Buscando el Espíritu del Reino, Introducción
LA ÚNICA MANERA DE SERVIR A DIOS
La verdad matemática es hallada
mediante rigurosas y precisas deducciones. Al estudiar esta materia vemos que,
aunque se pueden dar un sin fin de respuestas a cualquier problema, sólo una es
la correcta. Esta ciencia es muy intolerante y requiere la respuesta exacta. No
acepta ni respeta opiniones personales u otros puntos de vista. Ya que sus
leyes y reglas no se pueden cambiar en lo más mínimo, lo mejor que podemos
hacer es aprenderlas y aplicarlas correctamente. Si no lo hacemos el fracaso es
seguro.
La NASA, por ejemplo, sabe bien
de la exactitud que requiere esta ciencia. Cada vez que una nave regresa del
espacio, debe tomar contacto con la atmósfera de la tierra por el ángulo exacto.
Si el ángulo es menor que el requerido, el aparato no podrá entrar y rebotará
de nuevo al espacio. Si lo hace por un ángulo demasiado estrecho, entrará
seguro, pero será el fin para el aparato y su carga, sean materiales o
personas. Se quemará por el calor producido por la fricción. La ley que rige la
matemática no admite descuidos ni puede pasarlos por alto.
La introducción es tomada de este libro |
Estas leyes tan exigentes que
regulan el universo fueron establecidas por el Creador del cielo y de la
tierra, y tenemos que respetarlas. Hemos de vivir de acuerdo con ellas y no
podemos cambiarlas. Lo mismo sucede con el mundo espiritual que Él ha creado.
Las leyes que lo rigen son tan rigurosas e inmutables que si no queremos
fracasar espiritualmente tenemos que aprenderlas, respetarlas y aplicarlas
adecuadamente. Dios expresa una de estas leyes en el texto bíblico citado por
el profeta Zacarías. “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu” (Zac.
4:6). Esta fue la respuesta de Dios a la pregunta de Zacarías por la visión que
tuvo, en la que siete lámparas de un candelabro recibían aceite para alumbrarse
directamente de dos olivos. (Zacarías era como los discípulos en el sentido que
tenía un gran anhelo por conocer el significado de las visiones que le fueron
presentadas. Cuento 10 preguntas que hizo en los primeros seis capítulos).
La visión llevaba un mensaje de
aliento a Zorobabel. Encontramos a Zorobabel en el linaje real de la
descendencia de David y en la genealogía en Mateo 1, como un antepasado del
Hijo del Hombre. Era un rey sin un trono y sin un ejército, cautivo de una
nación mucho más potente que la suya. Dios dio a Zorobabel y al sacerdote,
Josué, un ministerio que desarrollar para que su pueblo, Israel, pudiera otra
vez ser alumbrado, como el candelabro, para la gloria de Dios. Iban a
reedificar el templo que había sido derrumbado por Nabucodonosor hacía 70 años.
Esto sería un testimonio a las naciones de la fidelidad de Dios, quien nunca
abandona Su plan eterno, ni al pueblo involucrado en ese plan. La pregunta era,
¿Cómo podría realizarse el plan?
El aceite del olivo, que fue el
combustible para las lámparas y el símbolo del Espíritu Santo, iba a fluir
directamente y constantemente de los dos olivos al receptor del candelabro, sin
que mediara ningún proceso de cogerlo, exprimirlo o prepararlo. El mensaje
garantizaba que Zorobabel iba a poner la piedra fundamental de la casa y la
obra seguiría seguramente adelante, hasta que él también pusiera la última
piedra. Dios miraría a esa obra con favor y proveería todo lo necesario para
completarla. Por eso tenemos las palabras, “Gracia, gracia a ella” (vr.
7). Sobre la obra estuvieron los siete “ojos de Jehová, que recorren toda la
tierra” (vr. 10) y el vidente Hanani nos explicó que esta expresión
demuestra la disposición de Dios de “mostrar su poder a favor de los que
tienen corazón perfecto para con él” (2 Cr. 16:9). Dios aún movió y ungió
los corazones de los poderosos reyes Ciro y Darío de Persia para respaldar la
construcción del templo. El gran monte de oposición política que se levantaría
en contra, no podría detenerlo (vr. 7).
En nuestro texto (Zac. 4:6), lo
primero que vemos es la negación por parte de Dios a dos posibles respuestas
que el hombre hubiera podido considerar como válidas: “No con ejército, ni
con fuerza”. Dios dice que la manera de tener éxito en los propósitos
celestiales y eternos no es a través de un ejército, ni de esfuerzos humanos.
No hay líder nacional que pueda mover cualquier elemento espiritual con la
fuerza de un ejército, por muy grande y poderoso que éste sea, como tampoco lo
hará el poder, es decir, la capacidad física o mental que el hombre,
individualmente o en grupo, posea; ni por invenciones o iniciativas humanas.
Zorobabel no tuvo a su disposición ningún ejército ni fuerza política. Considerar
estos elementos como una alternativa para poder producir algo en el Reino de
Dios, es una conclusión falsa que, en la práctica, no podrá proporcionar el
menor beneficio espiritual. Confiar en estas cosas y otras como variadas y
diferentes ideologías, talentos humanos, tecnología..., sólo conducirán al
fracaso. Tenemos que eliminar completamente cualquier opción que no sea el
Espíritu. La ley inmutable es la siguiente: El que hace mover poderes eternos
con Su omnipotencia, el que puede llevar a cabo planes infinitos con Su
omnisciencia, el que obra los propósitos divinos hasta cumplirlos, con una
voluntad inquebrantable, es, únicamente el Espíritu Santo de Dios. Él es la
respuesta correcta a todas las cuestiones que tienen que ver con hacer funcionar
y avanzar el Reino de Dios.
La obra del Espíritu Santo está
directamente relacionada con un elemento espiritual llamado fe. El
Espíritu y la fe son tan necesarios que debemos verlos en cualquier promesa,
mandamiento e instrucciones dadas en la Biblia. Debes tenerlos tan presentes al
estudiar la Escritura que cuando leas, por ejemplo, acerca de algo que tienes
que hacer para poder servir al Señor, automáticamente sepas que tiene que ser
por la fe, no por algo natural o material; y por medio del Espíritu de Dios, no
por algún esfuerzo humano o capacidad física o mental.
El Espíritu Santo y la fe van
tan unidos que uno diría que son sinónimos espirituales. Lo que uno hace en el
Espíritu, lo hace por la fe; y lo que uno hace por la fe, tiene que hacerlo en
el Espíritu. Por eso, ya que en los tomos anteriores hablamos de buscar al Rey
del Reino, Cristo Jesús, que es el mismo ayer, hoy y para siempre, y de buscar
la verdad del Reino, que viene por la revelación de los misterios dados en la
Escritura, ahora vamos a buscar la manera de servir en el Reino por medio del
Espíritu Santo. Este estudio tiene que ver con andar en el Espíritu por medio
de la fe.
Jesús dijo: “Cuando os
trajeren… ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis por cómo o
qué habréis de responder, o qué habréis de decir; porque el Espíritu Santo os
enseñará en la misma hora lo que debáis decir” (Lc. 12:11-12). Sólo si el
Espíritu opera en nosotros podemos cumplir la voluntad eterna del Padre y
vivir, sin egoísmo, para la gloria de Dios. También tenemos que reconocer que
el Espíritu de Dios sólo podrá tener libertad para funcionar, por medio de una
persona que ha ido a la cruz y ha muerto a sus propios deseos y capacidades.
Considera y medita en los siguientes párrafos, tomados de un mensaje de Paris
Reidhead, llamado “Diez siclos y una camisa”:
¿Por qué debe venir una persona
a la cruz? ¿Por qué debe abrazar la muerte con Cristo? ¿Por qué debe estar
dispuesta a identificarse con la cruz, entrar en la tumba y salir? Te diré por
qué. Porque es la única manera en la que Dios recibirá gloria de un ser humano.
Si tú me dices que debería hacerlo para recibir paz o bendición, éxito o fama,
entonces no hablas de ser más que un levita que sirve por 10 siclos y una
camisa [anotación: para tener una idea a lo que se refiere,
puedes leer Jueces 17 y 18]. Sólo hay una razón por la cual debes ir a
la cruz, querido joven, y es porque hasta que no te unas con Cristo en Su
muerte, estarás robando al Hijo de Dios la gloria que debe recibir de tu vida.
Ninguna carne debe gloriarse en Su presencia. Hasta que entiendas la obra
santificadora de Dios por el Espíritu Santo, llevándote a unirte con Cristo en
la muerte, la tumba y la resurrección, tendrás que servir sólo por lo que tú
mismo tienes. Y lo que tú tienes está bajo sentencia de muerte, es decir, tu
personalidad, tu naturaleza, tus fuerzas y tu energía humanas, están
condenadas. ¡Dios no recibe gloria de estas cosas! La razón por la cual debes
ir a la cruz no es para ganar la victoria –aunque sí, recibirás la victoria; ni
para tener gozo– aunque tendrás gozo. La razón por la que vas a abrazar la cruz
y quedarte ahí hasta que puedas decir con Pablo: "con Cristo estoy
juntamente crucificado" (Gá. 2:20), tampoco es por lo que tú recibirás,
sino por lo que Él recibe y para la gloria de Dios. En el mismo sentido, ¿por
qué debes recibir la plenitud del Espíritu Santo? ¿Por qué ser lleno de la
plenitud de Cristo? Te diré por qué: Porque la única manera posible de que
Jesucristo reciba gloria a través de una vida redimida por Su sangre preciosa,
es cuando Él mismo puede llenar esa vida con Su presencia y vivir a través de
ella Su propia vida.
El secreto tan sublime de
nuestra fe no es que aprendamos a funcionar como un levita que fue empleado
para servir a Dios. No, no. El secreto tan sublime de nuestra fe es que
lleguemos a un punto en que sepamos que no podemos hacer nada, y reconozcamos
que todo lo que podemos hacer es presentar nuestra vasija y decir: "Señor
Jesús, la tendrás que llenar, y todo lo que sé hacer, tendrás que hacerlo Tú y
para ti". Pero sé que hay muchos que quieren experimentar la plenitud de
Dios para sí mismos.
Un joven pastor vino a mí en
Huntington, West Virginia, y me dijo: "Hermano Reidhead, tengo una iglesia
magnífica. Tenemos un programa maravilloso de escuela dominical... un
ministerio en la radio… todo va creciendo. Pero personalmente siento una
necesidad y una falta personal. Necesito ser bautizado en el Espíritu Santo y
ser lleno de Él. Alguien me dijo que Dios ha hecho algo por ti y me pregunto si
podrás ayudarme". Le miré y… ¿sabe que me pareció? Me pareció que era como
yo mismo. Vi en él lo que veo en mí. Quizás pensabas que iba a decir "como
yo era". No. Escucha querido amigo, si tú te has visto en verdad, entonces
sabrás que nunca vas a ser más de lo que has sido, porque "en mí y en mi
carne, no mora el bien" (Ro.7:18). Él era parecido a mí.
Fue como el que conduce un
Cadillac y dice al dependiente de la gasolinera, "¡Llénalo con la gasolina
más potente que tienes!" Pues así… Quiso más poder para su programa. Dios
no va a ser el medio para que uno llegue a cumplir sus sueños. Le dije:
"Lo siento mucho. No creo que pueda ayudarte". Me preguntó:
"¿Por qué?" Le dije: "No creo que estés preparado para recibir.
Me has hablado de tu programa, de la radio, de tu escuela dominical y tu
iglesia. Muy, muy bien. Has hecho algo maravilloso sin el poder del Espíritu
Santo". Es lo que dijo un cristiano chino al volver a China cuando le
preguntaron: "¿Qué es lo que te impresionó más en América?" Contestó:
"Las grandes cosas que hacen los cristianos americanos sin Dios". Y
este pastor había hecho mucho sin Dios. Ahora quería algún poder para llevar a
cabo sus planes aún más. Le dije: "No, no. Supongamos que tú tienes un
Cadillac y que estás sentado al volante y dices a Dios: "Dame poder para
que me vaya". No es así. Tienes que rendirle el volante". Pero yo
sabía lo que haría el pillo, porque me conozco a mí mismo. Entonces le seguí
diciendo: "Pero no, así tampoco. Tienes que sentarte en el asiento
trasero". Aún así podía imaginarle alcanzando todavía el volante desde
atrás. "No, en el asiento trasero tampoco. Antes que Dios pueda hacer algo
por ti, ¿sabes que tienes que hacer?" Me preguntó: "¿Qué?" Dije:
"Tienes que salir del coche, coger las llaves, abrir el maletero, dar las
llaves al Señor, meterte, bajar la puerta y susurrar por el agujero de la
cerradura: Señor, llénalo con lo que Tú quieras y conduce. De aquí en adelante,
Tú te encargarás". Por eso muchos no entran en la plenitud de Cristo,
porque quieren ser un levita que sirve por 10 siclos y una camisa. Hasta ahora
han estado sirviendo a Micaía, pero ahora piensan que si tuvieran el poder del
Espíritu Santo, podrían servir a toda la tribu de Dan.
No funcionará. Nunca. Existe
una sola razón por la que Dios te necesita, y es para traerte al punto donde,
arrepentido, eres perdonado para Su gloria. En victoria has sido llevado al
punto de la muerte, para que Él reine. Y en Su plenitud, Jesucristo puede vivir
y andar en ti. Tu actitud tiene que ser la del Señor mismo, que dijo: "Por
mí mismo, no hago nada" (Juan 8:28). No puedo hablar de mí mismo. Yo no
hago planes para mí mismo. Mi única razón de existir es para la gloria de Dios
en Cristo Jesús. Si te diría: "Ven, sálvate para ir al cielo, ven a la
cruz para tener gozo y victoria, y ven a la plenitud del Espíritu para sentirte
completamente satisfecho", caería en la trampa del humanismo. Te voy a
decir, amigo cristiano, ven a la cruz, únete con Él en Su muerte y entra al
significado de la muerte a ti mismo, para que Él pueda recibir gloria. Te digo,
querido cristiano, si no conoces la plenitud del Espíritu Santo, ven a
presentar tu cuerpo en sacrificio vivo y permite que te llene, para que Él
pueda tener el propósito de Su venida cumplido en ti y recibir la gloria por tu
vida. No es lo que tú vas a recibir de Dios, sino lo que Él puede hacer
contigo.
En estos estudios vamos a tener
que enfrentarnos con los estorbos que no permiten que el Espíritu de Dios haga
lo que quiere hacer. Lo primero que consideraremos será la voluntad de los
hombres, que siempre se opone y va cien por cien en dirección
contraria a la voluntad de Dios. El hombre que más me estorba es el que veo
delante del espejo. La voluntad del hombre natural es opuesta a la voluntad de
Dios. Para ilustrar lo que digo vamos a ver dos ejemplos en la Biblia muy
parecidos, uno en el Antiguo Testamento y el otro en el Nuevo.
Dios quiso que Jonás fuese a
servirle hacia el Este, a Nínive, pero Jonás huyó en un barco que iba en
dirección contraria, al Oeste, hacía Tarsis, lejos de la presencia de Dios.
Como no estaba buscando el Reino de Dios y su justicia, las demás cosas no le
fueron dadas por añadidura; él mismo tuvo que encargarse de pagar su billete.
Estando en el mar, el Señor mandó una tormenta para detenerle, y los marineros
tuvieron que tirarle al mar donde un gran pez le llevó en la dirección
correcta. Durante tres días estuvo orando en el vientre del pez, arrepentido y
dispuesto a ir donde fuese. Entonces, conforme al plan de Dios, llegó a Nínive.
Muchas veces pregunto a jóvenes
cristianos acerca de sus vidas y me hablan de muchos planes y preparaciones que
quisieran hacer para poder servir a Dios. No son muy diferentes de Saulo de
Tarso que, aparentemente desde su juventud, tuvo un gran deseo de servir a Dios
como un líder de su pueblo. Quería ser un rabí, y para ello fue a Jerusalén a
estudiar en la escuela de un profesor muy destacado en su día, un tal Gamaliel.
Pero, igual que Jonás, iba en dirección completamente contraria a la voluntad
de Dios, y Él tuvo que detener sus propios planes. Lo hizo cuando iba camino a
Damasco. Como Jonás fue llevado por un pez, Saulo tuvo que ser llevado por
otros, porque se había quedado ciego. Saulo también estuvo orando durante tres
días, dispuesto ya a hacer los planes de Dios y no los suyos. Este nuevo plan fue
exactamente contrario al que él pensaba. No iba a ser un líder de su pueblo,
sino que Dios le dijo: “Ve, porque yo te enviaré lejos a los gentiles”.
Pregunto, ¿cuántos jóvenes cristianos piensan que están sirviendo a Dios, y lo
único que están haciendo es servir a su manera? Como no han ido a la cruz (como
dijo Reidhead), no han muerto a sus propias ideas y tampoco pueden ser
conducidos por el Espíritu Santo.
Sin embargo, no solamente tú,
sino otras muchas personas, algunas de ellas cristianas, querrán desviarte de
la voluntad del Señor. Toda mi vida he estado viendo a personas persuadidas y
convencidas por otras para abandonar lo que Dios les había enseñado a hacer,
por eso sé de lo que hablo. Gente fuertemente influyente en sus vidas, que
ellos respetan (y deben respetar), como padres, líderes, profesores, etc., han
sido usados para llevarles lejos de los planes de Dios. Todo esto me ha causado
siempre una gran tristeza.
En estos esfuerzos de frustrar
los propósitos del cielo, obran unidos tres enemigos de Dios y la humanidad. Es
una alianza maligna, decidida y entregada, que batalla contra el Señor. Esta
trinidad es el mundo, la carne y el diablo. Necesitamos desengañarnos,
reconocer sus artimañas y hacer frente a sus intentos de desviar nuestras
vidas.
Ya que estamos viviendo en días
en los cuales existe mucho abuso de lo que pretende ser la obra del Espíritu,
como podemos ver en la televisión y otros medios y por lo que está penetrando
en todos los círculos cristianos, quiero dedicar la primera parte de este libro
a exponer y desenmascarar estos engaños. Después seguiremos estudiando lo que
Jesús nos enseña en el evangelio de Juan, para poder reconocer la obra y el
ministerio del Espíritu Santo. También pasaremos brevemente por el libro de los
Hechos para ver el ejemplo que Dios nos ha dejado de cómo obró el Espíritu
entre los primeros cristianos y cómo se relacionaba con ellos.
Ahora vamos a empezar en la
epístola de Pablo a los gálatas, donde el apóstol, lleno de celo, trata con los
peligros espirituales que el cristiano tiene que enfrentar, ya que están
completamente opuestos a la obra del Espíritu.
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