Buscando el Rey del Reino, capítulo cinco
5. JESUCRISTO, EL ADMIRABLE
“Un niño
nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará
su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz”.
Isaías 9:6
EL SIGNIFICADO DE LA PALABRA
Capítulo 5 tomado de este libro |
El libro del profeta Isaías a veces
ha sido llamado el Evangelio de Isaías, porque revela la visión más clara del
Mesías venidero en el Antiguo Testamento, con la posible excepción de los
Salmos de David. Buscando la manera de nombrar a Jesús para presentárselo a
Israel y al mundo, y ya que no podía hacerlo con un solo nombre, lo hace con
estos cinco: Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz.
El nombre de una persona debe reflejar su carácter y su personalidad. Vemos
esto a través de toda la escritura, empezando con Abram, que después fue
llamado Abraham. Y en el Nuevo Testamento con Simón, llamado Pedro por Jesús, y
Saulo de Tarso, que fue llamado Pablo.
Isaías tuvo revelación tras
revelación del Cristo, y el primer nombre o característica que nos comparte en
el versículo que encabeza esta sección, es Admirable. El diccionario hebreo nos
explica que quiere decir una cosa (o persona) maravillosa, una maravilla, pero
es tomado de un verbo que describe varias acciones: llevar a cabo cosas
difíciles, escondidas, cosas demasiado altas; hacer milagros, cosas únicas,
obras maravillosas. El que es admirable hace todas las acciones
mencionadas.
Vamos viendo cómo el Cristo
prometido por los profetas ya se manifestaba en la vida de personas necesitadas
en el Antiguo Testamento. Ahora quiero mencionar una historia del libro de los
Jueces. En aquellos días Israel no era gobernado por una sucesión de reyes sino
que cuando era necesario, Dios, directamente, levantaba líderes de entre
cualquiera de las doce tribus. Esta intervención directa de Dios se perdió en
el tiempo de los reyes, y Samuel y Dios mismo lamentaron esa pérdida (1 S.
8:7). Gedeón, que fue uno de los primeros líderes, dijo: “No seré señor sobre
vosotros, ni mi hijo os señoreará: Jehová señoreará sobre vosotros” (Jue.
8:23). Dios todavía era reconocido como el único y verdadero rey. El libro
menciona, específicamente, que Dios eligió líderes de las tribus de Benjamín,
Efraín, Manasés, Isacar y Zabulón, algunas de las cuales eran de las menos
conocidas de Israel.
UN ENCUENTRO CON EL ADMIRABLE
La historia del último juez empieza
en el capítulo 13. Tiene que ver con una pareja de la tribu de Dan, otra de las
más insignificantes. A través de estas historias, Dios siempre manifestaba algo
de Su naturaleza de una manera que comúnmente vemos en la Biblia. Es decir, en
este libro observamos de forma muy clara cómo Dios utiliza lo que es pequeño,
poco, y menos probable, para salvar a Su pueblo de las manos de sus enemigos.
Manoa era de la tribu de Dan y su mujer era estéril. ¿Cuántas mujeres estériles
tuvieron parte en el plan de Dios, desde Sara hasta Elizabet? Es tan común que
casi llega a ser una norma en la Biblia.
De nuevo, en esta situación, vemos
al Ángel del Señor revelándose y manifestándose primeramente a la mujer. El
ángel Gabriel se le apareció primeramente a María en Nazaret, una virgen
desposada con José. El ángel no dijo nada a José hasta que fue obvio que María
estaba encinta y José estaba a punto de repudiarla. Fue también una mujer, a
quien Jesús habló y usó para despertar espiritualmente al pueblo de Sicar (Jn.
4). Al Señor no le importa el sexo de la persona a la que habla, solamente le
importa que sea dispuesta y obediente. La mujer de Manoa tuvo su “Bet-el” en el
campo.
Desde un principio el Ángel hizo
reconocer a la mujer su condición y falta de capacidad: “He aquí que tú eres
estéril, y nunca has tenido hijos” (vr.3). A Dios no le importa ser negativo;
Él es muy realista y no pretendió, de ninguna manera, hacerla ver otra cosa que
la realidad. Él no es el artífice de la confesión y los pensamientos positivos.
Estas ideologías, tan populares entre los cristianos hoy en día, proceden de
otra fuente.
Ella contó la experiencia a su
marido, y le dijo que el Ángel de Dios era “temible en gran manera” (vr.6).
Estoy impresionado al ver el efecto que tuvo sobre Daniel, cuando se le
apareció, no el Ángel, sino solamente un ángel del cielo: “Su
cuerpo era como de berilo, y su rostro parecía un relámpago, y sus ojos como
antorchas de fuego, y sus brazos y sus pies como de color de bronce bruñido, y
el sonido de sus palabras como el estruendo de una multitud” (Dn. 10:6). Sus
compañeros huyeron y Daniel se quedó solo, sin embargo: “No quedó fuerza en mí,
antes mi fuerza se cambió en desfallecimiento, y no tuve vigor alguno” (vr.8).
Al escuchar su voz, “caí sobre mi rostro en un profundo sueño, con mi rostro en
tierra” (vr.9). Tuvo que recibir una fuerza especial para poder sostenerse
sobre sus rodillas y la palma de sus manos (vr.10). Pero cuando el ángel le
mandó ponerse de pie, aunque temblando, pudo hacerlo. (vr.11). Especialmente en
los Evangelios de Marcos y Lucas, se relata cómo vez tras vez la gente se
asombraba al ver las maravillas de Dios en Cristo Jesús. Hoy en día tratamos
las cosas de Dios con ligereza. Necesitamos un renuevo del temor de Dios antes
de poder apreciar en verdad la presencia del Señor.
La mujer contó a Manoa las noticias
referentes al hijo que iba a concebir, así como varias condiciones relacionadas
con la educación del niño. Principalmente, ni ella ni el niño podrían tomar
nada procedente de la vid, y su hijo nunca, hasta su muerte, podría cortar su
cabello. Manoa hizo lo que todos los maridos deben hacer cuando Dios habla a la
mujer y no al hombre; oró y cuando volvió a aparecer el Ángel del Señor, siguió
a su mujer para encontrarle también.
En este acontecimiento hallamos la
respuesta a una pregunta que cualquiera podría tener acerca del encuentro de
Jesús con el joven rico. Él quiso saber qué tendría que hacer para tener la
vida eterna. Llamó a Jesús “Maestro bueno”, y Jesús contestó: “¿Por qué me
llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios” (Mt. 19:16-17). Algunos
argumentan que esta declaración comprueba que Jesús no pretendía ser divino. En
el caso de Manoa, el Ángel del Señor rehusó recibir el holocausto que quiso
ofrecerle, diciendo: “Si quieres hacer holocausto, ofrécelo a Jehová”, pero
seguidamente el contexto nos da la razón en cuanto a su divinidad: “No sabía Manoa
que aquél fuese ángel de Jehová” (Jue. 13:16). No quiso que Manoa fuese un
idólatra al ofrecer un sacrificio a un ser que él no creía que fuese Dios.
Tampoco Jesús quiso que el joven llamara bueno a una persona que no creía que
era Dios.
En los dos casos la respuesta tuvo
que ver con el concepto que esos individuos tenían acerca de Su persona. Ahora,
tanto Manoa como su mujer, sabían que ese ser era temible (no sé si aún creían
que era un ángel), pero lo que no sabían era que esa persona fuese el Ángel
del Señor. Sin embargo, Manoa se convencería pronto de ello, cuando él y su
esposa vieron al Ángel subir al cielo en la llama del holocausto. “Entonces
conoció Manoa que era el ángel de Jehová” (vr.21). ¿A qué conclusión llegó
Manoa al saber que era el Ángel de Jehová? ¿Quién es este Ángel? “Ciertamente
moriremos, porque a Dios hemos visto” (vr.22). Es el mismo ayer, y hoy, y para
siempre.
Manoa quería saber el nombre del
Mensajero que les trajo estas noticias, y el Ángel respondió: “¿Por qué
preguntas por mi nombre, que es admirable?” (vr.18). Esta es la misma
palabra que citó el profeta Isaías y, como hemos visto en la definición, hay en
ella algo que significa escondido o secreto. Al menos, una versión que
yo tengo usa la palabra secreto en lugar de admirable. Pudiéramos
decir, muy de acuerdo con el hebreo original, que el Ángel estaba presentándose
(e Isaías también le nombraba así) como un ser “misteriosamente
maravilloso”. Me parece que el Ángel, al efectuar su pregunta, quiso dejar
claro que era imposible que Manoa comprendiera lo maravilloso que es el Hijo de
Dios, aún conociendo Su nombre. Fiel a Su nombre, Él “hizo milagro ante los
ojos de Manoa y de su mujer” (vr.19). Este nombre, admirable, es Jesús.
Los padres tenían que conocer primero Su persona para poderle dar a Él toda la
honra por lo que iba a pasar en su hijo.
EL ADMIRABLE EN UN SER HUMANO
Cuando el Ángel de Jehová se reveló
a Manoa y a su mujer, ellos se postraron en tierra y nunca más volvieron a ser
los mismos. No volvieron a verle, aunque no quiere decir que les abandonara.
Años después se reveló en su hijo por el Espíritu de Dios. Siempre ha sido el
ministerio del Espíritu Santo revelar al Hijo y, cuando Él comenzó a
manifestarse en Sansón, todo el mundo pudo ser testigo de misteriosas
maravillas. Sí, misteriosas, porque ellos no podían entender la fuente de
aquellas maravillas.
Sansón no era un hombre musculoso.
¿Qué cómo puedo saberlo seguro? Porque si así hubiera sido, entonces los
filisteos no hubieran tenido que mandar a Dalila para que se informase de en
qué consistía su gran fuerza (16:5). Si hubiera sido dotado de extraordinarios
músculos, entonces se acabaría el misterio. Además, a estas alturas, ya debemos
reconocer el carácter del Señor y Sus maneras de obrar. Pablo nos lo hizo saber
de una forma tan clara, que nunca jamás debemos equivocarnos: “Lo débil de Dios
es más fuerte que los hombres... No sois muchos poderosos (según la carne)...
Lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte” (1 Co. 1:25-27).
Y en la segunda carta a los corintios, lo confirmó: “Y (el Señor) me ha dicho:
‘Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad'. Por tanto,
de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí
el poder de Cristo” (2 Co. 12:9). Así es que, el que estudia la Escritura, si
sabe ver las cosas como Dios las ve, deducirá que Sansón no era un hombre
especialmente musculoso, sino que probablemente fuese lo contrario; un hombre
físicamente normal e incluso débil.
Cualquier persona que lee la
historia de Sansón puede darse cuenta de que el hombre tenía muchos defectos
morales, y que lo que se manifestaba en él, era por la gracia de Dios. ¿Que qué
quiero decir? Pues que la evidente fuerza de Sansón no era natural, sino dada
por el Espíritu Santo que vino sobre él, y que su vida era un testimonio del
poder de Dios.
En el Nuevo Testamento, el mismo
Cristo admirable, también quiso manifestar Su poder y Su fuerza en Sus
discípulos. Lo que hacían no era a través de algo que ellos pudieran ejercitar
para lograrlo, sino actuando según la fuerza de Cristo, que habitaba en ellos
por la gracia de Dios. Pablo mandó a Timoteo: “Esfuérzate en la gracia que es
en Cristo Jesús” (2 Ti. 2:2). Pedro se dirigió a un pueblo en Jerusalén que
estaba atónito después de haber visto a un cojo de nacimiento ser sanado, y les
dijo: “¿Por qué ponéis los ojos en nosotros, como si por nuestro poder o piedad
hubiésemos hecho andar a éste?” (Hch. 3:12). Ser un buen testimonio quiere
decir mucho más que solamente hablar de Jesús. Quiere decir mucho más que
solamente vivir una vida limpia y ser buena gente. No por eso uno lleva un buen
testimonio al mundo. Uno es un buen testigo del Señor Jesucristo, cuando Su
gloria brilla fuertemente a través de él. ¡Esta persona será una maravilla
misteriosa, igual que su Señor, Jesús de Nazaret!
La vida de Sansón era una
manifestación del poder de Dios, y ¿quien podría argumentar que no había
recibido esta vida y la había vivido por la pura gracia de Dios? Fue muy
evidente la primera vez, cuando un león vino rugiendo hacia él (Jue.14:5-6).
Está claro que esto no le gustó al Espíritu Santo y vino sobre Sansón, quien
pudo así despedazarlo sin nada en su mano. No cabe duda que esta historia tiene
mucho más que enseñarnos que solamente la destrucción de un animal salvaje. El
diablo es como un león rugiente que viene en contra de cada discípulo de Jesús,
pero su poder se rompe cuando vamos a él, no en nuestro poder, sino en el poder
de Cristo por el Espíritu Santo. El diablo no puede triunfar sobre una vida
fortalecida por el poder de Jesús, al contrario, en su lugar sale la dulzura de
una nueva naturaleza (la miel, Jue.14:8).
La segunda maravilla que fue
manifestada en Sansón aconteció cuando le obligaron a pagar a los filisteos 30
mudas de vestidos (14:12-19). Fue entonces cuando él mató a otros 30 filisteos,
les quitó sus vestidos, y con ellos pagó lo que debía. De esta manera “dio al
César lo que es del César”. Jesús tampoco pagó los impuestos de su cuenta
bancaria, sino que tomó el dinero de la boca de un pez.
Lo que aprendemos de Sansón es que
las armas de nuestra milicia no son carnales (2 Co. 10:4). Él supo entrar “en
la casa del hombre fuerte, y saquear sus bienes” (Mt. 12:29). En el mismo
versículo donde Pablo habla de las armas, también explica que son poderosas
para destruir fortalezas. Como vemos, esto tampoco se consigue por la fuerza
humana. ¿Imaginas lo complicado que es cazar a un zorro? ¿E imaginas ahora cómo
Sansón pudo cazar 300 zorras? En este punto falla mi imaginación, porque no lo
puedo imaginar. Pero lo hizo. Una vez cazadas, ató sus colas de dos en dos e
hizo 150 parejas, encendió 150 teas, las ató a las colas, y las soltó entre las
mieses, las viñas y los olivares de los filisteos, destruyéndolo todo.
Sansón era una ofensa para los
filisteos, y los líderes del “pueblo de Dios” se pusieron nerviosos. “¿No sabes
tú que los filisteos dominan sobre nosotros?” (15:11). Querían que Sansón se
portara mejor, pero el hombre ungido del Espíritu nunca debe aceptar el dominio
del enemigo sobre lo que debe estar sujeto solamente a Dios. Los ungidos son
siempre una molestia para la gente que se conforma al statu quo (la
situación como está). Sansón no sabía negociar con el enemigo, ni
tampoco David, quien no aceptó la situación causada por Goliat, que había
paralizado al ejército de Israel durante 40 días. David no dialogó con Goliat,
ni tampoco esperó a que él lanzara el ataque, sino que él mismo tomó la
iniciativa, obteniendo como resultado la cabeza del gigante. La situación tan
triste que enfrenta ahora el pueblo de Dios, como en el tiempo de Sansón y
David, es culpa de las personas que han negociado la paz con el enemigo, porque
no quieren causar problemas.
Los líderes del pueblo de Israel
ataron a Sansón y se lo entregaron a los filisteos (15:12-17). Sansón se lo
permitió a cambio de que prometieran no matarle, y ellos lo prometieron. ¡Qué
buenos eran! Me hace pensar en Gamaliel, quien convenció al sanedrín para que
no mataran a los discípulos, pero se sentó con sus colegas mientras les
azotaban. Pero el Espíritu Santo no falló a Sansón y las ataduras se le
cayeron. Rodeado por los enemigos, Sansón tuvo que defenderse con la primera
cosa que encontró, que fue la quijada de un asno. Con ella mató a mil filisteos
y luego la tiró. Cualquier instrumento que Dios pueda usar no es digno de
guardarse. Lo que importa, no es la herramienta, sino la presencia y el poder
del Espíritu obrando a través de ella. ¿Cuántas veces la herramienta se
convierte en un ídolo entre el pueblo de Dios? Esto es lo que pasó con el efod
que Gedeón guardó “en su ciudad de Ofra; y todo Israel se prostituyó tras de
ese efod en aquel lugar; y fue tropezadero a Gedeón y a su casa” (Jue. 8:27).
En el siguiente capítulo Sansón se
encuentra en la ciudad capital de los filisteos. Ellos se dieron cuenta y
acecharon a la puerta de la ciudad, esperando a que Sansón saliera de
madrugada. Él se levantó a medianoche, tomó las puertas de la ciudad con sus
pilares y su cerrojo incluidos, las echó sobre sus hombros y se las llevó a la
cumbre del monte. Su meta no era escaparse solamente, sino dejar una puerta
abierta para cualquier otra persona que quisiera salir. Esta es la meta de la
iglesia de Jesucristo; no defenderse, sino arrancar las puertas del enemigo. “Sobre
esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra
ella” (Mt. 16:18). Las puertas no son utilizadas para atacar sino para
defender. La iglesia tiene que invadir la fortaleza principal del enemigo y
quitarle sus puertas, para ofrecer libertad a los que quieran escaparse.
GANAR AL MORIR
Ahora viene la parte más triste de
la historia (16:6-21). Sansón confió a su querida el maravilloso secreto que
el Admirable le había dado, y Él se apartó de él. Es un ejemplo perfecto
de las consecuencias por no tener en cuenta la advertencia de “no echar las
perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os
despedacen” (Mt. 7:6). En unos minutos, al cortar su cabello, Dalila le quitó a
Sansón el tesoro más valioso de su vida, haciéndole “como todos los hombres”.
No creo que haya en el mundo algo más triste que ver a un hombre que ha
experimentado el poder de Dios, ser reducido y convertido en un mero hombre.
Cuando le sacaron los ojos perdió la preciosa capacidad que tenía de poder ver
el Reino de Dios. Ya no podía recibir las revelaciones que le abrían las
puertas del cielo y le permitían mirar dentro. Así, sin poder ver, le echaron
en la cárcel y le ataron con cadenas para que moliese. Le fue quitado el
propósito de su existencia, entrando en un ciclo de rutinas sin una meta ni un
destino. Medita un poco en cuántos cristianos hay a quienes les ha pasado lo
mismo.
No vamos a detenernos mucho aquí,
para seguir adelante al siguiente versículo que, para mí, es el versículo más emocionante
de toda la historia y uno de los más consoladores de toda la Escritura. “Y el
cabello de su cabeza comenzó a crecer, después que fue rapado” (vr.22).
¿Existía alguna esperanza para este pobre desventurado que había perdido la
presencia de Dios en su vida y todo el significado de su existencia? En Romanos
15:13, Pablo llama a Dios, el Dios de esperanza. Dios siempre provee la
manera de volver, de recobrar lo que fue perdido, y de reconciliarse con Él.
Sí, la triste verdad es que su cabello había sido cortado, y aunque Sansón no
guardó su parte del pacto con el Admirable, el cabello pudo crecer de nuevo.
Aunque había sido rapado, la vida del cabello permanecía en las raíces y, lo
que tiene vida, puede renovarse.
Sansón nunca más pudo volver a
funcionar como había estado acostumbrado antes, pero el Admirable tiene maneras
de obrar que ningún otro sabe. Sansón todavía seguía siendo útil para algo. El
soberano Dios empezó a obrar para juntar a miles de filisteos en un solo lugar,
e incluso a los principales. Esta es una historia con mucha ironía. Se juntaron
para adorar a su dios y darle la gloria por la derrota de su mayor enemigo, que
era Sansón. Para ellos había sido una demostración de que su dios, Dagón, era
más poderoso que el Dios de Sansón. Una vez reunidos decidieron hacer llamar a
Sansón del miserable molino en el que estaba moliendo en la cárcel para
burlarse de él, y así burlarse de su Dios.
Para Sansón este era el momento más
oscuro y desconsolador de toda su vida, aunque esta condición fue la que le
motivó a clamar a Dios como nunca antes. Volver a ser otra vez un instrumento
en las manos del Señor valía para él más que la vida. Contempla esta oración y
permite que el Espíritu de Dios te haga sentir, aunque sea un poco, lo que
Sansón sintió ese día, cuando derramó todo su corazón delante de su Señor,
desde el templo de un dios ajeno: “Señor Jehová, acuérdate ahora de mí, y
fortaléceme, te ruego, solamente esta vez, oh Dios, para que de una vez
tome venganza de los filisteos por mis dos ojos” (vr.28). Después de tanto
tiempo de debilidad, rutina y oscuridad, imagina lo que Sansón experimentó
cuando pudo volver a sentir en sus brazos los brazos del Admirable, y cuando el
poder del Todopoderoso hizo desaparecer toda su debilidad. Morir no es malo, si
en la muerte uno cumple la voluntad de Dios para su vida, y esto es lo que
pasó. Sansón empujó las dos columnas sobre las que descansaba la casa, y la
casa cayó encima. “Y los que mató al morir fueron muchos más que los que había
matado durante su vida” (vr.30). Él pudo decir igual que Pablo: “He peleado la
buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe” (2 Ti. 4:7). Esta
historia es un ejemplo vivo de lo que debe ser vencer por medio de la muerte,
que es en verdad la única manera en la que el cristiano puede vencer. Nosotros
no somos mejores que Sansón. Al morir a nosotros mismos, a nuestros pobres y
débiles intentos, a nuestros planes ciegos y rutinarios, ganamos la intervención
del Admirable y Él obra maravillas.
Lo que hizo en Sansón, fue lo mismo
que hizo cuando vino a este mundo. “Jesús nazareno, varón aprobado por Dios
entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre
vosotros por medio de él” (Hch. 2:22). Es el mismo Admirable del siglo XXI. ¿Acaso
estamos ya hartos, y nos sentimos molestos por ver los esfuerzos del hombre y
lo que puede llegar a hacer a través de sus inventos y toda la técnica? Ay, ¡si
fuéramos reducidos una vez más a la flaqueza física con una quijada de asno en
la mano, qué misteriosas maravillas veríamos! Lo que hace falta en nuestros
días es una sustitución de todo lo que es del hombre por todo lo que es de
Dios. Podemos estar seguros de una cosa: El problema y la culpa de que en los
últimos días haya hombres que “tendrán apariencia de piedad, pero negarán la
eficacia de ella” (2 Ti. 3:5), no tiene que ver con Cristo Jesús. Él es el mismo Admirable, sí, por los siglos.
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