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Lowell Brueckner

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La estupidez de no leer libros

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Me estoy gustando que algunas personas han tenido, y todavía algunos tienen, el valor de hablarnos con claridad. Hace poco, cité algo que Franklin Graham había dicho en cuanto de ser cobardes. Es como nombró a los que tienen miedo de enfrentar el pecado y la perversión, como son los abortos y las prácticas homosexuales. También son cobardes, digo yo, los que no atacan las falsas doctrinas y los predicadores que las esparcen. Y los cobardes, escribió el apóstol Juan y le citó Graham, tendrán su parte en el Lago de Fuego. Hoy es el día cuando más hace falta los que descubren pecados, errores, hipócritas y falsos profetas que abundan y siguen engañado, simplemente porque no hay suficientes valientes que los quieren detener.  

En tiempos pasados, era más común hablar con mucha claridad y hubo hombres como Charles Spurgeon que no escatimaban palabras para describir personas que orgullosamente tomaban un camino de error.

¿Has oído alguna vez alguien decir que él solamente lee la Biblia y recomienda que todo el mundo le siga en esa práctica? Yo sí. A demasiados oídos suena como algo muy espiritual y sabio, pero Spurgeon nombra esta práctica una estupidez. Sí, de acuerdo, y añadiré que es hecho por gente que no tiene capacidad para ver el orgullo, el daño y debilidad que resultan en las vidas de las personas que les hacen caso. En este pequeño artículo, Charles Spurgeon expone este error por lo que es... una estupidez.


C. H Spurgeon

Si pedimos que el Espíritu nos guíe y enseñe, se deduce que debemos estar dispuestos a utilizar todos los medios y ayudas necesarios para entender la Escritura. Cuando Felipe le preguntó al eunuco etíope si entendía la profecía de Isaías, este le dijo: “¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare?” (Hch. 8:31). Entonces Felipe subió con él al carro y le explicó la Palabra del Señor.

Algunos, pretendiendo ser enseñados por el Espíritu Santo, rechazan la instrucción que pueden recibir de libros o de hombres. Así no se honra al Espíritu de Dios; es una falta de respeto hacia Él, ya que sí Él concede a algunos de sus siervos más luz que a otros (y es evidente que lo hace) entonces aquellos están obligados a compartir esta luz con estos, y utilizarla para la edificación de La Iglesia. Pero si una parte de la Iglesia se niega a recibir esta luz, ¿para que la dio el Espíritu? Implicaría que Dios ha cometido un error al otorgar sus dones y gracias mediante el Espíritu Santo. Está claro que no puede ser así. El Señor Jesucristo se complace en dar más conocimiento de su Palabra y más comprensión de ella a algunos de sus siervos que a otros, y debemos aceptar gozosos el conocimiento que Él nos da, cualesquiera que sean los medios que Él elija para hacerlo.

Estaríamos llenos de maldad sí dijésemos: “No queremos los tesoros celestiales que se encuentran en vasos terrenales. Si Dios nos diese sus tesoros celestiales de su propia mano, y no a través de vasos terrenales, los aceptaríamos. Creemos que somos demasiado sabios, demasiado elevados, demasiado espirituales para que no nos importen las joyas que pudiésemos encontrar en vasos de arcilla. No oiremos a nadie ni leeremos nada, excepto la Biblia; tampoco aceptaremos la luz que pudiera venir a través de un agujero en nuestro techo. Preferimos quedarnos a oscuras antes que ver por medio de la luz de la vela de otro hermano”. Hermano, no caigamos en tal estupidez. Si la luz viene de Dios, y es un niño quien la trae, aceptémosla gozosamente. Sí alguno de sus siervos (bien sea Pablo, o Apolos, o Cefas) ha recibido luz de Dios, he aquí, “todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios” (1Co. 3:22-23). Por tanto, aceptemos la luz que Dios ha encendido, y pidamos que por gracia podamos hacerla brillar sobre la Palabra de Dios para que, cuando la leamos, la entendamos.


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