Las setenta semanas
El libro del profeta Daniel
“Tú, Daniel, cierra las palabras y sella el libro hasta
el tiempo del fin.”
Daniel 12:4
Las setenta semanas
Capítulo 9:20-27
20. Aún
estaba yo hablando, orando y confesando mi pecado y el pecado de mi pueblo
Israel, y presentando mi súplica delante del Señor mi Dios por el santo monte
de mi Dios,
21. todavía
estaba yo hablando en oración, cuando Gabriel, el hombre a quien había visto en
la visión al principio, se me acercó, estando yo muy cansado, como a la hora de
la ofrenda de la tarde.
22. Me instruyó, habló conmigo y dijo: Daniel, he salido ahora para
darte sabiduría y entendimiento.
23. Al principio de tus súplicas se dio la orden, y he venido para explicártela, porque eres muy amado;
pon atención a la orden y entiende
la visión.
La oración de Daniel fue conducida por la Palabra de Dios, como es
presentada en el libro de Jeremías. El estudio de la Palaba debe ir junto a la
oración. Ya mencioné antes, en la primera parte de este capítulo, que Daniel
oró en primera persona del plural… nosotros.
Quizás alguien concluya que su identificación con la gente era algo
estrictamente nacional, que oraba como un paisano judío. Otros, posiblemente,
tendrían la idea de que Daniel era un poco santurrón, intentando mostrarse
humilde ante Dios. Por supuesto, tenemos que rechazar tales pensamientos y ver a
este hombre profundamente consciente de su propio pecado. El orden, en el
primer versículo de la lección es, en primer lugar, “mi pecado”, y después,
“el pecado de mi pueblo Israel”. Todo aquel que es genuinamente de Dios,
caminará a la luz que revela su propio pecado, antes que los pecados de otros.
Mientras Daniel estaba orando vino la contestación; podemos decir que
oraba hasta que vino la respuesta.
Gabriel, el ángel nombrado en el capítulo ocho cuando Daniel estaba en Susa por
la visión, volvió. Aparece como un hombre, pero viene volando. Viene
rápidamente. Cuando una persona ora en la voluntad de Dios, pensando solamente en
el cumplimiento de Sus propósitos, Dios no solamente contesta, sino que envía
la respuesta inmediatamente. Quizás valga la pena mencionar que los caminos
celestiales siempre han sido superiores a los de la tierra. Muchos siglos antes
de la época de los aviones, el cielo ya había enviado mensajes por “correo
aéreo”.
Daniel estaba orando en el Espíritu, involucrado con Sion, “el santo
monte de mi Dios”, a la misma “hora de la ofrenda de la tarde”. Como
Nabucodonosor había destruido el templo, los sacrificios de la tarde y de la
mañana habían cesado, pero los pensamientos de Daniel todavía estaban
funcionando de acuerdo con la manera en la que Dios había dicho que debía ser.
El hombre de Dios no puede olvidarse de estas cosas, porque su cumplimiento
está en Cristo, la esperanza de Israel. La llegada de Gabriel corresponde con
el holocausto de la hora novena, exactamente, en el mismo tiempo que cuando
Jesús clamó en voz alta y entregó Su espíritu: “El cual por el Espíritu
eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios” (He.9:14). Él es el remedio
para el problema del pecado, por el cual Daniel intercedió.
El mensajero celestial vino para dar “sabiduría y entendimiento”.
La religión piadosa no es como las religiones paganas que dejan a sus devotos seguidores
en la ignorancia: “No quiero, hermanos, que seáis ignorantes”, dijo
Pablo. “Sabéis que cuando erais paganos, de una manera u otra erais
arrastrados hacía los ídolos mudos” (1 Co.12:1-2). El cristianismo no es un
“parque infantil” para los ignorantes. No excusa a los mentalmente perezosos e
insensatos, aunque a los manipuladores les gustarían engañar para poder abusar fácilmente
de los ignorantes. Los representantes de Roma intentaban guardar a su pueblo
lejos de la Palabra de Dios, para poder mantenerle bajo sumisión. Enseñar que la
falta de entendimiento es aceptable y que ofrece algún tipo de ventaja es
totalmente falso. Gabriel trae entendimiento a Daniel para que lo entregue a
todo el mundo en su día y en los siglos venideros. Esta es la voluntad de Dios,
y era la intención de Sus profetas y apóstoles.
Gabriel
presenta otra verdad importante; la contestación de parte de Dios es enviada
inmediatamente al comienzo de la oración. Viene sobre alas de ángeles, rápida y
personalmente (veremos otro factor que tiene que ver con las contestaciones a
la oración en el próximo capítulo.) El Espíritu Santo nos hace saber esta
verdad para nuestro ánimo al orar, y debemos tenerla en nuestros pensamientos
constantemente ¿no es cierto?
Natanael
fue alumbrado tremendamente por Jesús al principio de su discipulado. Le dijo: “En verdad, en verdad (amén, amén) os digo que veréis el cielo abierto y a
los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del Hombre (Jn.1:51).
Nota el orden… suben y bajan. Se está
refiriendo a la escalera que Jacob vio. Natanael pudo entender que Jesús era
esa escalera, por medio de la cual puede haber comunicación entre la tierra y
el cielo. Los ángeles suben con las oraciones que los santos ofrecen en el
nombre de Jesús y bajan con la respuesta desde el trono del cielo. En este
pasaje, en el siguiente capítulo, en el caso de Zacarías (Lc.1:11,13), de
Cornelio (Hch.10:3-4) y en la oración de la iglesia por Pedro (Hch.12:5,7), se
sucede (también puedes ver Apocalipsis 8:3-5).
La
oración es el centro de nuestra relación con Dios y la comunicación más íntima
entre Él y el hombre. Gabriel trajo un mensaje a Daniel mientras éste hablaba
solo con Dios. Dicho mensaje procedía directamente de Su corazón. Daniel,
reconociendo su pecado y el de su pueblo, ha estado rogando por misericordia y,
como consecuencia: “Se dio la orden, y he venido para explicártela, porque eres muy
amado”. El
Señor quería que Daniel estuviese seguro de Su amor por él (aunque el texto, en
general, es de la versión LBLA, en lugar de la palabra estimado, he insertado la palabra amado de la RV60, porque expresa mejor la palabra hebrea, que
significa literalmente deleitarse en).
Toda la
Biblia trata sobre una relación de amor con Dios. Abraham y Moisés, de forma
muy especial, fueron llamados amigos de
Dios, y hay múltiples evidencias en el Antiguo Testamento del amor personal
de Dios para individuos. En el Nuevo Testamento, el apóstol Juan, más que todos los evangelistas, expresa al
lector el amor que existe entre el Padre y el Hijo. Da su testimonio personal
sobre aquel amor que le fue revelado a él. Hablaba de la amistad que Jesús deseaba
con Sus seguidores (Jn.15:15); también a Lázaro llamó nuestro amigo (Jn.11:11). Juan
hizo un comentario más allá de lo necesario en el relato de la historia de
Lázaro: “Jesús amaba a Marta, a su
hermana y a Lázaro” (Jn.11:5). Dos capítulos después, declara: “Habiendo amado a los suyos que estaban en
el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn.13:1, BTX, o eternamente, o
perfectamente).
24. Setenta semanas han sido decretadas sobre
tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para poner fin a la transgresión, para terminar con el pecado, para expiar la
iniquidad, para traer justicia eterna, para sellar la visión y la profecía, y
para ungir el lugar santísimo.
25. Has de saber y entender que, desde
la salida de la orden para restaurar y reconstruir a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas y sesenta y dos semanas;
volverá a ser edificada, con plaza y foso, pero
en tiempos de angustia.
26. Después
de las sesenta y dos semanas el Mesías será muerto y no tendrá nada, y el
pueblo del príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario. Su fin vendrá con inundación; aun hasta el fin habrá guerra; las desolaciones están
determinadas.
27. Y él
hará un pacto firme con muchos por una semana, pero a la mitad de la semana
pondrá fin al sacrificio y a la ofrenda de cereal. Sobre el ala de
abominaciones vendrá el desolador,
hasta que una destrucción completa, la que está
decretada, sea derramada sobre el desolador.
Estos
cuatro versículos son de los más cruciales que se encuentran en toda la Biblia.
Son profecías asombrosa-mente precisas y son claves para entender los capítulos
11 y 12, especialmente, del libro de Apocalipsis. Cuando Jesús enseñó sobre la “ABOMINACIÓN DE LA DESOLACIÓN, de que se
habló por medio del profeta Daniel, colocada en el lugar santo”, probablemente fue Mateo quien insertó
el comentario, “el que lea, que entienda”
(Mt.24:15). Gabriel había venido para
dar sabiduría y entendimiento, precisamente, sobre este asunto a Daniel, para
que sus lectores también entendieran. El Espíritu Santo, quien nos hace saber
cosas venideras (Jn.16:13), desea que sepamos el significado de esta porción.
Si ahora no la entiendes, después de completar el estudio de este capítulo,
deberías entenderla. Es una posibilidad muy emocionante, ¿no crees?
¿Tienes
problemas con el término setenta semanas?
Sencillamente, diré que los judíos del Antiguo Testamento no los tenían. Es
decir, en su literatura estaban acostumbrados a entender el termino semanas, aplicado a semanas de años, en lugar de semanas
de días. En verdad, la palabra literal del hebreo no es semanas, sino sietes… así, literalmente, estamos tratando con setenta sietes. De forma muy semejante, en
Levítico 25:8, sobre el año del jubileo: “Contarás
también siete semanas de años para ti, siete veces siete años, es decir
cuarenta y nueve años”. Existen
otros textos que lo comprueban, pero pienso que éste es suficientemente claro
para que veamos la necesidad de substituir años por días al pensar en este
versículo. Si no lo entiendes todavía, sencillamente lee de nuevo el párrafo.
Esta
profecía, básicamente, es sobre el pueblo de Daniel y su santa ciudad, es decir,
que es una profecía sobre los judíos y Jerusalén. Podemos llamarla “El tiempo
de los judíos”. Nosotros, como gentiles, tenemos que verlo como un asunto judío
al que nosotros hemos sido injertados (Ro.11:19).
Y ya que es algo que trata del Mesías, de forma vital, nosotros también tenemos
mucho interés. Sin embargo, cuando Jesús empezó a hablar sobre la abominación
de la desolación, lo aplicó estrictamente a los judíos. Nota: “Los que estén en Judea, huyan a los montes” (Mt.24:16). Este mandamiento debe
ser tomado literalmente; es un aviso para los judíos que estén en Judea cuando acontezca
la abominación de la desolación. También son literales los versículos que
siguen.
Estos
setenta sietes, o setenta por siete, 490 años, están divididos en tres partes
desiguales. La primera es exactamente igual a lo que acabamos de ver en
Levítico, siete por siete, que es lo mismo que 49 años. La segunda parte es
sesenta y dos por siete, que equivale a 434 años. Estos dos periodos suman un
total de 483 años, por lo que la tercera parte consta de un periodo de siete
años, completando así los 490 años, o setenta por siete. ¿Ya podemos continuar?
Varias
cosas relacionadas con los judíos ocurren durante este tiempo, como respuesta a
la oración de Daniel por misericordia y perdón. En primer lugar, servirá “para poner fin a la transgresión”
(fíjate en el v.11… tratando Daniel con el largo periodo de pecado y
desobediencia en Israel), “para terminar
con el pecado” (finalmente y para siempre juzgar el pecado por la muerte
del Mesías), y “para expiar la
iniquidad” (cubrir el pecado por medio de la sangre del Mesías). Estas tres
obras fueron cumplidas en la cruz, pero no le serán aplicadas totalmente a la
nación de los judíos hasta que Cristo vuelva. Entonces, la justicia entrará e
Israel se convertirá en una nación justa. La visión y la profecía llegarán a su
cumplimiento total, cuando se edificará el tercer templo que será utilizado
como el centro de adoración durante el Milenio.
Estos
490 años tienen un principio muy marcado: “Desde
la salida de la orden para restaurar y reconstruir a Jerusalén… habrá siete
semanas”. El comienzo de los primeros 49 años está en el libro de Nehemías,
cuando recibe el permiso del rey para poder empezar a reconstruir Jerusalén,
empezando con los muros: “En el mes de
Nisán, en el año veinte del rey Artajerjes… el rey me lo concedió, porque la
mano bondadosa de mi Dios estaba sobre mí” (Neh.2:1,8). Según nuestro
calendario, aconteció en marzo/abril, del año 445 a.C.
Muy obviamente,
la mano de Dios estaba soberanamente en el asunto, porque conducía al tiempo
del Mesías. Después de que la primera parte de la profecía fuese cumplida, los
49 años para reconstruir Jerusalén, empezó la segunda, que es el periodo de sesenta
y dos por siete, o 434 años, que marca hasta el final del Antiguo Testamento, el
periodo entre los Testamentos y el principio del Nuevo Testamento. Los 483 años
(49 + 434) nos llevan, precisamente, hasta marzo/abril del año 33 d.C.
Así
que, éste era un horario o programa muy preciso que Jesús entendía bien cuando
se aproximaba a la cruz. Marcaba el mes y el año: “Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que su hora había
llegado para pasar de este mundo al Padre” (Jn.13:1). El año 483 marcaba la
muerte del Mesías, el Ungido. “Después
de las sesenta y dos semanas (más las siete semanas anteriores) el Mesías será
muerto”. Ya, en el versículo 25, fue reconocido como el Mesías Príncipe. No
moriría una muerte natural; en la RV60 lo traduce mejor, “se quitará la vida al Mesías” … será matado.
Los
hechos del segundo capítulo de Lucas, empezando con el versículo 21, acontecieron
en el año 450 del periodo de 483 años, y en él encontramos a personas esperando
la venida del Mesías. No sabían exactamente el año de Su nacimiento; Gabriel no
se lo reveló a Daniel, ni fue revelado en ninguna otra profecía. Gabriel se le apareció
a María solamente para anunciarle su participación en Su nacimiento, y después
de unos meses de embarazo se lo reveló a José. Por medio de María, su pariente
Elisabet también lo supo y, probablemente, se lo contó a su marido, Zacarías.
Aparte de estos cuatro, ningún otro se dio cuenta.
Seguramente
recordamos la historia de Simeón y Ana, cómo cuando José y María entraron en el
templo con el bebé Jesús, para presentarle al Señor, Ana empezó a hablar “de Él a todos los que esperaban la redención de Jerusalén” (Lc.2:38). ¡Había un
pueblo en Jerusalén que esperaba ansiosamente el cumplimiento de la profecía de
Daniel! Quizás habían estado esperando Su nacimiento durante varios años y,
cada año que pasaba, reconocían que el acontecimiento estaba más cerca. Ese
año, con solamente 33 más hasta Su muerte, sabían que tenía que estar muy
cercano. ¿Lo encuentras tan asombroso como yo?
Así que,
Simeón, Ana y el grupo de gente que encontramos en el templo 450 años después
de la orden de reconstruir Jerusalén, aunque no sabían la edad del Mesías al
morir, sí sabían el mes y el año de Su muerte. Entendían que no iba a tener un
término de vida normal. Tampoco establecería Su reino en Jerusalén en ese
tiempo… “no tendrá nada” (esta frase
la traduce mejor la LBLA). ¡¡En estos versículos tenemos la prueba absoluta de que
el Mesías prometido de Israel vino y murió en el primer siglo!! He oído a un
judío, al menos, testificar de que esta profecía fue la que le convenció
completamente de que Jesús de Nazaret era su Mesías.
“El pueblo del príncipe que ha de venir destruirá
la ciudad y el santuario”. Las piernas de la
imagen del sueño de Nabucodonosor y la cuarta bestia del sueño de Daniel entran
en esta profecía. Ahora verás qué vitalmente importante son las profecías de los
capítulos dos y siete. El príncipe de
la cuarta bestia (y de las piernas de la imagen) invadirá Jerusalén, en algún
punto después de la muerte del Mesías, y la destruirá, quemando el santuario y
haciendo huir a los judíos. Fue exactamente en ese tiempo cuando fueron
esparcidos por todo el mundo. Esto aconteció en el año 70 d.C. y, desde ese
punto hasta el siglo XX, los judíos habían estado sin patria.
Otro
asunto muy importante ocurrió durante la última semana de Jesús en la tierra.
El “cronómetro” (podríamos llamarlo) dado a Daniel que marcaba el Tiempo de los Judíos (490 años), se
detuvo después de 483. Desde entonces, no ha marcado tiempo de nuevo. En su
lugar, Dios ha abierto la puerta, específicamente, a las naciones de la tierra,
dando oportunidad a todas las gentes no-judías de ser salvos. Leyendo el libro
de los Hechos verás cómo se desarrolló este proceso. Jesús lo llamó el Tiempo de los Gentiles (Lc.11:24) y
Pablo enseñó sobre “la plenitud de los
gentiles” (Ro.11:25). Puedes leer también el relato de Pablo sobre cómo los
gentiles entraron en el plan de Dios y también acerca de la restauración final
de los judíos, cuando todo Israel será salvo… Esto está en el libro de Romanos,
desde el capítulo 9 hasta el 11.
El
general romano, Tito, destruyó Jerusalén y su templo “con inundación”, es decir, totalmente. Jesús dijo: “No quedará aquí piedra sobre piedra que no
sea derribada” (Mt.24:2). También declaró: “Vuestra casa se os deja desierta” (Mt.23:38). Les entregó la casa
de Su Padre a los ciudadanos de Jerusalén para que fuese “vuestra casa”, y que fuera destruida y desolada o, en otras
palabras, desierta. No solamente quedó desolado el templo, sino que toda la
ciudad fue abandonada por los judíos, de hecho, abandonaron totalmente su
patria.
El
versículo 27 lleva el periodo de 490 años a su fin, pero, como hemos mencionado
anteriormente, después de 483 años, el Señor de la cosecha abrió la puerta para
que el evangelio fuese predicado entre todas las naciones. Esto es lo que se ha
hecho hasta el día de hoy, en 2018. Cuando empiecen los últimos siete años de
los judíos, lo que podrá ocurrir cualquier día u hora, él, es decir, el príncipe de la última bestia, hará un pacto firme
con muchos de los judíos. Él será el
líder sobre Roma, el cuarto imperio, pero no será la misma persona, obviamente, que en el versículo 26.
Intenté
enfatizar la unidad de la imagen en el capítulo 2 de Daniel, precisamente por
causa del pronombre él en este
versículo. Dios le ve, y quiere que nosotros le veamos, como si fuera uno y el
mismo que gobierna a toda la imagen durante toda la historia. Es el príncipe de
los imperios mundiales, los que siempre han existido, unidos como uno solo en
el último tiempo. Fíjate como en Daniel 2 todos son destruidos al mismo tiempo
al entrar Cristo y Su reino (Dn.2:44-45). Él es el pequeño cuerno sobre la
cuarta bestia y el rey de los pies de la imagen. Será el protagonista cuando el
Imperio Romano sea reformado en el último tiempo de nuestra época; Él es el Anticristo.
Él hará
un pacto firme, y a la vez engañoso, de siete años, que involucra a los judíos.
Estos siete años son los mismos que completan los 490 del pueblo de Daniel. Los
judíos reedificarán el templo y restaurarán su sistema de sacrificios, pero a
la mitad del pacto, el Anticristo lo romperá y pondrá fin a la adoración
sacrificial. Él mismo tomará su asiento en el templo y se proclamará a sí mismo
como Dios (2 Tes.2:3-12). Este acto
será la abominación de desolación. El
templo será desolado porque él lo profanará a través de palabras y hechos
blasfemos (recuerda los hechos semejantes de Antíoco Epifanes en el último
capítulo). Él gobernará sobre el mundo entero durante los últimos tres años y
medio.
El fin
del Anticristo se describe aquí y en otros pasajes, algunos los hemos estudiado
en los capítulos 2 y 7. Al final de este capítulo, Gabriel concluye… “hasta que una destrucción completa, la que
está decretada, sea derramada sobre el desolador”. En 2 Tesalonicenses 2:8,
Pablo declara: “A quien el Señor matará
con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida”. Creo que ya hemos citado dos veces
Apocalipsis 13:10, y en el capítulo 19:11-16, Juan describe a Uno montado en un
caballo blanco, llamado Fiel y Verdadero, El Verbo de Dios, REY DE REYES Y
SEÑOR DE SEÑORES. Además tiene un nombre que solamente Él sabe. Él apresará a
la bestia y al falso profeta y los dos serán arrojados vivos al Lago de Fuego
(Ap.19:20).
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