Delante del Juez supremo, parte II
Esta es la segunda parte de una excelente herramienta para el evangelismo. Se
trata los siguientes asuntos… ¿Qué exige
la ley de Dios?, ¿Culpable o inocente?, ¿Qué significa “muerte”?, La muerte segunda, La justicia satisfecha, La
sorprendente rebeldía contra Dios, Un ejemplo desde el infierno, El camino
hacia el infierno está pavimentado de buenas intenciones.
Si quieres dar a la gente algo de valor para leer, puedes conseguir lo que
colgamos aquí y las otras dos partes en forma de un librito. Solo hay que
pedirlo a joseyana@asociacionreto.com. Un folleto es bueno para
llamar a la atención, pero informa muy poco en cuanto de lo que es la salvación
y porque uno la necesita. Este librito les informa claramente en cuanto de la justicia y el amor de Dios. Yo
quisiera que fuera mucho más utilizado de las personas que tienen el anhelo de
evangelizar.
¿Qué exige la ley de Dios?
Ahora, ¿cómo podemos saber si hemos quebrantado su ley y traspasado esa
línea? Por un Momento vamos a mirar esta ley para, según lo que Él ha
establecido, saber si le hemos ofendido; si somos pecadores o no, porque “por
medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Romanos 3:20b). Seguramente
conoces uno de los diez mandamientos que dice: “No matarás”. Tú y yo
probablemente estamos pensando que no lo hemos hecho y, por lo tanto, que somos
inocentes. Pero cuando Jesús bajó de los cielos para vivir entre los hombres,
mientras enseñaba, una de las cosas que nos aclaró fue precisamente lo que Dios
piensa qué es el homicidio, y dijo: “Cualquiera que se enoje contra su
hermano, será
culpable de juicio” (Mateo 5:22a). Aquí está hablando de ser culpable
del juicio de homicidio. ¿Estás enfadado con alguien ahora; un jefe, un colega,
un vecino o un pariente? Otro mandamiento dice: “No adulterarás”, pero
Jesús lo aclaró más todavía diciendo: “Cualquiera que mire a una mujer para
codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mateo 5:28); ¿crees tú
haber tenido alguna vez este tipo de pensamiento?... Jesús también nos mandó: “Amarás
a tus enemigos”; ¿hay gente que te ha hecho daño y a la que tú no amas?...
Bien, estas son sólo algunas de las preguntas que, desde la más absoluta
honestidad, tú mismo deberías responderte.
Al hablar más detalladamente de estas cosas, Jesús dejó muy claro que Dios
no sólo está juzgando los hechos, sino los pensamientos y las intenciones del corazón.
Él conoce tus pensamientos y lo que te motiva tras cada acto. Es un Dios que
sabe todo y no puede ignorar o dar la espalda a los pecados que cometes en tu mente, o los que
son motivados por los anhelos de tu corazón. Todo esto es una molestia constante
para Él.
¿Culpable o inocente?
Ahora, después de haber meditado en estas cosas, y sabiendo que la justicia
es la expresión de todo lo que concuerda con Él, y el pecado sencillamente es
lo que va en contra de su naturaleza y lo que nos impide acercarnos a Él,
¿crees entonces que has quebrantado las leyes que definen lo que es aceptable a
Dios y lo que no lo es? ¿A qué conclusión has llegado?
Seguramente estarás pensando: “Bueno, pero todos hacen estas cosas, nadie
puede decir que no las ha hecho”, o, “según esto es imposible vivir”, y tienes
toda la razón. Por ello toda la raza humana, sin excepción, está bajo
maldición. “…por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23).
Si lo que estamos tratando aquí es la verdad, que lo es, porque la fuente
no es nuestra opinión, sino una palabra infalible y eterna, que es la Biblia,
entonces es obvio que te encuentras en una situación muy delicada. El asunto no es que puedas
estar en peligro, sino que ya lo estás, porque la sentencia ya ha sido
dictaminada. Ahora vives bajo una condenación eterna por haber quebrantado las leyes de la más alta
Autoridad en el universo. La justicia perfecta de Dios te insta a pagar la pena
por tus infracciones.
¿Qué significa “muerte”?
La Biblia declara: “El alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18: 4b) y
aún un estudio muy ligero de la Biblia te hará saber que no está hablando de
una muerte física ni temporal, sino de una condenación eterna.
Tenemos que familiarizarnos con la manera en la que la Biblia presenta las
cosas y entenderlas de otra manera a la que comúnmente se entienden, debido al
vocabulario y la mentalidad de hoy en día. Es fácil darnos cuenta que aquí el texto no
se está refiriendo a una muerte física, ya que la muerte física afecta a todos
en general. Está hablando específicamente del alma que peca.
Primeramente vamos a ver como la Biblia define “la muerte”.
El otro día vi en Internet a una persona que se estaba recuperando en el
hospital después de un buen tiempo en el que su cerebro había dejado de
funcionar. Tenía entendido que la última prueba para que los doctores puedan
certificar legalmente la muerte, además de una parada cardiaca, es que el cerebro se haya parado. Sin embargo, me parece
que aún en este tiempo de tantos avances científicos, los doctores no pueden
evitar quedar sorprendidos ante acontecimientos que no pueden entender ni
explicar, y a los que tienen que llamar
“milagros”. El mundo de la medicina no puede explicar correctamente cómo y
cuando se produce la muerte y lo que esto significa realmente, pero la Biblia
sí lo hace.
La Biblia define la muerte como una separación. La muerte física,
bíblicamente, es la separación del cuerpo y el alma. Por ejemplo, en una ocasión,
habla de la muerte de una mujer y claramente dice: “Y aconteció que al salírsele el alma
(pues murió)…” (Génesis 35:18). El evangelio relata así la
muerte de Cristo: “Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró” (Lucas 23:46). De igual manera, cuando el discípulo de Jesús, Esteban, fue apedreado,
dijo: “Señor Jesús, recibe mi espíritu”, e inmediatamente dice
que Saulo, que estaba presente, “consentía en su muerte…” (Hechos 7:59-8:1).
La muerte segunda
Ya que hemos visto qué es y en qué momento se produce la muerte física,
vamos a ver lo que significa la muerte espiritual, para poder entender mejor lo
que quiere decir: “El alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18: 4b).
La muerte espiritual también es una separación. Dios advirtió a Adán
diciéndole: “Del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque
el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:17). Sin embargo,
aunque Adán y Eva comieron, sabemos que físicamente siguieron viviendo. ¿Qué es
entonces lo que sucedió inmediatamente cuando pasaron por alto esta advertencia
y desobedecieron a Dios? “Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del
huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos
lados, para guardar el camino del árbol de la vida” (Génesis 3:24). El hombre, desde ese día y hasta la fecha, está separado
de Dios, y en este estado de separación el espíritu del hombre no puede vivir
por sí solo; aunque vive físicamente, espiritualmente está muerto. “Y Él os
dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados” (Efesios 2:1). El espíritu depende
únicamente de Dios para su vida.
Partiendo de este principio, seguimos adelante para ver a qué muerte se
está refiriendo el profeta Ezequiel al decir “el alma que pecare, esa morirá”.
La triste y temerosa realidad se encuentra en el último libro de la Biblia,
donde dice que “la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se
halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” (Apocalipsis
20:14,15). En el siguiente capítulo, más detalladamente, nos dice que “los cobardes
e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los
idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego
y azufre, que es la muerte segunda” (Apocalipsis 21:8). No dice que produce una muerte, sino que es una muerte.
La segunda muerte es un lugar donde el alma y el cuerpo del pecador
sufrirán, estando eternamente separados de Dios. A esta muerte se
refiere el profeta Ezequiel; a la condenación eterna. De esta muerte Jesús nos
advirtió al decir: “No temáis a los que matan el cuerpo, y después nada más
pueden hacer. Pero os enseñaré a quien debéis temer: temed a aquel que después
de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno; sí, os digo, a
éste temed” (Lucas 12:4,5).
La justicia satisfecha
Partiendo de lo que dijimos al principio acerca de que la justicia de Dios
es perfecta y no tolera infracciones, debes entender que para satisfacerla y
garantizar una eternidad limpia y perfecta, la condena tiene que ser respetada y
cumplida. “La paga del pecado es la muerte” (Romanos 6:23).
La justicia está firmemente involucrada en el mero centro de la historia
cristiana por medio de la cruz de Jesucristo. La muerte de Jesucristo fue un
acto de la justicia de Dios, ya que Dios, siendo bueno, tiene que satisfacer
las demandas de la justicia (como tendría que hacerlo cualquier juez justo). Una pregunta, ¿qué pensarías si un juez
dejara libre a un hombre que ha cometido asesinato? ¿Crees que eso le
convertiría en un juez justo? En realidad todos sabemos que no. Todo lo contrario,
lo que le hace ser justo es cuando aplica la ley en su justa medida; castigando
al culpable y librando al inocente. Entonces, ¿por qué en lo que a Dios se
refiere no pensamos igual? ¿Cuántas veces hemos oído decir: “si Dios es justo,
entonces, cómo va a dejar que yo vaya al infierno, o permite esto y lo otro…?
Con estas palabras estamos diciendo, ni más ni menos, que para que Dios sea
justo tiene que ir en contra de su propia justicia y pasar por alto lo que su
ley demanda. Sin embargo, nunca exigiríamos esto al sistema judicial de nuestro
país ¿verdad?
Dios es justo y tiene que cumplir lo que su ley demanda, que es la muerte
para los pecadores. Por esto mismo mandó
a su propio Hijo Jesús, para tomar el lugar de ellos; cumpliendo en Sí mismo la
condena impuesta al pecador. Esta es la única manera de satisfacer la justicia
de Dios y a la vez conseguir el perdón para la persona que peca. La Biblia, que
es la base de todo cristiano, enseña claramente que alguien tiene que pagar la pena. Por ello, la persona que rechaza y no acepta el sacrificio que
Cristo ha hecho en su lugar, tendrá entonces que satisfacer la justicia de Dios
por su propia cuenta y con su propia vida, pagando eternamente por sus culpas
en el lugar destinado para ello: el infierno.
La sorprendente rebeldía contra Dios
Es sorprendente que aún estando en las peores condiciones y a la espera de
una condenación eterna, el hombre endurezca su corazón contra la verdad; contra
el Autor de la verdad y la vida. Probablemente habrás oído acerca de los dos
ladrones que fueron ejecutados el mismo día que Jesús murió. Uno se atrevió a
decir a Jesús: “Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros”. El
otro, asustado por tal reacción, le reprendió: “¿Ni aun temes tú a Dios,
estando en la misma condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos,
porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos” (Lucas 23:39-43).
En un instante los dos iban a dejar esta tierra para entrar a su destino
eterno, pero ni siquiera en esta situación el primero tuvo temor de lo que le
iba a pasar en pocos minutos cuando expirase. Solamente se concentró en su
situación y sufrimiento actuales. Ni siquiera se le pasó por la cabeza pensar que estaba sufriendo justamente
por sus hechos y que merecía el castigo. Se creía víctima de sus circunstancias
y en lo único que pensaba era en aliviar sus sufrimientos.
Es fácil ver la misma actitud entre la gente de hoy en día. Todo el mundo
culpa a Dios, no al hombre, por las guerras, los sufrimientos de los inocentes
y, principalmente, por no intervenir para aliviarles de sus angustias. “Si hay
un Dios, entonces… ¿por qué…, por qué…, por qué...?” Suena mucho como aquel
ladrón. Pocos quieren pensar en su propia culpabilidad y en las ofensas
causadas contra su Creador.
Hemos observado cómo personas muy enfermas, muriendo de cáncer, SIDA u
otras causas, no dejan de pecar y rebelarse contra Dios. La Biblia nos enseña
que el corazón del hombre es más engañoso que cualquier cosa; en el mismo
infierno no deja su soberbia.
Un ejemplo desde el infierno
Precisamente, para ilustrar esto, Jesús nos dio un ejemplo claro acerca de
dos hombres que entraron en la eternidad: un mendigo creyente y un rico (Lucas
16:19-31). Esta no era una fábula, ni una de sus famosas parábolas que
empezaban diciendo: “El reino de los cielos es como….”, para después introducir alguna de sus alegorías. En este caso,
Jesús, fríamente, empezó diciendo: “Había…”, para continuar con el nombre del mendigo,
que era Lázaro, el cual estaba en el Paraíso. Desde el infierno el rico pidió a
Abraham que Lázaro mojara su dedo en agua y lo pusiera en sus labios. Imagínate,
quería que aquel pobre que tan cruelmente
había sufrido toda la vida, dejara su descanso para servirle en aquel terrible
lugar de tormento. ¡El infierno no cambió su mentalidad! Quería aliviar sus
sufrimientos creyendo que no era digno de ellos.
Además, aún en el infierno, se creyó capaz de poder argumentar con Abraham.
Su opinión todavía le valía mucho. Le pidió que enviase a Lázaro como misionero
a sus hermanos para que se arrepintieran y creyeran (para nada quería dejar que
Lázaro disfrutara de su hermosa situación). Abraham le dijo que sus hermanos ya tenían a su disposición la
Escritura para poder creer. Pero el rico, no creyendo que eso sería suficiente,
no se avergonzó de disputar con Abraham diciéndole que si veían a Lázaro resucitar
de los muertos, entonces sí creerían.
Estamos ante una lección magistral sobre la terquedad del hombre. Espero
que esta triste historia no se repita en ninguno de nuestros lectores, sino que
cada uno pueda prestar atención a lo que Dios nos ha dado para que podamos
creer, es decir, la Escritura. La Biblia es una palabra como no hay otra para
que una convicción poderosa sobre la necesidad del arrepentimiento y la fe, llegue
al corazón.
El camino hacia el infierno está pavimentado de buenas intenciones
¿Crees entonces que podrías ser absuelto si no vuelves a hacer lo malo
nunca más? No suena nada mal, pero esta sería una intención vana y jactanciosa,
pues la triste realidad es que seguirías cometiendo las mismas infracciones. ¿Por
qué?, porque has nacido con una naturaleza que es contraria a la de Dios y no
puede hacer nada que sea agradable a Él.
Tú y yo hacemos lo que hacemos por lo que somos, y hasta que no dejemos de ser,
no podremos dejar de hacer. Un árbol no es árbol por el fruto que
produce, sino que produce fruto porque es un árbol ¿entiendes? Da fruto según
su naturaleza, por lo que es. Nosotros no somos pecadores porque hemos pecado;
pecamos porque somos pecadores. De la misma manera, y por fuerte que nos suene,
tenemos que aceptar que si mentimos es porque somos mentirosos, y que si
robamos (no tiene que tratarse de cosas grandes, sino que robar también es apropiarse
de cosas pequeñas), es porque de corazón somos ladrones, etc.
Estas no son conclusiones basadas en opiniones personales, sino en el estudio
de la Palabra de Dios. Me gustaría que siguiéramos viendo cómo describe la
Biblia al hombre y cuál es su verdadera necesidad. Un término antiguo afirma
que la naturaleza humana, desde la caída de Adán, es “enteramente depravada”.
El hombre es inmoral innatamente en el centro de su ser, y no posee en sí
mismo la posibilidad de poder ayudarse a cambiar. Aunque hace muchos esfuerzos para reformarse, rechazando lo malo y
guardando lo que piensa que es bueno dentro de sí, no hay ninguna justicia en
la naturaleza adámica (descendemos de Adán). Nuestras buenas intenciones no
pueden cambiar lo que somos ni lo que nos motiva a hacer lo que hacemos.
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