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Lowell Brueckner

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Buscando la verdad del Reino, capítulo cinco

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5. UN TESORO ESCONDIDO EN UN CAMPO

“Además, el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo”. (Mateo 13:44)

Este capítulo es tomada de este libro
EL PLAN DE DIOS NO SE FRUSTRA

Si estudias cuidadosamente las cuatro enseñanzas que hemos presentado hasta ahora, verás que tienen un toque profético, pero las dos siguientes lo tienen aún más. La parábola que sigue la tenemos solamente en el Evangelio de Mateo, cosa que no es de extrañar, ya que Mateo, de manera especial, enfatiza en su Evangelio que Cristo es el Rey de los Judíos. Como veremos, esta parábola tiene que ver con el pueblo de Mateo, el mismo al que vino su Mesías. El evangelio es un mensaje “al judío primeramente, y también al griego” (Ro. 1:16. Aquí griego es igual a gentil, o no judío). Pedro lo dijo en Jerusalén: “Vosotros sois los hijos de los profetas…, a vosotros primeramente, Dios, habiendo levantado a su Hijo, lo envió para que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad” (Hch. 3:25, 26). Así Mateo predica su Evangelio primeramente a los judíos.

Jesucristo es el Sembrador en las tres parábolas anteriores y, en esta, es el hombre que compra el campo. El hecho de hallar el tesoro y esconderlo de nuevo, hace muy improbable que el tesoro sea Cristo, el evangelio o la salvación. No creo que podamos encontrar una buena razón bíblica para hallar y esconder cualquiera de estas tres cosas. Además, choca con la presentación del evangelio como un don de Dios que uno no puede comprar, sino que tiene que recibir por pura gracia. Al afirmar que uno tiene que vender todo y comprar a Cristo, el evangelio o la salvación, se corre el peligro de satisfacer el orgullo religioso del hombre, que quiere hacer algo para ganar su salvación. El Nuevo Testamento condena estos esfuerzos, “para que nadie se gloríe”.


El protagonista que lleva a cabo la voluntad de Dios en cada parábola es el Dios/Hombre, Jesucristo. Él vino precisamente, no para hacer Su propia voluntad, sino la de Su Padre, y la verdad es que ningún otro es capaz de hacerlo. De nuevo insistimos en lo que Él dijo: “Sin mí, nada podéis hacer”, así es que todo esfuerzo del hombre es en vano y falso si no va mano a mano con Jesús, permitiéndole ejercitar el señorío completo sobre Su obra.

En este caso, ¿cómo hace Jesús la voluntad de Su Padre? La hace vendiendo todo gozosamente con el fin de comprar un campo. El simbolismo sigue constante, por lo que el campo en las parábolas siempre es el mundo, que en este caso Él compró. Otra vez, Pablo describe perfectamente como lo hizo: “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados” (2 Co. 5:19). También citaremos al apóstol Juan: “Él es la propiciación (algo o alguien que aplaca la ira) por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 Jn. 2:2). Jesús compró el campo entero por el tesoro que está en el campo, aunque no todo el campo será salvo.

Considera Éxodo 19:5: “Vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra”, dijo Dios a Moisés refiriéndose a Israel. Esto demuestra que Dios tuvo que comprar la tierra para apropiarse de Su tesoro. Aunque la salvación también resultó para los que no son judíos, Jesús vino precisamente “a lo suyo” (Jn. 1:11). Quedamos convencidos de que sin duda fue así cuando leemos lo que Jesús dijo a la mujer cananea: “No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel… no está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos” (Mt. 15:24, 26). El que no es judío tiene que considerarse no merecedor de poder participar de las riquezas de las promesas de Dios.

Esta es precisamente la clara enseñanza de Pablo a los creyentes gentiles en Efesios 2: “En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo” (vr.12). En Romanos 11, Pablo nos compara a nosotros, cristianos no judíos, como ramas de un olivo silvestre, injertadas en un olivo santo, que es el olivo judío. Pablo nos advierte de que no debemos jactarnos porque algunas de las ramas originales fueran quitadas: “No te ensoberbezcas, sino teme” (vrs.17, 20). Para que nunca lleguemos a la conclusión de que Dios ha abandonado a los judíos, Pablo hace la siguiente afirmación: “¿Qué ventaja tiene, pues el judío?... Mucho, en todas maneras… (Ro. 3:1-2); ¿Ha desechado Dios a su pueblo? En ninguna manera… No ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció… (11:1-2); ¿Han tropezado los de Israel para que cayesen? En ninguna manera… (11:11); En cuanto a la elección, son amados por causa de los padres (11:28)”.

Pablo enseña que, como Dios pudo injertar a los gentiles en el olivo, Él es poderoso para volver a injertar a los judíos. “¿Cuánto más éstos, que son las ramas naturales, serán injertados en su propio olivo?” (11:23-24). Nos asegura que esto acontecerá: “Si su transgresión es la riqueza del mundo, y su defección la riqueza de los gentiles, ¿Cuánto más su plena restauración?... Porque si su exclusión es la reconciliación del mundo, ¿Qué será su admisión, sino vida de entre los muertos?... Luego todo Israel será salvo…” (11:12, 15, 25). Fue profetizado que Cristo dejaría su gloria para conseguir su redención: “Vendrá de Sion el Libertador, que apartará de Jacob la impiedad. Y este será mi pacto con ellos, cuando yo quite sus pecados” (11:26-27).

Dios halló a su pueblo en Egipto cuando no tenía patria, y lo sacó de allí. Durante 40 años estuvo vagando por el desierto, antes de entrar en la tierra prometida. Cristo vino a Israel, una pequeña nación, todavía escondida e insignificante a los ojos del mundo y dominada por el imperio romano. Sin embargo, su pueblo le rechazó, y así (no sin propósito, sino en el sabio plan divino) perdió su prominencia como pueblo de Dios. Resumiendo, lo halló “escondido en el campo… y lo escondió de nuevo”. Cuando venga a reinar en el milenio, Israel será descubierto otra vez.

Vamos a dejar que tres versículos nos cuenten toda la historia pasada y el futuro: “Porque JAH ha escogido a Jacob para sí, a Israel por posesión suya” (Sal. 135:4). “El reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él” (Mt. 21:43). “Derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito” (Zac. 12:10). El judío finalmente va a reconocer a su Mesías, y entrará otra vez en el plan de Dios, exactamente a la hora que Él ha establecido.

Dios no tiene un “plan B”. Lo que determinó en el principio es lo que se va a llevar a cabo. Él no cambia, no ajusta y no retrocede. Lo que empezó es lo que va a terminar. Su plan se va ampliando y perfeccionando. Personalmente, ha sido de gran beneficio para mí meditar acerca de la fidelidad de Dios con Su pueblo Israel. Me garantiza, ya que es un Dios que no cambia, que será fiel con nosotros y, en particular, conmigo. Por eso, en este capítulo, me será un placer presentar las promesas que Dios, desde el libro de Génesis, hizo a Abraham y cómo las ha llevado a cabo.

Dios había llamado a Abraham para que entrase en Su propósito eterno, y le llevó a la tierra que forma parte de este plan. Le dijo: “Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente, porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre” (Gn. 13:14-15). Aunque Dios iba a obrar en Abraham y en su descendencia, Él también tomó posesión de esa tierra de forma especial. La tierra era y es Suya. Cuando los hijos de Israel, muchas generaciones después, estuvieron a punto de entrar, Dios les hizo saber claramente que los derechos de la tierra le pertenecían solamente a Él. “La tierra no se venderá a perpetuidad, porque la tierra mía es” (Lv. 25:23).

Israel no es un buen ejemplo de obediencia y cooperación con el plan de Dios. Antes de que Israel entrara en la tierra prometida, Moisés les dio una lista de las consecuencias que vendrían si no cumplían los mandamientos de Dios, que podemos leer en el capítulo 28 del libro de Deuteronomio. Él es fiel, no sólo en llevar a cabo las bendiciones prometidas, sino también las maldiciones.

Un gran porcentaje de la Biblia es profecía y, como ningún otro libro, todas sus profecías se cumplen. Estas comprueban que estamos involucrados con una palabra sobrenatural y perfecta que merece ser llamada “la Palabra de Dios”. Primeramente vamos a ver el castigo que fue profetizado y entonces veremos exactamente lo que pasó siglos después.

PROFECÍAS LLEVADAS A CABO, PARA MAL Y PARA BIEN

“Jehová te llevará a ti, y al rey que hubieres puesto sobre ti, a nación que no conociste ni tú ni tus padres; y allá servirás a dioses ajenos, al palo y a la piedra” (Dt. 28:36). Lo que Jeremías cuenta ya era historia en el capítulo 39:1-9: “Vino Nabucodonosor rey de Babilonia con todo su ejército contra Jerusalén, y la sitiaron… Sedequías rey de Judá y todos los hombres de guerra, huyeron y salieron de noche de la ciudad… pero el ejército de los caldeos los siguió, y alcanzaron a Sedequías en los llanos de Jericó; y le tomaron… y degolló el rey de Babilonia a los hijos de Sedequías en presencia de este… y sacó los ojos del rey Sedequías, y le aprisionó con grillos para llevarle a Babilonia… y al resto del pueblo que había quedado en la ciudad, y a los que se habían adherido a él, con todo el resto del pueblo que había quedado, Nabuzaradán capitán de la guardia los transportó a Babilonia”.

Moisés profetizó que la gente de esta nación invasora sería “fiera de rostro, que no tendrá respeto al anciano, ni perdonará al niño” (vr.50). Jeremías en sus Lamentaciones describió lo que pasó (5:12-13): “A los príncipes colgaron de las manos; no respetaron el rostro de los viejos. Llevaron a los jóvenes a moler, y los muchachos desfallecieron bajo el peso de la leña”.

Incluiremos un detalle más de la profecía sobre la invasión a Israel por los babilonios en Deuteronomio 28: “Comerás el fruto de tu vientre, la carne de tus hijos y de tus hijas que Jehová tu Dios te dio, en el sitio y en el apuro con que te angustiará tu enemigo” (vr.53). Volvemos al libro de las Lamentaciones, capítulo 4, versículo 10: “Las manos de mujeres piadosas cocieron a sus hijos; sus propios hijos les sirvieron de comida en el día del quebrantamiento de la hija de mi pueblo”.

En Deuteronomio 28:64-66 hay un cambio. Ya la profecía no tiene que ver con Babilonia, sino que va más allá, al futuro, al día en que Israel iba a ser esparcido por toda la tierra: 86
“Jehová te esparcirá por todos los pueblos, desde un extremo de la tierra hasta el otro extremo; y allí servirás a dioses ajenos que no conociste tú ni tus padres, al leño y a la piedra. Y ni aun entre estas naciones descansarás, ni la planta de tu pie tendrá reposo, pues allí te dará Jehová corazón temeroso, y desfallecimiento de ojos, y tristeza de alma; y tendrás tu vida como algo que pende delante de ti, y estarás temeroso de noche y de día, y no tendrás seguridad de tu vida”.

No podemos ir a ninguna otra parte de la Biblia para ver el cumplimento de esta porción de la profecía, porque se cumplió después de haber sido escritos los Evangelios, y después de la venida del Mesías y el rechazo que recibió de Su pueblo. Jesús mismo profetizó, llorando sobre Jerusalén: “Tus enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán, y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación” (Lc. 19:43-44). La historia cuenta que treinta y siete años después llegó a Jerusalén el general romano Tito, quien derrumbó y quemó la ciudad, cumpliendo perfectamente lo que Jesús había dicho. Los judíos fueron perseguidos por los romanos y esparcidos por toda la tierra. Perdieron su nación y vivieron como extranjeros por todas las partes del mundo. De esta forma, el tesoro fue escondido de nuevo.

En estas tristes condiciones existieron siglo tras siglo, siendo despreciados, y viviendo temerosos e inseguros entre las naciones donde moraban, hasta la Segunda Guerra Mundial. Bien conocemos la historia sobre su persecución, especialmente en Europa, donde los judíos fueron buscados por los nazis, acorralados como ganado y enviados a los campos de concentración y a las cámaras de gas. Seis millones de judíos fueron asesinados por Hitler en su intento de hacerles desaparecer de la faz de la tierra. También fueron perseguidos por Stalin en Rusia. Sin embargo, esto no podía ser el fin de su historia ni su último destino, ya que Dios había inspirado a profetas para que escribieran los planes eternos que tenía para ellos.

Hace unos dos mil quinientos años Ezequiel pudo saber lo siguiente: “Así ha dicho Jehová el Señor: Yo os recogeré de los pueblos, y os congregaré de las tierras en las cuales estáis esparcidos, y os daré la tierra de Israel” (11:17). Otra vez en 20:34, 41 y 42 dice lo siguiente: “Os sacaré de entre los pueblos, y os reuniré de las tierras en que estáis esparcidos, con mano fuerte y brazo extendido, y enojo derramado… Como incienso agradable os aceptaré, cuando os haya sacado de entre los pueblos, y os haya congregado de entre las tierras en que estáis esparcidos; y seré santificado en vosotros a los ojos de las naciones. Y sabréis que yo soy Jehová, cuando os haya traído a la tierra de Israel, la tierra por la cual alcé mi mano jurando que la daría a vuestros padres”. Y una vez más en 36:24: “Yo os tomaré de las naciones, y os recogeré de todas las tierras, y os traeré a vuestro país”.

UNA PROFECÍA CON TRES FASES DE CUMPLIMIENTO

En Ezequiel 37, Dios hizo saber a Su profeta que esta renovación iba a tener tres fases. Primeramente compara a Israel, en el tiempo de su dispersión entre todas las naciones, 88
con un valle lleno de huesos secos, y pregunta: “Hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos? (vr.3)… Todos estos huesos son la casa de Israel… Os haré subir de vuestras sepulturas, y os traeré a la tierra de Israel (vrs.11-12)… Yo tomo a los hijos de Israel de entre las naciones a las cuales fueron, y los recogeré de todas partes, y los traeré a su tierra (vr.21)”.

“Profeticé, pues, como me fue mandado; y hubo un ruido mientras yo profetizaba, y he aquí un temblor; y los huesos se juntaron cada hueso con su hueso” (vr.7). La primera fase consistía en abrir los sepulcros, es decir, dejarles salir de las naciones donde habían estado esparcidos durante tanto tiempo, y luego recoger los huesos secos para unirlos otra vez en la tierra que fue prometida a Abraham y a sus descendientes.

Más o menos a principios del siglo XX empezó un movimiento que continúa hasta la fecha. Muchos judíos empezaron a salir de los siete continentes para repoblar su antigua tierra otra vez. De la misma manera que Abraham entró como extranjero, así miles y después millones del pueblo esparcido de Dios, llegaron de nuevo a una tierra que todavía no estaba bajo su mando. No hace mucho tiempo Rusia abrió sus puertas, y miles de los judíos que vivían allí también regresaron. ¿Cómo puede ser que después de tantos siglos un pueblo decida regresar a vivir otra vez a la tierra de sus antepasados? Todo está dirigido por la mano de Dios, que en estos últimos tiempos puso en el corazón de cada uno cumplir Su plan eterno.

La segunda fase se trataba de lo siguiente: “Poner tendones sobre vosotros, y haré subir sobre vosotros carne, y os cubriré de piel…” (vr.6)… “Miré, y he aquí tendones sobre ellos, y la carne subió, y la piel cubrió por encima de ellos; pero no había en ellos espíritu” (vr.8). Esto significaba: “Los haré una nación en la tierra, en los montes de Israel, y un rey será a todos ellos por rey; y nunca más serán dos naciones, ni nunca más serán divididos en dos reinos” (vr.22). Entonces, no solamente iban a volver a su tierra, sino que iban a formar una nación, con un gobierno totalmente independiente. Durante dos mil quinientos años, desde que Babilonia les llevó cautivos, Israel no había sido auto-gobernado. Después, en el tiempo de Jesús, tampoco fue una nación libre e independiente, ya que estaban dominados por los romanos.

Pero en estos días podemos observar como esta fase también se ha cumplido, lo que me parece ser algo muy emocionante, ya que no estamos hablando de historia antigua, sino de un tiempo que algunos de nosotros recordamos. Quisiera dirigirte a Isaías 66:8, donde él también profetiza de la renovación de Israel: “¿Quién oyó cosa semejante? ¿Quién vio tal cosa? ¿Concebirá la tierra en un día? ¿Nacerá una nación de una vez?..” Es un milagro nacional que jamás ha ocurrido con ninguna otra nación en ningún tiempo de la historia. Un antiguo pueblo, que había sido esparcido por todo el mundo, volvió a la tierra de sus patriarcas y la habitó. Hablan su antiguo lenguaje y practican sus viejas costumbres.

¿Concebirá la tierra en un día? ¿Nacerá una nación tan pronto? Pues, lo que sí sabemos es que el 14 de mayo de 1948 fue el día exacto en que se cumplió esta profecía de Isaías, escrita hace dos mil setecientos años. Esta fecha marca con seguridad que estamos llegando rápidamente al final de una época.

La tercera fase: “Yo hago entrar espíritu en vosotros, y viviréis” (vr.5). Ahora observamos a Dios apasionadamente mandar a Ezequiel profetizar: “Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre y di al espíritu: Así ha dicho Jehová el Señor: Espíritu, ven de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos, y vivirán” (vr.9). Vemos aquí la misma pasión que le motivó a conseguir el tesoro… “gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo”. El profeta respondió: “Profeticé como me había mandado, y entró espíritu en ellos, y vivieron, y estuvieron sobre sus pies, un ejército grande en extremo” (vr.10). El significado lo vemos ya en el capítulo 26: “Pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ez. 36:27). Y en 37:23 vemos la misma cosa.

El cumplimiento de esta tercera fase tendrá lugar cuando Cristo aparezca otra vez, pero entonces como Rey de reyes y Señor de señores, sentándose sobre el trono de David en Jerusalén para reinar sobre la tierra por mil años. El tesoro escondido será otra vez descubierto, ya que el plan de Dios de reformar a este pueblo, comprado por su Hijo Jesucristo, va adelante.

El profeta Amós nos habla también: “Traeré del cautiverio a mi pueblo Israel, y edificarán ellos las ciudades asoladas, y las habitarán; plantarán viñas, y beberán el vino de ellas, y harán huertos, y comerán el fruto de ellos” (Am. 9:14). Esta profecía ya se está cumpliendo, ya que Israel está entre los países más productivos de la tierra. Por medio de Amós Dios nos asegura su futuro en el siguiente y último versículo de su profecía: “Los plantaré sobre su tierra, y nunca más serán arrancados de su tierra que yo les di, ha dicho Jehová Dios tuyo”. Por medio del pueblo de Israel vemos la inconmovible fidelidad del Señor.


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