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Lowell Brueckner

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La realidad de estar con Dios

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Si no has leido todavía el testimonio de Héctor colgado ayer, esté seguro que lo leas. Sería bueno leerlo antes del artículo que sigue. Muchos dieron cuenta que Dios estaba haciendo una obra importante en medio de toda esa situación. Yo creo que este testimonio fue más que un relato consolador; fue además un mensaje de parte del Señor, avisando a un pueblo de cosas semejantes que acontecerán en los días que tenemos por delante. Serán días muy difíciles, pero a la vez muy preciosos, en los cuales las cosas eternas y celestiales serán una clara realidad. Cristo ha dicho que el cristiano nunca muere, sino que se aparta del cuerpo para estar inmediatamente en la presencia de Dios.

Una persona que fue presente en la sala donde estaba el cuerpo de Héctor, en ese momento tuvo una revelación y la cuenta en los párrafos que siguen…

No puedo recordar el tiempo tras el accidente de nuestro querido Héctor, sin tener un dulce sentir de la presencia y la gloria de Dios, mezclado, por supuesto, con el sufrimiento y el dolor causados por tal situación, primeramente a su familia, y también a otros a los que Dios nos permitió ser partícipes, de una u otra manera, de su vida. Hay muchas cosas y momentos de aquellos días que merecen una especial mención, pero resaltaré algo que quedará conmigo para siempre; vi, como nunca he visto, la realidad de la vida resucitada y la eternidad. Sé que el lenguaje humano es muy limitado cuando se trata de explicar cosas que no son de este mundo, pero a pesar de ello, y con la ayuda de Dios, trataré de hacerlo.

El galardón más grande es poder estar con Dios mismo
“Allí estará el Señor en la entrada a su mansión, dando la heredad al que justo fue…”, es la parte de una bonita canción que su hermana Sara, algunos amigos y yo, estábamos cantando en la sala donde estaba el cuerpo, ya sin vida, de Héctor. En ese momento, y por la gracia de Dios, pude ver a Héctor más allá de lo que a mis ojos físicos y a mi imaginación le ha sido permitido. Tengo que confesar que nunca he tenido una visión, así es que no sé con que nombre referirme a ello, aunque creo que eso no es importante.

Mientras cantábamos, trataba de recibir consuelo a través de lo que expresaba la canción, sin tener ninguna duda de la realidad de aquellas palabras y de lo que espera a los que mueren en Cristo. Pero era muy duro para mí ver el sufrimiento de sus padres, hermanas, familiares, amigos, etc…, ante el que uno no puede quedar impasible. ¡Qué difícil, por no decir imposible, es poder consolar a quien pasa por tales circunstancias! Por eso creo que, además del provecho personal de esta experiencia, Dios quería consolar, especialmente, a su familia a través de lo que vi, y repito, fue por la pura gracia de Dios, que me concedió ese privilegio, sin ser yo nada ni nadie especial. ¡A Él sea la gloria!

Ahora viene la parte difícil, donde no llegan las palabras, y tendrá que ser captada por el espíritu por aquellos que lo lean, o al menos ¡eso espero! Trataré de no añadir ninguna impresión, explicación, opinión, ni nada fuera de lo que recibí.

Mientras cantábamos la canción que he mencionado antes, me sobrevino lo que vi (seguramente, en una manera muy pequeña en comparación a lo que seguro será) de esa heredad de la que Héctor ya había tomado posesión. La visión me quebrantó totalmente. ¡Era glorioso! Las lágrimas de tristeza se cambiaron en lágrimas de puro gozo, un gozo que no podía contener, cuanto más lo miraba, más me desbordaba. Todo era gozo allí, y ahí estaba Héctor. No tenía un cuerpo físico pero le reconocí perfectamente. Todo a su alrededor era gozo, gozo, gozo…él estaba inmerso en él, y él mismo lo reflejaba. La impresión que tengo de aquello es de algo sin límites, que excede a lo que puedo comprender y expresar ahora. No me cabe ninguna duda de que él jamás querría regresar de ese lugar, al igual que yo no quería dejar de contemplarlo.

Al momento supe que aquello no era sólo para mí, sino que Dios me lo había dado para consolar a su familia, y que tenía que contárselo. No daré detalles de la lucha que siguió y de cómo el enemigo de Dios y de nuestras almas, trató de confundirme y desanimarme para que no lo hiciera. Pero gracias a Dios que Él me ayudó y pude ser fiel a lo que tenía que hacer. Lo demás lo dejo en Sus manos.

Ana




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