El Evangelio de intimidad
“Ya no os llamo siervos, porque el
siervo no sabe qué hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las
cosas que oí de mi Padre, os las di a conocer.” Juan 15:15
Me parece evidente desde el tiempo cuando el Espíritu de Dios anidaba (Hebreo… râchaph) sobre la faz de las aguas (Gé.1:2)
que Dios propuso crear un ser con que podría tener intimidad. Lo expresó en la
profunda comunicación que existe entre la trinidad: „Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (1:26).
Después de la travestía que sobrepasa todas que jamás ocurrieron en esta
planeta, Dios paseó por el huerto a la brisa del día y llamó a Adán, „¿Dónde estás?” (3:8,9). La relación
perfecta entre Adán y su Creador ya fue oscurecido por una nube inmensa por la
desobediencia y él está escondiéndose en temor y vergüenza.
¿Hay algo que se puede hacer para remediar un hecho de rebelión contra la
autoridad suprema del universo que no puede ser desafiado aún en la medida más
pequeña? ¿Hay alguna manera de borrar una mancha causada por el pecado y las
ofensas innumerables que seguían por Adán y sus descendentes contra un Dios
tres veces santo? El problema de las edades solamente podría ser resuelto en la
mente del Omnisciente, y la manera por la que sería resuelto, sería por su
único y amado Hijo. Por eso el eterno Hijo de Dios descendió de su gloria y se
hizo Hombre con un solo propósito, y fue reconciliar el hombre con su Dios. Lo
haría por la muerte de sacrificio de este Dios/Hombre. Pedro lo comprende y nos
enseña: “Cristo padeció una vez por los
pecados, el Justo por los injustos, para
llevaros a Dios…” (1 P.3:18). El propósito fue la reconciliación.
Esto fue el deseo y el diseño del Espíritu de Dios tras escribir un
Evangelio único, diferentes a las tres maravillosas historias anteriores. Él
preparó a un autor y preservó su vida, después que todos sus compañeros habían
dado las suyas como mártires. Requería sesenta años más para preparar éste y
equiparle con la sabiduría para poder proclamar un Evangelio de intimidad
restaurada entre Dios y el hombre.
El escritor fue el que era pescador, Juan, que se nombró “el discípulo a
quien Jesús amó”. Él fue quien reclinó en el pecho de Jesús después de la
última cena.
Una desvíación repugnante
Ojalá que podría continuar mi intento de escribir sobre este tema maravilloso
sin interrupción, pero tengo que interponer algo necesario, porque las mentes
humanas han sido pervertidas por la caída. Por esta razón, me siento obligado
enfrentarme con una sucia mentira sobre la relación entre Juan y Jesús. Dijo el
apóstol Pablo, “Todas las cosas son
puras para los puros, pero para los impuros e incrédulos nada es puro, pues
hasta sus mentes y sus conciencias han sido contaminadas” (Tito 1:15). Es
asombroso como la Escritura nos avisa de la condición del corazón, de lo cual proceden
doctrinas y prácticas sucias, al pasar el tiempo.
El homosexual de nuestros tiempos que no tiene ninguna intención de
arrepentirse de su perversión, pero de todos modos quiere profesar el
cristianismo, trata de hallar en la relación entre Jesús y Juan una
justificación por su mente antinaturalmente torcida. Las implicaciones son
demasiadas blasfemas para que las aclaremos más. La versión escrita para
homosexuales, “The Queen James Bible” altera todas las porciones que refieren
al pecado de homosexualidad y lleva una triple maldición, dada en Deuteronomio
4:2; Proverbios 30:6 y Apocalipsis 22:18-19. El profeta fundador de los
mormones, falso y criminal, Joseph Smith, no fue mejor. En su voracidad sexual e
incredulidad, intentó de cambiar a Jesús en un polígamo. Yo siento pena por la
persona a quien no le da asco considerando tales sugerencias.
Habiendo quitado estas poluciones espirituales, continuamos considerando un
amor puro y hermoso, como hay en un cielo santo sin rastro de sexualidad
(Mt.22:30). “El amor es sufrido, el amor
es bondadoso, el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se
envanece, no actúa indebidamente, no busca lo suyo… (etc.)”. Este es el amor de Dios, donado como
un regalo precioso al hombre, sobreabundando con ternura y compasión (1
Co.13:4,5). Aunque en primer lugar origina en la voluntad y no en las emociones,
también tiene su elemento sentimental. ¿Puede alguien negarlo después de leer
la historia de Noemí y Rut o David y Jonatán?
El Hijo, Uno con el Padre
En Juan tenemos un ejemplo en el Nuevo Testamento de una persona que
conocía y amaba a Jesucristo, y en su primera carta, él invita al lector entrar
a una relación y comunión: “Lo que hemos
visto y oído os lo anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con
nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre y con su Hijo,
Jesucristo” (1 Jn.1:3). Desde el capítulo uno, en los primeros dos
versículos de su Evangelio, Juan indica
una fuente de intimidad entre el Padre y el Hijo. El declara “El Verbo estaba con Dios… Este estaba con
Dios”. El Verbo y Dios Padre estaban juntos antes del principio del tiempo.
Albert Barnes dice: “Él fue bendecido y contento con Dios. Comprueba que estaba
íntimamente unido con el Padre, y compartió Su gloria.”
Ya que este es solo un pequeño artículo, tenemos que pasar por alto un buen
número de pasajes en el Evangelio de Juan que nos enseña de la relación única
entre el Padre y el Hijo, hasta que llegamos a la cúspide de nuestro estudio en
capítulo 17. No sé de otro capítulo en la Biblia entera que nos da más ganas de
“quitar las sandalias de nuestros pies”, ¡por estar pisando el nivel más alto
de tierra santa! Sí es santo y aún da
temor, precisamente por el tema que estamos considerando… la intimidad entre el
Padre y el Hijo. Es una maravilla que el Espíritu Santo nos permite, seres
inferiores e indignos que somos, fijar los ojos en esos momentos de divina
comunión.
Hay algunas personas (demasiados, temo) que quisiera tomar el término Abba Padre y traducirlo Papacito. Es un ejemplo de la teología
ligera de tiempos modernos con su bajo concepto de Dios. Los santos estudiantes
de las Escrituras de los tiempos pasados no hubieran atrevido hacer tal
sugerencia. Por eso, bien vale la pena ver en esta oración, que desde el
principio hasta el fin demuestra una intimidad profunda, Jesús se dirige al Padre como Padre Santo (v.11). No hay un rastro de
irreverencia.
En el versículo tres Jesús se dirige a la esencia de la vida eternal y,
como ya hemos mencionado, esto fue el propósito de la creación y la cruz, “Ésta es la vida eterna; que te conozcan a ti, el único Dios
verdadero, y a Jesucristo, a quien enviaste”. Si la vida de algún hombre
falla en alcanzar el propósito de la creación y el plan de la reconciliación,
ha perdido la razón de su existencia y no queda un remedio más que deshacerse
de él. Para él, Cristo murió en vano. La vida eterna es para los que han
entrado en una relación con Dios y le conocen personalmente.
Durante esta oración, Jesús demuestra la preocupación más profunda para los
que son Suyos y me gusta siempre notar que incluye a los discípulos que creerán
en Él aún en un futuro lejano, hasta el Siglo XXI…: Pero no ruego sólo por éstos, sino también por los que han de creer en
mí por la palabra de ellos” (v.20).
Él ora por ellos, no por los del mundo que están fuera de Él (v.9). Esta oración
sumo sacerdotal continúa a la diestra del Padre. Él relata al Padre Su cuidado
amoroso al guardarlos sin perder alguno (v.12).
Uno con el Padre y el Hijo
Sin embargo más que todo, quiero que escuchemos en Su oración a Él expresar
que Él es uno con el Padre. Empiece
en versículo 11: “Para que sean uno como
Nosotros.” Está orando que entremos en un género de intimidad como que
existe entre el Padre y el Hijo y sigue diciéndolo en versículo 21, incluyendo
ya los santos futuros del versículo 20: “Para
que todos sean uno como Tú, Padre, en mí, y Yo en ti; que también ellos estén
en Nosotros, para que el mundo crea que Tú me enviaste…” y continúa en
versículos 22 y 23, “para que sean uno
como Nosotros somos uno. Yo en ellos y Tú en mí, para que sean perfeccionados
en una unidad, para que el mundo conozca que Tú me enviaste, y los amaste a
ellos como me amaste a mí.” Favor de entender que esta oración es mucho más
que una petición que cristianos se lleven bien y que haya una buena actitud
para los que son de otros grupos o denominaciones. Esto tiene que ver con el
Padre en y uno con el Hijo, y el Hijo en nosotros, y tiene que ver con nosotros,
estando en el Padre y el Hijo.
Ya ha enseñado a Sus discípulos este principio, al darles el ejemplo de los
pámpanos de una viña, estando vitalmente
uno con la vid, hasta que la vida de la vid fluye por los pámpanos. Esta es
la intimidad en el nivel más alto; esta es la vida de Dios en el alma del
hombre. Cuando el pueblo de Dios es tan unidos con el Padre y el Hijo, y por
medio del Padre y el Hijo unos con los otros, hasta que la presencia viva de
Dios es evidente por medio de ellos… esto
es lo que llamará la atención del mundo, y nada menos.
Jesús está hablando de ser uno con
Dios, al mencionar el género de amor que
existe entre el Padre y el Hijo, siendo ya el amor que esté en los creyentes en
el versículo 26: “Para que el amor con
que me amaste esté en ellos, y Yo en ellos”. De igual manera, cuando Sus
discípulos pensaron sobre tener más fe,
sea una cantidad de fe, Jesús les
habló de un género… la fe de un grano
de mostaza. En capítulo 14, les habló de Su paz, una paz que el mundo no puede
dar, porque no existe en el mundo. En capítulo 15, Él les prometió que Su gozo
estaría en ellos y sería entonces de ellos. No piensa en el amor en términos de
cantidad; no es la cantidad lo que vale, sino el género… de la calidad más alta
del amor… el amor que existe solamente en Dios. Esta es el resultado de la
intimidad de ser uno con Cristo.
Una relación del amor eterno
Estamos intentando de captar los valores eternos, al mirar estas cosas,
especialmente el amor eterno de Cristo. “Padre,
aquello que me has dado, quiero que donde Yo estoy, también ellos estén
conmigo,”… tenemos que sentir la pasión en estas palabras en versículo 24… “para que contemplen mi gloria…” Ya en
capítulo 14, les compartió lo mismo. En el principio, cuando ellos no tenían un
propósito verdadero en sus vidas, echando innumerables veces sus redes en el
Mar de Galilea, ganando provisiones para si mismos y sus familias, Jesús vino a
ellos con un propósito glorioso. Pero ahora, les habla de ir a prepararles un
lugar en la casa de Su Padre: “Vengo
otra vez y os tomaré a mí mismo, para que donde Yo estoy, vosotros también
estéis,” les prometa a ellos y a nosotros. La relación de amor con Dios no
termina y lo mejor todavía está por delante.
Mientras, ya que pronto iría al Su Padre, Jesús les dice, “No os dejaré huérfanos” (Jn.14:18). Al
contrario, el Espíritu Santo entra en el asunto, no solamente para caminar y
hablar con los hijos de Dios en este mundo. Esto no sería la intimidad
suficiente que Dios quiere con ellos, sino que Él estará en vosotros (v.17) a consolar, enseñar, y anunciar las cosas que
han de venir. Está hablando de apoyo divino que nos capacitará para entender,
alcanzar a lo celestial y funcionar en la esfera en la cual nos ha llevado
Jesús. Si no, estaríamos totalmente incapaces e ignorantes allí. Él glorificará
a Cristo, al tomar de lo Suyo y anunciárnoslo, exhibiendo, por medio de Su
pueblo, un poderoso testimonio en el mundo.
Amistad con Dios
En capítulo 15, versículo 15, el texto que citamos sobre este artículo,
Jesús llama a Sus discípulo a una amistad. Abraham experimentó esta amistad
íntima con Dios, en la que Dios compartió Sus pensamientos de Su corazón con su
amigo humano: “Jehovah se dijo:
¿Encubriré a Abraham lo que voy a hacer?” (Gé.18:17). Hablando por Su
profeta Isaías, Dios dijo, “Tú, oh
Israel, siervo mío, Jacob, a quien he escogido, simiente de Abraham, mi amigo” (Is.41:8). Lo que tenemos
aquí no es un hombre reclamando que Dios es su amigo ¡sino Dios infinito, está
diciendo que un ser mortal es Su amigo!
Entonces, hay cosas maravillosas que podemos aprender de la relación entre
Dios y Moisés. No podemos tomar mucho más espacio; solamente veremos a Éxodo
33:11: “El Señor hablaba con Moisés cara
a cara, como un hombre suele hablar con su amigo.” Brevemente hemos
contemplado la enseñanza de Jesús a Sus discípulos sobre la amistad y la gloria
futura. Juan lo ha hecho posible que veamos la oración de Jesús a Su Padre, y
hemos considerado que esta oración nos ha alcanzado en el Siglo XXI y nos
incluye. Hemos leído más que palabras; por medio del Espíritu Santo, hemos
fijado en el corazón abierto de Dios, Padre e Hijo, y lo que hemos visto es Su
deseo de ser íntimo con seres humanos. Por este propósito nos creó, nos ha
lavado de nuestros pecados, nos ha transformado por medio del nuevo nacimiento,
y nos ha dado Su Espíritu, para que, por medio de estas medidas, podemos vivir
en comunión con Él.
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