Entradas Recientes
Lowell Brueckner

Ingrese su dirección de correo electrónico:


Entregado por FeedBurner

Delante del Juez supremo, parte III

Etiquetas:

Esta es la tercera parte de una excelente herramienta para el evangelismo. Se trata los siguientes asuntos… Condenados desde los genes… El único remedio… ¡Tu deuda ha sido pagada!... La necesidad de nacer de nuevo… Dios promete una vida nueva… Un futuro sin fin… ¿Qué esperamos?

Si quieres dar a la gente algo de valor para leer, puedes conseguir lo que colgamos aquí y las otras dos partes en forma de un librito. Solo hay que pedirlo a joseyana@asociacionreto.com. Un folleto es bueno para llamar a la atención, pero informa muy poco en cuanto de lo que es la salvación y porque uno la necesita. Este librito les informa claramente en cuanto de la justicia y el amor de Dios. Yo quisiera que fuera mucho más utilizado de las personas que tienen el anhelo de evangelizar.


Condenados desde los genes

La Palabra de Dios dice que el ser humano está muerto en delitos y pecados. Quiere decir, que en lo que se refiere a Dios, no puede dar un paso hacía Él, ni tampoco hacer nada para ayudarse a sí mismo a salir de su estado pecaminoso. Por su propia iniciativa, ningún ser
humano, puede emprender una expedición hacia el descubrimiento de su Creador, y es absolutamente inútil en cuanto a lo que a Dios se refiere.

Adán y Eva son la fuente de toda la naturaleza humana, y así, hablando de nuestra naturaleza, no tenemos otros antepasados ni poseemos otros genes aparte de los suyos. Según las posibilidades humanas no podemos llegar a ser más ni mejores que ellos. Si cayeron en un estado sin esperanza por el pecado y fueron separados de Dios, entonces nosotros caímos también; y si fueron condenados a muerte, la misma condenación descansa sobre nosotros. Aunque no lo hemos escogido, es lo que hemos heredado, de la misma manera que no escogimos en qué familia nacer, ni donde, ni el color de pelo, ojos…


Por eso, las enseñanzas modernas acerca de coger las piezas quebradas de la vida y empezar de nuevo, son insensatas y no son bíblicas. Son vendas aplicadas a un cadáver. La naturaleza arruinada de Adán no puede ser reparada. Para ser libres del pecado primero tenemos que librarnos de esta vieja fábrica que lo produce, que es la naturaleza adámica, y recibir una naturaleza nueva.

El único remedio

Ahora, ¿reconoces que en realidad eres un pecador y que necesitas el perdón de Dios? Si es que sí, ¿qué crees que puedes hacer? Lo único que podemos hacer, si vemos que estamos delante de un Dios que está ofendido con nosotros, es arrepentirnos y ponernos en sus manos, esperando que Él tenga misericordia y nos salve. El único remedio es el que Dios mismo ha provisto, dado a nosotros a través de la muerte y resurrección de su Hijo Jesucristo. Su muerte en la cruz fue mucho más que un hecho histórico o un acto heroico para ser recordado, algo que va mucho más allá de lo que puede ser comprendido. La única esperanza de salvación y reconciliación con Dios para el ser humano está en aquella cruz, donde Jesús, el Hijo de Dios, Dios hecho carne, no solamente desafió al pecado y lo venció, sino que también destruyó la vieja naturaleza. La fe en Él y en este hecho es lo único que puede asegurarnos nuestra salvación, dejando completamente excluida cualquier obra propia o esfuerzos personales. “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9).

¡Tu deuda ha sido pagada!

Es una excelente, consoladora y esperanzadora noticia para el que reconoce que es un pecador, saber que hace cerca de 2000 años su deuda fue pagada. Dios mismo envió desde el cielo a su Hijo como el único sacrificio que podía ser ofrecido por tus pecados y los míos; tenía que ser un sacrificio perfecto, libre de pecado. Jesús fue ese sacrificio, y ningún otro podría haberse ofrecido en nuestro lugar, porque ningún otro hubiese sido aceptado como sustituto. La justicia de Dios se satisfizo en su propio Hijo.

¡Entiéndelo! Cuando yo contemplo a Jesús muriendo en la cruz, yo soy el responsable de sus sufrimientos. Tenemos que ver esto de forma muy personal. Si no fuera por mis pecados Él no hubiera tenido que morir. Pero porque lo ha hecho, ahora tú y yo podemos ser libres de la culpa, ya que Él ha tomado nuestro lugar y pagado nuestra deuda. “Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre”  (Romanos 3:24-25).

Cristo, después de haber sido hecho hombre, de haber vivido en este mundo pecador, y de haber ofrecido su misma sangre y vida como un sacrificio vivo por nuestros pecados, fue aceptado en el cielo. Aún siendo el Hijo unigénito y amado del Padre, no podía entrar en el cielo con ningún rastro de pecado sobre Él (Hebreos 1:3; 9:25-27); tenía que ser perfecto… ¡¡Gracias a Dios que fue aceptado!! Esto significa que su sacrificio es eficaz, aún delante del Juez perfecto. Tomó nuestros pecados y los destruyó por completo en la cruz.

Tan cierto como que Dios es Dios, este remedio es poderoso y funciona, y hará lo que sea necesario en tu vida. La condena por cada ofensa tuya ya ha sido pagada. Ahora tú puedes ser perdonado y presentarte delante del Juez justo, tan inocente y limpio como si jamás hubieras pecado. ¡Tienes que tratar con el Señor Jesucristo ahora! ¡Tienes que dar la espalda a la dirección en que tu voluntad te ha dirigido y a lo que has elegido para ti mismo; el camino que ha producido en ti los pecados que han ofendido a tu Dios! ¡Tienes que darte por vencido y rendirte a su completa autoridad sobre tu vida, ponerte en sus manos y esperar su misericordia!

La necesidad de nacer de nuevo

Pero aún te hace falta algo más, algo que hemos mencionado anteriormente al decir que hay que recibir una naturaleza nueva. Tienes que nacer de nuevo. La muerte y resurrección de Cristo han hecho otra obra grandiosa que tiene que aplicarse personalmente a tu vida. Es la parte más maravillosa de este remedio enviado del cielo, y tiene que ver con una vida nueva. La Biblia nos dice que “el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios…, es necesario nacer de nuevo” (Juan 3: 3,7).

La naturaleza vieja, que es la causante de tus líos con Dios, ha recibido un golpe de muerte por medio de la obra de Cristo en la cruz, por lo que ahora puedes ser libre de su esclavizante servidumbre. “Nuestro viejo hombre (la naturaleza que viene de Adán) fue crucificado juntamente con Él (Cristo), para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado… Si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él” (Romanos 6:6, 8).

Cuando tú te rindes, pides perdón y recibes al Cristo resucitado en tu vida, Él, que vive hoy, entra en ella para quedarse. En ese momento te imparte su vida, una vida resucitada y eterna que nunca muere, y su misma naturaleza se hace tuya. “Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su hijo. El que tiene al hijo, tiene la vida; el que no tiene al hijo de Dios no tiene la vida” (1 Juan 5:12).

El cristianismo verdadero comienza al recibir a Cristo; no solamente su enseñanza, sus normas o ideales, sino su misma persona. En ese momento somos hechos hijos de Dios por un nacimiento milagroso y divino. “ Más a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:12-13).

Un cristiano nace, no se hace. Intentar reformar la manera de pensar o el estilo de vida no es suficiente. En realidad sería frustrante y acabaríamos desilusionados. Las características propias de la naturaleza vieja siempre se oponen al camino nuevo, que solamente es compatible con una naturaleza nueva; y a menos que esta naturaleza esté engendrada en el ser humano, andar en este camino nuevo es imposible. Los resultados de la obra de la cruz tienen que llevarse a cabo en la vida individual.

Estas necesidades vitales son mucho más grandes que cualquier otra necesidad que exista en este planeta. La necesidad de salud, seguridad social, fondos financieros, relaciones familiares, educación intelectual y espiritual, no se pueden comparar con la necesidad de recibir lo que Dios ha prometido dar.

Sobre cualquier otra cosa en el mundo, lo que el ser humano necesita es el perdón de Dios y un nuevo nacimiento. El perdón es para todo lo que has hecho, y el nuevo nacimiento es lo que te va a garantizar el comienzo de una nueva vida, con una naturaleza nueva dentro de ti que está de acuerdo con la de Dios. Este nacimiento te dará la posibilidad de vivir de corazón una vida que agrade a tu Creador.

Dios promete una vida nueva

Parece imposible, ¿verdad? Pues esta es una promesa de la que habló el profeta Ezequiel hace miles de años, habiendo sido inspirado por el Espíritu Santo. Desde que el evangelio fue proclamado por Jesús y sus apóstoles, cada cristiano verdadero la ha experimentado. No obstante, y debido a su incredulidad, millares de personas que se dicen ser “cristianos” carecen de ella, y ni siquiera imaginan poder poseerla. Sin embargo, para todo aquel que quiera aprovechar, aquí está la promesa:

“Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias…, os daré un corazón nuevo, y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ezequiel 36:25-27).

Esta experiencia hará que adquieras una naturaleza totalmente compatible con la de Dios, ayudándote a hacer las cosas que le agradan y evitar las que le irritan y enojan. Nacerás de nuevo y empezarás una vida que en este momento no puedes imaginar posible; voluntariamente y de corazón te ofrecerás a Él. Te aseguro que esto ha pasado a muchos que, como tú, habían ofendido a Dios y no tenían ninguna posibilidad de cambiarse a sí mismos.

Mientras lees estas palabras, alguien, en este momento, en alguna parte del mundo, lo está experimentando. Estas personas son testimonio al siglo XXI de todo lo que escribimos aquí, quitando cualquier excusa de que esto no es posible o demasiado bueno para ser un hecho. “¡Jesucristo es el mismo ayer, hoy y para siempre!”, dice la Biblia. Lo que ha hecho en el pasado lo está haciendo hoy, y su fidelidad y la realidad de su presencia en una persona hoy, garantizan su futuro para siempre.

Un futuro sin fin

La vida que recibes al nacer de nuevo es eterna, es decir, que no puede ser destruida. El propósito de Dios al crear al hombre, no fue para que viviera 70 u 80 años en un mundo de vanidad; una vida de ciclos sin propósito. Piensa bien en la vida normal del ser humano. Se levanta por la mañana, desayuna, va al trabajo, hace una pausa para comer al mediodía, regresa a trabajar, vuelve a casa, cena, ve la televisión un rato y se acuesta. ¿Para qué?, para repetir lo mismo al día siguiente; ¿para qué?, para estar libre el fin de semana o para tener unos días de vacaciones; ¿para qué?, para volver al trabajo el lunes; ¿para qué?, para un día jubilarse y hacer lo que quiere; ¿para qué?, para pronto morir y perder todo lo que haya ganado durante su vida en la tierra, como lo hicieron las generaciones anteriores; bisabuelos, abuelos, padres…

¿Para esto existe el hombre? ¿Es esto todo lo que hay para él? Si es así, entonces todo es vanidad y tenemos derecho a sentirnos los seres más miserables y deprimidos del universo. Pero no, esto no es así, el hombre fue creado para disfrutar de una comunión íntima con su Creador y gozarse de su persona, no solamente en esta vida, sino para siempre.

Cristo vino para salvarnos de la vida rutinaria y darnos una vida que no tiene fin. Pero la vida eterna significa más que solamente un periodo de tiempo interminable, significa una calidad de vida más allá de la que nuestra imaginación pueda captar. Al nacer de nuevo, el individuo recibe vida celestial, y se convierte en ciudadano de una patria perfecta en la que anhela estar. Aunque mientras está en esta tierra puede experimentar y disfrutar de un amor, una paz y un gozo que ignoraba que existieran, el mundo ya no es su hogar, sino que se dedica a disfrutar de un futuro glorioso. Esta tierra ahora se ha convertido para él en un campo de batalla, un trayecto de pruebas, que le prepara para su verdadero destino. Lucha solamente para que otras personas puedan entrar en la dicha que él mismo está disfrutando.

¿Qué esperamos?

“Conforme a la fe murieron..., confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra.., anhelaban una patria mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza en llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad” (Hebreos 11:13,16). La Biblia nos enseña que el cielo y la tierra que conocemos pasarán; no quedará nada de ellos, y a la vez nos habla de un lugar totalmente nuevo, una ciudad con características y naturaleza muy diferente a lo que hemos conocido hasta ahora. Aunque es muy difícil que una mente como la nuestra pueda captarlo ahora, sabemos que será infinitamente incomparable a cualquier cosa que hayamos visto o experimentado. Creo que cualquier intento por mi parte para intentar definir o explicar lo que nos espera allí, será insuficiente, así es que voy a limitarme a dejar constancia de algunas descripciones acerca de ese lugar que, por voluntad de Dios, le fueron reveladas a un hombre, y que se encuentran en el último libro de la Biblia, el Apocalipsis.

“Él morará con ellos y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor” (vs. 21:3b-4).

“La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina…, sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche…” (vs. 21:23-25).

“Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios…” (vs. 22:1).

“Y no habrá más maldición, y sus siervos le servirán, y verán su rostro…” (vs. 22:3a-4a).

“No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará…” (vs. 22:5).

La dicha de estar eternamente en su presencia, de ver las cosas tal y como son, y de poder disfrutarlas tal y como Él lo ha designado, según nos enseña su Palabra, es algo demasiado alto para poder comprenderse ahora, pero no por ello menos real. Es la pura realidad de lo que nos espera y de lo que viviremos para siempre a los que por fe hemos recibido la salvación por medio de Jesucristo.


¡No pierdas la oportunidad de poder experimentarlo y disfrutarlo personalmente! No esperes. Deja atrás todo en lo que has confiado hasta ahora. Corona a Jesús como rey y Señor de tu vida. Ningún otro, ni siquiera tú mismo, puede gobernarla bien. Confía en Aquel que murió para salvarte. Recíbele por medio de una oración de corazón entregándole todo lo que eres. 


0 comentarios:

Publicar un comentario