Una visión transformadora de Dios.
Si A. W. Tozer tenía razón, diciendo que la Iglesia
estaba en el cautiverio babilónico a mediados del siglo XX, entonces
¿dónde está ahora? Yo era un niño en aquel entonces y puedo observar en la
Iglesia de hoy en día un estado espiritual que ninguno de nosotros, que vivíamos en aquellos
años, creíamos posible. La Iglesia actual experimenta una caída en picado, dirigiéndose velozmente hacia una apostasía total. Tozer habló de un concepto pobre de
Dios, pero yo, entre otros, estoy descubriendo una idolatría, fruto de una adoración de
dioses concebidos en las mentes de los individuos. Aunque pueden citar la
Biblia, han añadido con ella ideologías sicológicas, mezcladas con
sueños y visiones, e evocan a dioses y cristos que ellos pueden manipular,
pero que son totalmente ajenos y extraños al significado en general de la Escritura.
Bien, cualquier persona puede derrumbar y destruir… y es
necesaria la destrucción de lo que es edificado sobre el engaño y el humanismo…
sin embargo, sólo un hombre ungido, como lo era Tozer, puede reedificar. ¡Él
ofrece esperanza y demuestra bíblicamente como los muros pueden ser
restaurados! Nosotros también podemos porque, aunque la tendencia en general
de la iglesia visible hoy es a ir deteriorándose (incluyendo a los evangélicos, pentecostales y carismáticos - por supuesto, no todos), Dios está llamando a un pueblo
honesto y sincero que está hambriento de la verdad y la realidad. El
arrebatamiento puede acontecer en poco tiempo y estos están preparando para las
Bodas del Cordero. Vamos a ver qué seis pasos ofrece Tozer para obtener el
conocimiento del Dios santo (ya que son pasos bíblicos), para vivir en nuestros
días otro mover, posiblemente el último del Espíritu de Dios.
A. W. Tozer |
Permíteme explicar brevemente que los párrafos
presentados aquí son fragmentos del capítulo final de “El conocimiento del Dios
santo". Me he tomado la libertad de subrayar algunos pasajes:
“Contemplada desde la perspectiva de la eternidad, es
muy posible que la necesidad más crítica de esta hora sea traer de vuelta a la Iglesia
desde su larga cautividad babilónica, y que el nombre de Dios sea glorificado en
ella de nuevo como en la antigüedad… ¿Qué podemos hacer nosotros, simples
cristianos, para lograr que regrese la gloria que se ha marchado? ¿Hay algún
secreto que debamos aprender? ¿Hay alguna fórmula para el avivamiento personal
que podamos aplicar a la situación presente, a nuestra propia situación? La respuesta
a estas preguntas es un rotundo sí.
Con todo, es posible que la
respuesta desilusione con facilidad a algunas personas, puesto que no tiene
nada de profunda… El secreto es abierto, para que cualquier
viandante lo pueda leer. Es simplemente el consejo antiguo y siempre nuevo: Conoce a tu Dios. Para
recuperar su poder perdido, la Iglesia debe ver los cielos abiertos y tener una
visión transformadora de Dios.
No obstante, el Dios que
debemos ver no es el Dios utilitario que está teniendo una racha tan grande de popularidad hoy, cuyo
principal atractivo para captar la atención de los hombres es su capacidad para
traerles el éxito en sus diversas empresas, y a quien por esa razón lisonjean y
adulan cuantos quieren obtener un favor. El Dios que debemos aprender a
conocer es la Majestad que se halla en los cielos, el Dios Padre Todopoderoso, el
Hacedor del cielo y de la tierra, el Dios sabio y único Salvador. Es el que se
sienta sobre el círculo de la tierra, el que extiende los cielos como una
cortina y los esparce como una tienda para habitar en ellos, el que conoce el
número de las estrellas y las llama por su nombre por medio de la grandeza de
su poder, el que ve las obras del hombre como vanidad, el que no pone su
confianza en los príncipes ni les pide consejo a los reyes.
No se puede obtener el
conocimiento de este Ser solo por medio del estudio. Ese conocimiento nos viene
por una sabiduría de la que el hombre natural no conoce nada, ni puede conocer
nada, porque se discierne espiritualmente. Conocer a Dios es a un tiempo
lo más fácil y lo más difícil del mundo. Es fácil, porque no se gana ese
conocimiento a base de duro trabajo mental, sino que es algo que recibimos
gratuitamente. Así como los rayos del sol caen gratuitamente sobre un campo abierto,
también el conocimiento del Dios santo es un don gratuito para los hombres que
estén abiertos a recibirlo. Con todo, este conocimiento es difícil porque
hay unas condiciones que cumplir, y la obstinada naturaleza del hombre caído no
se siente nada bien con ellas.
Voy a presentar un breve resumen
de estas condiciones, tal y como las enseña la Biblia, y las han repetido a lo largo de los siglos los
mayores y más bondadosos santos que el mundo ha conocido…
En primer lugar, tenemos que abandonar nuestros pecados…
En segundo lugar, debe haber una
consagración total de la vida a Cristo en fe…
En tercer lugar, debe haber por
parte nuestra el reconocimiento de que hemos muerto al pecado y vivimos
para Dios en Cristo Jesús, seguido por un abrir totalmente de nuestra personalidad
al fluir del Espíritu Santo…
En cuarto lugar, debemos repudiar
valientemente los mezquinos valores del mundo caído…
En quinto lugar, debemos practicar
el arte de la meditación larga y amorosa sobre la majestad de Dios. Esto
exigirá algún esfuerzo, puesto que el concepto de majestad ha desaparecido casi
por completo de la raza humana. El foco del interés del hombre es ahora él
mismo. El humanismo, en sus diversas formas,
ha desplazado a la
teología como
clave para la comprensión clave de la vida… Quizá sea necesario que alteremos
nuestras creencias anteriores acerca de Dios, cuando la gloria que dora las
Escrituras Sagradas resplandezca sobre nuestra vida interior. Quizá necesitemos
también… protestar contra el carácter frívolo de muchas cosas que pasan por cristianas entre nosotros. Al hacer esto, es posible
que por el momento perdamos amigos y adquiramos la reputación temporal de
que somos unos mojigatos, pero ningún hombre que permita que la expectación
de consecuencias desagradables influya sobre él en un asunto como éste, es
digno del reino de Dios...
En sexto lugar, a medida que el conocimiento de Dios se vaya haciendo
más maravilloso, se irá haciendo también imprescindible un mayor servicio a
favor de los seres humanos…”
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