Una oración del corazón
El
libro del profeta Daniel
“Tú, Daniel, cierra
las palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin.”
Daniel 12:4
Capítulo 9:1-19 Una
oración del corazón
1. En el año primero de Darío, hijo de Asuero, descendiente de los
medos, que fue constituido rey sobre el reino de los caldeos,
2. en el año primero de su reinado, yo, Daniel, pude entender en
los libros el número de los años en que, por palabra del SEÑOR que fue revelada al profeta Jeremías, debían cumplirse las desolaciones de Jerusalén:
setenta años.
Los
eventos que están delante de nosotros transcurren en el año después de la
conquista de Babilonia por los persas. Estamos llegando a un año muy importante
y de mucho gozo para el pueblo de Dios. En este capítulo nos situamos entre los
años 539 y 538 a.C. La cautividad en Babilonia había empezado en el año 606
a.C., unos 68 años antes.
¿Por
qué es tan importante? Porque Daniel está viviendo tres años antes del cumplimiento
de una de las profecías de Jeremías. Daniel estudiaba las Escrituras, práctica que
es digna de nuestra consideración. Los hombres de Dios que anhelan saber los
planes del Señor y lo que Él está llevando a cabo en su día, tienen que ser
estudiantes de la Escritura. ¡Dios revela Su voluntad por las Escrituras!
Vamos
al libro de Jeremías para informarnos acerca de la situación, cuando el pueblo
judío se vio amenazado por una invasión babilónica. Poco antes de este tiempo,
casi todo Israel negaba la posibilidad de ser conquistado, pero estaba bastante
claro que Babilonia iba a tomar Jerusalén. Dios mandó a Jeremías ponerse un
yugo al cuello, simbolizando la cautividad venidera, no solamente para Israel,
sino también para Edom, Moab, Amón, Tiro y Sidón (Jer.27:2-3).
Un
profeta, llamado Hananías, quitó el yugo del cuello de Jeremías y lo rompió,
declarando que el Señor rompería el dominio de Nabucodonosor sobre todas estas
naciones en los siguientes dos años. Jeremías dijo que Hananías hacía a la
gente confiar en una mentira, ya que los verdaderos profetas profetizaban acerca
de guerra, hambruna y pestilencia. Un verdadero profeta ayudará a la gente a enfrentarse
con la verdad, mientras que un falso profeta intentará agradar, diciendo a la
gente lo que quiere escuchar (Jer.28:1-8,10). Esto sucede siempre que tratamos
con el optimismo; hablar y pensar positivamente. Estos principios falsos
continúan hasta el día de hoy, y A. W. Tozer lo llamó herejía. Puedes leerlo en
el artículo anterior a éste en el blogspot:
Por
favor, observa que la profecía es claramente literal. No tenemos que preguntarnos
el significado de 70 años, como tampoco había que interpretar las
profecías relacionadas con el Mesías: “Una
virgen concebirá y dará a luz un hijo (Is.7:14) … Pero tú, Belén… de ti me saldrá el que ha de ser gobernante en Israel.
Y sus orígenes son desde tiempos antiguos, desde los días de la eternidad (Miq.5:2)…
Él fue herido por nuestras
transgresiones, molido por nuestras iniquidades” (Is.53:5). Y no habrá nada
que interpretar sobre esta profecía: “Un
ángel… prendió… el Diablo y Satanás, y lo ató por mil años… Vi las almas de los
que habían sido decapitados… y volvieron a la vida y reinaron con Cristo por
mil años” (Ap.20:1,2,4).
Llegando
al fin de este mismo capítulo, abierto ante nosotros, Daniel tiene que
profetizar cosas que se cumplirán, literalmente, durante la primera y justo
antes de la segunda venida de Cristo.
3. Volví
mi rostro a Dios el Señor para buscarle en oración
y súplicas, en ayuno, cilicio y ceniza.
4. Y oré
al SEÑOR mi Dios e hice confesión y dije: Ay, Señor, el Dios grande y temible,
que guarda el pacto y la misericordia para los que le aman y guardan sus
mandamientos,
5. hemos pecado, hemos cometido
iniquidad, hemos hecho lo malo, nos hemos rebelado y nos hemos apartado de tus
mandamientos y de tus ordenanzas.
6. No hemos escuchado a tus siervos los
profetas que hablaron en tu nombre a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres y a todo el pueblo de la
tierra.
7. Tuya es la justicia, oh Señor, y nuestra la vergüenza en el rostro, como sucede hoy a los hombres
de Judá, a los habitantes de Jerusalén y a todo
Israel, a los que están cerca y a los que están lejos en todos los países
adonde los has echado, a causa de las infidelidades que cometieron contra
ti.
8. Oh SEÑOR,
nuestra es la vergüenza del rostro, y de nuestros reyes, de nuestros príncipes y de nuestros padres, porque hemos pecado contra
ti.
9. Al Señor
nuestro Dios pertenece la compasión
y el perdón, porque nos hemos rebelado contra El,
10. y no hemos obedecido la voz del SEÑOR nuestro Dios para andar en sus enseñanzas, que El
puso delante de nosotros por medio de sus siervos los profetas.
11. Ciertamente todo Israel ha
transgredido tu ley y se ha apartado, sin querer obedecer tu voz; por eso ha
sido derramada sobre nosotros la maldición
y el juramento que está escrito en la ley de Moisés, siervo de Dios, porque
hemos pecado contra El.
12. Y Él ha confirmado las palabras que
habló contra nosotros y contra nuestros jefes
que nos gobernaron, trayendo sobre nosotros gran calamidad, pues nunca se ha
hecho debajo del cielo nada como lo que se ha hecho contra Jerusalén.
13. Como está
escrito en la ley de Moisés, toda esta calamidad ha venido sobre nosotros, pero
no hemos buscado el favor del SEÑOR nuestro Dios, apartándonos de nuestra
iniquidad y prestando atención a tu verdad.
14. Por tanto, el SEÑOR ha estado guardando esta calamidad y la ha traído
sobre nosotros; porque el SEÑOR nuestro Dios es justo en todas las obras que ha
hecho, pero nosotros no hemos obedecido su voz.
Al descubrir la profecía de Jeremías y la
cercanía de su cumplimiento, Daniel se puso a orar. Antes de estudiar esta
oración, pienso que tenemos que preguntarnos sobre el por qué es necesaria la
oración en este caso. ¿Por qué orar sobre algo que, seguramente, acontecerá, ya
que Dios ha dado Su palabra? Mi respuesta es que la voluntad de Dios debe estar
acompañada por las oraciones de Su pueblo. Según Pablo: “Pues tantas como sean las promesas de Dios, en Él todas son sí; por
eso también por medio de Él, Amén, para la gloria de Dios por medio de nosotros”
(1Co.1:20). Dios da Sus promesas como sí…
es decir, que serán cumplidas absolutamente. Para la gloria de Dios,
nosotros pronunciamos el amén a Su
promesa, es decir, aceptamos la promesa reconociendo que es verídica para nosotros,
y esa fe da gloria a Dios.
Dios había
dicho que Israel sería libertado después de 70 años de cautividad… ¡Él dijo que sí! Y Daniel dijo amén, totalmente de acuerdo con la
promesa de Dios, hecho que demuestra al pedir y creer por medio de la oración
que Dios llevara a cabo Su promesa. Esto es lo que quiere decir orar según la
voluntad de Dios. Las promesas no descartan la oración, sino que nos animan e
incitan a ella. Porque Él lo ha prometido, sabemos que Él, seguramente, nos
escuchará.
Pero
hay asuntos que tienen que resolverse, porque son los que han llevado en un
principio a los judíos al cautiverio. Son sus pecados. No pueden ser librados
hasta que el problema haya sido resuelto. Daniel vino delante de Dios por la
fe, rogando para que el problema fuese resuelto según Su misericordia. Él se
dirige al Señor para recibir una solución.
Vemos señales
de que Daniel está tomando muy en serio lo horrible que es el pecado y cómo
ofende la naturaleza santa de Dios. Está ayunando en cilicio y ceniza. Él se
humilla, sinceramente y con remordimiento, enfrentando el dilema por medio de
una oración desesperada. El tiempo se acerca y algo tiene que pasar. Ningún
asunto relacionado con su oficio gubernamental puede compararse con el que está
tratando delante de Dios, que para él es extremadamente importante. Está
involucrado en cuerpo y alma.
La
teología siempre está presente en la oración verdadera y efectiva. El Dios a
Quien Daniel se aproxima es Señor, grande y digno de ser temido. ¿Cómo podemos
orar con confianza si no conocemos los atributos de Dios? Él es fiel; “Guardas el pacto y la misericordia”.
Los que se dirigen al Señor en oración son los que le aman y demuestran su amor
por medio de la obediencia. Este principio nunca cambia; Jesús dijo: “Él que tiene mis mandamientos, y los
guarda, ése es el que me ama… y yo le amaré, y me manifestaré a él” (Jn.14:21).
Daniel
viene con el corazón roto por los pecados de su pueblo, pero en su confesión no
se excluye a sí mismo. El pronombre es nosotros…
nosotros hemos pecado. Es una oración desesperada, ya que se siente
profundamente impresionado por el pecado, como deberían estarlo todos los que buscan el perdón. “Hemos pecado… cometido iniquidad… hemos hecho impíamente, hemos sido
rebeldes, y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas”. No solamente confiesa los hechos malos, sino también haber estado
sordos ante los avisos de Sus siervos los profetas.
Dios es
justo, nosotros no; Él es correcto, nosotros incorrectos. Como dijo David: “Para que seas reconocido justo en tu
palabra, y tenido por puro en tu juicio” (Sal.51:4). Nunca lograrás avanzar
con Dios si Él está bajo tu juicio por causa de una mentalidad humanista, que
busca justificarse y culparle a Él. Daniel confesó: “Nuestra la vergüenza en el
rostro”.
La esperanza
de Daniel no estaba en la justicia humana, es decir, en que nosotros podamos
justificarnos, sino en la misericordia y el perdón de Dios. Este es un
principio espiritual hallado en toda la Biblia. En ningún lugar nos enseña que
podamos confiar en nuestra bondad o en el valor de nuestros buenos hechos.
Daniel se fija en la culpabilidad del pueblo, vista desde todos los ángulos e
incluyendo a cada persona… los hombres de Judá, los habitantes de Jerusalén,
nuestros reyes, nuestros príncipes, nuestros padres, a todo Israel. Culpa al hombre de forma muy semejante a como lo
hace Pablo en Romanos 3:10-18 (citando el Salmo 14:1-3, y otros textos). En
todo, Daniel justifica a Dios y le da gloria.
Dios es
justo, no solamente por lo que ha mandado, sino también por la sentencia que ha
proclamado y llevado a cabo contra Israel. Es justo en Su ley y es justo en el
castigo que ha determinado contra cada transgresión de la ley.
15. Y ahora, Señor Dios nuestro, que sacaste a tu pueblo de la tierra de
Egipto con mano poderosa, y te has hecho un nombre, como hoy se ve, hemos pecado,
hemos sido malos.
16. Oh Señor,
conforme a todos tus actos de justicia, apártese ahora tu ira y tu furor de tu
ciudad, Jerusalén, tu santo monte; porque a causa de nuestros pecados y de las
iniquidades de nuestros padres, Jerusalén y tu pueblo son el oprobio de todos
los que nos rodean.
17. Y ahora, Dios nuestro, escucha la oración de tu siervo y sus súplicas, y haz resplandecer tu
rostro sobre tu santuario desolado, por amor de ti mismo, oh Señor.
18. Inclina tu oído, Dios mío, y escucha. Abre tus ojos y mira nuestras
desolaciones y la ciudad sobre la cual se invoca tu nombre; pues no es por
nuestros propios méritos que presentamos nuestras súplicas delante de ti, sino
por tu gran compasión.
19. ¡Oh
Señor, escucha! ¡Señor, perdona! ¡Señor, atiende y actúa! ¡No tardes, por amor
de ti mismo, Dios mío! Porque tu nombre se invoca sobre tu ciudad y sobre tu
pueblo.
Como
muchos profetas y apóstoles antes y después de él, Daniel se acordó de la
liberación que Dios obró para Israel, sacándole de Egipto. Este peldaño de su
historia primitiva estaba escrito permanentemente en la memoria de cada
verdadero Israelita. En ello, Dios reveló Su corazón, lleno de compasión por Su
nación, que estaba sufriendo bajo la esclavitud, y también Su asombroso poder para
librarles del más potente gobernante de aquel tiempo, destruyendo a su formidable
ejército. La fama del Señor se extendió por toda la tierra y trajo temor sobre
todos Sus enemigos. Su propósito era llevar a Su pueblo a la Tierra Prometida y
ahora, Su propósito era llevarles otra vez a esa tierra.
Todos
los personajes bíblicos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, junto con
todos los verdaderos cristianos de toda la historia de la iglesia, estaban muy
conscientes de la ira de Dios. Consideraban que era una manifestación justa
contra el pecado. Solamente por la mentalidad humanista del día de hoy, vemos
que los evangélicos se sienten sorprendidos al escuchar a alguien referirse a
ella, y algunos líderes quisieran eliminarla totalmente de la predicación
pública. Sin embargo, Daniel no era tan ignorante de este santo atributo de la
naturaleza de Dios y le ruega que aparte Su ira. Debido a que las naciones de alrededor habían
observado su efecto sobre el pueblo judío, perdieron el respeto por ellos.
Los
guerreros de la oración sabían luchar con Dios, al recordarle la dignidad de Su
propio nombre. Daniel ya lo estaba haciendo, al hablar de Su pueblo como un
oprobio entre sus vecinos. Era más que un punto de negociación; Daniel tenía
celos contra todo lo que pudiera robar a Dios Su gloria. Por la misma razón, él
señaló hacia el templo y la ciudad, ahora abandonados, en el que había sido
invocado Su nombre. “Por amor de ti
mismo, oh Señor¨, rogó Daniel en los versículos 17 y 19, esta difamación
tiene que terminar.
Daniel
anhelaba que el rostro de Dios resplandeciera otra vez sobre Su santuario. Era
una súplica a favor de un nuevo avivamiento. Muchas veces, por toda la
historia, el pueblo de Dios ha sido reducido a la oración. La situación les
había sobrecogido, no tenían fuerzas frente a la oposición que había contra
ellos y la oración era el único recurso. Con la flama parpadeante de su
testimonio a punto de ser extinguido, enfrentándose con una derrota segura, con
una futura generación abandonando la congregación y desviándose hacia el mundo,
los soldados heridos se dirigían a la oración, clamando al Capitán del ejército
del Señor que descendiera, les fortaleciera, les sanara y les dirigiera contra
el enemigo.
Él siempre
ha respondido a su clamor y Daniel, también se encontró con un mensajero
celestial que vino a él como respuesta a su oración. Escucha sus súplicas: “¡Oh Señor, escucha! ¡Señor, perdona!
¡Señor, atiende y actúa! ¡No tardes!”
Sobre
todo lo que podamos aprender de la oración de Daniel, tenemos que captar un
principio básico y espiritual, que se encuentra en la siguiente declaración: “No es por nuestros propios méritos que
presentamos nuestras súplicas delante de ti, sino por tu gran compasión”. Nunca
podemos esperar una respuesta de Dios por algún mérito nuestro. Una actitud de
auto-justicia o auto-justificación es fatal delante de la presencia de un Dios
santo. Así se jacta el hombre en Su presencia. Como el publicano que no podía
alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, así nuestra única
esperanza está en la misericordia de Dios. Esta actitud le engrandece sólo a Él
y Su misericordia.
Lo que
hemos analizado es una oración modelo para un pueblo nuevo testamentario. No
hay nada en ella que esté anticuado. Si queremos que nuestras palabras lleguen al
cielo, entonces esta oración tenemos que hacerla nuestra. Solamente puede
proceder de un corazón cargado y entristecido, totalmente limpiado de toda
pretensión e hipocresía. Me acuerdo de un miembro de una iglesia luterana que
vino a la puerta de su pastor, quien me hospedaba. Justo al entrar a la casa,
exclamo: “¡No estoy fingiendo! ¡Necesito la salvación!” Oh Señor, Señor,
¡concédenos esa clase de corazón sincero y sencillo!
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