Buscando el Rey del Reino, capítulo tres
3. EL CRISTO QUE NOS ENSEÑA ORAR
“Y me dijo el ángel de Dios en sueños: Jacob. Y yo dije: Heme aquí… Yo soy
el Dios de Bet-el, donde tú ungiste la piedra, y donde me hiciste un voto”.
Génesis 31:11,13
EL DIOS DE BET-EL
El capítulo tres tomado de este libro |
Aquí tenemos específicamente otra vez al Ángel de Dios que se apareció a
Jacob en el lugar que Jacob llamó Bet-el, es decir, la Casa de Dios. El que se
apareció es el Mensajero de Dios, que es el verbo de Dios en persona. Vamos a
volver al capítulo 28 de Génesis para examinar esta historia, y para recordar a
la vez que el propósito principal es ver la revelación de esta Persona.
Jacob salió de viaje y durmió bajo las estrellas. No estaba en un pueblo ni
en un edificio. La única razón por la que se paró allí, es porque era tarde y
estaba cansado; aquel lugar no era nada especial. Jacob puso una piedra por
almohada, durmió y soñó: “He aquí una escalera que estaba apoyada en tierra, y
su extremo tocaba en el cielo” (Gn. 28:12).
A pesar de haber pasado miles de años, lo que Dios le reveló a Jacob ha
sido preservado, ya que es algo que Él quiere revelar a mucha gente más. Lo que
tenemos delante será de suma importancia para nosotros, si somos personas
despiertas a las cosas de Dios, que son las cosas del cielo y de la eternidad,
ya que estamos considerando la conexión, la única conexión, entre la tierra y
el cielo. Si vamos a tomar parte en estas cosas, esta porción de la Escritura
nos va a enseñar la manera de hacerlo.
Lo que debe alegrarnos es saber que Dios nos ha dado Su palabra, la cual
nos hace saber que Él ha provisto esta manera y que está a nuestro alcance.
Dios ha puesto una escalera en la tierra, aunque el lugar donde llega no es
especialmente hermoso, ni decorado, ni reconocido por la sociedad como un lugar
específico donde la gente puede acercarse a Dios. Además, como hemos visto en
el caso de Agar, el lugar de encuentro puede ser aquel donde hemos escapado,
lejos de las situaciones normales de la sociedad. Podemos estar allí por
nuestra desobediencia, un lugar nada agradable. Puede ser también un lugar de
desprecio donde nadie quisiera estar. La escalera ha sido puesta por Dios en
los lugares más bajos, más sucios, más depresivos de la tierra, en los
callejones de la desesperación y en los desiertos de la soledad.
Pero de la misma manera que la escalera llega a estos lugares bajos,
también llega hasta el lugar más alto en el cielo. Entra en el lugar santísimo
y no se detiene hasta llegar delante del trono de Dios. Da acceso a lo más
sublime, a lo más deseado y, a la vez, a lo más temible en el universo. Es un
lugar donde el hombre caído y arruinado por su pecado no debe ni puede
imaginarse estar. Es santísimo, limpio y sagrado, más allá de lo que nuestras
palabras puedan describir y nuestros pensamientos imaginar. Dios ha provisto
una escalera para que el hombre pueda estar en Su presencia. Lo mejor de Dios
para los peores pecadores.
Ahora consideremos lo que hay sobre la escalera: “Ángeles de Dios que
subían y descendían por ella”. Lo curioso en este relato es que el verbo subían
precede al verbo descendían. Esta visión tiene que ver con algo que
primero procede de la tierra y luego sube al cielo. La Biblia nos enseña que
los ángeles “son todos espíritus ministradores, enviados para servicio a favor
de los que serán herederos de la salvación” (He. 1:14). Dios no solamente
provee una manera de llegar a Su presencia, sino que también envía seres
poderosos y celestiales para que atiendan la escalera. De lo que se trata aquí
es de un ministerio para servir a los herederos de la salvación, de manera que
suben de la tierra hasta el cielo, y después descienden del cielo a la tierra.
El Espíritu Santo lo hace claro.
Ahora vamos a ver la intimidad que Dios busca en esta revelación. “Yo soy
Jehová, el Dios de Abraham tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás
acostado te la daré a ti” (vr.13). Dios había tenido intimidad con Abraham y
con Isaac, pero hasta este momento, Jacob no había entrado en esa relación ni
en las promesas, es decir, en el propósito de Dios. Él deseaba lo mismo con
Jacob y lo estaba iniciando esa noche. De aquí en adelante también será el Dios
de Jacob. Vamos a recordar quien está hablando a Jacob y la razón de por qué
está escrito, que es para que nosotros podamos disfrutar de lo mismo. Es el Ángel
de Dios revelándose a Jacob, pero, “no solamente con respecto a él se escribió…
sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser contada, esto es, a
los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro” (Ro.
4:23-24).
Aunque, en primer lugar, Dios busca esta intimidad con un hombre, debemos
saber que Dios siempre tiene una visión más allá de lo que está pasando en el
momento. Él siempre busca más: “También tengo otras ovejas que no son de este
redil; aquéllas también debo traer” (Jn. 10:16). La naturaleza de Dios le
motiva siempre a incluir a otros. Por eso dijo a Jacob que iba a utilizarle
para Su propósito, para bendecir a más gente: “Todas las familias de la tierra
serán benditas en ti y en tu simiente” (vr.14).
Es Su voluntad y, con toda Su soberanía, se encarga de llevarla a cabo. Es
un plan que va más allá de los sueños más sublimes de los hombres. Aunque Sus
revelaciones al corazón del hombre lo hacen crecer, Dios no puede limitarse a
lo que es el hombre ni a lo que puede llegar a ser. El plan de Dios no se
sujeta a la pequeñez y carencia del corazón humano. Él asegura: “Yo estoy
contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres, y volveré a traerte a esta
tierra, porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho” (vr.15).
Nada de lo que sucede es cosa de Jacob, no se origina en él, ni depende de su
capacidad para llevarse a cabo; es cosa de Dios. Aunque sí, se lo compartió
para que pudiera gozar del privilegio que supone ser parte de los propósitos
celestiales y eternos.
Desde ese momento, la vida de Jacob fue cambiada y nunca volvió a ser
igual. El Ángel de Dios se le reveló y le enseñó la manera de entrar en los
lugares y planes celestiales. Es preciso que reconozcamos que esto no ocurrió
en un templo, ni en ningún otro sitio importante de la tierra. El Señor está en
el lugar menos probable y en la situación más insólita, cuando estamos menos
concientes de Su presencia y cuando menos le esperamos.
“¡Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios, y puerta
del cielo” (vr.17). Fue una realidad innegable para Jacob, eso sí. Esa realidad
marcó a la persona que la había experimentado y aún el lugar donde había
ocurrido. Fue una experiencia tan real que hizo que Jacob pensara que aquella
era la misma morada de Dios. Llamó a ese lugar Bet-el, Casa de Dios, y así fue
nombrado durante toda la historia de sus descendientes, para que recordaran
siempre cómo Dios se había revelado a su antepasado. Fue más que una lección
histórica para ellos y para nosotros; fue un testimonio para que sepamos que
Dios está al alcance, y que hay un Bet-el para nosotros.
OTRO JACOB FUE CAMBIADO EN ISRAEL
En el capítulo anterior relatamos cómo Jesús vio a Natanael en su angustia
y cómo pudo tener su primer encuentro con Él. Ahora volvamos a Juan 1 para
considerar más de lo que aconteció en aquella circunstancia. Lo que Jesús dijo
de él significa mucho. Cada palabra que el Verbo de Dios declara es importante
y digna de ser considerada. Es muy obvio que al hablar de Natanael, Jesús se
estaba refiriendo a la historia de Jacob.
Jesús le vio así: “He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño” (Jn.
1:47). Sabemos que Jacob significa “engaño”. Después de que Jacob luchara con
el Ángel del Señor, le fue cambiado el nombre a Israel. Este nombre significa un
príncipe de Dios. Lo que Jesús quería decir era que Natanael era un
verdadero hijo de Israel que había pasado por la misma experiencia que su
patriarca. No era israelita sólo de sangre, sino por experiencia. En otras
palabras, otro engañador como Jacob fue hecho un príncipe de Dios. Como Jacob
luchó con Dios junto al arroyo de Peniel, así Natanael luchó con Dios debajo de
la higuera. Allí, en Peniel, el nombre de Jacob fue cambiado a Israel. Al ver
esto entonces podemos parafrasear lo que Jesús estuvo diciendo a Natanael: “He
aquí un Israel en quien no hay Jacob”.
Jesús presentó a Natanael la misma escalera que el Ángel de Bet-el presentó
a Jacob. “Cosas mayores que estas verás. Y le dijo: De cierto, de cierto os
digo: De aquí adelante veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios que
suben y descienden sobre el Hijo del Hombre” (Jn. 1:50-51). Jacob sólo había
visto una escalera, pero Jesús, hablando de sí mismo, llamó a esta escalera el
Hijo del Hombre.
El Espíritu Santo amplía y aclara las cosas de manera fascinante,
enriqueciendo así al alma que estudia la Escritura desde Génesis hasta
Apocalipsis. La escalera que aparece en los sitios más bajos y feos del mundo,
es Jesús. La escalera que se extiende más allá de las estrellas, que atraviesa
el pavimento del cielo, y que no para hasta entrar en el lugar temible y
santísimo, es Jesús. La escalera que es puesta ante nosotros cuando menos lo
esperamos, en el lugar menos apropiado, es Jesús. Él nos da libre entrada al
trono de Dios. “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para
alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (He. 4:16).
Jesús está hablando de “cosas mayores”. ¿Cuáles son estas cosas mayores para
el cristiano y dónde se encuentran? ¿Dónde encontramos el cielo abierto? ¿En
qué actividad cristiana nos acompañan los ángeles de Dios? Jesús se estaba
refiriendo a algo que suelta el poder del cielo sobre la tierra; a una energía
que genera más voltios de poder que cualquier presa de agua o planta atómica.
Produce suficiente luz celestial como para espantar a los demonios y hacerles
huir. Está hablando del acceso que tenemos al trono más alto del universo por
medio de la oración.
El Ángel del Señor es Jesús en el Nuevo Testamento. El Dios de Bet-el es
quien nos da entrada a la casa del Padre por Su sangre. Ahora podemos entrar en
el nombre de Jesús y ser aceptados en ese nombre. La casa del Padre es la casa
de oración (Jn. 2:16; Mt. 21:13; Mc. 11:17; Lc. 19:46), no la hagamos casa de
mercado. Las familias de la tierra serán bendecidas en nosotros cuando sepamos
hacer negocios, arrodillados como príncipes de Dios delante del Rey de reyes.
Esta obra empieza en la tierra y sube hasta los cielos. Una escalera fue
apoyada en el vientre de un pez cuando Jonás oró. Jehová dio una orden al pez y
este vomitó a Jonás en tierra. (Jon. 2:1,10). Ananías fue enviado por Dios a la
calle llamada Derecha, a la casa de Judas, a uno llamado Saulo de Tarso, “porque
he aquí, él ora” (Hch. 9:11).
Los ángeles de Dios nos acompañan en esta obra. Ellos atienden nuestras
pobres oraciones, suben con ellas al cielo y, como ministros de lo celestial,
nos ministran la respuesta. Cornelio oraba sin saber que los ángeles llevaban
sus oraciones, pero supo que así era cuando un ángel de Dios entró en su casa
ministrando la respuesta, y le dijo: “Tus oraciones…han subido para memoria
delante de Dios” (Hch. 10:3-4).
Daniel buscaba a Dios en oración y ruego, y “aún estaba hablando en
oración, cuando el varón Gabriel, a quien había visto en la visión al
principio, volando con presteza, vino a mí... y me hizo entender… Al principio
de tus ruegos fue dada la orden, y yo he venido para enseñártela” (Dn.
9:21-23). Después estuvo orando durante tres semanas y entonces, “he aquí un
varón vestido de lino… me dijo: Daniel, no temas; porque desde el primer día
que dispusiste tu corazón a entender y a humillarte en la presencia de tu Dios,
fueron oídas tus palabras; y a causa de tus palabras yo he venido. Mas el
príncipe del reino de Persia se me opuso durante veintiún días…” (Dn. 10:5,12).
Zacarías y Elisabet habían orado mucho a través de los años y, en la hora
precisa, cuando toda la multitud del pueblo estaba orando, “se le apareció un
ángel del Señor puesto en pie a la derecha del altar del incienso” (Lc. 1:11).
Juan vio el silencio que se hizo en el cielo y al ángel que “se paró ante el
altar, con un incensario de oro; y se le dio mucho incienso para añadirlo a las
oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro que estaba delante del
trono” (Ap. 8:3).
EL DIOS DE BET-EL POR LOS SIGLOS
Mientras Jesús hablaba de estas cosas con Natanael, entre los versículos 50
y 51 se produce un cambio en la forma del verbo. En el versículo 50 todavía
decía “verás”, pero en el 51 dice “veréis”, por lo que ahora
nosotros podemos entrar en esta enseñanza (vr.51). La escalera también es para
nosotros, como lo es también la casa de Dios. Jesucristo es el mismo ayer, y
hoy, y (sí) por los siglos. El Ángel de Dios dijo a Jacob: “Yo soy el Dios de
Bet-el”. Jesucristo dijo a Natanael: “Cosas mayores que estas verás”. Y por los
siglos nos dice: “De aquí adelante veréis el cielo abierto, y a los ángeles de
Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre”.
En el capítulo anterior hablamos de cómo Jake DeShazer halló su Bet-el en
una celda solitaria. También oí de un ladrón, miembro de una banda de
criminales en Irlanda, que oró a Dios en un lugar de pasto para animales. Su
encuentro con Cristo allí fue tan real que a la primera persona que se encontró
paseando por la vereda, le gritó: “¡He encontrado a Dios. Está allí, donde el
pasto”. Aquel fue su Bet-el. Fue más o menos hace un año cuando oímos acerca de
un chico que había asistido a nuestras reuniones cuando vivíamos en Minnesota,
un estado al norte de USA. El chico se rebelaba contra Dios y, por muchos años,
sufrió las consecuencias, viviendo debajo de un puente. Cuánta fue nuestra
gratitud a Dios al oír que, en su funeral, un compañero daba testimonio de que
pocas semanas antes de morir, su vida fue cambiada. Murió poco después de decir
a este amigo suyo que había tenido un encuentro con Jesús. Debajo de aquel
puente tuvo su Bet-el.
Otro hombre de más o menos 30 años llegó a una reunión que hicimos al aire
libre en una aldea de Méjico. No sabíamos que estaba desesperado y deprimido, y
que muchas veces 56
había apuntado a su cabeza con una pistola, pensando en suicidarse. Incluso
había disparado contra la policía con la intención de que ellos, en defensa propia,
le mataran a tiros. Días después, trabajando en su “milpa” (campo de maíz),
pensando en las palabras que había escuchado en aquella reunión, se arrodilló y
clamó a Dios en oración. Antes de ponerse en pie la paz llenó su corazón y,
desde entonces (ya es un hombre mayor), Jesús ha sido su Dios. Allí, entre las
plantas de maíz, él tuvo su Bet-el.
Jesús todavía es el Dios de Bet-el, el Dios que nos enseña a orar. Bet-el
es la casa de Dios, y Jesús nos hizo entender que la casa de Su Padre es la
casa de oración. La escalera todavía llega a las partes más bajas de la tierra
y se extiende hasta las más altas en el cielo. ¿Por qué no ejercitamos más este
gran privilegio de la oración? Seguramente todos los demonios que existen
quisieran desviarnos para no encontrar y dar uso a esta gran arma que derrumba
las fortalezas del enemigo. El príncipe de Persia que detuvo al ángel que había
sido enviado a Daniel con la respuesta a su oración, seguramente tiene muchos
ayudantes que se dedican a tenernos ocupados en otras cosas. Los discípulos
pidieron que Jesús les enseñara a orar, pero estos nos enseñan a no orar.
Tenemos que ganar esta gran batalla si es que esperamos ver las riquezas
del cielo derramadas sobre la tierra. Yo creo que Dios nos tendrá que poner en
una situación por la cual no podremos ignorar más la necesidad que tenemos de
Dios, y que sin Cristo, nada podemos hacer. Cuando caiga sobre nosotros esta
convicción, es cuando Jesucristo será para nosotros el Dios de Bet-el.
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