Buscando la verdad del Reino, capítulo ocho
Después de las siete parábolas de Mateo, capítulo 13, Jesús añade otra pequeña parábola que tiene que ver con el ministerio de Sus discípulos… por supuesto, la enseñanza es para los discípulos de todos los siglos. Y entonces Mateo 13 termina contando como Cristo vuelve a Su propia aldea donde fue criado, Nazaret, y como es rechazado. Su persona es rechazada y Su enseñanza no es comprendida. Esta es, y sigue siendo, la historia de Jesús en este mundo, pero los cristianos no se desaniman por esta razón. Cristo mismo les dijo de antemano que así iba a suceder, pero al mismo tiempo iba a desarrollar un plan glorioso y eterno, para todo aquel que crea en Él.
8. ¿QUÉ HAY DESPUÉS DE LAS PARÁBOLAS?
EL DISCÍPULO ES UN ESCRIBA
“¿Habéis entendido estas cosas? Ellos respondieron: Sí, Señor. Él les dijo: Por eso todo escriba docto en el reino de los cielos es semejante a un padre de familia, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas”. Mateo 13:51-52
Este es el último capítulo de este libr |
ATESORANDO COSAS NUEVAS Y VIEJAS
Sí habían entendido. Durante el periodo de tres años y medio que duró su discipulado, Jesús fue juntando el material y formando una base firme sobre la que edificar, pero aún les faltaba mucho más, no cabe duda: “Aun tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar” (Jn.16:12). Y antes de que Cristo les dejara y fuera al cielo “les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras” (Lc. 24:45). Abrió en su ser una puerta de entendimiento para que el Espíritu Santo de verdad les llevara adelante, enseñándoles acerca de los principios del Reino de Dios. “La palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió… El Espíritu Santo... os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho… El Espíritu de verdad... dará testimonio acerca de mí… Cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad... tomará de lo mío, y os lo hará saber (Jn.14:24, 26; 15:26; 16:13-14).
Vemos en los textos de Juan que lo que Jesús enseñaba no era algo nuevo, sino la misma palabra del Padre, conectada con todo lo que Dios había enseñado desde el principio. La enseñanza que iba a impartirles el Espíritu Santo tampoco sería una palabra nueva, sino una palabra relacionada con la enseñanza de Cristo. Y la enseñanza de los apóstoles, llenos del Espíritu Santo, no contiene nada que Jesús no hubiera dado a Sus discípulos en los Evangelios. Toda la Biblia es una sola palabra.
Tenemos que intentar involucrarnos con estas parábolas, hallar su significado, ver cómo podemos aplicarlas a nuestro tiempo, y cómo poder vivirlas personal e individualmente. Ahora también tenemos que dejar que la palabra nos pregunte a nosotros: “¿Habéis entendido estas cosas?” Si es que sí, entonces, ¿cuál es el siguiente paso?
Un escriba era un estudiante serio del Antiguo Testamento. Cuando Herodes, el rey, oyó de los magos que había nacido el Rey de los judíos, convocó a los principales sacerdotes y a los escribas. Ellos eran los expertos en enseñar y contestar cuestiones sobre las escrituras al pueblo. El problema con ellos en el tiempo de Cristo era que estaban corrompidos y habían perdido la autoridad espiritual que solamente Dios puede dar (Mt. 7:29). Conocían muy bien la letra, pero no habían sido instruidos por el Espíritu.
Ahora Jesús había puesto a Sus discípulos en el lugar de ellos, como escribas, para el pueblo de Dios. Tenían que saber combinar los tesoros que habían escuchado desde su niñez, con la nueva revelación que habían recibido durante los últimos tres años y medio. No podemos estudiar lo que escribieron aquellos pescadores Pedro y Juan, y pensar que seguían siendo “hombres sin letras y del vulgo”, como imaginaban los gobernantes de Israel. Se habían convertido en expertos de las antiguas Escrituras, y sus epístolas son obras de escribas, llenas del Espíritu.
Si nosotros vamos a ser escribas, entonces debemos anhelar ser como ellos, y como el hombre que apareció al final de la historia de los judíos, después de su cautiverio. Esdras era un escriba sincero que tenía autoridad espiritual y merecía respeto. “Era escriba diligente en la ley de Moisés, que Jehová Dios de Israel había dado; y le concedió el rey todo lo que pidió, porque la mano de Jehová su Dios estaba sobre Esdras… Había preparado su corazón para inquirir la ley de Jehová y para cumplirla, y para enseñar en Israel sus estatutos y decretos” (Esd. 7:6,10). Era un escriba genuino y de corazón.
El término escriba está relacionado con el antiguo pacto, de la misma manera que el término discípulo está relacionado con los seguidores de Jesús y Su evangelio. Ahora, es interesante saber que la palabra docto en la versión Reina-Valera, es traducida como discípulo en otras versiones. Por ejemplo: “Por eso todo escriba que es hecho discípulo del reino de los cielos…”. Esto es exactamente lo que la palabra griega quiere decir.
En este mismo versículo Jesús nos introduce en otra pequeña parábola, hablando de un padre de familia. Obviamente era rico y tenía un tesoro, formado de cosas nuevas y viejas. Jesús enseñó que cada escriba hecho discípulo es como el padre de familia que tiene riquezas incomparables para sacar y demostrar. Es un escriba y conoce bien los tesoros viejos del Antiguo Testamento, pero es un discípulo que puede sacar enseñanzas frescas, dadas por el Verbo hecho carne, del Nuevo Testamento.
En el tiempo de los apóstoles muchos consideraban el cristianismo como una nueva secta. En Hechos 24:5, vemos la acusación presentada por el orador judío, Tértulo, al gobernador romano, Félix: “Hemos hallado que este hombre es una plaga, y promotor de sediciones entre todos los judíos por todo el mundo, y cabecilla de la secta de los nazarenos”. A lo que Pablo contestó de la siguiente manera: “Te confieso, que según el Camino que ellos llaman herejía, así sirvo al Dios de mis padres, creyendo todas las cosas que en la ley y en los profetas están escritas” (vr.14). Tértulo quiso afirmar que el cristianismo era una herejía, una nueva secta, pero Pablo negó tal acusación, alegando que lo que él creía estaba sólidamente basado en las antiguas Escrituras. Pablo se encontró en Roma con algunos de los principales judíos, y le dijeron: “De esta secta nos es notorio que en todas partes se habla contra ella”, a los cuales Pablo “les testificaba el reino de Dios… persuadiéndoles acerca de Jesús, tanto por la ley de Moisés como por los profetas” (Hch. 28:22-23).
Pablo era un escriba y un discípulo bien instruido en el Reino de Dios. Constantemente hacía mención al Antiguo Testamento en todas sus epístolas. También en los Evangelios, cada escritor, basándose en las antiguas Escrituras, confirmaba que Jesús era el Mesías. De igual manera, en el libro de los Hechos, los apóstoles predicaban el evangelio junto al Antiguo Testamento, no solamente a los judíos, sino también a los gentiles. Cuando Pedro abrió por primera vez el evangelio a los gentiles en Hechos 10, dijo: “De éste dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre” (vr.43).
En el principio, el mensaje de Jesús de Nazaret, a pesar de haber estado lleno de poder y acompañado de milagros, hubiera sido muy inseguro y dudoso, de no haberse podido comprobar con la Escritura que Dios había instituido desde la antigüedad. Es una palabra que tiene que ver con el plan de Dios desde la creación. Los hombres nobles de Berea se sentaban con Pablo mientras este les anunciaba el evangelio con los rollos de la Escritura abiertos delante de ellos: “Escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así. Así que creyeron muchos de ellos, y mujeres griegas de distinción, y no pocos hombres” (Hch. 17:11-12).
El discípulo de Cristo también tiene que ser un escriba. Esto es lo que Jesús quiso ver en Sus discípulos. Tiene que caminar en las sendas antiguas, marcadas desde la fundación del mundo, mientras aprende las interpretaciones nuevas de parábolas que Jesús está abriendo delante de él. Tiene que tener soplando en su ser la fresca brisa del evangelio sobre el fundamento sólido del Antiguo Testamento. Como joven, tiene que estar constantemente recibiendo nuevas visiones a la vez que está plantado en los viejos sueños de los ancianos. Tiene que cantar los cánticos espirituales de hoy junto con los himnos viejos de ayer. Tiene que enseñar lo que está establecido y profetizar lo por venir. Tiene que saber de donde viene, donde está, y a donde va.
LLEVANDO TODO LO SUBLIME DEL CIELO
A LA REALIDAD MUNDANA
“Aconteció que cuando terminó Jesús estas parábolas, se fue de allí. Y venido a su tierra, les enseñaba en la sinagoga de ellos, de tal manera que se maravillaban, y decían: ¿De dónde tiene éste esta sabiduría y estos milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos, Jacobo, José, Simón y Judas? ¿No están todas sus hermanas con nosotros? ¿De dónde, pues, tiene éste todas estas cosas? Y se escandalizaban de él. Pero Jesús les dijo: No hay profeta sin honra, sino en su propia tierra y en su casa. Y no hizo allí muchos milagros, a causa de la incredulidad de ellos”. Mateo 13:53-58
Jesús había estado solo con sus discípulos observando cómo escuchaban atentamente mientras Él les enseñaba, con una disposición presta a poner en práctica todo lo que les decía. Pero ahora le tocaba ir a Nazaret, donde se había criado desde que era niño, hasta los treinta años, y donde había jugado en las calles y paseado por las colinas del campo. José todavía vivía cuando Jesús tenía doce años, pero después no se sabe más de él. Siendo Jesús el hijo mayor de la familia, probablemente José puso una atención especial en él, para enseñarle el oficio de carpintero. Jesús mismo fue conocido como “el carpintero”, así es que probablemente siguió encargado del negocio cuando murió José. De este modo fue muy conocido en Su pueblo. Seguramente fue el fabricante de muchos de los muebles y otros objetos de madera en Nazaret.
Jesús tenía cuatro hermanos y, por lo menos, dos hermanas. María dio luz a no menos de siete hijos. No era una familia pequeña. Después de la primera demostración del poder milagroso de Jesús, sus hermanos y su madre bajaron juntos con Él de Caná a Capernaum, y Jesús decidió mudarse allí. En los Evangelios vemos cómo algunos miembros de su familia llegaron para visitarle, pero es muy obvio que no eran sus discípulos. María, su madre, estaba con los hermanos. En Juan 7 vemos cómo los hermanos le animaban para que se manifestase de forma pública en una fiesta en Jerusalén, queriendo que fuera conocido por el pueblo. Habían sido criados en la misma casa, pero no vieron las cosas de la misma manera. Fueron testigos personales de su manera de vivir y de sus obras sobrenaturales, pero no tenían fe en Él. Su relación con el mundo que les rodeaba y su manera de vivir en medio de él, era totalmente diferente de la de Jesús. (Jn. 7:6-8.)
¿Has sentido alguna vez el choque de enfrentarte con la frialdad de la mentalidad humana, después de haber estado participando de cosas espirituales y celestiales? Pues en este pasaje, después de haber estado meditando en las enseñanzas anteriores de Jesús, casi puedes sentir el frío polar. Muchos cristianos han sentido lo mismo con sus hermanos, aquellos con quienes habían vivido, jugado y trabajado durante muchos años, muchas horas al día.
Sus paisanos de Nazaret conocían por sus nombres a Jesús y a toda su familia. Es curioso ver cómo, cuando Jesús enseñaba en la sinagoga, ellos podían reconocer la sabiduría de Sus enseñanzas y no negar Su poder milagroso. La dificultad para ellos era aceptar que, una persona criada en el mismo ambiente y con las mismas posibilidades que ellos habían tenido, pudiera llegar a un nivel tan alto en su desarrollo espiritual. Los principales de la sinagoga se sintieron ofendidos por su conocimiento y entendimiento de las escrituras, y los ancianos del pueblo por su capacidad de enseñar. Todo el pueblo estaba ofendido por su cercanía a Dios, y porque nunca tuvo una palabra de aliento a favor de ellos. Muy al contrario, les insultó, insinuando que los gentiles paganos tenían más oportunidad de acercarse a Dios que ellos.
Más de una vez oí acerca de personas que fueron asesinadas por envidia en las aldeas de la Costa Chica en Méjico, sencillamente porque iban prosperando y llegando a un nivel de vida un poco más alto que los demás. Eso era imperdonable para ellos. ¿A cuántas mujeres hemos visto rechazar a sus maridos cuando ellos nacen de nuevo, dejan de tomar drogas, de emborracharse y de darles palizas, y a pesar de ser ahora mejores padres para sus hijos y mejores esposos? He oído a padres decir que prefieren ver a sus hijos volver a la vida de drogas o alcohol, antes de verles convertirse en verdaderos cristianos. He visto a personas excomulgadas de sus iglesias por haber nacido de nuevo, y a muchos más por haber recibido el bautismo del Espíritu Santo. A pesar de que se convierten en mejores ciudadanos, viven mejor la vida cristiana, contribuyen con más dinero, son más activos en la obra de Dios, el hecho de haber experimentado algo más de Dios de lo que los demás han experimentado, se hace imperdonable. Los hermanos de José sentían envidia y odio hacia él sólo porque había recibido revelaciones de Dios. Aunque estaban dispuestos a matarle, decidieron sacar más provecho de él y venderle como esclavo cuando tan solo tenía 17 años.
Jesús dijo que “los enemigos del hombre son los de su propia casa”, ya que son los que tienen más dificultad para perdonar el progreso o el éxito de uno de los suyos. Los que conocen mejor las cosas de manera natural, están más lejos y con menos posibilidades de entender de forma espiritual. Este es el principio que aprendemos de esta etapa de la vida de Jesús, tras su declaración: “No hay profeta sin honra, sino en su propia tierra y en su casa”. Parece que, en sentido natural, mejor es estar lejos que cerca.
Como resultado, “no hizo allí muchos milagros”. Y… ¿cuál fue la razón? “A causa de la incredulidad de ellos”. ¡Cuánto poder tiene la incredulidad! La incredulidad pone límites a lo que el Omnipotente puede hacer. Él sanaría a niños desvalidos y libraría a gente endemoniada; abriría los ojos de los ciegos y sanaría enfermedades incurables, pero la incredulidad no lo permite. Por favor, no me digas que el día de los milagros se quedó con los apóstoles y que ya no podemos esperar que el Omnipotente los haga. No me digas que algunos, si no todos, de los dones del Espíritu Santo ya no pueden practicarse en la iglesia. ¿Cómo funcionará el cuerpo espiritual de Jesús entonces? ¿Por medio de sabiduría, talentos y capacidades humanas? La razón tras estas doctrinas es el mismo estado de ánimo que existía en Nazaret: “¡Como nosotros no lo tenemos, tú tampoco puedes tenerlo! No vemos milagros porque Dios ha cambiado y ya no hace tales cosas, ya que si no, siendo nosotros su pueblo preferido y el más correcto, seguramente los haría con nosotros primero”. Esta es una arrogancia que induce a la envidia.
Si esta triste historia se encuentra en la Biblia, es porque tiene que haber algún provecho para nosotros. Podemos beneficiarnos de estas cosas solamente por tener nuestros ojos abiertos a la realidad. Primeramente, tenemos que tomar la determinación de no caer en el mismo error que ellos, sino orar: “Oh Dios, por favor y sobre todo, hazme humilde de corazón para que pueda recibir tu verdad. Hazme amarla más que a la vida, para que yo, como John Hus, que aún teniendo la oportunidad de retractarse delante de la estaca y la leña donde en pocos minutos iba a ser atado y quemado, se dirigió allí cantando, antes que renunciar a la preciosa palabra que tú le habías entregado. Hazme apreciar y creer tu palabra. Que el mundo diga lo que quiera, pero que yo esté convencido de la superioridad de lo que viene de tus labios. Hazme poner toda mi confianza en ello y no vacilar, y estar muy agradecido por el Libro que has puesto en mis manos. Qué fácil es abrir sus páginas y poder sacar provecho de a dónde me lleva, que es más allá de la sabiduría y conocimiento humanos. Manda tu Espíritu de verdad para enseñarme”.
Ahora podemos orar desesperadamente por un mundo ciego a la verdad de la palabra de Dios, que no va a poder ver sin un toque divino y sobrenatural. “Oh Dios, la ceguera, que nos rodea es opresiva y desalentadora, tanto, que casi nos ahoga. Nos deja impotentes. Oh Señor, si tú no haces algo, muchos seres queridos se van a perder. Sin las llamas de avivamiento, las mismas del aposento alto, no va a haber manera de despertarles de su sueño espiritual. El cristianismo que hemos experimentado hasta hoy no es suficiente, ya que siguen igual. Oh, haz algo, no solamente en las reuniones, sino en las casas, en las calles y en los lugares de negocios. Llámales la atención, porque solo tú puedes hacerlo. De las aldeas como Nazaret, salva algunos. De entre los religiosos, como los fariseos y saduceos, salva a algunos. De nuestras familias, salva a todos. Oramos porque no hay otro remedio. Nuestros ojos están en ti, oh Padre de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”.
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