Buscando el Rey del Reino, capítulo uno
1.
UN CRISTO
QUE NO ES EL MISMO
LA VERDAD INCOMODA
El capítulo es tomado de este libro. |
De todos los atributos que tienen
que ver con Dios y el evangelio, ¿cuál es para nosotros el más difícil de
enfrentar? No cabe duda que la verdad es lo que más nos dificulta. Al pensar
en todo lo que es el Reino de Dios y todo lo que ofrecen las buenas nuevas,
hallamos mucho que es sumamente atractivo y deseable. Por eso las multitudes
siempre querían acercarse a Jesús y a los apóstoles, e incluso, si fuera
posible, hoy querrían contarse entre los cristianos, por lo menos de nombre.
Rara es la persona que no quiere amar o ser amada. ¿Quién no escogería la paz
antes que el temor y el gozo antes que la tristeza? La fe es buscada en lugar
de la desconfianza, y la esperanza para evitar la depresión. Aún la justicia es
algo que la gente, en general, apoya y aún demanda, pero la verdad es un
elemento que nos molesta e incomoda. Sin el cinturón de la verdad, toda
la armadura se desliga y cae al suelo.
A través de los siglos, los
defensores de la verdad han batallado contra una mayoría engañada. Los
reformadores prefirieron aceptar la muerte antes que renunciar o retractarse de
la verdad que les había sido revelada. Para ellos era algo de un valor
incomparable e incalculable.
El ministerio de Jesús fue una
batalla a favor de la verdad. A la pregunta de Pilato en su juicio (Jn. 18:37),
“¿Eres tú rey?”, Jesús contestó: “Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he
nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad”. ¿Cómo
podemos considerar esta afirmación, sin llegar a la conclusión de que se está
proclamando Rey de la Verdad? Nos hace pensar que un verdadero rey tiene que
ser aquel que lucha para que su pueblo conozca, acepte y ande en el ambiente de
la verdad.
Además, Jesús añade: “Todo aquel que
es de la verdad, oye mi voz”. Aquel que valora y practica la verdad, es aquel
que responde a la voz de la Persona que es la verdad misma, aunque a veces he
oído decir lo opuesto a algunos que dicen que la persona de Jesús vive en
ellos. Para defender su falta de entendimiento acerca de las verdades eternas
reveladas en la Biblia, afirman que la verdad no es una doctrina, sino una
Persona, ya que Jesús dijo: ‘Yo soy la verdad', y que lo importante es estar en
esta Persona, Jesús, no tanto el ser ignorantes y no entender la enseñanza
bíblica. Esta afirmación, aunque suena con cierta lógica, contradice lo que
acabamos de ver en Juan 18:37, y que también dijo Jesús en Juan 3:21: “El que
practica la verdad viene a la luz...” Esta persona primero acepta la verdad, y
la verdad le hace acercarse a Jesús. Si ignoramos la verdad, ignoramos quien es
Jesús, y si rechazamos la verdad, entonces rechazamos a Jesús.
La palabra de Dios es la verdad y no
hay mentira en ella. Jesús está ligado de forma esencial a Su palabra; está
unido a la palabra de tal forma que es imposible separarle de ella. Escudriñar
la palabra sin acudir a Jesús, es como aquel que necesita ser operado pero cree
que basta con leer un libro de cirugía sin acudir al cirujano. Por otro lado,
intentar ir a Jesús sin ser conducido por Su palabra, es como intentar llegar a
un destino desconocido sin un mapa o brújula. Toda Su persona está tras lo que
Él dice, y cuando pronuncia una palabra, ya no es algo formado meramente por
letras y sílabas, sino algo lleno de vida y valor eterno. “Las palabras que yo
os he hablado son espíritu y son vida” (Jn. 6:63).
Pablo nos da a entender en 1
Corintios 3:11, que Jesús es el único fundamento sobre el cual la iglesia (y
cada miembro de ella) es edificada. Y Jesús, en Mateo 7:24, nos enseña a
edificar sobre Su palabra. El que lo hace puede tener la garantía de que su
casa, que es su vida, nunca podrá ser derrumbada ni destruida. Concluimos
entonces, que es imposible ignorar la palabra y al mismo tiempo conocer a
Jesús, o edificar sobre Su palabra sin la persona de Jesús operando en uno
mismo. Él y Su palabra son inseparables.
La obra del que ministra las cosas
divinas y celestiales, no busca principalmente emocionar ni animar a sus
oyentes, sino instruirles en la verdad de la palabra de Jesús, ya que solamente
la verdad liberta a un corazón malo y engañoso: “Conoceréis la verdad, y la
verdad os hará libres” (Jn. 8:32). Esta persona tiene que llevar la Biblia en
la mano o en la memoria, pero principalmente en su corazón. También es
necesario que tenga la unción del Espíritu Santo para poder compartir a tales
corazones lo que es espiritual y sobrenatural. El Espíritu es el autor que
originalmente inspiró a los escritores de la Escritura, y sólo Él puede
inspirar al que habla y al oyente.
CÓMO DEBEMOS PRESENTAR LA PERSONA DE
JESÚS
A través de los cuatro Evangelios,
vemos que los escritores presentaban a Jesús de Nazaret como el Cristo
prometido en las Escrituras del Antiguo Testamento. Vez tras vez, al citar lo
que Él dijo o contar lo que Él hizo, decían algo semejante a: “Para que fuese
cumplido lo que fue escrito....”. Solamente, para dar algún ejemplo, vamos a
acudir al evangelio de Juan, capítulo 19, donde se narra la crucifixión: “Entonces
dijeron entre sí: No la partamos, sino echemos suertes sobre ella, a ver de
quien será. Esto fue para que se cumpliese la Escritura, que dice: Repartieron
entre sí mis vestidos y sobre mi ropa echaron suerte” (vs.24). “Después de
esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado, dijo, para que la Escritura
se cumpliese: Tengo sed” (vs.28). “Porque estas cosas sucedieron para que se
cumpliese la Escritura: No será quebrado hueso suyo” (vs.36). Los evangelistas
querían asegurarse de que el lector creyese en el Cristo verdadero, que ya
había sido profetizado anteriormente por medio de la inspiración viva y
sobrenatural del Espíritu.
Además, Jesucristo, para hablar de
su propia persona, hacía lo mismo. Después de la resurrección, cuenta en Lucas
24:25-27, que Él iba acompañando a dos personas en el camino hacia Emaús que no
pudieron reconocerle. Entonces Jesús comenzó a hablarles de sí mismo, haciendo
referencia a los cinco libros de Moisés, empezando con Génesis. Uno por uno,
citó a todos los profetas y lo que habían escrito de Él. Jesús quiso que esas
personas le conocieran según la Escritura.
Pablo escribió a los gálatas, gente
que estaba a punto de dejar el evangelio para recibir un mensaje legalista que
procedía de Jerusalén: “Más si aun nosotros, o un ángel del cielo, os
anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea
anatema (maldito)” (Gá. 1:8). Pablo reconocía la posibilidad que había de que
él mismo entrara en Galacia por segunda vez llevando otro evangelio. ¿Cuál era
la diferencia y cómo podía estar tan seguro de que había anunciado el verdadero
evangelio la primera vez? Su seguridad se basaba, no en sí mismo, sino en la
palabra de Dios que tan cuidadosamente presentaba. Para comprobarlo vamos al
libro de los Hechos para ver el cuidado que tenía Pablo de centrarse en la
Escritura que, en su día, no era más que el Antiguo Testamento.
Empezando su obra misionera,
encontramos a Pablo y a Bernabé en Pisidia, hablando un mensaje lleno de
pasajes citados de la Biblia. Así que “se juntó casi toda la ciudad para oír
la palabra de Dios” (Hch. 13:44). Ya muchos de los oyentes eran gentiles, “y
la palabra del Señor se difundía por toda aquella provincia” (vr.49). En
Filipos, Dios obró en un carcelero: “Y le hablaron la palabra del Señor a
él y a todos los que estaban en su casa” (16:32). En Tesalónica discutió, “declarando
y exponiendo por medio de las Escrituras, que era necesario que el
Cristo padeciese, y resucitase de los muertos, y que Jesús, a quien yo os
anuncio, decía él, es el Cristo” (17:3).
Después Pablo entró en Berea y habló
primeramente en la sinagoga. “Y estos eran más nobles que los que estaban en
Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada
día las Escrituras para ver si estas cosas eran así. Así que creyeron
muchos de ellos, y mujeres griegas de distinción, y no pocos hombres. Cuando
los judíos de Tesalónica supieron que también en Berea era anunciada la
palabra de Dios por Pablo, fueron allá, y también alborotaron a las
multitudes” (17:11-13). Fijémonos especialmente en los de Berea. Como no
querían basarse en la palabra de ningún hombre, verificaban todo lo que Pablo
decía con las Escrituras. El hecho de que no confiasen en su persona no ofendía
a Pablo. En verdad, esta era su meta; presentar la palabra de tal forma que la
gente pusiera su confianza en ella. De igual manera, Pablo estaba seguro de que
las doctrinas que presentaba no eran doctrinas personales, sino la voluntad y
las promesas predeterminadas por Dios. Si hubiese vuelto a cualquier lugar sin
tener este cuidado, proclamando alguna otra revelación no basada en las
escrituras, estaría declarando maldición sobre sí mismo.
¿Pero qué si Pablo hubiese vuelto a
Galacia con una auto-confianza arrogante, creyendo que ya no necesitaba respaldar
sus enseñanzas cuidadosamente con las escrituras? ¿Qué si ya, después de mucha
experiencia y éxito, empezara a anunciar que Dios podía hablar directamente por
su boca? Pues esto es lo que ha pasado con muchos falsos que se han levantado,
que se auto-proclaman los portavoces de Dios. Pablo había advertido a los
Gálatas de que si esto llegara a pasar con él, le tuvieran como una persona
bajo la maldición de Dios. No debían hacerle caso si
llegara para visitarles y enseñarles.
Nosotros, de igual manera, es
necesario que nos aseguremos de estar presentando a Jesús bíblicamente,
especialmente en los tiempos que estamos viviendo. Cuando Sus discípulos se
acercaron a Él y empezó a profetizar del fin del siglo, habló primera y principalmente
de un engaño extraordinario: “Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos
(no pocos) en mi nombre diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos (no
pocos) engañarán… y muchos (no pocos) falsos profetas se levantarán, y
engañaran a muchos (no pocos)… Porque se levantarán falsos Cristos, y
falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que
engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos. Ya os lo he dicho antes” (Mt.
24:4,5,11,24).
El apóstol Juan nos advierte: “Amados,
no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque
muchos falsos profetas han salido por el mundo” (1 Jn. 4:1). Esto nos hace
entender que tras los falsos profetas hay espíritus malignos y, cómo los falsos
profetas, cualquier persona puede empezar un camino falso creyendo a estos
espíritus. Engañan por medio de sueños, visiones, revelaciones personales e
interpretaciones descuidadas y falsas de las Escrituras.
Pablo reconocía la posibilidad que
existe de estar predicando acerca de Jesús, usando Su nombre, pero a la vez
estar hablando de otra persona que no es el Jesús de la Biblia: “Pero temo que
como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna
manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo. Porque si viene alguno
predicando a otro Jesús que el que os hemos predicado (por las
escrituras), o si recibís otro espíritu que el que habéis recibido, y
otro evangelio que el que habéis aceptado, bien lo toleráis” (2 Co. 11:3-4).
También profetizó a Timoteo acerca
de los postreros días, como tiempos peligrosos en los que personas que
pretenderán ser cristianas “tendrán apariencia de piedad, pero negarán la
eficacia de ella” (2 Ti. 3:5). El verdadero evangelio en cualquier tiempo y
lugar sigue siendo “poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Ro.
1:16). En cualquier lugar y tiempo que se presente el verdadero evangelio, las
personas que lo reciban serán transformadas y guardadas por el poder del mismo
evangelio. “Si alguno (quien sea, donde sea, y cuando sea) está en Cristo,
nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2
Co. 5:17).
El salmista escribió esta palabra
dicha por Dios: “Estas cosas hiciste, y yo he callado; pensabas que de cierto
sería yo como tú; pero te reprenderé, y las pondré (estas cosas) delante de tus
ojos” (Sal. 50:21). No nos es difícil fabricarnos un dios que sea como
nosotros, que vea y entienda las cosas de la misma manera que nosotros y que no
nos reprenda. Así podemos justificarnos al satisfacer nuestras propias ansias y
lujurias. Pero Dios sigue amonestando que no habrá quien nos libre cuando Él
despedace (fíjate en vr.22). “¿Es por eso Cristo ministro de pecado? En ninguna
manera” (Ga. 2:17), nos aclaró Pablo.
Fue dicho del gran escocés y misionero
en Israel, fallecido a los 30 años de edad, Robert Murray McCheyne, que “su
conocimiento profundo del corazón humano con sus pasiones, le hizo concentrarse
profunda y largamente en los tópicos que ayudarían al pecador a descubrir su
culpabilidad y también en las señales que demuestran evidencias de una
transformación, más que en ‘las buenas noticias'”. Sin excepción, esto es lo
que uno lee de los evangelistas más importantes y relevantes de la historia.
¿Qué arrogancia nos hace pensar que nosotros sabemos mejor que ellos?
Una persona me dijo en cierta
ocasión: “Al recibir a Cristo me gozaba de ser perdonado, pero no tenía ningún
concepto de Él como mi Rey”. Con estas palabras demostró una recepción
incorrecta del evangelio que, con el tiempo, le destrozó. He sospechado de
algunas personas que, al hablar de amar a Cristo de todo corazón y al cantar
con los ojos cerrados y un aspecto angelical, puedan estar proclamando a otro
Jesús, fabricado a base de una mezcla de las Escrituras con revelaciones personales
y mucha imaginación humana. Oí hace muchos años a un joven creyente hablar
arrogantemente a veteranos en la fe de no tener mucho tiempo para estudiar la
Biblia, porque estaba “muy involucrado en la obra de Dios”. Esta misma persona
terminó su vida fracasada y derrotada.
A veces uno sólo tiene que esperar
algunos años para ver los resultados de una creencia falsamente aplicada.
Seguramente con el tiempo se descubre que tal persona, posiblemente, no fue
regenerada ni criada por el Cristo de la Biblia, sino por una fabricación de un
corazón engañoso “más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jer.
17:9). Existe el peligro de que un pobre pecador, buscando alivio, caiga en los
engaños de espíritus inmundos, conforme a su propio corazón, por lo que “el
postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero. Así también
acontecerá a esta mala generación” (Mt. 12:45). En tiempos modernos es
comúnmente presentado un cristo que cambia según los caprichos del tiempo, pero
tal cristo no es el Cristo que es el mismo ayer, hoy y por los siglos.
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23 de enero de 2020, 17:21
Por favor hermano Lowel como puedo enviarle una ofrenda
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