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Lowell Brueckner

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Dios hizo el campo

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Este es el primer capítulo del libro que tiene el mismo título. Los hombres de Dios siempre nos lo han dicho y cada cristiano debe saberlo que la iglesia de Cristo es un organismo… nunca una organización. Este fue el tema que intenté desarrollar por todo el libro. Además, escribí una alegoría para encabezar cada capítulo del libro. El tema es importante y te ayuda discernir en estos días lo que es de Dios y lo que es del hombre.

Dios hizo el campo


E
n el principio, Dios trajo orden al caos sin la ayuda de los hombres. Alguien ha dicho que Dios creó al hombre después de todo lo demás de Su creación, para que no metiera la pata en Su obra. Fácilmente esto sería una graciosa suposición. Creo que todos estamos de acuerdo en que el hombre es un gran metepatas. Sea como sea, la Biblia aclara que Dios creó al hombre el sexto día, y Dios utilizó este hecho para argumentar con Job: “¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra?” (Job 38:4) Podemos estar agradecidos que ninguno de nosotros estábamos.

Cuenta la historia que un artista famoso tomó un pincel en su mano para demostrar sobre el lienzo la obra sobresaliente de su vida. De la profundidad de su ser sacó la inspiración, y su mano se movió con toda la capacidad adquirida. La obra le obsesionó. Trabajó durante largas horas del día, y raras veces fue a la cama antes de la medianoche. Un día, al entrar en casa, su hijo le encontró acabado, echándose una siesta sobre el sofá. Su pequeña mente, con las mejores intenciones, tomó la determinación de ayudar al pobre padre con la labor que consumía su tiempo. Silenciosamente entró en el estudio, y tomando un  pincel en la mano, lo sumergió en el óleo, arruinando así, en un par de minutos y sin posibilidad de ser reparada, la preciosa pintura.


Comparación entre la obra de Dios y la del hombre
En la época de Adán la tierra fue adornada con una hermosura intacta, digna de Aquél que la había formado, ya que Su corazón perfecto se sentía satisfecho. Dios, después de cada acto de Su creación, dijo que todo era bueno. Ezequiel llama al Edén el Jardín de Dios, y lo que resta de esa preciosidad todavía nos asombra hoy en día. Sin embargo, la naturaleza es delicada. Los bosques y los lagos poseen un equilibrio natural. El ecologista nos advierte que será deshecha si es estorbada por la civilización. Cada planta, animal e insecto contribuyen a la entidad, y si una parte, aparentemente insignificante, fuera removida o dañada, empezará un efecto dominó que tumbará todo.

La naturaleza fue creada para el placer y la gloria del Creador. Haciendo referencia otra vez a la historia de Job, encontramos al Señor complacido con la obra de Sus manos. Habla de cabras y bueyes silvestres, del avestruz, del caballo, del halcón y del águila. “Tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas” (Ap. 4:11).

Un árbol sirve de refugio y hogar a las criaturas vivientes. El hombre toma el árbol para construir su propio refugio; lo mata y forma una estructura corruptible, cubierta y preservada con una ligera capa de pintura. El hombre ha caído desde que fue designado guardián del jardín de Dios, y poco le importan los anhelos de su Hacedor. Cultiva la naturaleza para satisfacer sus propios gustos y deseos.

El hombre edifica torres para instalar en ellas sus negocios y oficinas, amontonando a cientos de personas sobre un pequeño trozo de tierra. Dios hace montañas. ¡Qué diferentes son nuestras reacciones al estar bajo unas y bajo las otras! Nos sentimos asombrados bajo la majestad de las montañas y, dentro de nosotros, nuestra alma adora, porque estamos observando la obra del Dios todopoderoso, que el hombre, con sus mejores esfuerzos, no puede duplicar. Pero al mirar el metal y cristal de las torres, en la profundidad de nuestro ser, no somos conmovidos, aunque nos sintamos maravillados por la tecnología.

Al pasar por una ciudad admiramos su organización. Hay bloques cuadrados y líneas rectas. Cada casa y negocio se asienta en su lugar apropiado. Cada comercio dispone de los permisos correctos, y cada persona está censada. Las esquinas de las calles están estrictamente reguladas. Hay señales para que los vehículos y peatones paren y marchen sistemáticamente.

En algún lugar tengo un casete de A. W. Tozer, hablando de la dificultad de hallar vida espiritual en un ambiente artificial de asfalto, cables eléctricos y luces brillantes. Dios siempre ha guiado a los suyos fuera de los quehaceres y líos de la civilización, de las maneras mundanas y del ambiente infructuoso de la tecnología, a un lugar solitario, para que puedan encontrarse con Él, con el Dios viviente, y escuchar Su voz.

El orden delicado de la naturaleza
Si estamos acostumbrados a la vida de la ciudad, nuestra primera impresión al entrar en un campo aislado, puede ser la de estar en medio de un desorden. Sin aparente sentido hay una peña estorbando nuestro paso. Vagamos entre árboles que crecen con abandono donde la naturaleza los ha plantado. Paseamos ciegamente por un campo de hierba más alto que nuestras cabezas. Un venado camina sin rumbo, parando a comer de vez en cuando. El oído, no adaptado, puede tener dificultad para dormir al escuchar los sonidos de las criaturas en la noche.

Pero al estudiar con más cuidado los dos lugares mencionados, descubriremos que en el primero hay tensión, crimen y un pecado descontrolado; en el segundo, sin embargo, serenidad y hermosura con una estructura sutil y viviente. Bajo la peña hay una pequeña cueva, que es el hogar de los zorros. El árbol es la casa de una familia de ardillas, y entre la alta hierba duerme un venadito recién nacido. Parece que Dios está cerca.

Considerando algo más importante
Mi intención es más alta que la del ecologista al asumir la carga de condenar al hombre por haber arruinado la obra de Dios. Vamos a considerar a Su iglesia, puesta en primer lugar, no como una institución para suplir la necesidad de la humanidad, sino como un organismo para cumplir con el propósito celestial. La iglesia es una entidad concebida totalmente por Dios. Mucho antes de que formara el Cosmos, Él la predestinó para ser una novia eterna para Su Hijo. Es creada, no fabricada. Tiene vida, no está fría ni es estéril. Cristo la edifica, el Espíritu Santo la ordena, y el Padre recibe la gloria. Posee una naturaleza sobrenatural.

Pero el hombre intenta poner la mano en ella para sofisticarla. Quiere manipularla bajo su control, clasificando todo en categorías y enumerando a todos sus miembros; sin embargo, al hacerlo, la condena a muerte. Las piedras vivas (aún las piedras tienen vida en la casa de Cristo) son trabajadas y unidas por el cemento de una lealtad sectaria. Lo que Dios predestinó para ser un organismo, llega a ser una organización. El cuerpo se transforma en un edificio. El aliento se convierte en un programa y en un horario. El Espíritu Santo se aleja entristecido. Ya no es la novia del Hijo, y la gloria que pertenece al Padre en la tierra, le es quitada.

Un poco del cielo sobre la tierra
El panteísta nos enseña que la naturaleza y todo el universo son Dios, pero, por supuesto, se equivoca. No, la tierra sencillamente refleja la gloria de Dios. Sin embargo, me parece que el cielo, quizá pueda ser considerado algo panteístico. Por lo menos, la Biblia nos declara que el Cordero y Aquel que se sienta sobre el trono, son su luz y su templo. Dios está en todo. No espero ver en el cielo estructuras hechas por hombres, sino sitios perfectos, gloriosos, que revelan la hermosura de Dios. El cielo es una teocracia, donde la voluntad de Dios se hace a la perfección. En el cielo Dios toma todo en cuenta y controla cada detalle. Cada ángel y cada ser humano redimido encuentran su lugar y lo ocupan, sin estorbar ni enseñorearse sobre otros.

Jesús nos enseñó a orar diciendo: “Sea hecha tu voluntad en la tierra, como en el cielo”. Esta oración enfoca hacia el futuro, cuando Cristo reine literalmente sobre la tierra. Sin embargo, nuestras oraciones serán las palabras de un hipócrita, si ahora no tenemos la pasión de que la voluntad divina sea realizada lo más perfectamente posible, por medio de nuestras vidas y Su cuerpo, que es la iglesia. Dios quiere que la iglesia sea un poco del cielo en la tierra, manifestando Su voluntad y naturaleza ante los ojos del mundo. Aquel que es La Cabeza de la iglesia tiene que encargarse totalmente de ella, como el Único capaz de manejar los propósitos del cielo. Él tiene que ordenarla y unirla con un cuidado infinito, más allá de los esfuerzos de mentes y cuerpos finitos.

Dios nos invita y nos da el privilegio de colaborar con Cristo en la obra práctica, pero no vamos a ser osados, atreviéndonos a cambiar o a poner algo de nuestra parte en Su plan. El poeta escribió: “Sólo Dios puede hacer un árbol”. Y en cuanto a la formación de la reina viviente y eterna, la novia del Rey de Gloria, tenemos que decir: “Solamente Cristo puede edificar Su iglesia”.                                        


                                    


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