Buscando el Espíritu del Reino, capítulo 8
Si los capítulos de este libro han sido una bendición para tu vida y piensas que sería una bendición en la vida de otras, porque no haces contacto con nosotros. Posiblemente quisieras tener los tres libros del tema Buscad el Reino de Dios. Pienso que la mejor manera sería subscribirse con este blog y entonces en el espacio para comentarios expresar tu deseo y de que forma deseas que te los mandáremos. Estamos a tu disposición.
CARACTERÍSTICAS DE UNA PERSONA CONTROLADA POR EL ESPÍRITU
UNA ILUSTRACIÓN DEL PLAN ETERNO
La palabra Génesis significa principio u origen.
El libro de Génesis nos lleva al principio de todo lo que conocemos. Es
allí donde empieza la revelación de la persona de Dios y Su eterno propósito.
Nos habla de la creación, y podemos ver allí los primeros pasos en el
desarrollo del propósito por el cual el universo fue creado. Apenas nos
adentramos en el libro, descubrimos a Abraham, un hombre que existió solamente
para el Reino de Dios, y cuya existencia tenía que ver con dos importantísimas
razones. La primera es que Abraham era el patriarca de una nación que Dios iba
a levantar para, por medio de ella, manifestarse a toda la tierra. Y la segunda
es que iba a ser el padre de todos los que se acercaran a Dios por medio de la
fe.
Génesis 24 relata una historia que ocurre cuando la vida
de Abraham está llegando a su fin. Sara, su mujer, ha muerto, y Abraham empieza
a pensar en la siguiente generación, y en cómo el plan divino puede seguir
adelante. Es obvio su hijo Isaac tendría que casarse y tener un hijo, que a su
vez llevaría la simiente prometida por Dios. Entonces Abraham envía a su siervo
a Mesopotamia, lugar de sus raíces y donde estaba su parentela, para buscar una
novia para Isaac.
Muchos estudiantes de la Biblia han visto en esta
historia el plan eterno de Dios de forma alegórica. Es muy importante que
nosotros también nos demos cuenta exactamente de lo que se trata, para poder
dirigir nuestros pies hacia esta meta. En pocas palabras, todo el plan tiene
que ver con esto: El Dios Padre manda al Espíritu Santo al mundo en busca de
una novia para Su Hijo eterno. El Hijo murió para comprarla (Isaac
simbólicamente fue sacrificado en el capítulo 22) y llegará el día cuando Él
llevará a esta novia al cielo para celebrar las bodas, la gran boda suprema.
Después volverá a la tierra con ella, como un Rey con Su reina, para reinar
durante mil años. Cada cristiano debe tener este pequeño esquema grabado
profundamente en su mente y en su corazón, y tenerlo como el punto central de
sus pensamientos y actividades. Debe involucrarse enteramente dentro de este
plan para el Reino de Dios.
En esta alegoría el siervo de Abraham representa al
Espíritu Santo y Su propósito principal en la tierra. Hemos hablado de cómo se
identificó con los apóstoles en el libro de los Hechos y, hoy en día, sigue
identificándose con los siervos de Dios, los cuales viven por el mismo
propósito y manifiestan las mismas características de la Persona divina que
llena sus seres. El fruto de sus vidas manifiesta la personalidad del que hace
su morada en ellos y toma el control de sus cuerpos, almas y espíritus. “El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz,
paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gá.
5:22-23). Quisiera que viéramos ahora en el siervo de Abraham las
características y propósitos de una vida llena del Espíritu Santo funcionando
para la gloria de Dios.
Sabemos, por otros pasajes, que el nombre del siervo era
Eliezer, pero en este capítulo se presenta como alguien anónimo. El fruto del
Espíritu es mansedumbre, y todo lo que hace es para el propósito del Padre y el
bienestar del Hijo. El siervo, en toda su misión, no buscó un beneficio
personal por el servicio y el esfuerzo ofrecidos. Sabía que cuando su tarea
terminara, él no iba a ser un hombre más rico ni con más fama, sino más bien
todo lo contrario, ya que al nacer Isaac iba a perder toda la herencia que
hubiera podido ser suya. No vemos en él ningún remordimiento ni rencor. Al
contrario, dedicó su vida a servir al hijo. No sé en que lugar de la Biblia
podemos encontrar una mejor representación de Aquél que no vino al mundo para
hablar de sí mismo, sino de glorificar al Hijo.
El primer mandamiento que Abraham dio a su siervo fue
negativo: “No tomarás para mi hijo
mujer de las hijas de los cananeos, entre los cuales yo habito” (vr. 3).
Aconsejamos mucho a los jóvenes cristianos para que no se unan en yugo
desigual, y seguramente a Abraham también le preocupaba esto. En realidad, Dios
advirtió a Su pueblo, durante toda su historia, para que no se juntase con las
mujeres de los cananeos. No quiere que Su simiente sea corrompida. El siervo no
debía buscar una novia para Isaac a través de cualquier medio ni de cualquier
manera, sino de la única forma que fuera para la gloria de Dios. Igualmente,
los siervos de Dios deben tener cuidado para no comprometerse con el mundo,
para poder cumplir así la comisión que Jesús les ha dado de ir y hacer
discípulos en todas las naciones.
El cristiano que es motivado por la carne utilizará
cualquier medio o sistema que le venga a la cabeza, pero la persona llena del
Espíritu se sujetará a Su dirección. Antes de poder empezar a funcionar en el
Reino de Dios, tenemos que tener bien claro quién nos va a dirigir.
Después de recibir las instrucciones, el siervo se hizo
la misma pregunta que seguramente nos haríamos nosotros: “Quizá la mujer no querrá venir en pos de mí
a esta tierra. ¿Volveré, pues, tu hijo a la tierra de donde saliste?” (vr.5).
Una vez más la respuesta fue negativa. Precisamente aquella era la tierra de
dónde Dios había mandado salir a Abraham para conducirle a la tierra donde
moraba (vrs. 6-7). Por tanto, su hijo ahora se encontraba en el centro de la
voluntad de Dios y no iba a dar un paso atrás. Dios nunca retrocede en Sus
planes, ni da lugar a los sentimientos o a las comodidades humanas. La joven,
al igual que Abraham en el principio, tendría que dejar su casa y su parentela
para involucrarse con Isaac en el mismo plan de Dios. No podía haber ningún
tipo de cesión en este caso. Nosotros, de la misma manera, nunca debemos dar un
paso atrás, a pesar de las dificultades y las complicaciones en que nos veamos
metidos.
También vemos cómo Dios estaba preparando los corazones
para el cumplimiento de Su voluntad (vr. 7b). El siervo no eligió una chica al
azar, ni por suerte. La obra no empezó cuando él entró en Mesopotamia, sino que
el Ángel del Señor había ido delante de él. El siervo, simplemente, había
entrado en una obra eterna, concebida antes de la fundación del mundo. La
soberanía de Dios sigue siendo el factor principal en Su obra y no está
limitada por la mentalidad del hombre.
COOPERANDO CON EL PLAN DIVINO
Bajo esta dirección, el siervo llegó a la tierra de la
parentela de Abraham, y se quedó a las afueras de la ciudad de Nacor, junto al
pozo. ¿Cuántas veces en la Biblia ha tenido que ver un pozo con el plan de
Dios? Ahora mismo tengo cuatro casos en mi cabeza, siendo este el primero.
Jacob, que era de la siguiente generación, llegó a la misma tierra y, junto al
pozo, se encontró con Raquel. Allí Jacob removió una piedra del pozo para que
su rebaño bebiera. Moisés, al huir de Faraón, vino a Madián, y allí defendió a
siete hermanas pastoras junto a un pozo. Y como no, tenemos también la muy
conocida historia donde Dios, hecho carne, cansado del viaje, se sentó junto a
un pozo para encontrarse allí con la mujer samaritana.
Igual que Jesús muchos siglos después, el siervo tampoco
entró de golpe en la ciudad. La importancia de su misión no le hizo ser
impulsivo ni atrevido. El fruto del Espíritu es mansedumbre, paciencia y
templanza. Él esperó afuera porque sabía que Dios tenía toda la situación
controlada.
¿Qué hizo mientras? Pues, como reconocía la necesidad de
Dios en el asunto, hizo lo que el pueblo de Dios siempre ha hecho antes de
poder ver un movimiento divino: oró (vr.12). Tanto en el Antiguo Testamento
como en el Nuevo, la manifestación de la presencia de Dios es para la persona o
grupo que se pone a orar. No hay excepción. Si una obra no es el producto de la
oración, seguramente se corromperá por el humanismo.
Estudia bien su oración y observarás que todos sus
anhelos tenían que ver con el bienestar y el propósito de Dios en sus amos. No
hizo ninguna petición basada en un plan personal, y por eso su oración fue
contestada. Al orar, el siervo no tenía en su mente a muchas chicas para
elegir. Su oración estaba dirigida hacía una sola joven, y pidió que ella fuera
digna de formar parte en el plan al cual Dios la estaba llamando: “Sea, pues, que la doncella a quien yo
dijere: Baja tu cántaro, te ruego, para que yo beba, y ella respondiere: Bebe,
y también daré de beber a tus camellos; que sea ésta la que tú has destinado
para tu siervo Isaac” (vr. 14). Quiso que fuera una sierva,
dispuesta a hacer mucho más de lo que la fuera requerido.
A través del profeta Isaías, Dios demuestra Su
disposición de contestar a los que oran como este siervo. “Antes que clamen, responderé yo; mientras
aún hablan, yo habré oído” (Is. 65:24). Antes de que el siervo
pronunciara la primera palabra, Dios ya estaba en la ciudad moviendo a Rebeca
para que fuese al pozo a sacar agua, y antes de que terminara de hablar, ya
estaba frente a él: “Y aconteció que
antes que él acabase de hablar, he aquí Rebeca… salía con su cántaro sobre su
hombro” (vr. 15).
¡Qué dispuesta estuvo la muchacha! No imagino que fuera
un trabajo fácil dar agua a diez camellos sedientos después de un largo viaje, hasta
que acaben de beber (vr. 19). ¿Cuántas veces tuvo que hacer descender su
cántaro por el pozo para sacar agua? Nadie la pidió que lo hiciera, pero lo
hizo de corazón. Cuando vemos esto mismo en personas sabemos que estamos
tratando con corazones preparados por Dios.
El siervo observaba admirado mientras la muchacha hacía
exactamente todo lo que él había pedido en su oración. ¿Cuál fue la reacción
del siervo ante esto? “El hombre
entonces se inclinó, y adoró a Jehová” (vr. 26). Él fue lo que el Padre
siempre está buscando, un verdadero adorador. Era un hombre lleno del Espíritu
Santo que existía solamente para la gloria de Dios. Él verdaderamente
correspondía con el tipo de persona de la que Jesús habló a la samaritana: “Los verdaderos adoradores adorarán al Padre
en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le
adoren” (Jn. 4:23). Dios anhela más que creyentes, e incluso, más que
discípulos. Él, sobre todo, busca adoradores. ¿Somos nosotros como este siervo?
¿Sabemos adorar como él lo hizo? Sin duda sabemos alabar, pero me parece que A.
W. Tozer tuvo razón al escribir: “La adoración es la joya que la iglesia ha
perdido”.
¿Estamos también nosotros buscando adoradores? Creo que
Pablo sí, y por eso dijo a los corintios: “Si todos profetizan, y entra algún incrédulo o indocto, por todos es
convencido, por todos es juzgado; lo oculto de su corazón se hace
manifiesto; y así, postrándose sobre el rostro, adorará a Dios, declarando que
verdaderamente Dios está entre vosotros” (1 Co. 14:25). No debemos
quedarnos satisfechos viendo a los que nos visitan cantar, orar, o levantar las
manos. Estas cosas no deben darnos ninguna garantía de que la presencia de Dios
está entre nosotros. Sabremos que Dios está verdaderamente entre nosotros
cuando, al entrar un incrédulo a la reunión, los pecados que nunca ha confesado
a nadie, sean expuestos a la luz, y él quede bajo dos fuertes convicciones. La
primera, que es un sucio pecador, y la segunda, que no debe estar donde está, o
al menos no debe estar de pie. Y como resultado se postrará a adorar ante un
Dios santo y temible.
Esto se lleva a cabo por la plenitud del Espíritu Santo,
manifestándose con dones sobrenaturales a través de los miembros del cuerpo de
Cristo. En este caso, el incrédulo es convencido y juzgado de sus pecados por todos
los que ejecutan el don de profecía, de manera que la evidencia de la
presencia del Señor en ese lugar es sobrecogedora, convirtiendo al incrédulo en
un adorador, rendido a los pies de bronce bruñido (ver Ap.2:18), dando gloria
al majestuoso Hijo del Hombre.
Siempre que vemos adoración en la Biblia, encontramos al
pueblo postrado. Leonard Ravenhill contaba sus experiencias cuando oraba con A.
W. Tozer. En una ocasión éste le dijo: “Len, otros pueden orar como quieran,
pero tú y yo adoraremos postrados”. Tozer había adquirido un pequeño tapete de
más o menos el tamaño de su cuerpo, y allí, con un pañuelo entre su nariz y el
tapete para no respirar el polvo, pasaba horas en la presencia de Dios, muchas
veces sin pronunciar palabra. La adoración es muy profunda para que pueda
expresarse con palabras. Claro, que de nada vale adoptar una posición física,
si en realidad no somos adoradores de corazón. Pero Tozer sí lo era.
Raymond McAfee fue un hombre que se juntaba mucho con
Tozer a orar. Dijo que a veces Tozer adoraba postrado y otras veces oraba
arrodillado frente a una silla. En una ocasión McAfee dijo: “Recuerdo el día
cuando Tozer se arrodilló, quitó sus gafas y las puso sobre la silla.
Descansando sobre sus tobillos, con sus manos apretadas una contra la otra,
levantó su rostro con los ojos cerrados y exclamó: ‘Oh Dios, estamos delante de
Ti’. Junto a estas palabras entró un torrente de la presencia de Dios que llenó
aquél lugar. Entonces los dos comenzamos a adorar en silencio y extasiados,
llenos de admiración y asombro. Jamás olvidaré ese momento y jamás quiero
olvidarlo”.
El hombre lleno del Espíritu Santo, que vive para la
gloria de Otro, es guiado mientras camina: “Guiándome Jehová en el camino…” (vr. 27). No es difícil andar en
la voluntad de Dios cuando existe tal disposición y actitud en un siervo.
Salomón, con la sabiduría del Señor, nos instruyó con palabras que muchos han
tomado como el lema de su vida: “Fíate
de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo
en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas. No seas sabio en tu propia
opinión; teme a Jehová, y apártate del mal” (Pr. 3:5-7). Estamos viendo
en el siervo estas palabras en práctica.
Pero en medio de esta hermosura que acabamos de
contemplar tenemos que hacer alusión a algo sucio y apestoso de alguien que no
era un adorador, y que no buscaba la gloria de Dios, sino lo que podía sacar
para sí. Cuando Labán vio a su hermana entrar y “vio el pendiente y los brazaletes en las manos de su hermana… vino a él…
y le dijo: Ven, bendito de Jehová” (vr. 30-31) ¡Que Dios nos libre de
tal cosa! En el primer tomo hablamos acerca de Balaam, y ahora aquí tenemos a
un hombre parecido. Balaam era una persona que sabía reconocer la soberanía de
la palabra de Dios, pero a la vez amaba la recompensa de la maldad.
Labán, junto con su padre, también reconoció lo que Dios
había hablado: “De Jehová ha salido
esto; no podemos hablarte malo ni bueno” (vr. 50). Eso sí fue correcto.
Si Dios ha hablado, no requiere nuestra opinión, ni tampoco le interesa saber
si te parece bien o no. Si Dios habla, debemos poner un punto, porque no hay
nada más que añadir.
Ahora vamos a ver un buen ejemplo de cómo el tema central
de estos tres tomos, Buscad el Reino de Dios, se lleva a cabo de forma
práctica. Cuando el siervo entró en la casa le pusieron delante algo para
comer, “mas él dijo: No comeré hasta
que haya dicho mi mensaje” (vr. 33). La prioridad, antes que ninguna
otra cosa, es tratar los asuntos del Rey en el Reino de Dios. En este siervo
tenemos el ejemplo de alguien que fue constante en todo lo que hizo. Las
consecuencias iban a ser eternas; mientras que Isaac no tuviera una esposa, la
simiente no seguiría adelante. Cualquier interrupción en la sucesión de los
antepasados de Cristo, significaba que no podría nacer. La responsabilidad que
tenía el siervo era bastante seria.
Al ver el siervo que el padre y el hermano de la muchacha
no opusieron resistencia alguna, pudo contemplar otra vez la obra poderosa de
Dios en el caso. Posiblemente los milagros más grandes de parte de Dios
acontecen en el mismo corazón del ser humano, cuando, lo que denominaría como
la substancia más dura del universo, es ablandada. Si entendemos la profundidad
de la dureza, el engaño, y la rebeldía que residen en el centro del ser humano,
entonces, cuando el corazón se quebranta, podemos apreciar la magnitud de la
obra que Dios ha hecho para romper tal resistencia. El siervo fue consciente de
la obra y presencia del Señor en ese lugar y no pudo quedarse en pie. Otra vez,
“cuando el criado de Abraham oyó sus
palabras, se inclinó en tierra ante Jehová” (vr. 52).
La madre y el hermano de la joven tuvieron una sola
petición, que humanamente parecía ser muy razonable, ya que en aquel tiempo no
existía la posibilidad de ir rápidamente de un lugar a otro. El siervo había
venido en camello y el viaje era bastante largo e incómodo. En aquellos días,
una separación familiar, como la que requería la voluntad de Dios para Rebeca,
significaba, seguramente, que jamás volverían a verse. La Biblia por lo menos
no menciona que volvieron a encontrarse. Por esta razón, sabiendo posiblemente
lo que tenían por delante, quisieron despedirse de ella como merecía tal
separación, y pidieron quedarse con ella diez días más.
Pero el siervo respondió: “No me detengáis, ya que Jehová ha prosperado mi camino; despachadme para
que me vaya a mi señor” (vr. 56). La petición familiar, a pesar de ser
humanamente lógica, no estaba tomando en cuenta el respeto que el Señor merece.
La intención del siervo fue obedecer de inmediato. Si un rey da una orden
espera que se cumpla en el momento. ¡Cuánto más el Rey de Reyes! El tiempo que
demoramos en obedecer, es tiempo en desobediencia. El siervo, que representa
una vida llena del Espíritu Santo, no tarda en obedecer.
Dios ha propuesto Su plan y Él mismo ha hecho todas las
preparaciones. Su promesa es segura e irrevocable, pero lo que siempre espera
de nosotros, como he dicho antes, no es una opinión favorable, sino un “amén”.
Espera un “¡Sí, Señor, que así sea en mí!”. Cuando el ángel anunció a María
aquellos planes únicos pero tan costosos para su vida, esperó su “amén” antes
de terminar su visita y salir. Ella respondió: “He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra. Y el
ángel se fue de su presencia” (Lc. 1:38). La reacción de Rebeca, igual
que la de María, demostró que Dios había preparado su corazón de antemano.
Estuvo dispuesta a dejar su familia y todo lo que conocía, para irse lejos y
entrar en un ambiente totalmente desconocido para ella. Se rindió a la voluntad
eterna de Dios. Dijo sencilla pero definitivamente: “Sí, iré” (vr. 58).
A través de los años, no pocas veces he oído o leído de
hombres, confiables y maduros en la fe, decir que se necesitan personas que
sepan apartar tiempo para meditar. Hay pocos que tienen las prioridades de su
vida en el orden correcto, como las tuvieron los personajes de esta historia.
Vemos a Isaac, por su parte, sabiendo el valor de estar sólo con Dios,
meditando. “Había salido Isaac a
meditar al campo, a la hora de la tarde” (vr. 63).
El Espíritu Santo ha dejado este testimonio en la palabra
para que entendamos que el que medita no está perdiendo el tiempo. Sus
meditaciones le llevarán a ver la realidad: “Alzando sus ojos miró, y he aquí los camellos que venían”. Isaac
estaba buscando el Reino de Dios, y la persona que iba a unirse a él, para
llevar a cabo juntos los propósitos de este Reino, venía en ese momento montada
en un camello.
Las personas que más bendición han traído a la tierra,
son las que han tenido sus pensamientos en las cosas del cielo. Sólo éstas
conocen los secretos que Dios comparte a aquellos que se apartan de las
actividades, el ajetreo y las voces de esta sociedad, para poder aprender las
verdades antiguas que este mundo mentiroso no puede enseñarles. Desean más que
ninguna otra cosa relacionarse con el Espíritu Santo y, por medio de Su
plenitud, funcionar para la gloria del Padre en Cristo Jesús.
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