“¡Jesucristo es Señor!” por S. M. Lockridge (March 7, 1913 – April 4, 2000)
De todos los mensajes que he
escuchado en toda mi vida, considero este el mejor. Fue predicado por S.M. Lockridge,
un predicador moreno, nacido en una pequeña aldea en Texas. La gente le
despreciaba como niño, decía que no tenía futuro, que le debían quitar del
colegio. Pero el Señor le salvó y le dio un ministerio. Fue el primer predicador
negro que fue invitado dar un discurso en la
convención general de las Iglesias Bautistas del Sur ( la denominación más grande en el sur de los Estados Unidos, donde dominaba el perjuicio racial) en los años 1960s. Este es el mensaje, combinado con otro que dio a los estudiantes en la universidad cristiana Moody, una de las más grandes en los Estados Unidos. Cristiano, leelo y regocíjate....
convención general de las Iglesias Bautistas del Sur ( la denominación más grande en el sur de los Estados Unidos, donde dominaba el perjuicio racial) en los años 1960s. Este es el mensaje, combinado con otro que dio a los estudiantes en la universidad cristiana Moody, una de las más grandes en los Estados Unidos. Cristiano, leelo y regocíjate....
El hebreo ortodoxo en el
tiempo de Jesús, como en el nuestro también, no pronunciaría el nombre de Dios
o Jahweh. En lugar de esto, cuando leería el nombre sagrado e incomunicable de
Dios, él diría, “El Señor”. “Oye,
Israel: El Señor nuestro Dios, es un Señor.” Los cristianos han aplicado este
título a Cristo. Hablando humanamente o divinamente, el título “Señor” demanda
respeto y un voto de obediencia. Un día, Simón Pedro estuvo de pie delante de
una multitud hostil y proclamó, “A este Jesús a quien vosotros crucificasteis,
Dios le ha hecho Señor y Cristo.”
Cada persona es controlada por algo o alguien. Cristo solamente merece tener el primer lugar en la vida. Necesitamos pronunciarle Señor de nuestras vidas, porque necesitamos un poder más fuerte que el nuestro. Necesitamos un poder suficiente fuerte para ayudarnos aguantar el estrés y la presión de nuestras luchas. Podemos tener muchos señores, pero el único Señor legítimo de nuestras vidas es Jesucristo. Para que él sea nuestro Príncipe de Paz, tenemos que celebrar una ceremonia de coronación. Tú tendrás que coronarle Rey en tu propio corazón.
“Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le
dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble
toda rodilla y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de
Dios Padre.” Estas son las
palabras de aquel hombre, Pablo, que caminó por todo el mundo pagano y
transformó cada casa en una capilla y cada esquina de la calle en un púlpito,
proclamando las inescrutables riquezas de Cristo. Él encendió la linterna del
evangelio en la casa de César, estorbó el nido del águila romana y le despachó chillando
por los cielos. Él rellenó el imperio romano con la iglesia cristiana y después
se sentó en una celda de Nerón y desde allí conquistó a Roma por todos lados.
En su carta a los
Filipenses, Pablo declaró que Dios había dado a Cristo un nombre que es sobre
todo nombre. Él pudo ver de antemano un tiempo cuando toda rodilla se doblará a
Él. En su carta a los Colosenses, Pablo declaró que Jesucristo es absolutamente
supremo. Que “Él es la imagen del Dios
invisible, el primogénito de toda creación...él es la cabeza de la iglesia, el
primogénito de entre los muertos...que en todo él tiene la preeminencia.”
Él precede a todos en su prioridad. Excede a todos en Su superioridad. Él
sucede a todos en su finalidad. Es el maestro de los majestuosos. Es el capitán
de los conquistadores. Es la cabeza de los héroes. Es el líder de los
legisladores. Es el que vigila a los vencedores. Es el que gobierna a los
gobernadores. Es el Príncipe de príncipes; es Rey de Reyes y Señor de Señores.
En su carta a los
Romanos, Pablo declara que todos pertenecemos a Cristo y somos responsables
últimamente a Él por todo lo que hacemos. Vivimos para el Señor. Si morimos,
morimos para el Señor. El gran fin por lo cual Cristo murió y resucitó era para
ser Señor así de los muertos como de los que viven. ¡Jesucristo es Señor!
La palabra “señor”
significa el poder y la autoridad. La gran comisión que Jesús nos ha dado se
basa en su señorío. “Toda potestad me es
dada en el cielo y en la tierra. Por tanto id y haced discípulos de todas las
naciones, bautizándoles en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo,
enseñándoles que guardan todas las cosas que os he mandado, y he aquí yo estoy
con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.”
“Señor” significa ser el
propietario. “Del Señor es la tierra y su
plenitud; el mundo, y los que en él habitan. Porque él la fundó sobre los
mares, y la afirmó sobre los ríos.” El hombre no quiere reconocer que Dios
es el propietario. Aunque no tenía que poner su firma en la puesta del sol, Él
es el propietario. No tenía que marcar la línea del límite de la pradera, pero
Él es el propietario. No tenía que
esculpir o grabar sus iniciales en la montaña, pero es el propietario. No tenía
que quemar su marca en los millares de animales en los collados, pero él es el
propietario. No tenía que registrar los derechos por los cantos que dio a las
aves para cantar, pero es el propietario. Su señorío es basado en sus derechos
de propietario.
Debemos llamarle Maestro y ser sus siervos
obedientes. Debemos llamarle nuestro Propietario, porque posee absolutamente
nuestras vidas. “En él vivimos, y nos
movemos, y somos.” Debemos llamarle “Padre” y ser sus hijos e hijas
obedientes. Él es nuestra única esperanza y nuestra única ayuda.
1.
Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en
las tribulaciones.
2.
Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se
traspasen los montes al corazón del mar;
3.
Aunque bramen y se turben sus aguas, y tiemblen los montes a
causa de su braveza.
4.
Del río sus corrientes alegran la ciudad de Dios, el santuario
de las moradas del Altísimo.
5.
Dios está en medio de ella; no será conmovida. Dios la ayudará
al clarear la mañana.
6.
Bramaron las naciones, titubearon los reinos; dio él su voz, se
derritió la tierra.
7.
Jehová de los ejércitos está con nosotros; nuestro refugio es el
Dios de Jacob.
8. Venid, ved las obras de Jehová, que ha puesto asolamientos en la tierra.
9. Que hace cesar las guerras hasta los fines de la tierra. Que quiebra el arco, corta la lanza, y quema los carros en el fuego.
10. Estad quietos, y conoced que yo soy Dios; seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra.
11. Jehová de los ejércitos está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob.
8. Venid, ved las obras de Jehová, que ha puesto asolamientos en la tierra.
9. Que hace cesar las guerras hasta los fines de la tierra. Que quiebra el arco, corta la lanza, y quema los carros en el fuego.
10. Estad quietos, y conoced que yo soy Dios; seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra.
11. Jehová de los ejércitos está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob.
¡Jesús es Señor! Bajó
por la escalera del cielo, nació en Belén, fue criado en Nazaret, bautizado en
el Jordán, tentado en el desierto, hizo milagros por las calles, sanó a
multitudes sin medicinas y no cobró por hacerlo. Conquistó a todo que le vino
en contra. Aún subió al Calvario y murió, bajó a la tumba, la limpió y la hizo
un lugar agradable para esperar a la resurrección. Entonces, en el tiempo
predestinado, por la fuerza de Su propio poder, se levantó con toda forma de
poder en la esfera de su omnipotencia. Los hombres han intentado de quitarle Su
poder por todos los siglos. Intentan de esperar. Piensan que quizás un día su
poder le fallará. Intentan de destruirle, pero nadie le ha podido destruir.
¿Qué puede uno usar para poder hacerlo, si toda la potestad le pertenece? Si le
intentas de destruir con fuego, Él rehúsa quemarse y ni queda el olor de humo
en sus vestidos. Si intentas de destruirle con agua, Él andará sobre el agua.
Si intentas de destruirle con una tempestad, la tormenta le lamerá la mano y se
acostará a Sus pies. Si intentas de destruirle con la ley, no hallará falta en
Él. Si intentas de destruirle con el sello de un imperio, lo romperá. Si
intentas de destruirle por ponerle en la tumba, se levantará. Si intentas de
destruirle por rechazarle o ignorarle, antes que nada oirás una voz apacible y benigna
decir, “He aquí, yo estoy a la puerta y
llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él.”
Es un Señor soberano.
Ninguna medida puede medir su amor sin límites. Ningún telescopio de gran
alcance traerá a los ojos las fronteras de su provisión. Ninguna barrera puede
detenerle cuando derrama Sus bendiciones.
Es el fenómeno más
grande que jamás ha cruzado el horizonte de este mundo. Él es el Hijo de Dios y
el Salvador del pecador. Es el centro de la civilización. Él está de pie en la
soledad de Sí mismo. Él es único y no tiene paralelo. Es sin precedentes.
Es la idea más sublime
de la literatura.
Es la personalidad más
elevada de la filosofía.
Es la doctrina
fundamental de la teología verdadera.
Él es el milagro de las
edades.
Es el superlativo de
todo lo bueno que tú eliges llamarle.
Es el único que merece
ser un Salvador todo suficiente.
Él suple fuerza a los
débiles. Está a la disposición de los que son tentados y probados. Simpatiza y
salva. Fortalece y sostiene. Guarda y guía.
Él sana a los enfermos, perdona a los pecadores y descarga a los
deudores. Libra a los cautivos, defiende a los débiles, bendice a los jóvenes,
respeta a los ancianos, sirve a los desafortunados, recompensa a los diligentes
y embellece a los humildes.
Él es la clave al
conocimiento y la fuente de la sabiduría. Es la puerta a la gloria y el portón
a la liberación, Él es la vereda de paz, el camino de la justicia, y la
carretera de la santidad. Sus funciones son diversas; sus promesas son seguras,
su bondad es sin límites, su misericordia es para siempre, su amor nunca
cambia, su palabra es suficiente, su gracia basta, su reino es justo, y su yugo
es fácil y su carga es ligera.
Él es indescriptible;
incomprensible, es invencible, irresistible. No puedes librar tus pensamientos
de su persona, no puedes vivir sin Él. Los fariseos no pudieron aguantarle, ni
tampoco detenerle. Pilatos no halló un fallo en Él. Los testigos falsos no
pudieron estar de acuerdo. Herodes no pudo matarle. La muerte no pudo
sostenerle y la tumba no pudo retenerle. Y de Él es el reino, y el imperio y la
gloria para siempre.
¡Él es Señor! Es la
perla del paraíso. Es la gema del país celestial. Es la joya más hermosa de la
verdad. Es el tema más seleccionado de todos los tiempos. Es la cuerda más
fuerte de la vida. Es el rayo más claro de la luz. Es la cima más blanco de la
pureza. Es la cumbre sin mancha de la gloria.
¡Es Señor! Su nombre es
sinónimo con la sanidad libre, la ayuda amistosa y la salvación completa. Su
nombre es como la miel al sabor, como la armonía al oído, como la salud al
alma, como la esperanza al corazón. Os estoy diciendo que ¡Él es Señor! Él es
más elevado que el cielo más alto; más santo que el lugar santísimo; ¡Es Señor!
En Su nacimiento es nuestro significado. Su vida es nuestro ejemplo. Su cruz es
nuestra redención; su resurrección es nuestra esperanza. ¡Él es Señor y el
Señor Dios todopoderoso reina! Y va a reinar, no tienes porque preocuparte,
porque vendrá el tiempo cuando cada rodilla se doblará a Su nombre y cada
lengua confesará. Yo confesaré que es mi Señor.
“El Señor es mi luz y mi
salvación. El Señor es la fortaleza de mi vida.” “El Señor es mi Pastor, nada
me faltará.”
No me faltará el
descanso, porque me hará descansar en lugares de delicados pastos.
No me faltará el
refrigerio, porque junto a aguas de reposo me pastoreará.
No me faltará el perdón,
porque confortará mi alma.
No me faltará el
compañerismo, porque aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal
alguno, porque tú estarás conmigo.
No me faltará el
aliento, porque tu vara y tu cayado me infundirán aliento.
No me faltará el sostén,
porque aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores.
No me faltará el gozo,
porque unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando.
No me faltará nada en
esta vida, porque ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los
días de mi vida.
No me faltará en la vida
venidera, porque en la casa del Señor moraré por largos días.
El Señor es mi Pastor,
nada me faltará. El Señor es mi luz y mi salvación. ¿Es Él el tuyo? Puedes
coronarle en tu vida ahora. Puedes coronarle Señor sobre todo en tu corazón
ahora. Jesucristo es Señor.
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