado!, no le deis
mucho ánimo, porque si vuelve igual que está, se quedará más desanimado que
nunca”.
Estorbos
En el versículo 4: “Y como no podían acercarse a él a causa de la multitud, descubrieron el techo de donde estaba, y haciendo una abertura, bajaron el lecho en que yacía el paralítico”. Pronto encontraron un obstáculo. La casa estaba repleta y la multitud llenó el patio, de modo que no podían acercarse a la puerta. Pienso que intentaron entrar a empujones, como podían, con determinación, pero una aglomeración de gente no permitió la entrada.
Cuando uno se interesa en que Dios haga algo en la vida de otra persona, siempre hallará obstáculos. ¿Has visto que cuando empiezas a orar las cosas empeoran en lugar de mejorar? Pero no oímos a ninguno de los cuatro, al ver que no podían entrar por la puerta, decir al inválido: “Lo sentimos mucho, lo hemos intentado, pero es imposible entrar”. ¡En ninguna manera!… No aceptaron para nada la dificultad que les intentaba detener. Vinieron con un propósito y no iban a parar hasta que el enfermo estuviera delante de Jesús.
Esta historia está en la Biblia para animarnos cuando encontramos obstáculos y nos sentimos desalentados, viendo la fe de estos hombres. Como no pueden entrar por la puerta, a uno de ellos le nace la idea y sugiere: “¡Vamos a probar el techo!” En aquellos días se podía acceder al techo por una escalera exterior, así que subieron por ella.
Jesús estaba predicando en la casa cuando, repentinamente, se oyó un alboroto en el techo, y la tierra y el polvo comenzaron a caer, incluso entrando en los ojos de las personas que había en la casa. Debemos saber que fue una interrupción mucho más seria que cuando un bebé llora en la iglesia durante el mensaje. Esta fue peor, al punto de que ya nadie escuchaba lo que Jesús decía. Estaban mirando hacia arriba, preguntándose qué podía ser este alboroto. Estos hombres derribaron el techo, haciendo un hueco lo suficientemente grande como para que bajara el hombre en su lecho. Claro que fue algo desordenado y que nadie había visto antes en las reuniones de Jesús, según sabemos por la Escritura, pero el método fue muy efectivo.
De la manera que fuera, ellos iban a presentar a este hombre ante Jesús, incluso provocando un fuerte alboroto en la reunión. No sé si vosotros habéis vivido acontecimientos semejantes en vuestras reuniones, pero yo sí sé cómo Dios puede utilizarlos. Ahora mismo viene a mis pensamientos un programa de Navidad, en el que el marido de una señora de nuestra iglesia entró un poco ebrio… bien, la verdad es que estaba bien borracho. Antes de empezar el programa el hombre empezó a cantar. Las palabras eran de un villancico navideño, nada apropiadas para la iglesia. Yo hablé un poco al empezar, pero me interrumpió con una pregunta. Tenía que ver con la salvación, así que sentí que no sería malo contestarle. De hecho, me hizo detenerme un par de veces y, sencillamente, respondí de la forma más rápida posible. En un momento, se puso de pie y preguntó, arrastrando sus palabras: “Bueno, ¿y qué de esto…?” Su esposa se quedó bastante apenada, y yo me alegré cuando terminó el programa. Un día después, oímos de un niño que había estado escuchando atentamente las preguntas y las respuestas. Yo, pensando que el programa era más importante que las preguntas, había contestado impacientemente. Sin embargo, el niño estaba preso de una convicción de pecado y no había podido dormir esa Noche Buena. Su madre le oyó llorar y le pidió razón de su tristeza. Él dijo con lágrimas: “¿Te acuerdas cuando el hombre preguntó cómo ser salvo y el Pastor Dan le dijo que tenía que arrepentirse de sus pecados y ser reconciliado con Dios? No puedo dormir por mis pecados”. Entonces su madre y él se pusieron de rodillas y él recibió a Cristo esa noche. ¿Ves cómo los estorbos pueden ser buenos?... este ciertamente lo fue. ¿No creéis que Dios, incluso, puede usar el Coronavirus en situaciones para Su gloria ahora? ¿Qué pensarían los asistentes a la casa al ver a los cuatro hombres y al paralítico? A lo mejor algunos solamente vieron a personas causando problemas, destruyendo el techo, porque el techo les interesaba más que el paralítico. Bien, el hombre acostado en su lecho bajó lo suficiente como para ver el rostro de Jesús, y Jesús, por Su parte, vio la fe de ellos… “sin fe es imposible agradar a Dios”. |
Tus pecados te son perdonados
El inválido fue llevado a la mejor Persona, y lo primero que Jesús le dijo al hombre fue: “Hijo, tus pecados te son perdonados”. No sé si los cuatro pensaron: “No le trajimos para ser perdonado, sino para ser sanado”. Pero lo que nos está enseñando el pasaje es que la necesidad más grande de cualquier persona es el perdón de sus pecados. No importa lo que viva físicamente, su necesidad es y siempre ha sido el perdón de pecados.
La razón de porqué digo que el hombre estaba bajo convicción de pecado es porque en el Evangelio de Mateo, capítulo 9, antes de perdonarle, Jesús le dijo: “Ten ánimo, hijo”, es decir, “no te desesperes”. De modo que este hombre que había escuchado a Jesús predicando y había sido convencido de sus pecados, primeramente, oyó de Jesús: “Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados”. Aunque todavía no podía moverse, seguramente su corazón saltó de gozo, porque su necesidad más importante había sido suplida. La Biblia enseña que “hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente”. Los ángeles en el cielo se gozan, este hombre se goza, y el Nuevo Testamento Amplificado amplía el versículo así: “La pena es remitida, el sentir de culpabilidad es removido, y una posición justa y correcta es establecida delante de Dios”.
Tener los pecados perdonados significa estar bien delante de Dios y, al decirlo Jesús, ocurrió al instante. No fue necesario esperar un periodo de tiempo para ver si era genuino o no. Un segundo antes se encontraba encaminado hacia el infierno, y un minuto después lo estaba hacia el cielo. Él no hizo nada para merecer esta salvación.
Más importante que ser sanado del Coronavirus es ser sanado del cáncer del alma. Jesús es el Único que puede sanar tus pecados. Ningún cura o pastor lo puede hacer. Esta historia enseña que sólo Dios puede perdonar pecados, y algunas personas en la casa se escandalizaron al decirlo Jesús. En los versículos 6 y 7: “Estaban allí sentados algunos de los escribas, los cuales cavilaban en sus corazones: ‘¿Por qué habla éste así? Blasfemias dice. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?’” Esto sí era verdad.
En el versículo 8: “Y conociendo luego Jesús en su espíritu que cavilaban de esta manera dentro de sí mismos, les dijo: ¿Por qué caviláis así en vuestros corazones?” Jesús conocía los pensamientos de los escribas y los fariseos, a quienes no les preocupaban sus pecados, sino estar solamente ocupando un sitio, cuestionando y criticando. Él conoce tus pensamientos en este momento, no importa cuales sean. El hecho puede darte temor, pero ¿cuántas veces dice en los Evangelios que “Jesús conoció sus pensamientos?”
Permíteme ilustrar lo que quiero decir con una historia que ocurrió en Macedonia. Estuve compartiendo el Evangelio con un hombre joven, llamado Bosco, y su esposa. Él recibió el Evangelio con gusto, pero su esposa no quiso oír de estas cosas. Entonces empecé a abrir las Escrituras con él, viendo sobre la necesidad de un Salvador para los pecadores. Me dijo después, al convertirse, que pensaba que yo era Dios en la carne porque podía leer sus pensamientos. Leí de Romanos 1 y 1 Corintios, donde hay una lista de pecados, y me preguntó: “¿Cómo sabías tú que yo hacía estas cosas?”
Fue tan directo y abierto al hablar de sus pecados porque pensaba que yo, de todos modos, conocía sus pensamientos y no podía esconder nada. No había muchos folletos en macedonio, pero me llegó uno nuevo, recién publicado. No tenía tiempo de hablarle ese día, así que me conduje a su casa, llamé a la puerta, él contestó y le dije: “No puedo visitarte ahora, pero aquí está un nuevo folleto… ¡léelo!”. También me dijo después que había estado pensando sobre los asuntos presentados en el folleto, y que el folleto contestaba cada pregunta. Ahora estaba más convencido de que Dios, en verdad, sabía lo que estaba pensando. Encontró un empleo empaquetando tomates, y amigos de la iglesia trabajaban con él. Ellos compartían el evangelio, y él les dijo: “No pude escaparme de Dios. Estuvo en mi casa y en mi empleo”.
Dos años más tarde, su esposa se estaba muriendo de cáncer. Antes se burlaba de mí, pero después me sorprendió que quiso hablar conmigo y me invitó a su casa. Yo no debía haber estado en mi casa ese día porque tenía que predicar esa noche en el norte de Macedonia. Pero estaba tan exhausto que llamé al pastor y le dije que estaba demasiado cansado para conducir hasta su iglesia. Estaba sentado en mi cama, temprano en la tarde, queriendo caer sobre mi almohada, cuando sonó el teléfono y dije a Shelley: “Ay, ¿quién puede ser ahora?” Al decirme quien llamaba, dije: “¡Dámelo!”
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Daniel ensenando en Suecia |
Habiendo Dios ordenado las circunstancias, fui a su casa. Quiso oración para su cáncer, pero la dije: “Tú tienes un cáncer en tu alma que es mucho peor que el cáncer en tu cuerpo”. Otra vez, le expliqué el Evangelio, y su marido también escuchó. Le pregunté si ella se arrepentía de sus pecados para encontrar vida en Cristo y ella dijo: “Sí, lo haremos”. El marido la escuchó y, sabiendo mejor el Evangelio dijo: “Un momento, me incluiste, siendo esto algo personal para ti. Tú tienes que decidir por ti misma y yo por mí mismo”. Le dije: “¿Qué dices?” Y ella dijo “Sí” por sí misma. El marido ya estaba escuchando el Evangelio hacía tres años pero todavía no se había arrepentido de sus pecados. Me pareció que pasaban como 10 minutos, esperando a que él contestara por sí mismo también, y al final dijo: “Sí, quiero dar mi vida a Jesús”. Oramos para que le recibiera en ese momento y, al día siguiente, vinieron a nuestra casa, llenos de gratitud porque ella se sentía mucho mejor. Pasamos un buen tiempo dando gracias a Dios.
¿Por qué digo estas cosas? Es para que veas como una persona es francamente honesta cuando ve que no puede esconderse de Dios. Jesús, en este pasaje, demuestra que conoce sus pensamientos y entonces les dice: “¿Por qué caviláis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate, toma tu lecho y anda?”
¿Qué es más fácil para la omnipotencia? Una frase es tan fácil como la otra. Podría decir: ‘Tus pecados te son perdonados’, pero ninguno se daría cuenta de lo que pasaría en el interior. Sin embargo, si le mandase levantarse y andar, sería algo obvio. Así Jesús sigue diciendo: “Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico): A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa”. Se levanta, pero el propósito es para que todos sepan que el Hijo del Hombre tiene poder para perdonar pecados. Los dos asuntos son imposibles para el hombre. El hombre no puede perdonar los pecados ni tampoco sanar la parálisis, pero Dios sí puede hacerlo.
Dar gloria a Dios
“Entonces él se levantó en seguida, y tomando su lecho, salió delante de todos, de manera que todos se asombraron, y glorificaron a Dios, diciendo: Nunca hemos visto tal cosa”. En el evangelio de Lucas dice: “Al instante, levantándose en presencia de ellos, y tomando el lecho en que estaba acostado, se fue a su casa, glorificando a Dios”. Específicamente, él glorificó a Dios, y también la gente.
Me encanta la letra de la canción “Está bien con mi alma”. Puedo imaginar al señor Stafford pensando en esta estrofa: “Mi pecado”, y lo escribe. Después pone la coma, pero se emociona y continúa, “¡Oh, la dicha de este glorioso pensamiento!” Empieza escribiendo de nuevo… “Mi pecado” …otra coma, “no una parte, sino enteramente, es clavado en la cruz, y no lo llevo más”. Otra vez, la alabanza le gana las emociones y termina… “¡Alaba al Señor, oh alaba al Señor, alma mía!”
Probablemente, un título mejor para este mensaje sería: “La sanidad de un pecador”. Va a su casa regocijándose, con sus pecados perdonados y glorificando a Dios. En el Salmo 103, un Salmo de David, él contempla, igual que el paralítico, la salvación y la sanidad: “Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios. Él es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias”. Al saber que todos nuestros pecados, no solo una parte de ellos, sino enteramente, han sido clavados en la cruz, escuchamos mejor cuando el salmista nos aconseja: “No olvides ninguno de sus beneficios”. David alaba, “Bendice a Jehová… bendiga su santo nombre… Bendice a Jehová”.
El hombre va a su casa glorificando el nombre de Jesús. 1 Pedro 2:9 dice: “Vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”. Jesús fue a un lugar oscuro, se encontró con un hombre que vivía en las tinieblas y la muerte, y le dijo: “Hijo, tus pecados te son perdonados”. Él sale “anunciando las virtudes de aquel que le llamó de las tinieblas a su luz admirable”.
La tierra de Neftalí y Zabulón, en verdad, vio una gran luz. Ya en Capernaum, había vivido un oficial con un hijo moribundo, que hizo un viaje de 25-35 kilómetros a Caná para encontrar a Jesús y Él le dijo que fuera a su casa porque su hijo vivía. Él volvió y se encontró con sus siervos de camino, quienes dijeron: “Tu hijo vive”. Al preguntar la hora se dio cuenta de que había acontecido a la misma hora en la que Jesús proclamó: “Tu hijo vive”. No solamente creyó él, sino toda su casa. Ya, antes de que Cristo se mudara a Capernaum, había una familia creyente. La luz empezó a brillar y la gente fue transformada por el evangelio. Hay personas que reflejan la luz en las tinieblas, embajadores para Él.
¿Hay gente escuchando hoy, solamente ocupando un sitio, criticando, siempre intentando hallar faltas en la iglesia, o entre Su pueblo, o con el pastor, como los escribas? A ellos no les importan sus pecados, porque piensan que son buenos y no necesitan que Jesús perdone sus pecados. Si abandonas este grupo hoy, Jesús dijo que cualquiera que viene a Él, no le echará fuera. Niño o adulto: ¡Qué privilegio tienes si al final de tu vida sabes que tus pecados te son perdonados! No importa cómo mueras, si una torre te cae encima, o si te matan. Jesús dijo a los fariseos: “Morirás en tus pecados”. Yo quiero morir libre de mis pecados, en una relación correcta con Dios.
Quiero decir una cosa más acerca de los cuatro hombres que llevaron al hombre a Jesús, y es que no tuvieron ninguna intención de lanzarle otra vez al techo. Si tú oras por alguien y le llevas delante del trono de la gracia, ten la misma determinación que ellos. Comparte la carga con otros, pidiendo que se junten contigo en oración. Haz un pacto de que tú llevarás a esa persona a Jesús, a pesar de los obstáculos, para que se oiga decir: “Nunca hemos visto tal cosa”. Dios todavía hace lo imposible.
Termino contando la historia de una señora, de quien pensé por la mañana, contemplando este mensaje. Su nombre es Deborah y vive diagonalmente opuesta a la iglesia en Swanton. Tiene 60 años, más o menos, y para saber un poco su trasfondo, fue abusada por su esposo y otros hombres, física, emocionalmente y de otras maneras. Vivía con pensamientos suicidas y era alcohólica, dominada por temores. Ella intentaba llegar a la iglesia pero durante tres meses no tuvo el valor de cruzar la puerta (sus obstáculos fueron multitudes de temores). Escuchaba desde afuera, pero tenía miedo de entrar.
Después de tres meses, por fin tuvo el suficiente valor como para entrar, pero se sentó atrás, con una mirada de temor en el rostro, y al terminar la reunión salió inmediatamente. Empezó a asistir más y más y, después de una reunión, invité a todos a ir al sótano para comer. Ella tenía miedo de los sótanos y no pudo bajar. Teníamos reuniones de oración también allí, pero el temor no la dejaba venir. Poco a poco, las mujeres la intentaban animar; conversaban, oraban intensamente por ella, y empezó a estar libre de los temores.
Su marido está en una residencia, en cuidados paliativos por más que un año. No entienden cómo puede seguir con vida. Deborah le visitaba de vez en cuando en el pasado, pero incluso en su condición, él se portaba violentamente con ella. Era un veterano de la guerra en Vietnam, y estaba totalmente confinado a su cama, a veces consciente, a veces no.
Con el tiempo Deborah empezó a venir a las reuniones de oración en el sótano de la iglesia. Un miércoles, después de la reunión, se acercó y me dijo: “Daniel, he dado mi vida a Cristo”. Obviamente, todos nosotros estábamos muy alegres por ella, pero todavía le faltaba mucho para normalizar su estado emocional y espiritual, y fue asombroso ver cómo los cristianos la querían ayudar durante este proceso. Fue como “romper el techo” a base de tiempo y esfuerzo.
Ella quiso visitar a su marido, pero sus consejeros le dijeron que mejor no lo hiciera, porque la experiencia en el pasado fue seguida por una depresión. Sin embargo, fue a él otra vez para decirle que le perdonaba. Yo fui a la residencia un día, y ella le estaba abrazando. Le leía constantemente la Escritura y oraba con él. Ella dijo que escuchar la Escritura tenía un efecto sobre su cuerpo. Le leyó el Salmo 23 y, al llegar al último versículo: “Moraré en la casa de Dios por largos días”, él dijo: “Espero que sí”.
Le leyó todo el libro de Romanos. Un día, en el que sentía triste, empezó a llorar al estar con él. Esto fue algo que no hubiese tolerado en toda su vida juntos porque le enfadaba mucho. Pero ahora le dijo con cariño: “Oh Debi, ¿qué te pasa?”, y acercando su cabeza a la suya, empezó a acariciarla y la dio un pequeño beso. Vino a la reunión de oración aquella noche y contó la historia, diciendo: “¡Fue la primera vez en 40 años que me daba un beso!” Dios se mueve fuertemente en esa señora y el perdón ha podido reinar en ella.
El capellán de la residencia pasó por su habitación y se fijó en que ella estaba con él, y le pidió que orase con ella y su marido. Lo aceptó, pero mientras ella oraba, los ojos del capellán se llenaron de lágrimas. Después dijo: “He leído la historia de tu marido y no puedo entender cómo vienes aquí y cómo puedes perdonarle”. Esto la chocó un poco, y pensaba: “¿No eres tú capellán? ¿No debes saber estas cosas?”
Quería servir a Dios en la manera que fuera, así que la dimos una llave de la iglesia. Le fue dado el ministerio de limpiar los aseos (he aquí una buena idea para las nuevas personas de tu iglesia… ¡que limpien los aseos! 😊) Ella estaba dispuesta a lo que fuera… limpiar el auditorio o cualquier otra cosa. Iba a su empleo y decía orgullosamente a sus compañeras: “El pastor me ha dado las llaves de la iglesia”. Les hablaba de cómo trabajaba en la iglesia como si hubiese ganado una medalla de oro en las Olimpiadas. Quisiera enfatizar el amor de las personas que tomaron tiempo y oraron con ella. No fue fácil; cada vez pasaban, cuando menos, una hora o dos. Ellas llevaron su carga y la ganaron para Cristo.
Quiso bautizarse, pero me dijo: “Dan, quiero ser bautizada, obedeciendo a Cristo, pero ¡no te asustes si te sumerjo bajo el agua conmigo! Tengo mucho miedo al agua y jamás entro en ella. Oramos y otra persona y yo la bautizamos… no hubo ningún problema. Subió del agua, representando su nueva vida en Cristo.
Hay tantas aplicaciones a este mensaje que no sé bien como terminarlo. Niño, si no te has arrepentido de tus pecados, Jesús te perdonará hoy. Adulto, si nunca lo has hecho, puedes tú también arrepentirte y Jesús te perdonará hoy. En la hora de la muerte, lo que has hecho durante toda tu vida no importará nada si tus pecados no son perdonados.
Oremos.
“Padre, gracias por tu palabra. Gracias por un hombre que un día conoceremos en
el cielo. Sus pecados fueron perdonados y él contará su historia mejor que yo.
Te damos gracias, Señor Jesús, que tu palabra no vuelve a ti vacía. Más que
todo, te doy las gracias por perdonar mis pecados… todos mis pecados. Te
alabo por ello, Señor, quiero seguir adelante, sabiendo más historias por las
cuales puedo decir: “Jamás he visto cosa semejante”. Que haya testimonios como
los de Deborah y muchos más entre los que me están escuchando ahora. Tú eres un
Dios misericordioso y a ti te importamos. Ayúdanos a ser fieles en compasión,
llevando a otros a ti, amando a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
Ayúdanos a brillar en el área de tinieblas donde vivimos, con la luz del Evangelio
para la gloria de Dios. Pedimos estas cosas en el nombre de Jesús. Amén.
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